Caída de la tarde. Verano. Los años noventa de este siglo. Un rincón poco frecuentado de un cementerio madrileño ubicado en un alto. Las tumbas están cubiertas de maleza. En el centro, una ruina que fue en su día una capilla. A la izquierda, abajo, la puerta de la casa del jardinero. Junto a la puerta, una campana de gran tamaño. A la derecha, arriba, un camino que termina en el portón del cementerio. Abajo: un ENANO, mendigo profesional, duerme tumbado en la hierba. En las ruinas de la capilla, una VIUDA, vestida toda de negro, murmura una letanía en latín. A la izquierda, el anciano JARDINERO, con la cara cubierta con una careta de apicultor y las manos enguantadas, se inclina sobre una colmena. A su lado, PEPA, su hija, trajina con un ahumador para atontar a las abejas.
LEANDRO, un trabajador del cementerio, cruza por el fondo del escenario con una manguera enrollada. Se detiene y observa atentamente a la pareja inclinada sobre la colmena. PEPA alza la vista, se da cuenta de la presencia de LEANDRO y lo saluda con la mano. Él le devuelve el saludo y sigue su camino. Se oye un reactor.
JARDINERO.- Siempre que pasa uno de estos jodidos F5 pienso en el día que no se limiten a ser unas simples maniobras.
PEPA.- Leandro me ha invitado a ir a bailar esta noche.
JARDINERO.- ¿Dónde?
PEPA.- Cerca de la Castellana.
JARDINERO.- Como sigas llegando tarde a trabajar todos los días, te echarán. Te quedarás en la calle. Serás una más en la lista de millones de parados. ¡Mira, Pepa, mira! ¡Hay una reina!
(Entra la ACTRIZ acompañada por el MÉDICO.)
ACTRIZ (al MÉDICO).- Hacía tres años que no venía. No sé explicarte cómo me fascina esa mujer. Tal vez sería mejor que preguntara.
(La ACTRIZ se acerca dubitativa y precavida —porque le dan miedo las abejas— al JARDINERO.)
Estamos buscando la tumba de la Duquesa de Alba. ¿Sabría usted decirme dónde está?
(El JARDINERO alza la cabeza cubierta con la careta, pero da la impresión de no haber comprendido.)
JARDINERO.- El cementerio se cierra dentro de diez minutos.
PEPA.- Están encima de ella. La sepultura de la Duquesa de Alba es ésa, la que tiene las losas caídas.
(La ACTRIZ y el MÉDICO se dirigen por donde se les ha indicado hacia bastidores. Hablan entre ellos, pero no se les oye. Por la derecha entran FEDERICO y TONIO, dos amigos que están paseando por el cementerio. FEDERICO va vestido de traje y lleva una cartera en la mano. TONIO va vestido con pantalones vaqueros, zapatillas deportivas y camisa blanca.)
FEDERICO.- Cuando empecé a salir con Anita, veníamos mucho al cementerio. Sigue igual de tranquilo que entonces.
(Vuelve a entrar LEANDRO, que se acerca tentativamente a los dos hombres.)
TONIO.- Me gustaría preguntarte una cosa, es una cosa muy simple, no creas. Nos vemos tan poco últimamente. No es un secreto de estado ni nada por el estilo.
LEANDRO.- ¡No puede ser! ¡Pero sí que es él! ¡Es él! Antonio Galvarez. Lo reconocería en cualquier parte. Si no les molesta que les interrumpa un segundo, ¿le importaría firmarme un autógrafo?
(LEANDRO le ofrece a TONIO un sobre.)
¡Qué parada la del partido contra el Lisboa! ¡Y cinco minutos antes del final! ¡Qué paradón! Fue increíble.
TONIO.- ¡Pero si es a él a quien debería pedirle un autógrafo!
LEANDRO.- ¿A su amigo?
TONIO.- ¡Pues claro, hombre! Es uno de nuestro ministros.
LEANDRO.- Lo reconocí nada más verlo. Éste es Antonio Galvarez, pensé. Habríamos perdido el partido contra el Lisboa, si no llega a hacer esa parada. Todos comentamos lo mismo... estuvo fabuloso. Como si tuviera ojos en la palma de las manos. ¿Le importaría firmarlo por detrás también? Es para mi hermano. Gracias.
(Sale LEANDRO. TONIO y FEDERICO continúan su paseo.)
TONIO.- Hasta en el cementerio me reconocen.
FEDERICO.- ¿Y qué sitio más apropiado que un cementerio, mi querido Tonio? ¡Eres un héroe popular!
(Salen FEDERICO y TONIO, charlando mientras se alejan.)
VIUDA.- Dale eterno descanso, Señor. Perdónale sus pecados, como yo se los he perdonado. Estaba demasiado gordo y se ahogaba, ¡pobre Arturo! Tosía sin parar día y noche. Pero trabajó hasta el final. Aceite, pimientos, aceitunas, ¿cuánto le pongo señora? ¡Pues claro!, les decía a las clientas, para que el país funcione, hay que apoyar al ejército. Castígalo, Señor, si tienes que hacerlo, pero sólo un poco. Él no es muy fuerte. Córtame las uñas de los pies, María Luisa, me decía, que yo solo no me llego.
(El ENANO se despierta.)
ENANO.- Riega las flores
la vieja con una lata.
Al hombre enterrado vivo
la sed lo mata.
VIUDA.- Acuérdate, Señor, en tu misericordiosa bondad, de tu humilde sierva, María Luisa, y de su pobre hijo Felipe, que está en chirona por robar coches; por robar coches, Dios mío. Ya de pequeño le gustaba la mecánica. Yo sé que no fue él. Son esos con los que anda. Que se haga justicia en el mundo, Dios mío.
(El ENANO se acerca a la VIUDA.)
ENANO.- Misericordiosa señora, mire mi triste situación. Que mi desgracia sea una prueba de su virtud. El Señor dijo que la caridad era la primera de las tres.
VIUDA.- El Señor te dio una cabeza, un par de piernas y un par de manos. Y las manos te las dio para trabajar.
ENANO.- ¡Ay!, misericordiosa señora, el alza del nivel de vida es fatal para los mendigos como yo. Cuanto más tienen menos dan. Pero usted, señora, es distinta, lo veo en sus ojos... es usted como una madre.
(PEPA va de la colmena a la campana y la toca. Vuelven a entrar TONIO y FEDERICO. Todos, salvo el JARDINERO y PEPA, se dirigen lentamente hacia el camino que conduce al portón del cementerio y salen. Se oyen retazos de sus conversaciones.)
VIUDA (para sí).- Dios mío, haz que reine la justicia en el mundo.
MÉDICO (a la ACTRIZ).- Te hiciste actriz porque querías seducir a tu padre.
TONIO (a FEDERICO).- Es algo que me pregunto a mí mismo cuando viajo en avión. ¿Ha terminado de verdad la guerra civil? ¿Es imposible que vuelva a repetirse?
ENANO (a la VIUDA).- Tenemos poco tiempo para dar placer a los vivos y toda una eternidad para dárselo a los muertos.
LEANDRO (a PEPA, gritando).- ¡Esta noche ponte el vestido blanco nuevo!
(Cuando todos han salido vuelve a oírse otro reactor cruzando el cielo.)
JARDINERO.- Están llenando la segunda celdilla; va a ser un buen año, Pepa. ¿Sabes cómo...?
PEPA.- Claro que lo sé, papá. Me lo dices todos los julios.
(Entran LEANDRO y la ACTRIZ, corriendo desde el portón del cementerio. Parecen agitados.)
LEANDRO.- Ni una gota de lluvia.
ACTRIZ.- Lo vi, pero no sé qué es.
LEANDRO.- Llega hasta el horizonte.
ACTRIZ.- ¿Cómo puede suceder algo así?
(Entra la VIUDA.)
VIUDA.- Esto es el fin del mundo.
(Entran FEDERICO y TONIO, seguidos por el MÉDICO.)
FEDERICO.- Pero si hace sólo media hora estaba totalmente despejado y no se ha oído nada.
ACTRIZ.- Por el amor de Dios, ¿es que nadie va a decirme cómo puede suceder algo así?
MÉDICO.- En principio una transformación de estas proporciones tarda varios cientos de milenios en realizarse.
JARDINERO.- ¡Dios mío! Lo han conseguido. Han acabado con el mundo.
(El JARDINERO, la VIUDA y TONIO se arrodillan.)
FEDERICO.- De nada nos sirve implorar a Dios.
JARDINERO.- Mira que ha habido señales.
LEANDRO.- Construiré una balsa para todos.
(Entra GOYA, vestido de hombre rana, y avanza desde el portón del cementerio. Con su aparición cambia el humor de los presentes. Está chorreando. Se descubre la cabeza. Es un hombre de unos cuarenta años.)
FEDERICO.- ¿De dónde ha salido?
GOYA.- De Fuendetodos.
FEDERICO.- ¿Fuendetodos? ¿En qué planeta está eso?
GOYA.- En éste.
ACTRIZ.- ¿Y cómo ha llegado hasta aquí?
(GOYA gesticula como si nadara.)
TONIO.- ¿Quiere decir que el agua llega hasta Zaragoza?
(GOYA asiente.)
FEDERICO.- ¿Agua salada?
(GOYA asiente.)
VIUDA.- No es posible. Ni con los pies del propio diablo podría haber nadado desde allí. ¿Cuántos kilómetros son?
LEANDRO.- Cuatrocientos veintisiete. Lo he hecho en moto.
VIUDA.- ¡No!
ENANO.- Si él dice que lo ha hecho, lo ha hecho.
GOYA.- Vengo todas las tardes. Pero he esperado ciento sesenta años para encontraros a todos reunidos.
ACTRIZ.- Pues entonces es un fantasma.
MÉDICO.- La alucinación colectiva, querida, es un fenómeno relativamente común. He escrito una ponencia al respecto.
ACTRIZ.- ¿Quién es usted?
GOYA.- Hice mucho dinero con mis retratos. Tuve muchos hijos; diecinueve, veinte, no me acuerdo bien. Y era famoso entre las cuadrillas.
VIUDA.- ¡Dios del cielo! Es él. Es mi Chico. Sólo Chico podría inventarse tales cosas. Nadie le creía en Fuendetodos.
GOYA.- En Fuendetodos nadie creía nada, madre.
ACTRIZ.- ¿Es usted su hijo? ¿Es ésta su madre?
VIUDA.- ¿Cómo se atreve a dudarlo?
GOYA.- Claro que soy su hijo. Y tú, permíteme que te tutee, eres mi amante.
ACTRIZ.- ¿Cómo me pintarías?
GOYA.- Tendida de espaldas con las piernas cruzadas. Clavándome los ojos.
ACTRIZ.- ¿Vestida?
GOYA.- Para los que así quisieran verte.
ACTRIZ.- ¡Desnuda! ¡Cobarde!
GOYA.- ¡Qué impertinente!
ACTRIZ.- Entonces no decías lo mismo.
GOYA.- A veces me olvido del orden de las cosas.
FEDERICO.- Tenías el don de la oportunidad, Francisco, como nadie. Los momentos te quemaban o los quemabas. Pero no tenías ningún sentido de la historia. ¿Recuerdas cuando fui a pedirte ayuda?
GOYA.- ¿Cuál fue mi respuesta?
FEDERICO.- Me la negaste, y pasé años en la cárcel.
GOYA.- No me acordaba.
TONIO.- Nunca dudé de que terminarías viniendo.
GOYA.- He venido a ver a mi madre.
TONIO.- Creía que tu madre había muerto.
GOYA.- Ése es un mero detalle.
PEPA.- Eso mismo dijo en Zaragoza un año antes de que yo naciera.
GOYA.- Ya era muy viejo cuando te conocí.
PEPA.- El viernes a las dos de la tarde habrá una ejecución pública en la Place d’Aquitaine, al estilo francés.
GOYA.- Allí estaré.
PEPA.- Un pobre desgraciado llamado Jean Bertain asesinó a su cuñado.
GOYA.- Tantos y tantos asesinatos. No recuerdo quién era ese Jean Bertain.
MÉDICO.- Me gustaría hacerle una pregunta médica...
GOYA.- No, no tengo purgaciones.
MÉDICO.- Solía quejarse de que sentía que la cabeza se le llenaba de agua. Una especie de hidrofobia. Su papel de hombre rana tal vez sea para compensar.
GOYA.- Usted sabrá.
MÉDICO.- Mi pregunta es: ¿empezó a sentir hidrofobia antes o después de quedarse sordo?
(GOYA ignora la pregunta.)
JARDINERO (al MÉDICO).- Fue él, don Francisco, el que robó su cráneo.
GOYA.- Ya lo sé, ya lo sé. Pero, ¿qué importa un cráneo más o menos? Puedo vivir sin él. Dicen que pertenezco al siglo XX. Pero nací en el XVII. Lo lían todo. Llora un niño, veo a unos soldados violando a una mujer, oigo interrogatorios bajo tortura... Hace dos siglos un holandés pintó un jilguero. ¿No es verdad, Pepa?
PEPA.- Para nosotros es hace cuatro siglos.
LEANDRO (celoso).- ¿Quién es este hombre?
PEPA.- Francisco de Goya y Lucientes.
GOYA.- Francisco de Goya y Lucientes... ¿Qué es esto? No sé qué es esto...
FEDERICO.- Vale, Paco, vale ya. Conozco tus bromas. Nos has atrapado aquí con el cuento de la inundación. Pero ahora va en serio. Sé razonable. (Mira el reloj.) Dentro de una hora exactamente tengo que reunirme con el Presidente del Gobierno. La vida sigue, Paco. Ha sido una buena broma...
GOYA.- ¡Una broma, dice! ¡Un infierno! Un verdadero infierno, amigos míos. Me he pasado la vida atormentado... Hoy utilizáis mi nombre siempre que queréis referiros a alguien atormentado, siempre que habláis de vivir en un infierno. ¡Goyesco, decís! ¡Por mis cojones, goyesco! Pensáis que descanso en paz para siempre y que vosotros simplemente vivís en vuestro siglo. Eso es lo que pensáis. ¡Y un cuerno! Os he atrapado aquí esta noche para poneros a trabajar. Esta noche han cambiado las tornas. Vosotros, los espectadores, vais a pintar mi retrato. Inmediatamente. Me vais a pintar con vuestras vidas. Todos, presidentes de gobierno o no, los que van a bailar y los que no. Vais a hacerme un retrato pintado con vuestros cuerpos y vuestras almas. Así podré verme al fin y morir. Así podré olvidar para siempre a Francisco de Goya y Lucientes.
JARDINERO.- ¿Qué color preparo para el lienzo, don Francisco?
GOYA.- Blanco. Un blanco cegador.
(Cae un telón blanco.)