Capítulo 20
UNA vez terminada la rueda de prensa, el director Jenkins y Stella entraron de nuevo al interior del edificio. Las hombreras de la bata blanca del director se habían mojado durante la rueda de prensa. Una vez dentro, Stella se aproximó a él mientras caminaban por uno de los pasillos principales dirección a su despacho.
El director andaba con la mirada al frente, sin apenas percatar la presencia de Stella, como si el mundo hubiese desaparecido alrededor de él, y del que sólo quedaba el camino que tenía por delante hacia su despacho.
—Lo siento mucho doctor Jenkins. —lamentó Stella.
Transcurrieron varios segundos hasta que el director respondió a aquella muestra de afecto.
—¿Qué sientes? —dijo el director sin dirigirle la mirada a Stella.
—Siento muchísimo lo que le ha ocurrido a su hija. Aún no me lo puedo creer.
—Yo también —respondió sin pestañear.
—Veo que es usted una persona muy fuerte.
—Tengo muchas preguntas por resolver. Demasiadas. Necesito la respuesta de ellas. Podría pasarme los próximos meses en casa, llorando desconsolado mientras tú, o cualquier otro como tú, se encarga de este caso. Pero hay algo dentro de mí que me dice que ya tendré tiempo de llorar. Que no puedo dejar la responsabilidad de la muerte de mi hija en manos de cualquier otra persona. Debo encargarme yo.
—Yo también quiero que ese hijo de puta pague por lo que ha hecho y acabe entre rejas el resto de su vida. Le honra muchísimo su actitud. Es impresionante la rapidez con la que ha asumido lo ocurrido.
—No lo he asumido. No quiero asumirlo. Es la desgracia más grande que le puede pasar a una persona.
—Pues si no es que lo ha asumido, parece decidido, eso sin ninguna duda. —Stella seguía absorta mirando al director. Después de una tragedia de este calibre, en apenas unas horas había recuperado la compostura. Tal vez se trataba de un escudo mental, de una prisión imaginaria que mantendrían cautivos sus sentimientos
—Decidido a saber el por qué. Por qué ha tenido que morir mi hija.
—Ni siquiera sabemos si ha sido él, aunque la verdad es que no dudo que haya sido él. ¿Pero cómo? Ha estado aquí todo el tiempo desde ¿hace cuánto? ¿dos días? —incidió Stella.
—Sé que no ha sido él. Pero tiene que haber alguien más. No me compete esa parte de las investigaciones, para eso ya está su unidad. A mí me compete saber qué piensa, cómo actúa, por qué lo hace y, llegado el caso, si está suficientemente cuerdo para pasar toda la vida en la cárcel.