CAPITULO VI
El comandante Bill Steen estaba descansando consus compañeros en el alojamiento que tenían destinado,luego de la exhausta tarea de las revisiones que llevarona cabo en sus cosmonaves.
Inesperadamente, la señal de comunicación sonó, y enla pantalla apareció Sela, pero una Sela demacrada,maltrecha.
Su voz sonó débil:
—Comandante... Ven en seguida a verme...
—¡Sela...! ¿Qué te ocurre...?
—Ven...
La muchacha no pudo continuar y se desvaneció.
El comandante cortó la comunicación y salió del recintocomo una exhalación.
Todos quedaron extrañados de las palabras que secruzaron y la prisa del comandante.
—¡Eh...! ¿Qué sucede? —preguntó Randal.
Bill contestó, ya saliendo:
—No lo sé. Luego os lo diré.
Se fue corriendo, olvidándose de que allí tenía unvehículo que podía utilizar.
En un momento cubrió la distancia que le separabade donde estaba Sela y, como una tromba, penetró ensu estancia.
La vio desvanecida en una especie de diván.
Se arrodilló a su lado y, dándole unos golpecitos enla cara, la llamaba, angustiado:
—¡Sela, Sela...! ¿Qué te sucede, cariño...?
La joven seguía inconsciente en su desmayo y Billtrataba por todos los medios de volverla en sí.
Por fin la muchacha entreabrió los párpados y ungrito desgarrador se escapó de su garganta:
—¡Oh, Bill...! ¡Ha sido horrible...!
—¿El qué, Sela?
—El jefe supremo, mi pueblo, el traidor Selgo...
—Cálmate, querida, sosiégate...
Bill no cesaba de acariciarla para infundirle tranquilidad,y Sela, con desesperación, se abrazó a su cuello,estallando en sollozos.
—Bien, llora un poco, cuanto quieras... De este mododesahogarás tus nervios.
Las palabras, dichas con toda dulzura por el comandante,parecía que aumentaban la congoja de la bellaSela. Pero aun en aquel estado, su hermosura no sufríamenoscabo.
Bill le daba unos golpecitos cariñosos a la espalda,le prodigaba sus besos en sus sedosas mejillas, tratandode que la tranquilidad volviera a ella cuanto antes.
Pareció que Sela se calmaba y comenzó a hablar:
—Los enjambres humanos se han apoderado de laciudad. Al jefe supremo Sel lo tienen prisionero... Handesbaratado todas las defensas... La población está sometida...
Bill no salía de su asombro, y preguntó, casi enfadado:
—¿Y por qué no has pedido auxilio?
—Lo he intentado, pero han cortado todas las comunicacionesdirectas y bloqueado las etéreas...
—¡Válgame el cielo!... Ahora mismo vamos paraallá.
Sela se abrazó, impetuosa, a él, manifestando, horrorizada:
—¡No, Bill! No vayáis... Todo está perdido, os matarán...
—Estás todavía bajo los efectos del shock. Pero hayque hacer algo. No vamos a permanecer cruzados debrazos.
—Sí, sí, pero ahora no. Ellos lo dominan todo y elir hacia allí es lo mismo que ir hacia la muerte. Soncrueles e inhumanos.
—Está bien, no iremos, por ahora. Pero sí que tenemosque tomar nuestras precauciones.
—Aquí estamos seguros.
—No tanto, querida. ¿Te olvidas de la incursión delos volátiles?
Sela se quedó con la boca abierta. Se había olvidadopor completo de ese incidente.
—¡Oh...! Es verdad... Ahora vendrán por nosotros...Estamos perdidos, Bill.
—No del todo, querida. Nos queda un recurso; y, enúltimo extremo, combatiremos.
—No podréis con ellos. Son demasiados.
—Ya veremos. Si no nos exponemos, ignoramos losresultados.
—Desgraciadamente, es fácil adivinar el resultado. Loque me extraña es que aún no hayan venido por aquí.
Estas palabras de Sela dejaron pensativo al comandante,y luego, dándose una palmada en la frente, exclamó:
—¡Ya está...! ¡Torpe de mí...! Todo lo tenían planeadoy este golpe está en relación directa con los actosde sabotaje en las astronaves de que disponemos.
—¿Qué quieres decir, Bill? No entiendo tu lenguaje.
—Lo comprenderás al momento. Luego de la incursiónde los volátiles humanos, comprendí que su visitatendría otro objeto. Revisamos las astronaves y no meequivoqué en mi suposición.
—¿Qué encontraste?
—Pues dos artefactos en cada vehículo espacial queeran mortales de necesidad, en caso de emprender elvuelo.
—¡Oh...!
—Ahora deduzco que lo tenían bien planeado.
—¿El qué, Bill?
—Tu mente todavía está impresionada, Sela.
—Sí, no me encuentro en condiciones de deducir.
—No te preocupes, yo te lo diré. Si iban a efectuarel ataque que han realizado, el que cuatro astronavesdel tipo que poseemos les hubieran hecho frente, habríaestropeado sus propósitos. ¿Modo de evitarlo? El eliminarel único medio de defensa con que podíais contar.
—Ya entiendo...
—Seguramente, de los que efectuaron la incursión,alguno se libró, informando a los de su bando que lamisión había sido cumplida.
—Pero no tendrán la seguridad de que las astronaveshayan desaparecido con sus tripulantes.
—Ahí vamos. Pues les daremos esta satisfacción.
—¿No irás a decirme que...?
—Claro que no, criatura.
—¿Y cómo te las vas a componer?
—Tú déjame a mí. Ellos, más tarde o temprano,han de venir por aquí, y entonces no solamente veránque las astronaves estallan en el aire, sino que todo estecomplejo se ha ido a pique.
—En fin, tú sabrás lo que te haces.
—Confía en mí, Sela.
—De no haber sido de este modo, no hubiera venido.
—Y a propósito de esto. ¿Cómo te las has arreglado?
—Cuando vi la situación tan mal parada, quise queSel se viniera conmigo, haciendo uso del pasadizo secreto...
Le fue contando las últimas palabras que oyó, lasamenazas del usurpador y la descripción del pasadizo,así como la distancia que tuvo que recorrer hasta llegarallí.
—Pues esto es magnífico, Sela. Haremos uso del mismopara nuestros futuros planes.
—Lo que me preocupa, Bill, es que entre nosotrosdebe haber algún espía, puesto que este complejo semantenía en secreto.
—Esto tiene fácil solución. Tú conoces a todo el personaly compruebas si falta alguien o hubiera algúnextraño. Lo lógico es que el espía haya huido, al saberque esto era un polvorín, que iba a estallar de un momentoa otro.
—Considero muy acertadas tus palabras y voy a ponerlasen práctica inmediatamente.
—Así me gusta. Ya vuelves a ser la Sela que conocíen un principio.
—Gracias a ti, Bill, que me has devuelto la confianza.Un momento de debilidad...
—No digas eso, yo más bien diría que tu sensibilidades la que te ha afectado, lo que pone de manifiesto tusbuenos sentimientos.
Por primera vez, desde que la vio en aquel estado,Sela le sonrió de una forma encantadora y llena degratitud.
Bill no logró sustraerse a depositar un beso en aquellosbien formados labios, y pudo notar que ella correspondíaa la caricia.
Con pena, tuvo que separarse ella, diciéndole:
—Siento tener que dejarte sola, querida. Pero lascircunstancias apremian.
Haciendo un supremo esfuerzo, y llevando clavada ensus retinas la imagen bella de la muchacha, se fue areunirse con sus compañeros.
* * *
Estos le recibieron con impaciencia, y fue Randalquien manifestó:
—Ya estábamos intranquilos, comandante, y queríamosir por ti. Pero como estabas con la muchacha...
—Nada de malos pensamientos, majaderos. Lo queocurre...
Les resumió los acontecimientos y lo que él habíapensado de todo ello.
—¿Así tú crees, comandante, que estos acontecimientosguardan relación íntima con lo de los artefactos?
—Sin lugar a dudas, Kevin.
Eugene expuso:
—Lo que no entiendo es que, si pretendían inutilizarlas naves, ¿por qué no las hicieron estallar en el hangar?
—La única explicación que cabe es que pretendierandos resultados al mismo tiempo, o sea, el hacer estallarla nave y con ella destruir al piloto.
—Es la única explicación que cabe.
—Y ahora que estáis enterados, basta de habladuríasy manos a la obra. Randal y Eugene, id a colocar estosexplosivos en el cráter de salida. Tú, Kevin, ven conmigo.
Los tenientes RandalOrr y Eugene Evans se hicieroncargo de unos explosivos especiales, caracterizados porhacer mucho ruido y gran cantidad de humo, pero denulo poder destructivo.
A esta Clase de explosivos, ellos los llamaban deefecto, y en otras ocasiones habían dado el resultadoapetecido de despistar al enemigo.
Por una rampa treparon hasta la salida del crátery fueron depositando los explosivos, que más bien erande artificio.
Mientras tanto, Bill y Kevin estaban ocupados contres grandes cohetes teledirigidos, en los que estabanaplicando unos detalles a modo y semejanza de susastronaves.
Cuando tuvieron terminado el primero, Bill manipulóen el sistema de explosión, fijándolo de modo que estallaracuando él lo creyera conveniente y a mando dedistancia, naturalmente.
Las mismas operaciones efectuaron con el segundoy el tercero.
Con anterioridad, el comandante Bill Steen, con ayudadel personal de aquel complejo secreto, había establecidounas medidas de seguridad en la entrada y salidadel cráter, que no tuvo ocasión de poner en prácticacuando aparecieron los enjambres humanos, por notenerlas terminadas.
A poco, aparecieron los tenientes Randal y Eugene:
—Ya están colocados los artefactos, comandante.
—Muy bien. Ahora vamos a proceder a la instalaciónde las rampas de lanzamiento en la salida del cráter.
Ambos se quedaron maravillados del efecto tan formidablede aquellos cohetes teledirigidos. Si de cercaparecían auténticas astronaves, de idénticas característicasa las suyas, de lejos no darían lugar a dudas.
Así lo manifestaron, entusiasmados:
—Comandante, eres un verdadero artista —dijo Randal.
—Y capaz de despistar al más avispado —corroboróEugene.
—El mérito no sólo es mío, sino también de Kevin.
—No me digas, comandante. Kevin es incapaz de distinguirun alerón de un elefante.
—Lo de elefante lo dices por ti, ¿no es eso, Eugene?
—Ya estamos... Kevin, no señales de ese modo.
—Si no señalo; únicamente aludo a tu apéndice nasal,que se asemeja a la trompa de un paquidermo,
—Me parece que te estás ganando un «trompazo»«paqui-duermas» una temporadita, jovencito.
Intervino Randal:
—No seáis tontos, pareja. El elefante no es paquidermo,sino proboscídeo. Aunque bien mirado..., el cerdotambién pertenece a los paquidermos, y sois la fielrepresentación del...
No pudo terminar porque algo blando y pegajoso fuea incrustársele en pleno rostro.
Era la vasija de pegamento especial que habían utilizadopara el revestimiento de los cohetes, y que Kevin,sin pensarlo dos veces, se la había lanzado.
Los tres comenzaron a reír, al comprobar los apurosque estaba pasando Randal para desprenderse de aquellamasa pegajosa.
Randal, cuando se hubo despejado ojos y boca, sentenció,muy serio:
—Ya lo dijo Confucio: «Quien con animales convive,sólo recibe burradas...».
Las risas se redoblaron porque los labios se le habíanquedado pegados, y tuvieron que hacer uso de undisolvente para dejarlos en libertad.
Luego de pasado el rato de broma, prosiguieron consu cometido.
Por medios mecánicos, ellos cuatro solos se trasladaron la rampa de lanzamiento, con los cohetes yadispuestos a ser lanzados en el momento propicio.
Luego se fueron al puesto de control, en espera deacontecimientos.
El encargado del mismo, nada más ver a Bill, manifestó:
—Ninguna novedad por el momento, comandante.
—Muchas gracias. Si quiere, puede descansar un poco.Nosotros nos ocuparemos de la vigilancia.
—Gracias, comandante, pero prefiero estar aquí, porsi me necesitan.
—Como guste.