Cuando llegó al hotel hacía horas que los autobuses se habían ido. Entró en la recepción cargado con los palos de golf. El gerente lo interceptó, alarmado por su aspecto y su tardanza. Joanes lo tranquilizó asegurándole que se encontraba bien y prometiendo que no se quedaría a ver venir el huracán. Aun así tuvo que firmar un descargo de responsabilidad por negarse a abandonar el hotel junto con los demás huéspedes.
Su mujer lo había recogido todo. El equipaje de la familia estaba envuelto en las bolsas de plástico facilitadas por el hotel y colocado en los estantes más altos del armario. Sobre la cama había dejado las cosas que él tendría que llevar al día siguiente. A pesar del cansancio, Joanes no pudo evitar sonreír ante la pulcra hilera formada por una muda de ropa interior, un impermeable, su pasaporte, un mapa de carreteras, un pequeño botiquín, una nota con la dirección y el teléfono del hotel-refugio y una mochila donde guardarlo todo.
Dejó caer los palos de golf en un rincón y se dio una larga ducha. Después sacó una de las maletas del armario, retiró la cinta adhesiva que precintaba la bolsa que la envolvía, y cogió algo de ropa limpia.
Cenó en el restaurante del hotel. Le sirvió un camarero malencarado y sin uniforme. Sin más clientes que él y con la mayor parte del mobiliario retirado, el sitio resultaba deprimente.
Trabajaba en su ordenador portátil cuando sonó el teléfono de la habitación.
¿Cómo estás?, preguntó su mujer.
Joanes se tumbó en la cama para hablar. El televisor estaba sintonizado sin sonido en un canal de noticias.
Estoy bien. ¿Y vosotras?
Bien, respondió ella con voz cansada.
¿Seguro?
Estoy bien ahora que por fin me he quedado sola. Los demás han bajado a cenar. Nos han dado vez en el cuarto turno del comedor.
¿Tú no cenas?
Prefiero hablar contigo. Dime qué ha pasado.
Él le contó el atropello del chimpancé.
¿Por qué había un chimpancé en la carretera?
No lo sé.
Le contó cómo había buscado al animal moribundo entre la vegetación, y cómo se había quedado con él hasta que murió, y cómo luego había creído necesario enterrarlo. No dijo que había llorado.
¿Por eso no has llegado a tiempo?
Eso es.
¿No ha pasado nada más?
Nada.
No creyó necesario, por el momento, hablarle de los problemas con el contrato.
Ella suspiró.
No te parece bien, dijo él.
¿El qué?
Que me entretuviera en enterrarlo. En enterrarla, en realidad. Era una hembra.
No lo sé. Supongo que fue lo correcto. Pero espero que vengas pronto.
Claro. Vosotras estáis bien, ¿no? Estáis con tu padre.
Sí. Y con mi madrastra. Voy a compartir habitación con mi madrastra. Tienes que ver el camisón que ha traído. Los cristales de la ventana son menos transparentes.
Joanes rio.
Cada vez tengo más ganas de llegar.
Después de una pausa ella dijo:
Todo esto es muy raro. El huracán, ese mono en la carretera…
Él le dio la razón.
¿Qué tal está ese sitio?
Ella soltó un bufido. Tanto el hotel-refugio como la ciudad eran un caos. Los turistas evacuados no dejaban de llegar, y también mexicanos, y ya no quedaba ni una sola plaza de alojamiento en todo Valladolid. A diferencia de lo que habían visto en Cancún, los hoteles no se habían preparado para el huracán. Todos confiaban en que allí sus efectos apenas superaran los de una tormenta convencional. Los hoteleros se aprovechaban de la situación. La gente sin reserva ofrecía lo que fuera por una habitación; los hoteleros cogían el dinero y les asignaban las plazas de los refugiados. Como consecuencia, estos acababan durmiendo en colchonetas en las zonas comunes.
Joanes la oyó bostezar.
Es mejor que cenes algo y descanses. Nos veremos por la mañana.
Por la mañana, repitió ella. Ten mucho cuidado.
Descuida.
Te quiero.
Y yo a ti.
¿Seguro?
Claro que sí.
Después de colgar el teléfono a Joanes le pareció que el silencio en la habitación era insoportable. Buscó el mando a distancia y subió el volumen del televisor.
Un momento después volvía a silenciarlo.
Siguió trabajando durante varias horas. Después puso por escrito en un cuaderno las nuevas modificaciones a realizar en su oferta. Antes de acostarse guardó el cuaderno en la mochila que llevaría al día siguiente.