11 En busca de Nikolái Tarkovsky

 

 

 

La investigación privada seguida por Patrick Mills, agente de la Interpol y amigo de Alberto Robles, dieron sus frutos. El informe reducía la búsqueda a tres firmas de abogados de la calle Oxford en la capital londinense; bufetes de condición destacada en la primera mitad del siglo XX y con importantes relaciones con la nobleza de la época.

—Vistos los resultados prometedores tendremos que trasladar el teatro de operaciones a la City. Suponiendo, claro, que continuemos con el programa previsto—propuso Robles.

Alfonso Palacios sopesó la respuesta.

—Deberías de proseguir tú solo la investigación… Pero en esta ocasión, por si hay algo que negociar por parte de los Villegas, te acompañaré. Para no parecer una excursión de la tercera edad en viaje londinense, convenceré a Luis para que no venga y se quede en Madrid.

—Me parece muy bien, Alfonso.

—Antes de dar este paso me gustaría contactar con Nikolái Tarkovsky para que nos amplíe todo lo referente a la llave y al crucifijo. Intenté localizarlo en varias ocasiones y no tuve suerte. Comienzo a estar seriamente preocupado… Muy preocupado, sobre todo después del intento de robo en el despacho y del asalto al Instituto Tecnológico con la brutal agresión a su director… Pobre Marchena. Espero que se recupere sin secuelas.

—Todo indica que Tarkovsky se quitó de en medio.

—Sería la primera vez que actuase como un cobarde. Lo conozco bien y sé que ha pasado por situaciones difíciles y siempre ha dado la cara. No considero esa posibilidad —aseveró Alfonso Palacios.

—Tú, le conoces mejor que yo. Si quieres intento localizarlo en París…

—¡Vas a movilizar a toda la Interpol! Antes pretendo localizarlo por nuestros propios medios. Intentaré hablar con la dueña del restaurante de su amiga Geraldine al que acudimos siempre y al que se refiere su escueto mensaje de hace un par de días: Au Moulin à Vent.

—Tarkovsky nos tendrá que ilustrar sobre las pistas que te sugirió —consideró Robles—. Con la escueta información que poseemos es difícil de avanzar, máxime teniendo enfrente a toda una colección de sesudos y respetables abogados de la City, que son maestros utilizando las frases de cortesía como pregunta o respuesta. Si no andamos espabilados serán ellos los que nos examinen a nosotros.

Observó que Alfonso Palacios rebuscaba entre múltiples folletos y anotaciones en un atestado tarjetero.

—Perdón, Alberto, estaba buscando el teléfono del restaurante, no lo encuentro. Miraré en el la libreta de direcciones del «móvil».

Tecleó durante unos segundos.

—¡Ya está! ¡Lo tengo!

—No es mala hora para llamar. Inténtalo ahora, por lo menos ella estará en el local—animó Robles.

—De acuerdo… —. Marcó el número.

Allô, bonjour. Au Moulin á Vent.

Bonjour. Je veux parler de Madame Geraldine. Je suis Alberto Palacios.

—Un momento, señor —respondió una voz femenina con acento caribeño.

Al cabo de unos instantes la responsable del restaurante contestó en un español aceptable:

—Me alegro de oírle, Palacios. Esperábamos la llamada. Un amigo común respirará más tranquilo. Un segundo, paso la llamada… ¡Ah! Espero verle en breve… Siempre hay una mesa esperando para usted —dijo en tono sensual Geraldine.

Sentado en una apartada y discreta mesa Nikolái Tarkovsky daba buena cuenta de unas ancas de rana salteadas con mantequilla y ajo, especialidad de la casa.

—Amigo, tienes que disculparme. Siento de corazón haber abandonado Madrid sin previo aviso y de esa manera tan poco ortodoxa. Razones no me faltaban para comportarme de esa forma. Con el trabajo acabado consideré que era mejor...

—Deja las disculpas para otra ocasión, Nikolái. Ahora dime cómo puedo reunirme contigo para saber de primera mano tu interpretación del galimatías que se ha formado.

—Ya tengo finalizada la peritación. La enviaré… ¿¡Usted!? ¿Qué…?

El ruido del teléfono golpeando en la mesa del restaurante interrumpió el diálogo.

—¿Nikolái? ¿Qué sucede? ¡Por Dios, dime algo!

Lejos estaba Alberto Palacios de imaginarse la escena en el Moulin á Vent.

—¿Están sabrosas las ancas, profesor? —dijo Marc Gorb con voz grave. Se sentó enfrente de Nikolái. Con un gesto le indicó que cortase la conversación.

—Ya le dije todo lo que sé sobre los iconos y demás piezas de la colección a su jefe, el señor Korolev —dijo con voz entrecortada Nikolái Tarkovsky. Reparó en el bigote y perilla pelirroja que lucía el ruso. Aparentaba más peso que hacía unos días: sin duda un buen disfraz.

—Solo quiero hacerle unas preguntas. Algunas dudas que tiene mi patrón sobre las piezas que está peritando.

—Le repito que ya…

—¿Por cierto va a pedir algo más? Yo con su permiso pediré un buen filete, quizás algo fuerte para esta hora, pero me gusta compaginar comer con una buena conversación entre amigos.

El maître se acercó ceremoniosamente. Sin volverse Gorb ordenó su menú.

—Voy a acompañar al profesor, al que gustosamente invitaré. Un chateaubriand a la pimienta, poco hecho, estará bien. —Hizo una pausa mirando la carta de vinos— ¿Un burdeos châteu Rahoul… es adecuado?

—Buena elección, señor.

—¿Quiere acompañarme, Nikolái?

—No…, no gracias. Seguiré con lo mío. Un arroz con leche es suficiente —acertó a decir el profesor.

Gorb retomó la conversación exaltando la labor de mecenas de Korolev por su empeño en rescatar el patrimonio ruso expoliado en la segunda guerra mundial. De vez en cuando introducía y repetía la palabra «patriota» y la coletilla «Para recuperar las colecciones de arte de nuestra madre Rusia».

Con inusitada rapidez el camarero sirvió el solomillo en una sola y hermosa pieza de más de seiscientos gramos. A indicación de Gorb no lo fileteó y lo emplató entero.

—Creo —dijo Gorb— que su colaboración en este asunto es muy importante y con seguridad, como persona inteligente que es, evitará que tenga que emplear métodos expeditivos para estimular su memoria.

Nikolái no podía apartar la mirada de la mano del mafioso cortando la carne de buey mientras hablaba sin pausa. Intensificaba el corte mientras le miraba fijamente a los ojos. La imagen de un animal degollado le asaltó. El estómago del profesor sufrió las consecuencias de la tensión y renunció al postre que le ofrecían.

Gorb finalizó el almuerzo con una copa de Calvados. Después de pagar en efectivo y dejar una buena propina, dijo:

—Le acompaño a su estudio. Será para mí un honor atender a sus explicaciones sobre los iconos de la escuela de Nóvgorod.

Correspondió con un gesto al saludo del maître. Le indicó a Nikolái que abriese la marcha hacía la salida. En el exterior les esperaba un Citroën C5. El conductor era el sicario compañero de vuelo del profesor: «No doy ni una en el clavo», pensó. El gesto de desánimo se acentuó.

—Llévanos al estudio del señor Tarkovsky.

 

 

 

La preocupación de Alfonso Palacios aumentó al extremo al reconocer el idioma ruso en las palabras que Gorb había pronunciado. Volvió a llamar al restaurante no obteniendo respuesta. Después de varios intentos Geraldine le confirmó que Nikolái había abandonado el local en compañía de un hombre corpulento. Mostró su extrañeza ante el hecho de que no se despidiese de ella o al menos le hiciese alguna indicación.

—A media comida se presentó un señor que se sentó en su mesa y lo acompaño hasta el fin del almuerzo. Como le digo, siempre pasa por la cocina o por mi despacho para despedirse. Viendo lo ocurrido creo que estoy autorizada a decirle que está alojado en un ático de mi propiedad, en este mismo edificio. Estaré atenta a su regreso.

—Muy bien, Geraldine

—Una última información. Según el maître, ambos subieron a un vehículo particular que les esperaba. También me apuntó que oyó como el acompañante decía algo referente a una colección de iconos de un nombre ruso que no recuerda. Prestó atención a la conversación al ver a nuestro amigo algo demudado. Incluso le chocó que no quisiera su postre favorito después de haberlo ordenado.

—Muy agradecido Geraldine, le ruego que cuando se presente Nikolái le diga que me llame. Repito muchas gracias por todo. Un beso, au revoir.

Le facilitó un número de teléfono de los que tenía Robles operativos.

—Amigo, me da la impresión que antes de comenzar las pesquisas en Londres vamos a tener que pasar por el Sena.

—Sabes que estoy disponible y dedicado en exclusiva al asunto de la llave misteriosa —respondió con ironía Robles.

—Preparemos el equipaje.