CAPÍTULO PRIMERO
ROGER SCHOFIELD pensó que la velada prometía ser mucho más interesante que lo que podía haber sido cualquier pieza de teatro. Su único temor era que al bajarse el telón sobre el último acto, el desenlace no resultara satisfactorio. Habitualmente, cuando él y David dejaban juntos un teatro, discutían académicamente la obra y su solución, descubriendo sus debilidades o ponderando al autor por sus aciertos. Esta noche, el mismo David estaba implicado en la acción... y podía ocurrir que no se les permitiera salir de aquí, caminando juntos.
Roger estaba convencido de la inocencia de su amigo. David podía haber manejado sus asuntos con torpeza, y podía haber dejado que ciertos conceptos inflexibles lo llevaran a una forma de proceder sospechosa; pero era inocente.
Lo que faltaba era probarlo. No iba a ser fácil. Esta noche, tal vez, no diera lugar más que al primer acto. Tal vez, si uno imaginara que era una obra de teatro, como la que iban a ver antes de que Angela Forrest entrara en escena, hubiera sido más fácil saber cuál era la parte culpable. Roger no tenia la menor duda de que el desfalcador estaba en esa habitación. Resolvió sentarse y continuar con sus propias conjeturas, mientras los otros discutían el problema.
Joan Henderson había ido a abrir la puerta al abogado. Theo Henderson esperó a que hubiera salido de la habitación, y luego dijo:
—Angela Forrest, usted es una amenaza. Es la última vez que me apiado de nadie. Pensé que ya había terminado con esa tontería de la venganza.
Roger esperaba que la muchacha replicara y señalara que si ella no hubiera perseverado, ellos no hubieran visto otra vez la cara de David Newman; pero permaneció silencioso. Roger sintió un atisbo de optimismo. ¡Si ella comenzaba a tener dudas...!
—Miss Forrest, ¡.usted me perdonará, verdad, si me retiro ahora? Estoy seguro de que esta pequeña charla de ustedes será muy entretenida, pero mi esposa está esperándome, y no querría disgustada.
—Mr. Hibbert —dijo Angela bruscamente— aproveché la oportunidad, poco antes de salir de la oficina, para telefonear a su señora y decirle que era posible que se demorara esta noche debido a un trabajo extra. Y le aseguro que no se va a sentir demasiado molesta. Sus exactas palabras, cuando se lo dije, fueron: "¡Gracias a Dios! Ahora puedo adelantar algo..."
Hibbert abrió y cerró la boca como un pececillo de colores, indignado.
—¿Imagino que también ha telefoneado a mi esposa? —preguntó Littlefield.
Angela asintió:
—¿Quiere usted saber lo que ella respondió?
—No, gracias —se apresuró a responder Littlefield.
—También he telefoneado a Mrs. Newman —dijo Angela dirigiéndose a Colin—, quien se mostró muy comprensiva. Mrs. Morgan —se volvió hacia Roy Morgan— no estaba la primera vez que llamé, pero pude ponerme en contacto con ella, cuando me dirigía al hotel en busca de Mr. David Newman.
—Es una pena que hayamos regalado las localidades de teatro a la camarera, Miss Forrest —dijo David—. Por lo menos, dos esposas abandonadas podrían haberlas utilizado. Usted ha descendido en mi estimación.
¿Sí? Se preguntó a sí mismo Roger, casi sonriéndole.
—De cualquier manera —contribuyó Roger —personalmente no lamento no haber concurrido al teatro esta noche. Siempre que, por supuesto, Miss Forrest no me excluya del entretenimiento, y Mr. Henderson me permita seguir gozando de la hospitalidad de su casa.
Esto pareció sacudir a Theo Henderson, y colocarlo en un nuevo tipo de alerta.
—Miss Forrest —dijo— ¿no consideró usted la oportunidad de consultarme sobre lo que yo iba a hacer esta tarde?
—Miré su agenda en la oficina. Lo único que decía para esta tarde, era: "6.15 p.m. La usual carrera de ratas".
Se oyó una carcajada en la habitación. Theo sonrió con cierta amargura.
—¿Y usted contó de antemano conmigo? —preguntó Margaret Kingsley.
—Temo que si, Mrs. Kingsley —dijo Angela disculpándose—. La mayoría de la gente, así lo hace.
Roger aprovechó la oportunidad en seguida. Margaret estaba muy atrayente y él no le encontró la habitual y descorazonante seguridad. Dijo:
—Y usted deja que piensen que se salen con la suya, ¿no es cierto? Ahora comprendo por qué es usted considerada una buena mujer de negocios.
La mirada de Mrs. Kingsley era franca y con un ligero toque divertido.
—Usted parece comprenderme mejor que mis colegas directores.
—Eso es porque soy un solterón empedernido.
—Y como soltero —preguntó— ¿aprueba usted a las mujeres metidas en los negocios?
—No como jefes —dijo Roger con franqueza. Era mejor que lo supiera de una vez por todas—. Demasiados hombres piensan que con una mujer como jefe, pueden hacer lo que quieren. Yo prefiero el trabajo duro.
—Ojalá hubiera más tiempo para saber lo que usted quiere decir.
Pero ella lo sabía muy bien. Estaban de acuerdo sólo en una cosa: en que deseaban que hubiera más tiempo para discutir asuntos de interés mutuo. Roger tenía la sensación de que ella sería una compañía muy agradable. Si se hubieran conocido en distintas circunstancias, podría haber resultado una tarde muy entretenida. Tal vez todavía pudiera resultar así, si la investigación seguía el camino que debía.
Joan Henderson entró seguida de un hombrecillo rechoncho y bienhumorado, que Roger no tuvo dificultad en identificar como Lewis Cruickshank. Tenía el aspecto que debe tener un abogado. Encrespado y eficiente, más bien arrogante, y versado en asuntos que eran demasiado complejos para que los entendiera el común de los mortales. Llevaba un portafolio en la mano izquierda. Extendió la mano derecha agresivamente al dueño de casa.
—Theo. No tengo el placer de visitarlo a menudo en su casa. Quedé encantado cuando su secretaria me telefoneó. Buenas tardes, Mr. Morgan... Mr. Littlefield... todos —su portafolio se balanceaba en su mano, cuando se inclinaba tiesamente, con meticulosidad anticuada frente a Margaret Kingsley—. Mrs. Kingsley, ¡qué agradable volver a verla!
Margaret devolvió el saludo con una inclinación de cabeza, igualmente pasada de moda. Roger la observaba a hurtadillas, admirando la instintiva gracia de sus movimientos. .
—Miss Forrest —Cruickshank continuó con el ritual—. Buenas noches.
—Buenas noches, Mr. Cruickshank.
—¡Ah, Colin! Usted pensó ayer que ya no me vería, ¿eh?
—Bueno, usted dijo que se iba de vacaciones —murmuró Colin.
—No, hasta el viernes.
—¿Al sur de Francia, como siempre?
—A Austria, esta vez.
Theo Henderson dejó ver claramente que, a su juicio, el aspecto social había durado bastante.
—¿Cómo anda su auditoría?
—Espléndidamente. Dejé a dos de mis empleados trabajando, y le prometo que usted dispondrá del balance con tanta celeridad como siempre. Colin facilita mucho nuestro trabajo en estos días. Hace sus presentaciones en forma admirable.
—Bien... —afirmó Theo. Un tono ominoso se coló en su voz—. Ahora, Miss Forrest... ¿Cuáles son exactamente los arreglos que ha hecho con Mr. Cruickshank?
—No se preocupe —dijo Cruickshank vivamente:—. Fue muy precisa, como siempre. Y comprendí perfectamente lo que quería. Me dijo que usted y los otros directores deseaban discutir conmigo un pequeño asunto surgido de la liquidación de Metcliffe Distributors, y que debía traer todos los papeles pertinentes. Aquí están. Imaginé que era imposible encontrarlo en su oficina, a causa de la reunión mensual del directorio. Bien, aquí estamos. ¿Fueron esas sus instrucciones exactas? —Cruickshank pestañeó con su encanto escocés—, ¿o ha cometido ella algún error?
—La mayor equivocación de su vida —dijo Theo.
—Es asombroso —dijo Roger Schofield— la cantidad de hombres que no comprenden sino demasiado tarde las estupendas secretarias que tienen —cualquier cosa que sucediera esa noche, estaba determinado a llevar a Angela Forrest a Futuristic Printers. Le gustaba su coraje y pertinacia, y la habilidad para organizar, que había demostrado con un propósito tan plausible. Era el tipo de hija que le hubiera gustado tener: sentía una fuerte afinidad con ella.
Cruickshank se volvió para mirarlo inquisidoramente.
¡Lewis, este es Mr. Roger Schofield —dijo Theo—.
—Encantado de conocer lo... Mr... er...
—Schofield —aclaró Roger.
—Mr. Schofield. Gracias. Aun cuando no recuerdo su conexión con el asunto Metcliffe.
David, que había permanecido callado, dijo:
—¡Tal vez se acuerde de mí, viejo escocés, réprobo...!
La expresión de Cruickshank cambió. Escudriñó incrédulamente la cara de David; luego trató de encontrar palabras.
—¡David!... ¡David Newman! Pero, cómo... tú...
—¿No está contento de verme?
—Bien, sí. Supongo que si. Quiero decir... —retrocedió cuando David le tendió la mano—... el... No. No creo que podría... Lo lamento, David. En el concepto de tanta gente, has cometido una falta...
—¿Sería faltar a las formas? "
—Precisamente —Cruickshank pareció aliviado al aceptar David la situación. Ahora se mostró más afable—. Es curioso, hace unos días me preguntaba si alguna vez volveríamos a ver a esta plaga —echó otra mirada a David—. Tienes una hermosa barba. Siempre tuve la ambición de tener una así.
—Debería hacerlo. Dejarse crecer la barba es uno de los mejores rejuvenecedores que conozco. He probado dos o tres estilos diferentes, durante mi reciente... er... visita al extranjero. Mis amigos siempre me decían que parecía diez años mayor, entonces me la afeitaba y me decían que parecía quince años menor. Usted es contador y puede sacar las consecuencias para usted mismo. Dígame, Lewis, ¿ha ido usted al teatro desde que lo vi la última vez? ¿A buen teatro, quiero decir?
—Todavía me gustan las obras espeluznantes —dijo el hombrecito—. La mayor parte de las obras se preocupan de los predicamentos de los tontos. En una obra de terror, los personajes son gente inteligente, y es interesante ver la manera en que una inteligencia está estimulada por y contra otra inteligencia. Me gusta ver la forma en que se van ordenando los hilos enmarañados.
Roger pensó maliciosamente si Cruickshank experimentaría el mismo placer al enfrentar la tarea de desenmarañar algo por si mismo. Ese había de ser su papel esa noche. Alguien, con seguridad, se había demostrado inteligente... pero, ¿sería lo bastante inteligente para desafiar los recursos combinados de Cruickshank y de David, si en realidad ellos llegaban a hacerlo así?
—¿Qué quiere beber, Lewis? —preguntó Theo.
—Whisky, gracias. Y para ser poco patriota por completo, que sea irlandés.
—Con agua, si recuerdo bien ... —Theo se dirigió al bar.
—Theo, ¿no crees que debes ofrecerle algo a David? —preguntó Joan con nerviosidad.
Hubo un momento en que Roy Morgan pudo haber lanzado una protesta. Pero era la casa de Theo; y éste dijo:
—¡Eh..., oh, sí! ¡Por supuesto! Lo lamento, David. Temo haber olvidado cómo le gusta a usted. Seis años es mucho tiempo.
—Mientras estuve en África del Sur, me acostumbré al jerez.
—Y usted, ¿Mr. Schofield?
—Una de las pocas cosas en que no estamos de acuerdo, David y yo —dijo Roger—, es en el jerez sudafricano. ¿Podría darme un whisky, por favor?
—¿Soda o agua?
—Solo, por favor.
Roy Morgan dijo con una voz innecesariamente alta:
—Margaret, ¿no cree usted que ya es tiempo de que alguien le diga a Mr. Cruickshank cómo nos ha sido impuesto, y cómo, todo el mundo, está perdiendo el tiempo?
—¿Es esto una broma? —preguntó Cruickshank, aceptando el vaso de whisky y estudiándolo como si no estuviera seguro de beber hasta haber establecido el hecho de por qué estaba ahí.
—De ninguna manera —dijo Margaret Kingsley—. Miss Forrest puede haberse excedido algo en sus deberes, pero si más tarde usted cree que debe pasar una cuenta por sus servicios profesionales de esta noche, estaré muy satisfecha de abonársela.
Cruickshank la favoreció con otra de sus tiesas reverencias.
Morgan rezongó.
—Esto significa que usted está de acuerdo en continuar con todo este... este...
—Usted ve, Roy —dijo Margaret con suavidad— la forma en que algunos de ustedes se están conduciendo esta noche; comienzo a preguntarme muchas cosas.
—¿Cómo quiere usted que nos comportemos? Ha olvidado lo que nos ha hecho este hombre?
—Mr. Morgan —dijo Angela— si usted no tiene nada que temer, ¿qué tiene que perder escuchando?
—Esa es una pregunta sumamente impertinente.
Durante un momento Theo se aseguró de que todos tuvieran algo para beber. Entonces, Littlefield, habiendo sorbido un trago de jerez seco, dijo:
—Miss Forrest, yo soy, como usted sabe, un hombre muy exacto cuando se trata de detalles. Admiro su detallado plan para esta noche. Los movimientos de la mayor parte de nosotros eran fáciles de preveer. ¿Tengo curiosidad por saber qué hubiera hecho usted si Mr. Cruickshank no hubiese estado disponible?
—Hubiera tenido que ser el Detective Superintendente Jones, quien originariamente manejó el caso —dijo Angela.
—Entonces, la felicito —dijo Hibbert, desde el sillón donde se había hundido— por su primera elección. A ese Jones le falta por completo el sentido del humor.
—Mi sentido del humor es, generalmente, el rubro más pesado de las cuentas que paso —dijo Cruickshank.
—Le prometo a usted cortar mucho su próxima risa —repuso Margaret.
Se produjo un corto silencio. Nadie estaba preparado para hacer el primer movimiento. David miró a Roger, quien sonrió confiado. No todos estaban tan tranquilos como querían aparentarlo. Había una fría corriente de incomodidad en la habitación.
Fue Angela quien tomó la iniciativa. Su resolución la había llevado hasta allí, y no iba a abandonarla ahora.
—Mr. Henderson, ¿me da usted permiso para empezar? —preguntó.
—¡Buen momento para preguntármelo!
Angela se volvió hacia Colin.
—Mr. Newman, ¿querría usted ayudarme a dar vuelta este escritorio, por favor?
Theo dejó su vaso y la apartó gentilmente hacia un costado. Él y Colin levantaron el pequeño escritorio, apartándolo de la pared y pidieron a Angela que indicara el lugar donde había de ser colocado, en el centro de la habitación. Luego hizo un gesto breve y nervioso, para que pusieran sus sillas en semicírculo. Jackson Hibbert meneó la cabeza, declarando su intención de permanecer donde estaba.
Joan Henderson dijo con voz tersa y apretada:
—Como esta... esta "escena de juicio" es probable que dure algo, creo que iré a preparar unos sándwiches para todos. También prepararé café —había llegado a la puerta, cuando David le dijo:
—No quieres quedarte y ver ¿cómo me va?
—Querido David, nada podría proporcionarme más alegría que saberte inocente. Pero —tragó saliva— no creo que pueda soportarlo. ¡Buena suerte!
Él la observó desaparecer.
Cruickshank comenzó con la entonación de quien se sabe centro de la atención:
—Bien, mis amigos, esto es sumamente interesante. Sumamente interesante. ¿Tengo razón en suponer que el pequeño asunto que desplazó la liquidación que he traído para discutir aquí es, por decirlo así, la presencia de David Newman?
—La idea fue, por supuesto, de Miss Forrest, no nuestra —dijo Littlefield.
—Hum —Cruickshank miró a David—. ¿Sabe la policía que estás aquí en este momento?
—No. Pero no dudo que Miss Forrest tiene planeado decírselo. Y usted no tema complicarse en una felonía. ¿Es esta la expresión correcta, Jacko?
Hibbert masculló algo ininteligible.
—No me preocupaba eso —dijo Cruickshank. Se sentó frente al escritorio y puso el portafolio encima—. Sólo deseo —dijo abriéndolo— felicitar a Miss Forrest por el éxito que ha tenido, donde Scotland Yard ha fracasado.
—Si Scotland Yard hubiera hecho que uno de sus agentes vigilara Wimbledon —dijo David— y que asistiera a todos los estrenos habidos en Londres durante más de cinco años, hubiera instruido a ese agente en forma destacada.
—Bien, pero ciertamente no han fracasado en obsesionarnos, rondándonos a mamá y a mí mismo —dijo con resentimiento Colin—. O a Joan, hasta que volvió a casarse.
—Lo sé —dijo David, en voz baja—. Eso era doloroso. Era lo que más me dolía, no poder ver a mamá. sabiendo lo que debía estar sintiendo. No me atreví a ponerme en contacto con ella. Pero no era sólo la policía lo que me mantenía alejado. Mi madre es una de las personas más rectas que conozco. Si ella pensaba que yo era culpable, me hubiera llevado a la policía, arrastrándome del cuello. Y si pensaba que estaba protegiendo a Colin, lo hubiera llevado a él.
—Eso es cierto —dijo Colin— pero...
—Y no permanecí apartado durante cinco años —siguió la voz de David—, para perderlos de esa manera. Cuando volví, quise ponerme en contacto nuevamente. Quería descubrir... ver a mamá... hablar con ella. Pero no podía hacerlo, porque aún no estaba seguro. No estaba seguro de nada. No estaba seguro ni siquiera de mi esposa.
Theo Henderson lo miraba impasible.
—Ahora —continuó David— advierto que dejé que el odio y la tristeza perturbaban mi juicio con referencia a Joan y a la carta. Debí haber tenido más fe en ella. Pero Dios sabe lo que he pagado por ello. ¡No sé si alguno de ustedes puede imaginar lo que he sufrido durante esos años! Ustedes perdieron solamente el dinero. Yo perdí todo y a todos...