El general Franco utilizó para su provecho político a una serie de personajes que en algún momento de su vida habían tenido, por pequeña e insignificante que fuera, alguna relación con el carlismo. Eran los «carlistas» de Franco. La mayoría de ellos eran simples traidores a la causa que los había acogido en un momento de su deambular por la política, fuera en la Guerra Civil en un tercio de requetés, en una candidatura circunstancial en unas elecciones municipales, o que en su juventud habían pertenecido a la AET. Procedían del monarquismo alfonsino a la deriva en época de la Segunda República, de la propia Falange Española, de la CEDA de Gil Robles, de la Acción Popular del cardenal Herrera Oria y de la posterior ACNDP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas), o de los legionarios del doctor Albiñana.
Franco los domesticó y los colocó en el aparato del sistema, asegurándoles un sueldo y una relevancia social, aunque en realidad fuera de dudosa honorabilidad. Estos individuos sólo tenían que declarar que eran «carlistas», e incluso tradicionalistas, y que estaban con Franco y no con don Javier o don Carlos Hugo.
La lista de tránsfugas o traidores fue larga. La dura y larga posguerra facilitó esta operación. No obstante, sólo vamos a referirnos a un ramillete de ellos, a los más importantes o, en su caso, a los más estrafalarios o llamativos.
Esteban Bilbao, presidente de las Cortes de Franco y patrocinador de Carlos VIII.