Los libros te enseñan de todo. Son tus compañeros, como se les dice a los niños para intentar que se desenganchen de la televisión y de la consola. Y, además, si no lees, tu nivel cultural sufre.
Los libros que te enseñan técnicas sobre cualquier cosa que quieras aprender te llenan la cabeza de conceptos probados, pero no sabes qué hacer con ellos. Si quieres aprender a jugar al tenis, ya te puedes leer todos los manuales del mundo sobre tenis que cuando te plantes en la pista no vas a ser una estrella. Si te ves todo el torneo de Wimbledon, cuando acabas estás seguro de que puedes ganar a cualquiera. Pero aunque tu cerebro ha asimilado todos los movimientos, no se ha producido la conexión entre las instrucciones mentales y su implementación.
Hablar en público es algo que puedes asimilar leyendo porque no es demasiado complicado. Y es algo que casi todo el mundo cree que no hace demasiado bien y sobre lo que le gustaría aprender. Pero pasa lo mismo que con los manuales de pilotar aviones: te estrellas, si no has practicado antes, aunque te sepas el manual de memoria. E igual ocurre con los libros de autoayuda: los devoras esperando que te solucionen tu problema personal.
Aunque te leyeras todos los libros del mundo sobre cómo hablar en público, no aprenderías a ser un gran presentador sólo con ellos. Probablemente seguirías con la mano en el bolsillo y usando PowerPoint como chuleta. La clave está en practicar y practicar sin parar. Y si alguien te enseña qué es lo que deberías practicar, mucho mejor.
No hay nada como colocarte delante de una cámara y verte en acción. Aprendes tanto en cinco minutos de grabación que puedes no leerte ningún libro sobre hablar en público y hacerlo mejor que el que se los haya leído todos.
El mejor libro para aprender a ser un gran presentador es el manual de tu cámara de vídeo. Sal ahí fuera y habla en público.