CAPÍTULO III 

DAVID ENCARÓ a todos en la habitación, Y les dijo: 

—Créanme, ese dinero que dicen que he robado, nunca hubiera valido la pena. Pero uno de ustedes lo robó... y con ello robó seis años de mi vida, y les aviso ahora y aquí, que cuando encuentre al canalla que lo hizo, lo voy a golpear hasta que le saque el alma —miró una cara después de la otra, como esperando con desesperación que algún detalle involuntario le revelara la verdad. Luego continuó—: Bien, Lewis, entiendo por lo que ha dicho Miss Forrest que hubo muchas preguntas sin respuesta. Por favor, formúlelas.

Lewis Cruickshank arregló dos pilas de documentos, frente a él, en el escritorio. Tenía todo el aspecto. de estar gozando la situación. 

—En primer lugar —dijo en tono autoritario— permítaseme repetir algunos de los hechos más salientes, aun cuando, si no eres inocente, por supuesto te serán conocidos. 

—¿Quiere usted, por lo menos por el momento, concederme el beneficio de la duda? 

—¿Habrás notado —dijo Cruickshank— que he usado las palabras "si no eres inocente", y no "culpable"? 

La distinción, pensó Roger sardónicamente, era más bien buena; pero Cruickshank era el tipo de hombre para saborear esas sutilezas. 

Estaba contento de que se hiciera el bosquejo general de la historia. La mayor parte de los que estaban allí, la conocían en detalle, y había temido que se sumergieran en tecnicismos, sin dar siquiera la oportunidad de escuchar los hechos básicos. Pero Cruickshank estaba en su elemento. No había de omitirse detalle alguno, ningún hecho, ningún matiz. 

Cruickshank se aclaró la garganta. 

—Muy bien. Todo sucedió, como ustedes recordarán, en junio, hace seis años... 

Los términos usuales comerciales en el negocio Metcliffe eran los pagos por los clientes el día 10 del mes siguiente al que se habían hecho las entregas, y el pago a los abastecedores de Metcliffe, se hacían el 11. Esto significaba que siempre había un elevado monto de dinero entre el 10 y el 15 de cada mes. En esta ocasión hubo una mayor acumulación todavía de lo corriente, porque el resultado del mes anterior había sido muy superior. 

Todos los directores sabían que había sido un récord. Cruickshank no hizo hincapié en esto al hacer su narración: era un comentario que Roger Schofield se hacía para sí mismo, mientras estaba sentado y escuchando. 

El día 15 de junio se firmaron los cheques y se enviaron como siempre a los abastecedores de Metcliffe. Rebotaron... 

Fue Colin Newman quien recibió los indignados reclamos, y quien llamó sin demora a sus co—directores. No podían creerlo. Debía haber amplias reservas para cubrir esos cheques. Pero no se tardó mucho en establecer que dos o tres días antes, algo así como ciento quince mil libras esterlinas habían sido trasferidas de la cuenta bancaria de la firma a una cuenta numerada en un banco suizo. 

David Newman estaba en Suiza en ese momento Aun más, las firmas de Jackson Hibbert y David Newman estaban en las solicitudes al Banco de Inglaterra, requiriendo permiso para trasferir esa suma a Suiza. Hibbert declaró sin titubear que su firma estaba falsificada; muy bien hecha, pero tenía que ser falsificada por la buena y simple razón de que nunca había firmado dichas trasferencias. 

—Un momento —interrumpió David en ese momento de la narración de Cruickshank—. ¿Usted aceptó que Jacko, simplemente, negara que fuera su firma? 

Cruickshank asintió. 

—¿Pero se presumió que la mía era auténtica? 

—Sí. 

—Entonces me gustaría adherirme a lo que Jacko dijo. Niego categóricamente haber firmado ninguna trasferencia en libras esterlinas, por una cantidad como la que está en cuestión. ¿Cómo nos coloca eso? 

—Indicaría —dijo Cruickshank—, que ambas firmas fueron falsificadas. 

—¿Alguna de las firmas fue objetada por el Banco? —intervino Roger. 

—No. 

—Entonces, si puedo hablar, diré que eso sugiere dos posibilidades más. Puramente hipotéticas, por supuesto, pero pienso como uno de afuera... bien, mi primer idea es que a pesar de lo que dice David la firma puede ser suya. Y la otra es que, a pesar lo que dice Mr, Hibbert, también puede ser su firma... 

—¿Qué demonios está usted insinuando, Schofield? —dijo Hibbert colérico. 

—Sólo sugiero que hay cuatro distintas posibilidades con respecto a esas firmas. Sin embargo, la policía parece haber emitido una orden de arresto contra David Newman, teniendo en cuenta sólo una de ellas. Eso es todo. 

—Estoy seguro de que la policía debe haber investigado todas esas posibilidades. Usted sabe que no son idiotas. 

—¿Cómo puede haberlas investigado, cuando surgen tres de ellas, después de la negación de David? 

Cruickshank movió sus papeles. como indicando que deseaba seguir con su narración.

—Mr. Schofield... la firma de David Newman en la trasferencia del Banco forma sólo una pequeña parte de la evidencia contra él. ¿Desea oír el resto? 

—Continúe —dijo David. 

Los más grandes abastecedor es de Metcliffe eran Kranz y Meyer. En un juego de facturas que cubría una de sus consignaciones, el carbónico falló en una copia. de manera que, esa factura estaba en blanco. Esa factura fue utilizada por la parte culpable para engañar al Banco de Inglaterra. Nuevos detalles se escribieron en ella, incluyendo una orden de pago por ciento quince mil libras esterlinas para la cuenta numerada suiza. Por la gravitación de la factura, el Banco de Inglaterra aceptó la trasferencia, y con las firmas de Hibbert y de Newman el banco de Metcliffe, acordó remitir el dinero. 

El tipo de letra de la factura era el mismo de la máquina de escribir de la oficina de David Newman. La existencia de la factura en blanco, fue recordada por Colin Newman; también recordó que se la había mostrado a su hermano, cuando aquélla apareció. Con frecuencia se enviaban a Metcliffe más copias de facturas de las necesarias y, por consejo de Cruickshank, Colin dejaba las que estaban en blanco pinchadas a algunas otras, para el caso de que alguna vez hubiera un interrogante. Se lo había mencionado con cierta timidez a la policía, y luego había tratado de encontrarlas para mostrárselas. La Sección Defraudaciones evidenció algún interés en el asunto... más del que había demostrado Colin... y pronto se estableció que las facturas en blanco habían desaparecido. 

Los suizos, siguió señalando Cruickshank, tienen más respeto por el secreto de las cuentas bancarias que ningún otro país de Europa, tal vez del mundo, y el sistema bancario de las cuentas numeradas es parte de ese secreto. Para el banco implicado en el caso Metcliffe, la utilización de los fondos que habían sido trasferidos era una transacción completamente normal. El banco compró algunos títulos al portador. siguiendo instrucciones de su cliente y se los entregó a una persona autorizada cuando fue a buscarlos. 

A pesar de su discreción, el banco, sin embargo. se sintió obligado a dar alguna información cuando la policía descubrió que la transacción había sido un asunto criminal. Dio el nombre de la persona que operó en la cuenta: el nombre era el de David Newman. 

No era sólo el nombre, sino que la cuenta había sido abierta cinco años antes y operaba continuamente con el nombre de David Newman. Cada una de las firmas en cada uno de los documentos relativos a dicha cuenta, en esos cinco años, era algo que los banqueros de Metcliffe en Inglaterra. hubieran aceptado sin la menor objeción. 

—Sin la menor objeción —dijo Cruickshank pomposamente, recostándose en el sillón para contemplar el efecto de sus palabras. 

Roger miró con aprensión a David. Su amigo se había doblegado, como si el peso de esa evidencia fuera demasiado grande para soportado. 

—¿Quiere, en verdad, que continuemos con esta farsa, David? —le preguntó Hibbert. 

—Si ustedes desean quedarse un poco más, encantado —contribuyó Theo Henderson—. Yo no tengo intención de llamar a la policía. No dudo que otros lo harán —parecía fatigado, como si el asunto ya hubiera terminado, en lo que a él concernía. 

—Mi ofrecimiento referente a la fianza, sigue en pie —ratificó Margaret Kingsley. 

Roger le lanzó una aguda mirada, acicateado por una repentina sospecha que no le agradó. ¿Podía estar implicada? Ella había intervenido muy rápidamente cuando Metcliffe se encontró en apuros. Se había hecho cargo de la situación, se había asignado una buena posición, y asegurado una buena renta. No era que necesitara los ingresos; pero había demostrado ser el tipo de mujer que encuentra placer en los negocios. Su dinero invertido en Metcliffe no había sido una dádiva caritativa; había sido una lucrativa inversión. 

—Mr. Newman —era la voz de Angela Forrest que sonaba extrañamente tímida—, ¿la evidencia es bastante convincente, verdad? 

David no respondió. Permanecía sumido en su pensamiento o en su desesperación. 

—Pero lo más condenatorio —continuó diciendo— fue su desaparición. Quiero saber por qué desapareció. —Era un ruego más que una reprensión. Roger simpatizó con la muchacha—. Mr. Newman, ¿por qué desapareció de esa manera? 

—Desaparecer es una palabra más bien suave —observó Hibbert—. La policía lo llama fuga. 

—¿Bien, David? —dijo brevemente Littlefield—. Estamos esperando. 

David salió de su trance. Tomó unos papeles; los revisó. Eligió un papel doblado y se lo pasó a Angela, diciéndole: 

—Miss Forrest, recibí este cable en el hotel de Zürich, donde estaba alojado en ese momento. Por favor, léalo. 

Primero lo leyó en voz baja. Sus ojos se agrandaron. Luego, leyó en voz alta: "Serio desfalco descubierto en la firma, punto. Imposible creerlo, pero las investigaciones te acusan. Punto. Aconsejo leas periódicos antes de regresar. punto. Colin." 

Hibbert dejó escapar una expresión despreciativa, un sonido como el gemido de un globo que se desinfla. 

—¡Por Dios! Colin, ¿se da cuenta de lo que ha hecho? ¿No sabe que pudo verse envuelto en un serio problema con la policía, si hubieran sabido eso? 

Cruickshank estiró la mano para tomar el telegrama. Angela se lo pasó, y él lo estudió. Luego le preguntó a David: 

—¿Qué hiciste cuando recibiste el cable? 

—Joan ya les dijo que estaba protegiendo a mi hermano. Ustedes no creyeron que fuera una historia muy plausible. Colin mismo no la creyó. Pero es verdad. No solamente por él, sino por mamá. Por eso permanecí ausente. Todo parecía sumarse. ¿Por qué otro motivo podía haber mandado ese telegrama? 

Margaret Kingsley preguntó con un tono helado: 

—Colin. ¿por qué lo envió usted? ¿Porque quería ayudar a su hermano... o porque, arteramente, quería echarle la culpa? Usted sabía cómo iba a reaccionar... o por lo menos, podía imaginarlo casi con certeza. 

—No sé qué decir —murmuró Colin. Miraba avergonzado a David—. Me siento empequeñecido. David... puedo decirte... lo juro... que mamá en ningún momento creyó que tú hubieras hecho una cosa como esa. Lo ha dicho más veces de las que puedo recordar , y dijo que algún día nos arrepentiríamos por haber dudado de ti. Yo la oía y me daba pena. Ahora, ¡gracias a Dios!, puedo decirle que ella tenia razón. Porque sé que dices la verdad. Sé que eres completamente inocente. 

—¿Cómo puede usted saber eso? —preguntó Angela con ansiedad. 

—Por la simple razón —respondió Colin—, de que yo no envié ese telegrama. 

Se produjo una algarabía terrible. Littlefield comenzó a gritarle algo a Hibbert, y Theo Henderson se dirigió, protestando, a Cruickshank. Margaret se inclinó hacia adelante y trató de hablar con Roger, pero él no pudo oír lo que le decía. Pensó que estaba pálida y tensa, pero era difícil hacer una rápida apreciación de las reacciones de todos los que estaban en la biblioteca. 

—¡Silencio! —la voz nasal y escocesa de Cruickshank se levantó por encima de todas las demás—. Silencio... ¿me oyen? 

—Bien hecho, Mr. Cruickshank —lo felicitó Margaret—. ¿Ha sido usted alguna vez maestro de escuela? 

—De escuela dominical, nada más —Cruickshank golpeó pensativa y repetidamente sobre el escritorio—. Bien, señoras y caballeros. Lamento interrumpir sus consideraciones simultáneas sobre lo declarado por Mr. Colin Newman. Personalmente, no oí una sola palabra. ¿Tendría usted inconveniente en repetir las manifestaciones de Mr. Colin Newman, una por una.

—Si lo que dice Colin es verdad —dijo Margaret— arroja una nueva luz sobre las cosas. Con franqueza, estoy empezando a preocuparme. 

—"Si lo que Colin dice es verdad...". Sí —dijo Hibbert—. Esa es la cuestión. Ahora, tratando de considerar el asunto, con imparcialidad, como debe hacerlo un abogado, diría que hemos llegado a un punto en que tenemos que juzgar cada una de las declaraciones hechas por cada uno de nosotros, desde dos puntos de vista: (a) como si fueran verdad; y (b) como si no lo fueran.

Roger, que había estado procediendo de esta manera desde que había llegado, estimó esta filosofía algo obvia.

—¿Y si no fueran ciertas? —Cruickshank replicó a Hibbert.

—Diría que Colin está tratando de proteger a David por gratitud, por lo que cree que David ha hecho por su madre y por él. También existe la posibilidad de que ahora advierta que, por haber enviado ese telegrama, tiene un serio problema con la policía. Y ya que sabe que ese telegrama existe, piensa que es mejor negar todo conocimiento de él. 

—Juro —declaro Colin con firmeza—, que yo no envié ese telegrama, 

—¿Puedo decir algo? —preguntó David. 

Ahora había una diferencia en la manera en que se volvían hacia él. Todavía existía hostilidad, pero faltaba aplomo. Muchas personas en la habitación debían estar llenas de dudas y, al menos una, pensó Roger, comenzaría a sentirse muy asustada. 

Por lo menos una persona... La frase había llegado sin trabas a su mente. Pero ahora comenzó a dudar. Tal vez, hubieran dos personas comprometidas. Dos, cada una con un control sobre la otra. Más fuertes, porque eran dos: ¿o mas débiles? 

Miró a cada uno de los presentes. ¿Theo y Margaret? Eran dos de la misma laya. Prefería a Margaret, pero no se hacía ilusiones con respecto a ella. Lo que esa mujer quería, lo había de conseguir. ¿Littlefield y Hibbert? ¿Roy Morgan y Hibbert? ¿Littlefield y Morgan? ¿Angela Forrest y Lewis Cruickshank? 

Roger se rió en su interior. Habían demasiadas posibilidades. 

—Como presidente y director gerente de Metcliffe Distributors Limited —dijo David— siempre imaginé que nadie, en el directorio, sería tan listo como yo.

Roger se echó a reír francamente esta vez. 

—Todos sufrimos de esa ilusión, David. 

—Sí, Roger. Pero he trabajado con mis co—directores durante mucho tiempo. Eran inteligentes, eficientes, y cada uno de ellos un valioso especialista en su propio terreno. Pero cuando llegaba el momento de tomar una decisión importante, siempre sentí que yo tenia la agudeza de cualquiera de ellos. Ahora Uno de nosotros ha cometido un desfalco de más de cien mil libras esterlinas. Si fuera yo, robé ese dinero con un plan tan inteligente y una previsión tan grande que hubiera podido vivir en el exterior durante años sin ser descubierto. Pero, créanme, yo no deseaba vivir en el exterior, y ahora admito, señores, que alguno de ustedes es más inteligente que yo, porque no sólo esa persona tiene el dinero, sino que lo está gozando con toda la comodidad de que yo me vi privado; 

Roger tomó una decisión. Antes de que nadie pudiera hablar, dijo: 

—Mr. Cruickshank... Si el cable fue enviado falsamente con la firma de Colin, tenía por objeto que David no volviera al país, para evitar que hiciera algunas preguntas embarazosas. Creo que usted debería darle la oportunidad de formularlas. 

Cruickshank asintió con gesto de magistrado. 

—Me hago cargo de lo que dice, Mr. Schofield. Me alegraré mucho de responder a las preguntas de David, siempre que no hayan objeciones. 

—Yo... —dijo Hibbert—, me gustaría plantear una objeción.

—¿Sí...? 

—Nunca me han interesado las repetidas inferencias de que si el ladrón no es David Newman, tiene que ser entonces uno de los directores de Metcliffe. Salvo que él pueda satisfacerme en ese punto, rehúso oír sus preguntas. 

—Le diré a usted por qué —replicó David—, solamente un director y, por supuesto, los abogados podían saber lo que serían nuestros balances bancarios, en un momento determinado. Ese balance de más de cien mil libras era el mayor que habíamos tenido, y que tuviéramos, posiblemente, en el futuro. 

—Hendersley Supplies —comentó su hermano— ha sobrepasado esa suma en su balance actual. 

—Los felicito. Pero en ese momento era toda una realización, y nadie más que un director podía haber estado en conocimiento de ello. Cualquier otro podía haber probado suerte con diez o veinte mil libras, esperando no ser descubierto. Pero quienquiera sea el que haya tomado nuestro dinero, estaba trabajando sobre seguro. 

—¿Hubiera usted dicho —preguntó Hibbert—, que alguno de nosotros tenía una urgencia tal de dinero, como para sentirse tentado a robarlo, a pesar del riesgo que significaba? 

—¿Qué sé yo cuáles son sus necesidades individuales ni en qué consisten? El hecho de ser directores de una firma próspera no hace a ninguno de ustedes menos humano. Ustedes son tan ávidos, ambiciosos, embusteros y amorales como cualquier otro, y tienen mayores oportunidades. Eso es todo. 

—¿Está usted insinuando —Hibbert se estaba poniendo rojo—, que todos nosotros teníamos motivos para robar ese dinero? 

—Sí, señor —respondió David. 

Los puños de Roy Morgan se cerraron. Littlefield murmuró una protesta. 

—¿Podríamos oír cuáles son esos posibles motivos? —preguntó Margaret. 

—¡Tenga cuidado...! —dijo Hibbert. 

—Incluyendo a su hermano, por supuesto —dijo Margaret tranquilamente. 

Colin le sonrió a David. Podía ser una baladronada o una sonrisa de reconocido afecto. 

—Puedes ser tan franco como quieras, David. Adelante... 

David se dirigió hacia el escritorio, quedando más alto que Cruickshank. 

—Muy bien, así lo haré.