Día nublado (1811). El cementerio está dispuesto como una habitación de la residencia de Goya en Madrid. Cortinas a ambos lados de una ventana que da a la calle. Un espejo con un marco dorado. Una gran planta de interior. El MÉDICO está arrellanado en una silla, agotado. A la derecha del escenario, el JARDINERO pone a secar unos grabados colgándolos de una cuerda de tender la ropa. (Parecen pañuelos de caballero, blancos, de gran tamaño, almidonados. La imagen está por el otro lado. No se ve.) El ENANO está mirando por la ventana, como si fuera una pantalla de televisión.

 

ENANO.- Me parece que es el mismo perro. Ese que se ha inventado. Ese perro de ojos naranjas que tanto le molesta. Sí, es el mismo.

(El MÉDICO se acerca a un extremo de la mesa, donde hay una cabeza y dos cuartos de cordero dispuestos como en una carnicería.)

MÉDICO.- Esta carne está en mal estado. Está indiscutiblemente mala. Me estaba llegando el olor hasta aquí.

JARDINERO.- Insiste en que la necesita.

ENANO.- El perro está siguiendo a una vieja que lleva un hatillo en la mano.

MÉDICO.- Con el hambre que hay en Madrid... El precio del pan sube todas las semanas; ahora una barra cuesta 30 céntimos, el triple que una puta.

ENANO.- No exagere. Me han dicho que no se debe exagerar. Y me lo he aprendido, Doctor. La calle apesta a sulfuro. Entra el olor por la ventana.

JARDINERO (colgando otro papel).- Doce copias de “No saben lo que hacen”. Nunca se le dieron bien los títulos, y mira que se lo he dicho.

MÉDICO.- Otras, sin embargo, se le dan de maravilla. Tienen que dársete bien para dejar pudrir así toda esta carne. Podrían comer una docena de personas. Los baturros no cambian. La Duquesa tenía razón, son tercos como mulas. Hace dos meses estaban quemando sus propias cosechas para que no cayeran en manos de los franceses. Hoy se mueren de hambre. Una irresponsabilidad visceral.

JARDINERO.- No dejará que nadie la tire.

ENANO.- La mujer del hatillo y otra más vienen a pedir a la puerta.

JARDINERO.- No tardará en venir. Está dando los últimos toques a un retrato.

MÉDICO.- ¡Un retrato!

JARDINERO.- Un retrato del General Nicolás Guye.

MÉDICO.- ¿Por qué interrumpir el trabajo, no es verdad? (Llaman a la puerta del estudio de Goya.) Se ha detectado peste bubónica en los arrabales de la ciudad, todas las carreteras están cerradas, el cólera, el tifus se ceban en la población... ¡y el señor está dando los últimos toques a un retrato! El mundo es un infierno, ¡y el señor está terminando un retrato! El día antes del Juicio Final, el narcisismo ha llegado a su máximo apogeo.

ENANO.- Las dos mujeres se han ido sin nada. Una de ellas se quita el chal. No es mayor. Sencillamente no tiene todavía el hambre suficiente para prostituirse. La semana que viene vendrá de mantilla y con liguero.

(Entra GOYA desde su estudio con la túnica militar del General, que deja sobre la mesa al lado de la carne.)

GOYA.- ¿Por qué meten tanto ruido?

MÉDICO (gritando).- Debería tirar esa carne, podría acarrear infecciones en un momento en que sobran. ¿Entiende lo que le digo?

(GOYA cuelga la túnica en el borde de la mesa, coge la cabeza de cordero y la pone en el cuello de la túnica. Se aleja para examinar el efecto.)

He venido a felicitarle. Mi más cordial felicitación por los honores que acaban de rendirle en la Corte.

GOYA.- El pasto es para las ovejas lo que el aire para los pájaros y el mar para los peces.

JARDINERO.- Ahora oye lo que quiere. Nada más.

MÉDICO.- Le felicito por la condecoración que le ha otorgado el Emperador José Bonaparte. ¡Ni más ni menos que la Orden de España!

GOYA.- Para las ovejas, el pasto no es sólo sustento, sino también protección. Cuando se escapan, creen que el pasto las protegerá con su distancia infinita. Cuando se lanzan por un barranco lo hacen confiadas, no temen que les pase nada.

MÉDICO.- Es mi deber insistir, mi querido amigo, en que ahora se lave las manos.

(Entra FEDERICO luciendo la banda encarnada y la estrella de la Orden de España)

FEDERICO (a GOYA).- La llevo por ti. ¡Somos gemelos!

ENANO.- En la calle la llaman la Orden de la Berenjena. También dicen que José Bonaparte monta un pepino en lugar de un caballo.

GOYA.- Ya he pintado a Juan Antonio Llorente con ella. Me llega y me sobra.

FEDERICO.- Hay honores que no necesitamos, ¿no es verdad, Paco?

MÉDICO.- En los tiempos que corren, es necesario tener las manos limpias.

(FEDERICO se quita la banda y se deja caer en una silla.)

FEDERICO.- La Orden de España...

ENANO.- Dos soldados franceses se acercan calle abajo.

FEDERICO (pensativo).- ¿Quién decide quién ha de sobrevivir?

GOYA.- Tengo que pedirle un favor.

MÉDICO.- Lo que se le ofrezca. He traído mi instrumental y mis ampollas... dejé todo abajo. No dude en pedirme lo que quiera. Hemos hecho de todo. Hemos examinado varios culos de bonapartes. Hemos raspado duquesas...

(GOYA agarra al MÉDICO por el cuello con una mano. El MÉDICO se queda sin voz. Nadie se percata de ello, salvo el JARDINERO, que le pasa a GOYA una pinza de tender. GOYA se la pone en la boca al MÉDICO.)

ENANO.- Dos jóvenes damiselas se han acercado a los soldados. Con mi ojo experto, calculo que sus padres tienen una renta de por lo menos dos mil reales.

GOYA (al MÉDICO).- Va a firmar mi testamento. Falta un albacea.

(GOYA le quita la pinza.)

MÉDICO.- Usted no se encuentra bien, Francisco, está a punto de caer en una de sus crisis.

ENANO.- Una de las damiselas juguetea con el zapato. Han acordado una barra de pan para las dos.

FEDERICO (mirando los grabados).- Uno, dos, tres, cuatro, cinco... Son todos prácticamente iguales. Has seguido mi consejo. ¿Recuerdas, Paco? El día que me arrestaron.

ENANO.- Un viejo se ha caído contra un muro y no se puede levantar.

GOYA (a FEDERICO).- Pareces cansado. Tienes la frente cansada.

FEDERICO.- No hay manera, Paco. No hay manera de salir de dos siglos de estancamiento, no hay manera de salir de las mazmorras, de la cámara de torturas, del sótano, del cementerio, del secretismo..., salir de las tinieblas a la primera luz, al primer rayo; otros saldrán más tarde, al mediodía, y nos seguirán. Tenemos razón. Pero estamos tan solos. Nosotros, que queríamos ser padres, somos huérfanos. ¿Me oyes?

ENANO.- El perro está olisqueando al viejo, que no se puede levantar.

GOYA.- Era la época en que en Aragón esquilan las ovejas y recogen los primeros albaricoques. El tres de mayo. Desde ese cerro, detrás del cementerio, por la noche se ven las luces de la ciudad allá abajo, donde están durmiendo mis hijos y mi mujer mira la puerta y se muerde los puños esperando que vuelva. Aquí los franceses se están cargando a todos, uno por uno. No ven, no oyen. Ni siquiera tienen que apuntar de tan cerca como están. Todos estamos esperando morir. Anselmo Ramírez de Arellano, Juan Martínez, Antonio Macías, Méndez Villamil, Antonio Zambrano...

FEDERICO.- ¡Basta ya, Paco! No es digno de ti. Suena como una letanía.

ENANO.- Se acerca un coche fúnebre. Se oye la campanilla, pero él no la oye.

FEDERICO.- Si nuestra gente hubiera estado al mando ese tres de mayo, Francisco, las represalias habrían sido aún peores. ¿Sabes lo que dijo Antonio, el jefe de nuestra junta? Tengo muy mala memoria para las palabras. “Gracias a Dios”, dijo cuando se enteró de las ejecuciones de la Montaña de Príncipe Pío. “Gracias a Dios que todavía queda un ejército en el mundo capaz de reprimir al populacho.”

GOYA.- ¡Fuera de mi vista! ¡Basta ya! Uno, dos, tres. El tercer hombre en morir lleva una camisa blanca y unos pantalones amarillo limón. Está cayendo. Entre la orden de disparar —Feu!— y el final de una vida, hay tiempo para predecirlo todo.

(GOYA, de espaldas al público, mira hacia la ventana. En ella aparece un hombre, con el rostro contorsionado, los brazos extendidos, que va vestido con una camisa blanca y unos pantalones amarillos.)

ENANO.- Dos hombres han alejado al perro de una patada y ahora le están quitando las botas al viejo, que está muerto.

GOYA.- No sé quién escoge lo que veo. No soy yo, Dios mío, no soy yo.

(GOYA se toma la cabeza entre las manos y avanza como un ciego hacia la ventana. La figura desaparece. Sólo GOYA la ha visto. El JARDINERO toma a GOYA del brazo y lo conduce hacia el estudio.)

(Al JARDINERO mientras salen.) Tengo un ruido terrible dentro de la cabeza. Como si fuera agua. Como agua salida de la tierra y atraída por la luna... Prepárame un lienzo para mañana. Tres metros cincuenta por dos setenta.

MÉDICO.- Le dan estos ataques. Lo único que se puede hacer es dejarlo pintar.

(A FEDERICO le da un ataque de tos.)

FEDERICO.- ¿Y puede hacer algo por esto?

ENANO.- Uno de los hombres ha echado a correr con las botas del viejo. El otro intenta cogerlo.

MÉDICO.- Por la noche, cuando uno no puede dormir y está solo, la tos es casi inevitable. Hace falta una mujer, preferiblemente de piel suave y con buena circulación. Acariciar es el mejor remedio para la tos nocturna. El tejido de las sábanas también hace algo.

FEDERICO (entre toses).- Todavía no es de noche y ya estoy tosiendo.

(Entra GOYA con un papel en la mano, seguido del JARDINERO. Ha recuperado el equilibrio.)

GOYA.- Aquí está el testamento. Salvo unos cuantos legados a mis amigos, nombro herederos a mi mujer y al único hijo que me queda, Xavier. Quiero que dispongan de los medios suficientes para vivir seguros. Firme aquí.

MÉDICO.- Su optimismo me deja estupefacto. En los tiempos que corren una herencia no garantiza nada.

GOYA.- No oigo. Firme, si tiene la bondad.

JARDINERO (a FEDERICO).- En los tiempos que corren he observado que los árboles viven más que las leyes.

FEDERICO (sin dejar de toser).- Estamos plantando el árbol de la libertad, amigo mío. Algún día la tierra será de los que la trabajan.

GOYA.- Quiero pensar que a los hijos de Xavier no les faltará de nada.

ENANO.- Ha empezado a llover. Todos corren a guarecerse. El viento ha pegado un papel mojado a la cara del viejo. Ha vuelto el perro.