13 El contacto
El tren Eurostar acortaba la distancia a la estación londinense de St Pancras a gran velocidad. En poco más de dos horas Alberto Robles y Alfonso Palacios cambiaban la luz de la ciudad de Paris por la imprevisible Londres. Durante el trayecto maduraban y ultimaban las actuaciones que tenían que realizar en la capital. Acababan de completar el paso a través del túnel y se adentraban en terreno británico.
La entereza y pronta recuperación de Nikolái Tarkovsky les había ayudado a trazar el plan a seguir en Londres. Al enterarse de la noticia del asalto, Natasha Larina, su buena amiga y discípula, se había brindado a colaborar activamente en la resolución del caso. En primer lugar viajaría a París, al hospital, para visitarlo; y a continuación, bien desde la capital francesa, o bien trasladándose a la británica, se ofrecía de manera incondicional a prestar sus servicios. Robles le insistió encarecidamente que no comunicase a nadie sus movimientos. Desde el despacho de Palacios, en Madrid, se tramitaron los pasajes y reservas.
—Por cierto —dijo Palacios—, hay que reconocer que tuvimos mucha suerte al poder arreglar todo el desaguisado legal que se formó en torno al asalto al pobre Nikolái.
—No fue fácil hacer que pasara de imputado en un delito de drogas a acusador o denunciante de un robo. La gendarmería siempre tan formal y legalista… He quedado en deuda con el comisario.
—Tú, y tus contactos…
—Lo mejor en estos casos es simular un robo, violentando la entrada sin miramientos, dejando bien claro que entraron forzando la puerta; la utilización de llave falsa no es aconsejable en estos casos. Los destrozos interiores también contribuyen a crear un ambiente real. Si hay robo de por medio, hay que buscar teóricamente de la misma forma que lo haría un profesional: localizar falsas vigas, dobles fondos, descolgar los cuadros, cortar colchones y cojines, revisar cajones y dejarlos volteados, etc.
—Dentro del infortunio que sufrió el profesor hay que dar gracias que puedan, al menos, intentar el injerto de los dedos. Al cirujano plástico no le pareció una intervención de gran dificultad, aunque se reservase la opinión sobre la recuperación de la sensibilidad total.
Robles miró por la ventanilla observando la campiña inglesa, el tren de alta velocidad recuperaba su asombrosa velocidad. Se volvió hacia su amigo:
—Esta misma tarde tenemos la entrevista con Patrick Mills. Seguro que te gustará. Hemos colaborado en muchas ocasiones y nos compenetramos muy bien. Es curioso la mezcla de caracteres que se dan en él: inglés e irlandés.
—Sí lo consideras tu amigo, será por algo más que por alternar la ginebra con el whisky —ironizó Alfonso. Miró el reloj—. Dentro de veinte minutos estaremos en la estación y en media hora en el mismo centro.
—Me ha anticipado que cree tener resuelto el enigma de la firma de abogados. También tiene información sobre las posibles sociedades de cajas de seguridad de principios del siglo XX. Ahí choca, como no podía ser menos, con el hermetismo y normas de seguridad y confidencialidad de las empresas. Como ya te comenté espera que a nuestra llegada pueda concretar algo más y centrarnos en un par de opciones.
—Hay que agradecerle la dedicación que presta en el caso.
—Siempre dice: «Soy como un cura católico en la confesión, que inquiere… más que pregunta». Y añado: él siempre llega al fondo de la cuestión.
—Dejemos, entonces, que el Todopoderoso le ilumine.
—Confiemos más en los archivos de Scotland Yard que en la divina providencia.
—Así sea. ¡Amén!
La estación, de estilo victoriano, era un hervidero de gente que aprovechaba las instalaciones para disfrutar de los restaurantes y cafeterías que albergaba y visitar las galerías de tiendas de «última hora». Palacios y Robles recogieron los portatrajes en la trasera del vagón y se dirigieron, sin más distracción que un vistazo a las atractivas cristaleras, a la parada de taxis de Midland Road. Se dirigieron al hotel Charing Cross, histórico edificio de estilo igualmente victoriano y recientemente renovado, a unos pasos de la Trafalgar Square y del Covent Garden, y con excelentes conexiones con el transporte público. Tenían reservadas dos habitaciones contiguas de la sexta planta.
En el trayecto por Gower st, a la altura del Museo Británico, Robles contactó con Patrick Mills. Después de una prolongada conversación, interrumpida por la llegada al hotel, el agente le anticipó que las últimas gestiones y pesquisas habían dado sus frutos. El informe reducía la búsqueda y señalaba en primer lugar al despacho de abogados Bourne, Asquith y Bonar herederos o continuadores de la firma Barlow & Asquith de la calle Oxford en la capital londinense; bufete de condición destacada en la primera mitad del siglo XX y con importantes relaciones con la nobleza de la época. Se daba la feliz coincidencia que la socia Charlotte Bonar era compañera de estudios en la universidad. Parecía fácil de obtener una primera entrevista
En el lounge bar del hotel Charing Cross, Robles hacía las presentaciones:
—Patrick, te presento a mi cliente y amigo Alfonso Palacios. Conoce nuestra gran amistad. Puedes expresarte, por tanto, con entera confianza.
—Encantado, míster Palacios —correspondió Patrick Mills en un aceptable español. Le estrechó la mano.
—Robles me ha hablado mucho y bueno de usted —respondió Palacios—. Eso sí, dentro de ese halo de misterio y secretismo que rodean siempre a su profesión.
Se encontraba ante un agente del National Central Bureau asignado a un grupo de la Interpol. Su pasado en el MI5 le hacía conocedor de los entresijos de la elitista sociedad de la city londinense.
—Espero que tengas alguna ampliación de la información que me adelantaste. Por cierto te veo en plena forma, Pat. ¿Qué nos puedes decir?
—Por lo que he averiguado la llave pertenece a una caja de seguridad de la famosa Chancery Lane Safety Deposit, unas instalaciones centenarias dedicadas a alquiler de cajas de seguridad, y que comparte edificio, en la calle que da nombre, con las London Silver Vaults desde hace más de cincuenta años. Es una gran galería que reúne en la actualidad las platerías más importantes del mundo. Nadie sabe con exactitud las riquezas que contiene en sus sótanos, ya que además de las que corresponden al conjunto de las joyerías también dispone de pequeños almacenes de seguridad.
—¿Qué condiciones se necesitan para poder acceder al contenido de la caja? —preguntó Alfonso Palacios.
—¿La posesión de la llave no les parece suficiente acreditación? ¿Estoy en lo cierto? —sonrió Mills.
—Solamente la llave… puede ser una réplica —apuntó Robles.
—Necesitamos más datos. Los contratos tipo de esa época especifican expresamente que se debe de identificar, o bien al propietario, o al menos a un responsable de la licitud del depósito.
—Ahí tenemos el problema, ¿no? ¿Sabemos con quién hay que contactar? —preguntó Palacios sin dirigirse a nadie en concreto.
Pasados unos segundos de cortesía, el británico sonrió con expresión de triunfo, o al menos del deber cumplido:
—Sí. Tengo una buena línea de investigación abierta que nos marca el camino a seguir. No hace mucho tiempo, cuestión de un par de años, para cumplir con los protocolos las nuevas medidas internacionales anti lavado de «dinero negro» que presumiblemente existía en las cajas de seguridad, hubo que certificar que los propietarios no las utilizaban como refugio de dinero o bienes de procedencia ilegal. Fue una importante operación, en la que participé. Se revisaron contratos firmados desde el año 1876. Ahí entra la conexión con la caja 234 R3. Para actualizar los datos de esta «nuestra singular caja» se acudió al despacho Bourne, Asquith & Bonar que actuó en representación de los propietarios o arrendatarios del box en cuestión, aunque la documentación inicial estaba firmada por los socios fundadores Barlow y Asquith. Con el tiempo el despacho se transformó en la nueva firma; solamente uno de los apellidos se mantuvo.
—¿Aconseja entonces acudir a ese despacho?
—Soy partidario —respondió Mills— de posponer la visita a la Chancery Lane en solitario y no intentar acceder a la caja de seguridad sin apoyo. Tenemos abierta la vía de negociación y un buen contacto que les había anticipado, Tengo conexión sólida con el despacho Bourne.
—¿Cómo? —se sorprendió Palacios.
—Ustedes dicen: «Se dice el pecado, no el pecador» ¿No es cierto?
—¿Es legal?
—Sí, es un acuerdo, o mejor un preacuerdo con la dirección de bufete para realizar una primera visita, una cita condicionada. Están esperando su decisión para confirmarla de inmediato.
Los dos amigos se miraron. Robles hizo un gesto de conformidad con la mano incitando a la aprobación.
—Prosiga, Mills.
—Lo más importante y es lo que tienen que decidir, si quieren el acuerdo, es que nos limitemos a aceptar las condiciones a los que ellos estén obligados por su contrato, negociando las demás. Inicialmente propondrán una relación de «cuarenta sesenta». La diferencia se corresponderá a los gastos de peritación y demás legales que correrían a cargo del bufete, incluso los generales que se carguen a la operación.
—No entiendo —mostró Palacios nuevamente su extrañeza ante la mirada burlona de su socio en la aventura— Nosotros no tenemos ni idea de cuál puede ser el contenido de la caja, y mucho menos de tener una valoración. Y lo más grave: no sabemos sí ellos la tienen. Y otra cuestión ¿Por qué hay que aceptar el reparto propuesto? Si fuésemos los titulares, ellos tendrían como máximo una comisión o su honorarios profesionales.
—Pero no lo somos, ellos lo saben. Sí actuásemos como aventureros caza tesoros buscaríamos la forma para llegar en solitario al contenido de la caja; pero con las rígidas normas de la Chancery Lane tendríamos que recurrir a la falsificación o al engaño, y no te veo a ti en ese papel.
—Tengo un poder amplio y bastante de la familia Villegas para aceptar. Si hace falta lo validaremos aquí —dudó Palacios durante unos instantes—. Bien pensado no hará falta ya que ante los abogados somos los poseedores de la llave, nunca mejor empleado lo de «llave». Si hay que llegar a un pacto… lo haremos si no queda otra solución; pero tiene que quedar bien claro el acuerdo, ¿no?
—Mejor no peguntes, Alfonso. Si Pat asegura que hay un preacuerdo, aceptémoslo. Tenía nuestras instrucciones al respecto y las ha estirado al máximo para allanarnos el camino.
—De acuerdo, pero revisaremos los porcentajes, nosotros a su vez tendremos que rendir cuentas a los Villegas —aprobó de mala gana Palacios. Sentía en esos momentos la inseguridad que siempre desterraba en los asuntos profesionales, y en los que siempre tenía alternativa a la primera propuesta. Para Robles, más avezado en esas lides, era una cuestión de rutina, era un elemento consustancial con su quehacer diario.
—Sí están ustedes de acuerdo, llamaré para que preparen una reunión. Esta vez formal.
Acto seguido transmitió los datos personales de los dos.
En la planta superior de The Counting House, un pub fullers de la calle Cornhill próximo al Banco de Inglaterra, se celebraba la reunión previa del equipo de Palacios con la abogada Charlotte Bonar, una de las socias principales del despacho Bourne, Asquith & Bonar. Una elegante y atractiva mujer, de porte y modales que denotaban seguridad. Una profesional que se había incorporado como titular de la firma comenzando en la categoría de pasante, sin conexión familiar con los demás socios Una hábil negociadora de «obligaciones y contratos», tanto en lo mercantil como en lo civil, que sabía jugar bien sus cartas escudándose en la mirada enigmática de sus claros ojos azules.
—Ante todo —comenzó la letrada después de las presentaciones—quiero que conste que esta entrevista, promovida por mi gran amigo Patrick Mills, aquí presente, es en principio de carácter informal—. Se atusó lentamente el cabello, cardado en exceso, y se estiró con la misma cadencia la falda del traje chanel de tweed azul. —Dependerá de su aportación de pruebas que presenten para que nuestro despacho considere la formalidad de esta reunión.
Con el apoyo de una tablet, en la que mostró las imágenes grabadas por el profesor Tarkovsky y con las aportadas por el Instituto Tecnológico, Alfonso Palacios develó los secretos y la historia detallada de la cruz ortodoxa protagonista del encuentro.
—Con esto —concluyó— y con los datos que le hizo llegar, en su momento, nuestro colaborador Patrick Mills espero que nos pueda informar sobre la naturaleza de la llave, de la relación de su despacho con la nota que contenía y hasta donde han llegado sus investigaciones.
La abogada dejo pasar unos segundos antes de contestar:
—Lo mostrado es suficiente para que el bufete pueda actuar profesionalmente sin faltar al secreto profesional. Por tanto les informaré de mis conclusiones ante su demanda y mandato de colaboración. Aceptamos expresamente el representarlos en todo lo referente al caso. —Se tomó un respiro y continuó— Por escrito les dejo nuestras tarifas y la cuantía de la provisión de fondos para atender los honorarios y suplidos que se presenten. Por último tendrán que firmar un cuestionario relativo al acuerdo internacional sobre el blanqueo de dinero.
—Ustedes cuentan con ventaja en la información —terció Palacios—. No digo que jueguen con cartas marcadas, pero es cierto que parten de una situación de ventaja. Nuestro amigo Mills asegura que su despacho no quiere lucrarse a nuestra costa, pero el oscurantismo de esta situación nos hace ser precavidos. Por lo que le ruego que amplíe al máximo la información.
—Como prueba de la transparencia que debe presidir nuestra relación les anticipo que antes de seguir con el proceso les haremos una oferta en firme por si consideran abandonar y cedernos los derechos correspondientes. Hablamos de una cantidad importante que nuestros representados consideran como pago o retribución por la custodia de la llave durante todo este largo periodo.
—Muy bien —respondió Palacios—, aceptamos inicialmente el considerar y estudiar su propuesta. Quiero remarcar que corren a su cargo todos los peritajes y honorarios. Y ahora…
—Una pregunta, Charlotte —intervino Robles—. Están seguros que la llave corresponde a un depósito en The Chancery Lane Safe Deposit Company. Se denomina así esa institución, ¿no?
La abogada asintió con seguridad y pronunció un sonoro «Yes, sir».
—Usted, como abogada, habla siempre de sus representados, a veces confundo los papeles, o intereses, que corresponden en exclusiva a su despacho y cuales a ellos. Llegado a este punto de preacuerdo creemos tener derecho a conocer quiénes son.
—Por supuesto, con seguridad así será. En su momento y antes de las firmas definitivas serán debidamente informados. Les avanzo que el contrato de mandato que mantenemos, además de otras encomiendas que no puedo lógicamente desvelar, corresponde a la custodia del contenido de una caja de seguridad, ya que el importe de los cargos anuales actualizados no alcanza para el alquiler de una strong room y no falto a secreto alguno si les digo que la renta anual inicial se pactó en cinco guineas de lo que se colige que corresponde a safe deposit box.
—Tendrán la custodia o instrucciones sobre el futuro de la caja, pero a todas luces les falta lo más importante —apuntó Palacios.
—Efectivamente, y ustedes tienen en su poder una llave que hace pensar que puede cerrar un asunto que tiene una antigüedad de casi cien años en nuestro despacho. —Hizo una pausa y concluyó—. Nos necesitamos mutuamente en este negocio.
—Todos los indicios no llevan a igual aseveración, pero la rigidez en la acreditación va en contra del mismo concepto de «caja de seguridad» moderna, ¿no? —intervino Alfonso Palacios.
—Los contratos obligan a las partes. El firmado originalmente ya establecía esta condición y así lo renovamos cuando lo han requerido. Nuestro propio prestigio como fedatarios evita que intervengan las agencias de verificación de datos personales y es suficiente para representar al joint renter o arrendador propietario.
—¿Entonces, por lo que entiendo es la llave el elemento más importante para el acceso a la caja?, ¿no? Sería por tanto más justo que el acuerdo fuese simplemente fifty-fifty —se interesó nuevamente Robles. La parsimonia de la abogada en mostrar la postura final ponía a prueba los nervios de ambos.
—Efectivamente, pero… En ingles la palabra «key» tiene más de una acepción: llave, tecla, clave... Esta última se corresponde con nuestro papel en este contrato.
—Díganos entonces, sin más circunloquios, cuál es —insistió el detective.
Manejar los tiempos, una de las cualidades principales de Charlotte Bonar como negociadora, se veían favorecidas por los incisos que provocaba la traducción simultánea que en ocasiones realizaba Mills aunque la mayoría de la conversación transcurría en inglés.
—La señora Bonar les plantea que esa clave la tienen ellos como mandatarios y está condicionada a la voluntad del titular del contrato —intervino por primera vez Mills.
—Exacto —interrumpió la abogada—, nuestro despacho tiene el mandato de cumplir con las condiciones impuestas hace casi cien años por nuestro cliente.
—¿Cuáles son esas condiciones? ¿Nos las puede decir? —preguntó Palacios. Sostenía la mirada de la letrada que no parecía alterarse por ello.
—No se las puedo desvelar, ya que ustedes no son los representantes legales de nuestros clientes. Faltaría a nuestro sagrado secreto profesional. Además estamos condicionados por las instrucciones complementarias al contrato, y que se guarda bajo sobre lacrado y siete llaves. Yo misma desconozco los pormenores.
—Y cómo podemos… —inició Robles.
—Propongo que manténganos una reunión en presencia de un fedatario independiente que levante acta del acto y de las conclusiones y acuerdos que lleguemos.
—¿Por qué independiente? ¿No es válida su auditoría?
—El bufete puede «ser parte»: por tanto debemos de mantener nuestra neutralidad. En todo caso se verá reforzada por el visado de un tercero. Es lo correcto en estos casos.
Una mirada cómplice entre los dos investigadores finalizó con un gesto de Robles hacia su amigo cediendo la iniciativa.
—Aceptada la propuesta y a partir de ahora a su disposición. Tan solo necesitamos el tiempo justo para recibir las instrucciones finales de nuestro cliente; y como digo a su entera disposición —remató Palacios
—Quiero que quede constancia —aseveró la letrada con marcado y pausado acento «reina Isabel»— que mi despacho no pone en duda su legitimidad y da por supuesto que están en posesión de la llave que es a su vez clave en este asunto. El contrato, al que nos debemos, impone que cualquier resolución que se tome en el acceso a las safe deposit box se debe de hacer con el acuerdo del representante del cliente y del poseedor de la llave.
—Fije lugar, fecha y hora para nuestra reunión, madam.
—En la reunión de socios se abrirán las instrucciones del mandato. Cabe la posibilidad de que se pueda convocar una reunión extraordinaria de socios a primera hora de la tarde. Debido a las exigencias previas, la apertura de las instrucciones tiene que ser en presencia de todos los socios titulares, esto es, en junta de carácter universal.
—Avísenos con tiempo y allí estaremos
—Según tengo entendido están alojados en el Charing Cross, entonces no les supondrá trastorno alguno acudir a nuestro despacho de la calle Oxford —hizo una estudiada pausa—. Si prefieren en un salón del hotel no hay inconveniente, pero tenemos más medios en nuestras instalaciones. Les dejo la decisión a ustedes.
—Decida usted, Charlotte —concluyó Palacios rompiendo el protocolo en un exceso de confianza.
La abogada sonrió:
—Propongo pasado mañana a las diez de la mañana en nuestro despacho principal, señor Palacios; y si no tienen nada en contra elegiremos al fedatario disponible más antiguo de la City.
—De acuerdo en todo. Allí estaremos, madam.
—Lo siento pero no puedo quedarme y acompañarles; ya que tengo un compromiso profesional ineludible. Si se quedan en el pub les recomiendo un delicioso lomo de bacalao al horno con aceite de albahaca. Aunque, si no ha cambiado radicalmente de gustos, su amigo Patrick es más partidario de la comida continental, ¿verdad?
—En este caso seré patriota y les acompañaré en ese bacalao al horno que tanto ponderas —medió Mills.
—Lo dicho, señores. Nos veremos en mi bufete.
La expectación en el briefing de primera hora en Bourne, Asquith & Bonar era inusual. Tomó la palabra el presidente de la firma:
—Por favor, señorita Catherine. Vuelva a leer ese párrafo del informe. No queda claro si además de nosotros y el demandante de la apertura tiene que estar presente en la lectura del anexo al contrato un representante de la familia imperial rusa o ministro plenipotenciario al efecto.
La socia junior depositó en el centro de la mesa el sobre lacrado anexo al contrato codificado «1912 234 R3» en cuyo exterior se especificaba que se debería de abrir solamente a demanda de la persona que lo requiriese y que presentase la llave que correspondiese de la The Chancery Lane Safe Deposit coincidiendo con la numeración del expediente.
—Como pueden ver en sus pantallas, en el documento resumen del contrato en cuestión —los asistentes a la reunión miraron al unísono los lectores conectados en red— nuestro papel se limita a estar presente en la apertura de la caja y hacernos cargo de la representación legal derivada del contenido de la misma. Hasta ese momento no condiciona la actuación a la presencia de algún miembro de la familia Romanov. Las condiciones son claras al respecto. Eso sí, hasta que sepamos que instrucciones hay que cumplir nadie podrá retirar el contenido. Como excepción cita los traslados forzados o motivados para análisis. En Resumen ningún objeto, joya, dinero o documento alguno del box se puede extraer sin acuerdo previo. En principio se suponía que la apertura se realizase en presencia de «persona real» o de un representante de la corona rusa, pero al redactar el documento parece que ya contemplaban la posibilidad de que esto fuese así.
Tomó aire y contempló las expresiones de los presentes. Prosiguió:
—Una vez abiertas las instrucciones se estará a lo que en ellas se ordene y que nos obliga respetar siempre las cláusulas que disponga. El sobre que contiene el anexo lo abriremos en presencia de todos los interesados.
A continuación leyó íntegramente el contrato codificado.
—Muchas gracias, Catherine —tomo la palabra sir Chales Bourne —¿Algo más que debamos saber antes de dar entrada a los españoles y a lord Russell? —Hizo una pequeña pausa— ¿Después del lunch-time break?, ¿Charlotte?, ¿Catherine?
La joven asociada levantó ligeramente la mano.
—Señor, tengo que hacer constar que en las pruebas de puesta en marcha del nuevo scanner, y para probar la potencia, se utilizó el sobre en cuestión y aunque se destruyeron los resultados obtenidos me quedó grabado en la memoria dos datos: Uno que establece que si la persona o que inicie el proceso decide retirarse del mismo será indemnizada con siete mil rublos oro, con cláusula de sustitución por el propio despacho contratado y…
—Y la otra —preguntó el socio Asquith.
—Es algo más difusa pero se refería a la presencia de un miembro de la familia imperial o representante. No se pudo «clarear» más el documento interior.
—Ahora toma sentido la rigidez del propio contrato de mandato firmado en 1910 por el Gran Duque Dimitri Constantinovich de Rusia. Algo importante y de gran calado parece que se esconde detrás de este galimatías —señaló Charlotte Bonar.
—Me imagino —dijo el socio principal Bourne — que ya han enviado el coche de servicio para que recoja a nuestro admirado lord Russell. No quisiera que recayese sobre mi conciencia que retrasase, tan siquiera unos minutos, su sándwich del lunch break de los viernes: coronation chicken con almendras y pasas, pinta y copita de Porto. Le esperaré en el comedor de socios.
—Sí, señor. También está citado, a esa hora, el asesor jurídico de la embajada rusa por si necesitamos su intervención. El embajador me prometió que era, según él, «bijurista»; supongo que se refiere a que es conocedor de nuestro sistema judicial y el propio ruso y que estaría a nuestro servicio sin reserva alguna bajo la cláusula de confidencialidad de profesionales del derecho.
—Muy bien. Pero, así todo, no prescindamos de nuestro traductor-jurado habitual. Y no es que no me fie; pero para una mayor seguridad en el proceso...
La actividad en el despacho Bourne, Asquith & Bonar retomaba el ritmo frenético con el que había comenzado la jornada. La plana mayor se encontraba reunida en la sala de juntas principal.
—¿Todo listo?
—Sí, señor. Ya llegó el jurista ruso, está en la sala dos —respondió Catherine.
—Si no hay inconveniente comencemos con la segunda parte de la reunión.
Al no mostrar nadie oposición alguna, Bourne pulsó el intercomunicador:
—Señorita Ivonne, haga pasar a nuestros invitados.
La secretaria se levantó en busca de Palacios y Robles que esperaban en la sala vip. Después se dirigió al antedespacho principal donde se encontraba el auditor decano lord Russell.
Una vez efectuadas las presentaciones, realizadas con rigor protocolario, el socio más antiguo, Chales Bourne, comenzó la exposición. En una síntesis estudiada puso en antecedentes a los recién incorporados:
—Ante la posibilidad de que este bufete pueda ser parte en las actuaciones que iniciamos, le ruego a Lord Russell que de fe del anexo al contrato de mandato, firmado en marzo de 1910 entre el Gran Duque Dimitri Constantinovich de Rusia y este despacho. Así quedará clarificada nuestra intervención en todo el proceso.
El veterano auditor leyó con detenimiento los contratos. Tomó datos y referencias.
Mientras esto sucedía sir Charles, en un movimiento estudiado, se dirigió a Palacios y a Robles:
—Pueden leer en las pantallas los contratos suscritos entre la Chancery Lane Safety Deposit y este despacho, así como el firmado con el mencionado Gran Duque.
Siguieron la lectura sobre la pantalla con suma atención. Palacios tomó unas notas sobre algunas frases que se le escapaban en la traducción. Cada duda la mostraba, de forma disimulada, a Robles que, de la misma manera, asentía dando a entender que conocía el significado de las expresiones.
El veterano lord Russell dejó pasar unos instantes, y estampó su jeroglífica firma de conformidad y con movimientos pausados indicó a la joven abogada que procediese a abrir el sobre lacrado.
Retiró con sumo cuidado el sello. Desechó una copia en caracteres cirílicos y comenzó la lectura de la copia en inglés, después de advertir a los presentes de este hecho.
««Instrucciones complementarias al contrato suscrito el veintiocho de marzo del año 1910, entre el despacho de los señores Barlow y Asquith, abogados en ejercicio de la ciudad de Londres, y la Corona Imperial Rusa representada en este acto por el Gran Duque Dimitri Constantinovich.
La finalidad última del contrato del depósito de referencia es resguardar de los avatares terrenales las dotes de matrimonio de las Grandes Duquesas, hijas legítimas de su Majestad Imperial Nikolái II, Emperador y Autócrata de todas las Rusias y garantizar que puedan constituir sin ataduras su ajuar con la dignidad propia de su clase.
Se establecen para el buen gobierno de los bienes depositados las siguientes cláusulas que obligan tanto a los mandatarios contratados como a los solicitantes del inicio de procedimiento.
Primera.- Cláusula excluyente de renuncia.
Si el promotor peticionario de la apertura y publicidad de estos acuerdos, o simplemente el iniciador de este proceso, no fuese persona expresamente autorizada por su Majestad Imperial, nuestro señor Nicolás II o por la zarevna: Gran Duquesa Olga Nikolaievna Romanova, con acreditación de su mayoría de edad, podrá excluirse tal promotor, sin más, de las acciones reguladas en el presente mandato, traspasando la custodia de la llave, que motiva esta lectura y acuerdo, al despacho de abogados Barlow & Asquith; recibiendo una compensación y premio por tal hecho de siete mil rublos oro como recompensa a su salvaguardia y conservación. Caso de no aceptar tal recompensa hará inexcusablemente causa común con el despacho de abogados garantes de este proceso y quedará obligado a lo acordado por y para ellos. De no avenirse será excluido sin más»»
—Aquí exige la aceptación o renuncia de los custodios de la llave o iniciadores del proceso para poder proseguir con la lectura de las condiciones sobre este punto concreto.
—Por favor, lord Russell. Tome declaración al señor Palacios —decretó el abogado Bourne.
—Firmaré la renuncia a la indemnización, y seguiremos con el proceso; ya que mi cliente mantiene sus derechos —enfatizó Palacios.
—Siga con la lectura, Catherine.
««Segunda.- El contenido de la caja de seguridad, tanto joyas, dinero en efectivo, valores y títulos de propiedad serán entregados como dote, sin más limitación que la proximidad de su enlace matrimonial, a la primogénita de nuestro señor Nicolás II, la Gran Duquesa Olga Nikolaievna Romanova, y en sustitución por el orden de edad a sus hermanas las grandes duquesas Tatiana, María y Anastasia. Si por cualquier causa no se pudiese aplicar al fin para el que se constituye este depósito se cederá el dinero en efectivo y los valores mobiliarios a los presentadores y revertirán las joyas y objetos de arte al Tesoro Nacional de nuestra santa tierra Rusa.
Tercera.- Si la caja fuese abierta por personas ajenas a la casa real, por imposibilidad manifiesta de los titulares, dejará de tener validez las condiciones restrictivas impuestas en el contrato, prevaleciendo las de este anexo. Siendo, desde esos momentos, responsabilidad exclusiva del depositario legal, o en su defecto del despacho de abogados Barlow & Asquith, el gobierno del contenido de la caja. Asimismo cumplirán estrictamente las órdenes selladas que se encuentran en la misma caja de seguridad y custodiarán el cartapacio rotulado “Órdenes a seguir por mandato de nuestro señor Nicolás II” que existe en su interior.
Cuarta.- Si el depositario no es persona integrante de la Casa Imperial de nuestro señor Nikolái Aleksándrovich Romanov o mandatario con plenos poderes de representación, se actuará de la siguiente forma: Se cumplirá con justicia y equidad lo establecido con anterioridad y se dará curso y destino a las ordenes precitadas. Los abogados Barlow & Asquith entregarán el cartapacio que contiene las órdenes al señor embajador en Londres de nuestro señor Nicolás II, zar de todas las Rusias o al heredero legal que resulte, y en caso de no existir representación diplomática al más alto nivel lo harán, procurando todos los medios a su alcance, directamente al titular de la casa imperial.
Quinta.- Lo establecido en esta disposición, expresamente dictada por nuestro señor Nicolás, está encaminada a perpetuar y proteger su estirpe siendo el último beneficiario nuestro amado pueblo.
Que Dios proteja al Pueblo Ruso y a la Santa Tierra Rusa.»»
—Figura a continuación la firma del Gran Duque Dimitri Constantinovich en nombre y por orden su majestad imperial Nikolái II, zar de todas las Rusias. Fechado el 10 de abril de 1915
—Muy bien, gracias, Catherine —intervino Chales Bourne—. Tendremos que validar este documento con el escrito en ruso. Si no existen discrepancias, redactaremos el acta con las indicaciones que formule lord Russell. También prepararemos la renuncia expresa del señor Palacios de la cantidad que le correspondería por custodia; ya que continúa asociado al proceso. Que por cierto, no sé si necesitarán alguna aclaración con los términos empleados. Señores…
—Todo entendido con claridad meridiana, sir Bourne —dijo con rotundidad Palacios después de consultar con la mirada a su amigo Robles—. Además no vamos a renunciar; ya que tenemos instrucciones de llegar hasta el final y que realmente no lo veo tan lejano.
—Tendrán que ceñirse entonces a las instrucciones que nos obligan; y aunque no sea el momento más oportuno debemos de fijar nuestras posturas con claridad.
Un nuevo gesto afirmativo dio paso a la intervención de otros socios.
—Añado: Y discutir o dilucidar nuestro papel, además del estrictamente encomendado, en todo este asunto —propuso Edward Asquith, que hasta ese momento había permanecido en silencio—. Debemos de definir los actores reales y ceñirnos a lo estipulado e incluso pasar al plano crematístico.
—Tienes toda la razón, Edward —retomó la palabra Chales Bourne—. La situación no se corresponde con la ideada por el zar Nicolás. El depositario de la llave no pertenece a la casa real, que se sepa. No hay descendientes directos del zar que según nuestras leyes puedan considerarse con derecho a participar en la apertura de la caja, al menos eso creo.
—No estaría de más el dictamen de un experto en casa reales y prelaciones dinásticas—puntualizó Charlotte.
—Buena observación, querida socia, pero no tenemos la seguridad de que existan bienes o documentación para entregar de forma inmediata y urgente al embajador actual de Rusia, o a quien corresponda, después de tantos años.
Se hizo un silencio que fue roto nuevamente por Charlotte.
—¿Cuál es su opinión lord Russell?
—No estoy aquí para opinar, si no para dar fe. Sin embargo debido a nuestra amistad y sin que conste en acta, daré mi parecer: El Gran Duque Dimitri confió plenamente en los profesionales de este despacho, al extremo de hacerlos depositarios de toda esta información, que si bien ha permanecido oculta cien años, su abuelo —se dirigió a Edward Asquith— fue conocedor del documento, como lo es usted ahora. El acuerdo solo les obliga a cumplir con lo que deparen las instrucciones y en entregar el cartapacio o instrucciones secretas. Repito es mi opinión, no es un dictamen.
Las palabras del veterano lord fueron seguidas con gran atención por todos los presentes.
Chales Bourne le tendió la mano y se la estrecho con fuerza.
—Gracias por expresarse con tanta claridad, lord Russell, su opinión es para nosotros dogma de fe, que dirían los católicos. —Desvió la mirada hacia Alfonso Palacios.
—No confíe demasiado en la opinión de un viejo; sí de su experiencia. Si se involucran ahora a más actores, con seguridad no veré el resultado y quizás tampoco muchos de ustedes: Lis litem generat —sentenció.
—Efectivamente «de un pleito a otro pleito».
—Me ausento para la redacción de los documentos. ¿Me acompaña Catherine?
Abandonó la reunión en compañía de la joven. El socio principal se dirigió a sus asociados
—Edward, Charlotte. ¿De acuerdo?
Ambos asintieron.
—Todo está correcto, señor Bourne. Pero me gustaría fijar nuestros próximos movimientos en todo este affaire —manifestó Palacios—. Reclamamos el protagonismo que merece nuestra contribución.
—La tendrán, y en primera persona. Acudirán ustedes a la apertura de la caja en compañía de Charlotte, y por supuesto acompañados de nuestra seguridad. —Miró con determinación a Palacios—. Detecto cierto espíritu aventurero en ustedes al renunciar al valor actual de siete mil rublos de oro sin dudar un segundo.
Palacios mostró al abogado la pantalla de su tableta. Una cantidad superior a los doscientos mil euros era el resultado de la actualización de la oferta a la que renunciaban.
—No es una apuesta, sir, es una inversión. Si se confirma nuestra intuición, es una inversión segura —dijo con rotundidad Palacios.
—¿Han jugado con ventaja?
—No, sir Charles. La ventaja, en todo caso sería suya. Nosotros seguimos desde hace tiempo una pista, que se acaba de confirmar. Ahora sabemos los dos, que estamos hablando de la dote que el zar Nicolás instituyó y que ninguna de sus hijas pudo disfrutar para su desgracia. La figura de depositario adquiere así una importancia vital; ya que me imagino que no habrá reclamaciones pendientes de ninguna nueva Anastasia.
—Anastasias hubo muchas, aunque la más mediática fuese Ana Anderson. Su lucha durante tantos años por demostrar su identidad, se encontró con la oposición de los tribunales y como telón de fondo a la familia real británica en especial su presunto primo Lord. Ahora mismo voy a informar, al menos parcialmente y sin romper las cláusulas de confidencialidad, al colega jefe de los servicios jurídicos de la embajada rusa. En mi opinión hasta saber lo que contiene la caja de seguridad no se le debe de informar plenamente.
—Dentro de poco se cumple el centenario de los asesinatos de la familia imperial rusa. Por el mero transcurso de tiempo no puede aparecer una nueva aspirante a Gran Duquesa… hija del Zar Nicolás II —argumentó Charlotte.
—Pero siempre habrá alguien que se crea con derecho… —dijo Palacios
—A bote pronto, me viene a la memoria los descendientes de un primo del Zar: Vladímir Kirílovich. Creo que están radicados, en su país —señaló Edward Asquith.
—Algo sé. Hasta hace bien poco y sin faltar al respeto me parecían personajes de opereta. Ocupaban páginas y páginas de papel cuché; aunque ahora parecen desbancados por protagonistas populares de escasos méritos o logros y que se limitan a hacer público sus miserias.
—También sabemos aquí de eso —respondió Charlotte.
La conversación, en espera de la redacción del acta, se prolongó durante más de media hora volviendo a girar sobre la intervención de Jorge V, o mejor dicho: la no intervención, en la liberación de su primo Nicolás II. Palacios, en un pronto patriótico, recordó con rotundidad las gestiones de Alfonso XIII y que por falta de información se extendieron a fechas posteriores al magnicidio en masa de la familia Imperial.
Una indicación de la secretaria anunció el final de la redacción.
—Si tiene la documentación preparada y lista, nos vamos a retirar. Propongo acudir a la Chancery Lane a primera hora del próximo lunes. Por nuestra parte no creo necesario que nos acompañe un operativo de seguridad. Pero si se quedan más tranquilos… —señaló Palacios
—La seguridad es esencial y se limitará por nuestra parte al chofer, que es un avezado agente de seguridad. A las nueve y media de la mañana, si les parece bien, les espero en el bufete. Confiaremos el otro 50% de la seguridad de la operación a su compañero el señor Robles.
—Si así lo desea aceptamos. No tenemos inconveniente
—Perfecto. Entonces saldremos de aquí en un vehículo del despacho. Por cierto —miró a Robles— les recuerdo las estrictas leyes de control de armas de fuego que tenemos en el Reino Unido.
—No tenemos problema alguno, madam. El lunes a las nueve y media estaremos aquí.
En Moscú, a pesar de la época primaveral, reinaba un viento norte que aconsejaba el permanecer a cubierto. Piotr Korolev en su centro de información, anexo al apartamento de la avenida Kutuzovsky, mostraba la satisfacción que le proporcionaba la noticia que transformaba una leyenda en realidad. Después de muchos años tomaba cuerpo y adquiría firmeza la pista del llamado «tesoro del almirante Kolchak». Estaba probado que una parte de las reservas de oro del Imperio ruso se habían volatilizado en noviembre de 1918, tan solo unos meses más tarde del regicidio y masacre de la familia Imperial. El almirante Aleksandr Kolchak, líder del «Movimiento Blanco», había intentado llevar parte del tesoro nacional (La mitad de las reservas de oro de San Petersburgo) a Irkutsk, en Siberia oriental. Con ese caudal pretendía rearmar al «ejército blanco» en la guerra civil contra los bolcheviques.
Según la información que tenía Korolev más de ciento ochenta toneladas de oro habían desaparecido tras el descarrilamiento fortuito del ferrocarril que transportaba el oro, y que se suponía que descansaban en las profundidades del inmenso lago Baikal.
De pie, a una distancia que denotaba respeto, Andrei Davydenko, confidente del capo y funcionario con un alto puesto en la administración estatal, informaba con detalle de sus últimas pesquisas.
—Pero señor, le estoy diciendo que algunos de los lingotes rescatados de las profundidades del lago Baikal por del batiscafo Mir-2 son falsos. Se comprobó que son de plomo con un ligero baño de oro.
—Todo encaja. Alguien los sustituyó y alguien los tendrá, ¿no? —aseguró Korolev.
—Señor, le digo que son de plomo, y usted parece alegrarse por tal hecho.
—Ahora le aclaro el motivo de mi alegría y satisfacción, tenga paciencia. Continúe y remate la explicación.
—Muy bien, señor. Las cajas «pescadas» se encontraban a cuatrocientos metros de profundidad. Faltan algunas más que pueden estar atrapadas aún en los vagones. Lo malo es la profundidad en donde se encuentran las restantes, a más de mil quinientos metros, en el fondo del lago.
—Pero… a esas profundidades…
—Para los MIR será una inmersión menor comparada con las que realizaron en el mismo Polo Norte.
—¿Qué proporción estima usted, Davydenko? ¿Cuántos lingotes de plomo hay sobre el total?
—Hasta ahora se han localizado veintiocho cajas llenas de plomo de un total de ciento once, y treinta y cinco lingotes de ciento cuarenta lingotes sueltos.
Korolev tecleó los datos en su ordenador. Frunció el ceño y entrecerró los ojos. Dejó transcurrir unos segundos:
—Si partimos que los lingotes de plomo rescatados representan aproximadamente un veinticinco por ciento de total… Hubo un desvío, en su día, de unas tres mil quinientas cajas a un lugar secreto y que fueron sustituidas por las falsas. En un cálculo rápido hablamos más o menos de nueve mil millones de dólares, a precio de hoy en día.
—Un verdadero tesoro, señor. Pero seguimos sin saber dónde escondieron los lingotes originales. Existe la leyenda o la creencia popular que el oro se enterró en la ribera del lago, en espera de mejores tiempos —apuntó Davydenko. Con un gesto reflejo comenzó con el rito de encender un largo cigarrillo Belomorkanal.
Korolev lo miró sorprendido.
—Perdón, señor. No me he dado cuenta y con los…
—Continúe, Davydenko. Deme uno.
Volvió a dejar pasar unos segundos, mientras encendía el cigarrillo, prolongando el misterio sobre el destino final del oro desaparecido oficialmente en 1918, y que años antes había tomado otro destino.
—Voy a llamar a Gorb. Quédese y será partícipe de nuestro secreto y de la pista sobre ese tesoro perdido. A partir de ahora forma parte del equipo de recuperación. La omertá es exigencia de niños con la que aplico yo.
—Lo sé, señor. Sabe de mi lealtad y de mi entrega.
—Desde hace años buscamos las pistas sobre ese envío de oro. Primero teníamos que confirmar el saqueo del propio tesoro nacional al comienzo de la Gran Guerra. Partimos con la ventaja de la información de los depósitos que hizo el zar Nicolás en Londres y otras ciudades; aunque parte ordenó repatriarlo posteriormente. El montante económico en todo caso es muy importante, y si hemos continuado con el operativo es por la posible conexión, que se confirmó paso a paso, con otra pista. Por una filtración desde el extranjero, debida a una peritación aparentemente sin importancia, hemos recuperado el rastro de las dotes de las hijas del Zar Nicolás II. Estoy seguro, realmente es una intuición, que existe una ligazón entre éstas y el oro distraído del Tesoro Nacional.
Davydenko siguió con sumo interés las explicaciones del capo que interrumpió momentáneamente su discurso.
—Gorb, tenemos noticias interesantes, tienes autorización para subir el nivel de la investigación, te doy vía libre —resumió Korolev las últimas novedades a través del teléfono encriptado—. Te quiero con tu gente esta misma tarde en Londres. Como ves, desde la distancia, tengo que hacer todo el trabajo de prospección.
—Señor, hicimos lo que pudimos con el profesor. No calculamos las casualidades que se produjeron…
—No es exclusivamente lo que te acabo de relatar, Gorb. Las noticias recibidas de la embajada no dejan lugar a duda. El despacho de abogados Bourne, Asquith & Bonar ha solicitado apoyo legal en un asunto que está conectado con nuestra investigación, y por lo que han anticipado tienen que ver con una próxima reunión con el señor Palacios. El encargado de negocios no ha perdido el tiempo. Tenemos controlados a la pareja de entrometidos.
—¿Están localizados?
—Afirmativo. Como agentes secretos no tienen desperdicio. Se han alojado en el Charing Cross evitando otros hoteles de más categoría —dijo Korolev con sorna.
—Salimos ahora mismo hacia Londres.
—Tienes que tener en cuenta que les acompañaba, según un primer informe, una tercera persona con apariencia de pertenecer a la policía británica. Activa a una de las parejas «ilegales» de las que aún mantenemos en las islas. Que se alojen en el mismo hotel y coloquen escuchas en las habitaciones de nuestros objetivos. Habilítalos con «medidas especiales».
—Tendré que pedir confirmación de los elegidos ya que algunos de nuestros «durmientes» están en fase de desactivación definitiva «por servicios prestados».
—No les estamos pidiendo una intervención de mokrie dela, no es una acción de sangre. —Empleó Korolev la jerga para denominar a las acciones violentas de la KGB—. Que actúen con profesionalidad, que serán recompensados.
—De acuerdo, señor.
—Por cierto, Gorb. Advierte a Lyudmila Doronina y a Viktor que no admito más fracasos. La prensa parisina se hace eco de la brutal agresión sufrida por el reconocido profesor Tarkovsky en su estudio al enfrentarse a unos ladrones albaneses. No creo que se atreva a denunciarnos por el escudo que tenemos gracias a la historia que le contamos referida a Natasha Larina. Cuando finalice la operación quiero mudito al profesor. Va en ello… ¡vuestra vida!
—Una entre mil, jefe. Por el estado en que quedó el Tarkovsky es imposible que se haya recuperado. Solo existe la posibilidad de que fuese reanimado por profesionales ipso facto. No lo entiendo…
—No es asunto de entendederas, Gorb. Es la tozuda realidad. El profesor está a salvo y recuperado. ¡Y no creo en los milagros! ¡No hay disculpa posible!—alzó la voz Korolev.