CAPÍTULO IV 

EL MATRIMONIO, no fue motivo para que no trabajara con ahínco. Lo había hecho durante demasiado tiempo. Ni siquiera su amor por Joan, qué agregaba una nueva dimensión a su vida, había podido disminuir el ritmo de su trabajo, La firma continuó expandiéndose y hubo momentos en que no estaba seguro de quien era el que dirigía… si él y sus colega directores, o si la firma los tenía presos entre los dientes y los manejaban a ellos. 

Roy Morgan, el director de ventas, comenzó a pasar más y más tiempo en el continente. Se estableció en Zürich una oficina de distribución y liquidaciones, y David mismo tomó la costumbre de ir con regularidad por insistencia de Roy. Al principio había estado satisfecho con dejar d sector continental a Roy, con Colin cuidando del aspecto contable, pero Roy sugirió que impresionaría muy bien a sus clientes si el Director Gerente les hiciera algunas visitas personales. David pensó que era para halagarlo, pero descubrió que estaba equivocado: Roy a pesar cierta agresiva modalidad de vendedor, era básicamente  inseguro de si mismo. Una o dos veces había hecho comentarios sobre los tipos de las escuelas públicas que hacían lo que querían: acerca del sistema del Viejo;  y a cerca de la gente que se sentaba en los sillones de sus oficinas, en tanto otros estaban por las calles trabajando como mulas. Deseaba ser aceptado, pero estaba convencido de que hasta los hombres que le hacían fuertes pedidos, y le contaban historias sucias, lo miraban, todo el tiempo en forma despectiva. 

De manera que David fue a Zürich, Ámsterdam y Amberes. Cuando .Joan protestaba diciendo que trabajaba demasiado, él le respondía que los otros directores se movían constantemente. No hay lugar para ociosos en Metcliffe.

—¿Ni siquiera para Colin? —preguntó ella.

Era la primera crítica abierta que hacía de su hermano. Había esperado que pasaran dos años de casados para hacerla, y hubo un cierto desprecio en su voz, que lo sorprendió. 

—¿Qué te hace decir eso? 

Joan comenzó a pasearse por la habitación, golpeando los almohadones como para arreglados, pero en realidad desacomodándolos. 

—Colin nunca me gustó mucho. Me sorprendió cuando Sheila se casó con él —y agregó con una desencantada sonrisa—: No es que tuviera un alto concepto de Sheila, pero Colin... puedes ver con sólo mirar su cara, que es un carácter débil. Siempre he pensado que es un insignificante. Y no creo que aporte nada a la firma. 

—Colin cumple un buen trabajo —le aseguró David—. Puede parecer que un contador no hace nada espectacular, pero ninguna firma puede pasarse sin él. Es tan importante como cualquiera de nosotros en Metcliffe. 

—Desde afuera —dijo Joan— parecería que trabaja las horas ordinarias de oficina, llega a su casa a tiempo para comer con su mujer y su familia, y demuestra ser un marido atento. 

David dio dos pasos hacia ella, la tomó de los hombros y la hizo volverse. 

—¿Me estás acusando de no ser bastante atento? 

Los hombros de Joan se movieron bajo la colérica expresión de sus manos. Ella abrió la boca. Meneó negativamente la cabeza, sin mayor seguridad. 

—No quise decir eso. Tú lo sabes. 

—Entonces. ¿qué te hizo empezar...? 

—¡Oh!, soy una tonta. Es que detesto verte salir tan a menudo. Odio verte tomar el avión. y odio verte trabajar en Suiza y en todas partes, en tanto otros usan la firma en su propio beneficio. Lo lamento, querido, realmente... Vi a Colin el último fin de semana, como llevado con una cuerda por su mujer. Ella lo ha colocado exactamente donde quiere que esté. 

—¿Crees tú que son felices? —preguntó David…

—Bien... 

—¿Más felices de lo que somos nosotros? 

Joan meneó nuevamente la cabeza. 

—Bueno. dejémonos entonces de refunfuños —la besó. Los brazos de ella lo rodearon—. Y antes de hacer otras observaciones desagradables sobre Colin —continuó—, recuerda que si no hubiera sido por él, nunca nos hubiéramos conocido. 

—Supongo que es así…

Pero aun cuando no dijo una palabra más esa tarde, David sabia que ella no se sentía feliz. Estaba dispuesta a: objetar cualquier cosa que él dijera con respecto a Metcliffe. Quería que cuando no estaba en la oficina, se olvidara de ella. No era que fuera egoísta o que exigiera toda su atención, todos sus minutos de vigilia; simplemente quería que fuera capaz de divorciar totalmente sus horas de ocio de sus horas de trabajo... de trazar una línea definida entre los dos períodos, todos los días a una hora determinada. 

Tal vez lo encontrara más fácil cuando tuviera un hijo. Querían tener hijos. Hasta ahora no había sucedido nada. Era demasiado temprano para preocuparse todavía, pero una o dos veces, él imaginó que su desnudo éxtasis estaba teñido por la sombra de la desesperación. 

Pocas semanas después, él hizo una observación poco afortunada. Despertó con la luz de la mañana y la encontró a su lado con los ojos abiertos y sin sueño, fijos en el techo. Cuando sintió que él se movía le dijo: 

—En verdad, ¿crees que todo saldrá bien? ¿Tendremos hijos...? 

—Por supuesto que los tendremos —dijo apaciguándola—. Muchos hijos. 

—Un par de varones, tal vez. Y una niña. 

—Por lo menos debemos tener un varón —agregó—. Tiene que haber otro Newman. 

Ella se congeló. Cuando él se volvió perezosamente hacia ella, Joan se alejó. 

—¿Piensas sólo en eso? —preguntó—. ¿Tiene que haber un varón, sólo para que continúe el precioso nombre de Newman, para que haya otra generación que dirija Metcliffe? 

David luchó por despertar del todo. 

—Nada de eso. De cualquier modo, ya hay varones en la familia, sí eso es lo que te preocupa. El hijo mayor de Colin... 

—Quieres un rival para el joven David, ¿no es así? No quieres que Colin tenga un futuro a su manera. 

En vista de sus comentarios anteriores sobre Colín, David pensó que era un poco arbitraria. Pero estaba nerviosa y no quería agitarla más. Replicó: 

—Lo único que me preocupa sobre el futuro de nuestros hijos es que sean felices. Esperemos para ver cuáles son sus ambiciones, más bien que imponerles las nuestras. 

Por un momento permaneció inmóvil. Luego se movió hacia él. Su pelo le hizo cosquillas en la nariz, y él estornudó. Ambos rieron, lentamente y conscientes de sí mismos. Todo estaba bien otra vez; por el momento... 

David trató de suspender sus viajes al exterior. Pero tuvo que hacer un esfuerzo considerable. Cuando había problemas, o cuando sabía que su presencia podía cerrar un trato, su primer impulso era ir. Era un hombre que primero actuaba y después discutía. Era impaciente y deseaba ver las cosas terminadas. Los asuntos de rutina podían quedar a cargo de sus directores colegas, y no temía delegar la responsabilidad; pero cuando creía que se trataba de una tarea que tenía que realizar personalmente, al instante estaba dirigiéndose al teléfono o al aeropuerto. Si Roy Morgan volvía de una visita al viejo Forrest en Yorkshire e insinuaba que había intranquilidad por las nuevas cuentas de fletes y manipuleo de Metcliffe, David quería hablar con Forrest mismo. Las dificultades había que vencerlas; y le gustaba tomarlas en sus propias manos. 

A mediados del año siguiente, Joan tuvo un aborto. 

Ahora David trataba de compartir más su trabajo con los otros. Colin se había mostrado más que competente en la rama financiera. Stanley Littlefield parecía apesadumbrado y severo, más parecido a la vieja generación de Metcliffe que a la nueva, pero era un hombre metódico y decidido, capaz de manejar irritantes problemas de organización sin irritarse él mismo. Theo era responsable, a su manera, áspera e inescrupulosa. 

Joan aprobaba la manera de ser de Theo. 

—Ese es el hombre que deberías elegir para modelo —le dijo a David, después de haber pasado una tranquila velada con Theo y una de sus accidentales amigas, que habían venido a comer con ellos—. Trabaja mucho, pero no en exceso. Deja la oficina cuando ha terminado el trabajo...

—Muy bien, muy bien —David se sentó en el diván, a su lado, y puso sus manos sobre las de ella—. ¿No me he portado muy bien últimamente? 

—Sí, querido, muy bien. Pero tienes que hacer un gran esfuerzo, ¿no es cierto? Todos tus instintos te dicen que debes estar luchando, dando todo lo que tienes, forzando cada una de las fibras de tu ser. 

—Me encanta estar contigo. Eso es lo más importante. Tú lo sabes. 

—Lo sé. 

—Todas las otras cosas que hago las hago para la firma, no para mí. 

—Lo sé. Es tan tonto de tu parte... —lo dijo, cariñosamente, pero él sabía que ella deseaba que considerara a su trabajo, sólo como un trabajo... Quería, en realidad, que fuera un hombre diferente del hombre que era. 

—Theo hace todo para su propio beneficio. 

—Será un buen marido para alguien —dijo Joan inesperadamente. 

David se echó a reír: 

—¡Cuando se decida! Hasta ahora ha logrado entretenerse sin ser atrapado —la miró inquisitivamente—. ¿Crees que la muchacha de esta noche es una posible candidata? 

—No —dijo Joan con firmeza—. No es eso lo que está buscando. 

—¿Qué es lo que está buscando? 

—Creo que ni él mismo lo sabe. Pero cuando se decida, estoy segura de que lo hará con sinceridad... 

—¿Y sin piedad?

—Sí. 

—Pero cuando yo hago eso —protestó David—, me acusas de arrojarme demasiado sobre las cosas. Cuando quiero firmar un contrato... 

—No estaba hablando de negocios —dijo Joan. Lo besó levemente en la mejilla—, Theo no está tan consagrado a su trabajo, Como cierta persona a quien podría mencionar. 

Durante algunos meses David resistió a la tentación de hacer viajes que podía delegar en Roy o en otros. Dejó que Jackson Hibbert sorteara un problema legal con sus agentes franceses, y trató de resignarse cuando Hibbert llegó a un acuerdo que David estaba seguro que podía haber sido mejor, si las negociaciones las hubiera conducido él mismo. 

Luego surgió un problema en Zürich. Stanley Littlefield parecía que lo estaba llevando bien, pero entró en pánico. David sabía quien era el hombre al que debía verse, y lo que se le debía decir. 

Joan lo dejó partir, con una sonrisa sesgada. 

—Debes ir ... Yo sé que no serás feliz hasta que te hayas desempeñado como un gran "Tycoon". 

Pero ella parecía más tranquila de lo que había estado desde hacía meses. y últimamente habían sido muy felices, juntos. Habían encontrado un equilibrio... no el equilibrio de un matrimonio insulso, sino lleno de alegría y recíprocamente satisfactorio. David voló a Suiza con la sensación de que deseaba retornar; y estaba seguro de que Joan advertía en él un cambio, y que respondía a ello 

Dos días después, aquella tarde de verano en Zürich, recibió el telegrama que le hizo imposible regresar a Inglaterra