Cementerio transformado en las ruinas de Zaragoza. Agosto de 1808. La capilla es ahora un cuarto en ruinas de la ciudad sitiada. Hay sacos de arena, de lana. GOYA está sentado frente a una mesa mirando un cuaderno de dibujo. De vez en cuando cae polvo y entra el humo producido por las explosiones, cerca y lejos. El silencio es total.
GOYA (al público).- No oyen nada, ¿no? Igual que yo. Han quitado el sonido. La imagen no es muy definida, pero está viva. ¿Han visto cómo se desintegraba el muro de aquella casa? En completo silencio, cayendo lentamente, con una lentitud que marea. ¿Vieron a las personas que quedaron sepultadas bajo los escombros? Ni un solo ruido. Los bombardeos no paran por la noche, y todavía no ha oscurecido.
(GOYA mira por la ventana rota al cementerio. Entra el ENANO vestido con un uniforme harapiento y cubierto de polvo.)
Amore ha vuelto. Dios sabe para qué.
(El ENANO se sube a un montón de escombro y hace como que está leyendo un discurso.)
ENANO.- Heroico pueblo de Zaragoza, la ciudad de las dos catedrales, prestad atención a lo que voy a deciros.
(Se oye un ruido como si estuvieran ajustando un altavoz.)
Mujeres de Zaragoza, vosotras que habéis demostrado que no os importaba sacrificar vuestro cuerpo y vuestra alma en la defensa de la ciudad, vosotras que nos habéis dado ejemplo en la lucha, tomad ahora picos, palas y rastrillos y limpiad las calles, llenad los sacos, fortificad nuestra ciudad. El ejército francés morirá de humillación cuando sepa que ha sido vencido por vosotras: nuestras madres, nuestras hermanas, nuestras esposas, nuestras novias. ¡Yo soy vuestro padre, zaragozanas! (Aparte.) Acaba de cumplir veintiocho años, el joven Palafox... ¡Soy vuestro padre...! ¡Muerte al invasor!
(Sale el ENANO.)
GOYA.- Durante los bombardeos mueren tantos en la oscuridad como a la luz del día, más, tal vez, porque los trabajos de rescate son más penosos, a no ser que haya varios incendios, en cuyo caso la noche se transforma en día. (Pasa una página del cuaderno de dibujo que tiene sobre la mesa.) Palafox es un loco. Don José Palafox. No tiene cerebro. Lo he estudiado. Mira qué jeta. Parece un bisonte, un hermoso bisonte. Está más presentable a caballo... por eso su Alteza la Puta lo nombró subcomandante de la Guardia Real. (Cierra el cuaderno.) Un fuego enciende otro. Veo una tormenta de fuego devorando en silencio toda una ciudad en una sola noche: llamas, viento, una columna de humo, sin explosiones. Sólo cenizas. La ciudad está a orillas de un río como éste. El río Ebro y el río Elba. Veo un soldado todavía no nacido, ni siquiera un embrión, disertando sobre el uso militar de las tormentas de fuego. Su auditorio son mariposas nocturnas. ¡Shh! Oigo el batir de sus alas.
(Entra TONIO, un hombre ahora de unos cincuenta años, va vestido de soldado irregular y lleva una pierna vendada con un trapo sucio. Camina con dificultad. Abraza a GOYA.)
TONIO.- Por fin has venido. Nunca dudé de que terminarías viniendo.
GOYA.- En mula, Fuendetodos está sólo a medio día de viaje. Nací allí. He venido a ver a mi madre.
TONIO.- Creía que tu madre había muerto.
GOYA.- Ése es un mero detalle. ¿Qué te ha pasado en la pierna?
TONIO.- Me cayeron encima cascotes de un muro. El polvo le cegaba a uno. No me percaté en ese momento. Estábamos cargando un cañón bajo un intenso fuego de mortero. Nos protegemos la cabeza con sacos. (Sonriendo, TONIO coge un saco y se lo pone en la cabeza.) Somos el punto de mira del mundo entero. Los vencedores de Marengo y Austerlitz y Ulm no pasarán. La máquina militar más poderosa del mundo no puede sofocar nuestra resistencia. ¿Y por qué? Porque están perdidos. Sólo tienen mapas. Y estas ruinas siguen siendo nuestra casa. ¿Has visto a nuestras mujeres? ¿Qué has visto?
GOYA.- ¿Era un cañón de veinticuatro libras?
TONIO (asintiendo).- Sí.
GOYA.- ¿Con ruedas de hierro?
TONIO.- Sí. Agustina... era como una flor encendida. Arrebató un trozo de mecha de las manos de un artillero agonizante y disparó a bocajarro una andanada de metralla contra los gabachos. Retrocedieron. No podían avanzar.
GOYA.- Veo que estás febril, Tonio. Ven y siéntate. ¿Cuánto tiempo más vas a poder resistir?
TONIO.- Sólo tú podías hacer esa pregunta. Es como si le preguntaras a Dios que cuánto vas a vivir.
GOYA.- ¿Cuánto?
(TONIO cuenta cincuenta con los dedos.)
¡Cincuenta! ¿Cincuenta horas?
TONIO.- ¡No! ¡Horas no! Semanas. Soy miembro de la Junta. Con el tío Jorge, el aguador, con don Basilio Boggiero de Santiago, profesor y estratega, con Pedro... ¿Cómo has llegado hasta aquí? Es un milagro. El mismo Dios ha de haberte traído.
GOYA.- ¿Quién?
TONIO.- DIOS.
GOYA.- ¿Tú crees que Dios viene a sitios como éste?
TONIO.- El amor de Dios es tan inmenso que parece indiferencia. No deberías salir durante los bombardeos.
(Polvo y humo. No se oye detonación alguna.)
GOYA.- Los gigantes me protegen.
TONIO.- ¿Hay algún dibujo en tu cuaderno?
GOYA.- Los gigantes no tienen memoria.
TONIO.- Cuando bombardearon el hospital fue ella la que organizó la evacuación de los enfermos.
GOYA.- ¿De quién me hablas?
TONIO.- De la Condesa Burita. Tiene un poder extraño. Yo estaba allí y vi lo que hacía con los locos. LOS LOCOS.
GOYA.- Los locos son inocentes, incluso los rabiosos que encierran en jaulas colgadas del techo, incluso ésos, son inocentes. Los verdaderos locos de atar no están encerrados. Nunca lo han estado. Andan sueltos por ahí, ejerciendo su locura. En todos los siglos la han ejercido.
TONIO.- Les salvó la vida.
GOYA.- Había un loco inocente rezando al pie de la cruz del Coso. Decía que él era el Ebro y que iba a extinguir con sus aguas todos los fuegos de la ciudad.
TONIO.- Hace seis años que murió, ¿no?
GOYA.- Vi otro que llevaba un taparrabos... caminaba bajo una lluvia de proyectiles, comiéndose los dedos.
TONIO.- ¿Hace ya seis años que murió Cayetana?
GOYA.- No grites, Tonio, por favor, no grites cada vez que pronuncias su nombre.
(Una explosión inaudible muy cerca del cuarto. Cae polvo por todas partes.)
¿Quién cuida a quién?
TONIO.- Yo estoy hablando de los heridos que atendió la Condesa Burita.
GOYA.- ¡No grites cada vez que pronuncias su nombre!
TONIO.- No estaba hablando de Cayetana.
GOYA.- Te agarras la cabeza como los creyentes. Yo no me la agarro así. Es algo que tiene que ver con la barbilla. Como si Dios te la sujetara.
TONIO.- Tiene veintidós años. El cabello le llega hasta los pies, creo.
GOYA.- Al amanecer su cuerpo no pesaba nada.
TONIO.- ¿Su cuerpo?
GOYA.- El de Cayetana.
TONIO.- El deseo es cruel, el deseo es como la esperanza. Te llama por tu nombre. Y nada puede saciarlo.
GOYA.- ¿Por qué no te ha curado ella?
TONIO.- Nada me quita la esperanza. Intentar quitarme la esperanza es una causa perdida.
(Entra el ENANO y se pone a proclamar sobre un montón de escombros.)
ENANO.- Heroico pueblo de Zaragoza, la ciudad de las dos catedrales, escuchad con atención. Os habla vuestro general, José Palafox. Ya no os pido valor. Habéis demostrado que lo tenéis para dar y tomar. Me habéis escuchado y habéis redoblado vuestros esfuerzos en la fortificación de la ciudad. Ahora me dirijo a vosotros para preveniros de que el maligno, que viene del otro lado de los Pirineos, no sólo toma la forma de balas de cañón y metralla, mosquetes y sables. Ese mismo maligno puede introducirse insidiosamente en vuestras almas y en las almas de vuestros vecinos. La Traición acecha en todos los rincones de nuestra ciudad, esperando una ocasión propicia. Hay traidores entre vosotros. Estad vigilantes, zaragozanos. Expulsad al enemigo. Denunciad a aquellos que, camuflados bajo vuestros mismos capotes, cobijan venenosas intenciones contra nuestro rey y nuestro país. ¡Denunciad a los espías! ¡Denunciad a los traidores! ¡Denunciad a los heréticos!
TONIO.- No hace una hora, los franceses nos enviaron un ultimátum. Sólo tenía tres palabras: Paz y Capitulación.
(El ENANO entra en el cuarto en ruinas.)
ENANO.- En el Mercado Nuevo no queda un solo alimento a la venta, sólo se ven hombres ahorcados. Españoles ahorcados por españoles. Algunos han encendido fogatas bajo los soportales y se guisan un comistrajo. (Le alcanza un pedazo de pan a GOYA.) Es para usted, don Francisco, se lo envía de regalo el fantasma de los soportales.
GOYA.- ¿Y qué habéis contestado?
TONIO.- Guerra a muerte, guerra a cuchillo.
(GOYA se saca de debajo de la camisa un paquete envuelto en un paño y lo tira sobre la mesa.)
¿Dibujos?
GOYA.- No, dinero. Dinero para la defensa de Zaragoza.
TONIO.- ¡Amigo mío!
GOYA.- Los franceses no me pagaron mal.
TONIO.- ¿CÓMO?
GOYA.- Artes, oficios, servicios.
(TONIO intenta abrazar a GOYA, que agarra el sable de TONIO y ataca con él a su propia capa, colgada de un clavo en la pared.)
Dale una capa a un ladrón y esconderá su botín. Dale una capa a un delator y pasará inadvertido. Dale el poder de la capa a un caudillo o a un Führer o a un loco del Pentágono y se lanzará a exterminar, a quemar, a hacer bombas en forma de juguete. ¡Rasga las capas! ¡Rasga las camisas! ¡La carne! ¡Las entrañas! ¡El corazón! ¿Y qué ves? Oscuridad total. Nada. Tinieblas. Tinieblas, Tonio, sólo tinieblas.
TONIO.- No, Francisco, no. Nosotros nunca moriremos. Zaragoza triunfará. Nada en el mundo puede acabar con nosotros.
GOYA.- Te olvidas de una cosa.
TONIO.- Dime.
GOYA.- Te olvidas del cansancio. Es como el óxido el cansancio. Corroe las voluntades más tenaces, mina la más noble de las energías, convierte en polvo rojo la esperanza más ferviente. Al final, el cansancio opta por la solución más sencilla, por la respuesta más breve, la que esté más a mano. No sucede de inmediato, lleva su tiempo, pero antes del final, el cansancio, el ángel exterminador de la fatiga, acaba apoderándose de uno.
TONIO.- Zaragoza resiste. Ésa es la única verdad que tenemos ante nuestros propios ojos. Y la misma verdad está aquí... en nuestros corazones.
GOYA.- Apenas puedes tenerte en pie.
TONIO.- Mientras Zaragoza resista, resiste por todos, aquí y ahora y en los tiempos que vendrán. ¡Zaragoza saluda a Estalingrado! Y confiamos en ti, Francisco, confiamos en ti para que lo que estamos viviendo nunca sea olvidado. Prométemelo, Francisco, ¡PROMÉTEMELO!
GOYA.- Mi pobre Tonio, sigues creyendo en las promesas incluso en momentos como éste.
TONIO.- No es verdad que hayas perdido la fe, Francisco, no lo creo. Tú eres la fe misma. La fe no puede abandonarte. (Se levanta con dificultad.) Ahí fuera me necesitan. (Coge el paquete con el dinero.) Compraremos nitro, vendas, medicinas, pólvora.
GOYA.- No puedes dar un paso.
TONIO.- Es un milagro que hayas venido. Míranos, Francisco. Mira los cadáveres entre los sacos de arena. La crueldad. Míranos. Todos los nacimientos, todas las ruinas, son una ventana que se asoma a Dios. ¡Recuérdale nuestra gloria!
(Sale TONIO. GOYA se echa la capa sobre los hombros, se acerca a la mesa, recoge el cuaderno. Por primera vez se oye un bombardeo atronador. Se apagan las luces.)