CAPITULO V

 

Tuvieron que hacer uso de una plataforma levadiza,para rescatar a los tenientes, situados en aquella cornisa.

Cuando los hubo soltado y desprendido de la mordaza,el comandante dijo, guasón:

Formabais un cuadro muy tierno; parecíais tres polluelosabandonados de su mamá ave...

Los tres bajaron la cabeza, avergonzados, más quetodo por la presencia de Sela.

—Y bien, aunque imaginamos lo que ha pasado, ¿noslo podéis describir?

Se miraron entre ellos, y fue Eugene Evans quientomó la palabra:

—Estábamos dedicados a nuestros menesteres, cuandofuimos sorprendidos por media docena o más de enjambreshumanos,

—¿Y por qué no les hicisteis frente?

—No nos dieron tiempo. Cuando recobramos el sentido,estábamos ya ahí arriba, tal como nos habéis encontrado.

—¿Qué hicieron luego los enjambres humanos?

—Lo ignoramos. Desde nuestra posición, poco podíamosver. Sólo oímos voces y luego demanda de auxilio,procedente de una voz femenina.

Bill se vio obligado a aclarar:

—Esa voz femenina pertenecía a Selinea, a la quetenían rodeada cuatro volátiles humanos, y uno de ellosla tenía ya abrazada, dispuesto a llevársela.

Sela, muy seria, manifestó:

—¡Ah...! Ignoraba esta circunstancia.

El comandante siguió en su relato:

—Tuve que hacer frente a esos volátiles, primero paralibrarme de sus ataques y luego para que dejaran tranquilaa Selinea. Cuando nos viste, me dirigía adonde estabanestos pobres incautos.

Sela proseguía con su notoria seriedad, y no por ellodejaba de estar bonita, aunque se mostraba más encantadoracuando sonreía.

Al cabo de unos segundos, dijo:

—Esto es más grave de lo que en principio parece.

—¿En qué sentido?

—En el de que alguien, entre nosotros, es un traidor.Este emplazamiento es secreto, y la incursión de losenjambres humanos prueba que han sido informados.

—¿Sospechas de quién pueda ser?

—De todos, y de nadie en concreto. Hay que poneral corriente de esta circunstancia a Sel para que tomelas medidas oportunas, y voy a hacerlo ahora mismo.

—De acuerdo, Sela. Nosotros nos vamos a ocupar, denuevo, de las astronaves. Sospecho que algo habránhecho en ellas.

Cuando se fue Sela, Bill se encaró con sus hombres:

—Que lo sucedido os sirva de lección para estar prevenidosen todo momento. ¿Cuánto tiempo habéis estadoinconscientes?

Fue Randal quien contestó:

—La verdad es que, por lo menos por mi parte, nolo podría precisar.

—¿Y vosotros?

Le confirmaron las palabras de Randal; no podíansaberlo en concreto.

—Pues no nos queda más remedio que empezar denuevo el trabajo de revisión, y ahora de forma másmeticulosa. Así que, manos a la obra.

Cada uno se dedicó a su menester, incluyéndose enello el mismo comandante.

Bill terminó su revisión, sin hallar nada anormal.Esto, en vez de tranquilizarle, acrecentó más su sospecha.

Se basaba en lo siguiente: si hubieran pretendidollevarse a sus hombres o eliminarlos, lo hubieran hechoinmediatamente, y sin molestarse en maniatarlos.

Por otra parte, si su misión era la destrucción de lasastronaves, como acto de sabotaje, los resultados no sehubieran hecho esperar.

De nuevo comenzó la revisión, y en esta ocasión supaciencia se vio coronada por el éxito.

Cuando estaba repasando el sistema de disparo delas armas de a bordo, del cable principal del pulsadorpartía una derivación.

La siguió, comprobando que terminaba en una cajitasituada en el mismo depósito de municiones.

Con mucho cuidado, la extrajo y desconectó los cables.

El que había realizado aquel trabajo era un expertoen la materia, pero el comandante no se quedaba atrásen estos menesteres.

No por ello se dio por vencido, y prosiguió en suconcienzuda búsqueda.

En los depósitos de combustible halló, muy bien disimulada,otra cajita, ésta conectada con el sistema denivel del combustible, de modo que cuando éste bajara, entraría en funcionamiento el artefacto y la explosiónse produciría.

Bill pensó que lo habían planeado muy bien. De haberselanzado al espacio, con aquellos dispositivos implantados,seguro que hubieran conseguido sus propósitos.

No desistió en su empeño, y por más que miró y remiró,ya no halló nada anormal.

El teniente Kevin Getty se presentó ante él, con unacajita.

—Mira, Bill, esto he encontrado en los depósitos decombustible.

—Muy bien, Kevin. Pero seguramente a bordo llevarásotro artefacto.

—¿Otro...? —inquirió, incrédulo.

—Sí, y no menos eficaz que el que has descubierto.

—¿Dónde?

—Mira el cable principal del pulsador de disparo.Allí tienes la otra pista.

El teniente Kevin dio media vuelta en seco y se dirigióde nuevo a su astronave.

Entretanto, los otros dos tenientes, Randal y Eugene,fueron con la misma novedad al comandante.

Este les miró, sonriente, y no les reconvino su faltade observación, puesto que el trabajo hecho en la derivacióndel pulsador podía pasar desapercibido al másducho en la materia.

Sólo les dijo:

—Os ha sucedido lo mismo que a Kevin. Contáis conotro regalito de esa índole. Mirad dónde está emplazado.

Les mostró el cable y la carga en el lugar que ocupaba.

Eugene reconoció:

—¡Atiza...! De no ser por ti, comandante, jamás lohubiera sospechado.

—Pues anda, ahora que lo sabéis, desprenderos delregalito.

Cuando ambos tenientes se hubieron ido, el comandantevolvió a repasar su nave. Quería tener la seguridadde que todo estaba en orden, sin que algo desagradableles sorprendiera.

En su última investigación, nada anormal encontró,por lo que ya quedó tranquilo.

 

* * *

 

Sobre la capital del planeta Selnagro, cinco astronavesse aproximaban.

La alarma cundió inmediatamente cuando fueron detectadasy a la solicitud de identificación, no respondieron.

Las defensas de la periferia entraron en acción, perouna de las cinco astronaves se había infiltrado y, deteniéndosea poca altura del suelo, comenzó a salir unenjambre humano.

Se dispersaron en grupos y, volando a ras de suelo,atacaron por sorpresa a los servidores de las defensasaéreas, originando una matanza.

A poco, todas las defensas quedaron en silencio, y elpánico cundió entre la población.

Del astródromo próximo pretendieron hacer frenteal ataque varias astronaves ligeras, pero muchas deellas fueron destruidas, sin apenas alcanzar altura.

Los habitantes de aquella ciudad eran cazados materialmente,por las calles.

La invasión era un hecho; la ciudad, sin defensa alguna,quedaba a merced de ellos.

El único núcleo de resistencia era la sede del gobierno,adonde no se podían aproximar los invasores.

Su intento les costó la destrucción de una de susastronaves.

Cuantos enjambres humanos pretendieron aproximarsepara desbaratar su defensa, eran cazados en el aire,antes de que posaran sus pies en los muros de aquellaverdadera ciudadela.

Pero lo cierto es que estaban aislados. Todos los elementosde comunicación fueron destruidos previamente,por manos traidoras.

El jefe supremo Sel se multiplicaba en dar órdenesy mantener la defensa.

Sela estuvo a punto de ser raptada, y ella mismatuvo que abatir al volátil humano.

Intentó varias veces comunicarse con el comandante,pero las emisiones estaban bloqueadas. Nadie le respondía.

Existía en la ciudadela un pasadizo secreto, que sóloconocían la muchacha y el propio Sel.

En vista de cómo estaban las cosas, Sela se dirigióa su jefe supremo, rogándole:

—Señor, huyamos por el pasadizo secreto. El comandanteBill Steen nos defenderá.

—No puedo, mi fiel Sela. He de estar con los quetodavía confían en mí.

—Señor, corre peligro su vida.

—La vida de mis conciudadanos es la mía propia.Vete tú, y pídeles ayuda.

—Señor...

—No insistas, Sela. Es una orden.

El fragor de la batalla iba disminuyendo, y la muchacha iba a replicar, cuando se oyeron pasos precipitados.

El jefe supremo Sel le gritó:

—¡Huye, Sela!

La muchacha se ocultó tras un panel, que cedió alpresionar un resorte.

Todavía pudo escuchar cómo la puerta fue violentada,y una voz que conocía, diciendo:

—Tu dominio ha tocado a su fin. Sel. ¡Date por prisionero!

El aludido, tras unos momentos y con toda serenidad,respondió:

—Mi afecto y distinción, ¿me lo pagas de este modo,Selgo?

—Estaba harto de ti y de tus principios. Ha llegadola hora de la preponderancia de nuestro planeta.

—Yo más bien diría que la del desastre total.

—¡Cállate, insensato...! Tienes ante ti al actual jefesupremo. ¡Lleváoslo y encerradlo! Irás consumiéndotedía a día hasta tu desintegración... El darte muertesería demasiada benevolencia por mi parte. Así pagarástodas las vejaciones a que me has sometido.

—¿Llamas vejaciones a oponerme a tus injusticias?

—¡Basta ya de palabrerías! ¡Lleváoslo de una...!

Sela ya no quiso escuchar más.

Con cuidado, terminó de cerrar el panel y, con sudiminuto generador de luz, se introdujo por el pasadizosecreto.

Pese a lo complicado que era aquel laberinto, se losabía de memoria.

A los pocos pasos, se encontró con una pared. Presionócon el pie en un lugar determinado, que caía a suderecha, y el muro desapareció en el suelo, dejando aldescubierto cinco escalones.

Los bajó, presionó en otro lugar y el muro adquiriósu posición primitiva.

Anduvo un buen rato, y se encontró con un foso encuyo fondo se dejaba oír el rumor de aguas tumultuosas.

Presionó otro resorte y una pasarela hizo aparición.Una vez la hubo franqueado, del lado opuesto volvióa presionar otro resorte y el foso quedó sin posibilidadde paso.

Prosiguió andando todo lo aprisa que podía; inclusoen algunos momentos corría.

Sabía la enorme distancia que le separaba del lugardonde estaba el comandante y sus hombres, pero teníaque llegar cuanto antes, y esto hacía que no se dieracuenta de la fatiga que le estaba invadiendo.

Llegó a un lugar en que el paso estaba interceptadopor una puerta enrejada.

Buscó un determinado punto en la parte derechadel marco y la puerta enrejada se abrió. Una vez quehubo pasado al otro lado, ella misma la volvió a su posiciónde principio.

Redobló sus esfuerzos, volvió a correr, pero, pasadoun buen trecho, tuvo que rendirse a la fatiga y hacerun alto para reponer fuerzas.

Sus pensamientos eran una amalgama, en los que semezclaban el comandante, su jefe supremo, el traidorSelgo y el desastre de su pueblo.

Casi se quedó dormida, tal era el cansancio que leinvadía, e incluso casi le pareció que soñó con que elcomandante le estaba prodigando unas caricias muydulces.

Un sobresalto le sacó de su amodorramiento, y elsentido del deber se impuso bruscamente.

Se levantó y, con brío, reanudó su caminata.

Calculaba que ya estaría a mitad de camino y su obsesiónera llegar cuanto antes al final de su meta.

Se encontró con otra puerta enrejada, luego con otrofoso, obstáculos ambos que los salvó del mismo modoque los anteriores y, por fin, la escalera con sus cincoescalones.

¡Había llegado a su destino!...