El diario
HELEN compuso un extenso email para Kevin McAllister. Una vez concluido, adjunto las biografías del teniente Schweinsteiger y del capitán Heinz, así como los escritos de ambos.
“Ahora podrá decirnos si la traducción de Müller, o de su madre, es fidedigna. En cuanto a las notas de Heinz (sonrió), ¡un dulce para un niño!” comentó jocosa.
Laura estaba tan segura de ello como ansiosa por recibir más noticias del escocés. ¿Sería capaz de descubrir en la biografía de Ludwig Schweinsteiger algo sustancial?
“En cuanto al siguiente paso, Laura…”
“¿Viajar a Kiel?” adivinó esta.
La inglesa asintió.
“Exacto. Sabemos que la madre del teniente Ludwig sigue viva. Si bien es muy anciana, quizás su memoria no esté dañada. También sabemos que no se ha vuelto a casar o le habrían cambiado el apellido en el archivo. Estos alemanes son muy metódicos. Sólo Martha Schweinsteiger puede dar las pinceladas finales a nuestro cuadro. Ella nos dirá más cosas acerca del teniente; quien depositó su obra en manos de los Müller."
“He ahí otro misterio, Helen,” interpuso Laura. “Por lo visto Paulus podría ser el responsable de rescatar el diario; al menos preservó las notas del capitán Heinz. Pero mientras el primero acabó en Moscú, las segundas no lo abandonaron nunca. ¿Por qué?”
Helen no lo sabía. Laura prosiguió.
“Si se hizo una copia del diario, llevada a Alemania como todo parece indicar, de lo contrario no existiría una traducción… ¿Por qué no está dicha copia en posesión de la persona a quien iba destinada, es decir Erika?”
“¿Y quién es Erika? ¿Puedes responderme a eso, Laura? Ludwig escribió un texto para su esposa Martha, no para una tal Erika. A su vez, damos por sentando que una persona de la supuesta integridad del teniente no mantenía ningún tipo de relación extramatrimonial…”
“¡Espera!” cortó Laura, a quien se le ocurrió una nueva idea. “¡Tengo otra teoría!”
Helen se recostó en la cama y se dispuso a escucharla.
“Gran parte de la confusión en torno a este asunto se debe a no habernos ceñido a los hechos tal y como nos fueron presentados desde el principio. Jessel nos dijo que el manuscrito era obra de un amigo de su abuelo y nosotras nos empeñamos en cambiar dicha versión, prefiriendo otorgar la autoría a su antepasado. Müller nos siguió la corriente y al final hemos tenido que dar marcha atrás; reconocer esta última posibilidad como imposible. Sin embargo, el muchacho no nos había engañado.
¿Conforme?”
“Conforme.”
“Si recuerdas, cuando ambas leímos el manuscrito, llegamos a la conclusión de encontrarnos ante una ficción excepcional. Fueron las insinuaciones de Neville y McAllister las que nos convencieron de no tener ante nosotras una novela, sino un diario. Y yo te pregunto, Helen, ¿y si fuese realmente una novela? ¿Y si se tratase de una hermosa narración, imaginaria, elaborada por el teniente Ludwig para deleite de su esposa Martha?”
“¡Laura! ¡Es una teoría fantástica! ¡En ese caso ya no importaría esa discrepancia Erika-Martha! Creo que has acertado de pleno. Nos hemos dejado influir por la buena reputación de nuestros colegas, sobrevalorado sus opiniones e infravalorado las nuestras. Tu eres catedrática de literatura; yo autora de varios libros. McAllister, en persona, admitió que su línea de investigación no es la literaria, sino la histórica. Aunque su análisis del origen de la obra se ha probado cierto y nos ha ayudado sobremanera, ¿quién mejor que una catedrática de literatura para discernir si un manuscrito representa una novela o un diario?”
Laura sonrió satisfecha. Una cosa era cierta, jamás había ejercitado tanto sus neuronas como en las últimas semanas. Saliese lo que saliese de todo aquello, su intelecto sería la parte de su personalidad más reforzada en el proceso.
Helen cruzó las manos bajo la nuca y habló con la vista clavada en el techo.
“Por desgracia, querida, ahora nos falta saber por qué las cartas del teniente también van dirigidas a Erika y no a Martha.”
Laura le lanzó una zapatilla.
“¡Maldita seas! Me has seguido la corriente sin recordarme esa misma diferencia de nombres en las cartas. ¡Eres terrible, Helen!”
Esta rio con ganas.
“Perdóname, Laura. Ya me conoces.”
La valenciana terminó por sonreír.
“Y todavía no tenemos una explicación para la presencia del manuscrito en casa de los Müller.”
Helen se giró y miró a su amiga.
“Explicación real no, Laura, pero posible sí. Por ejemplo, que el autor de la copia no pudo ir a Kiel y la dejó en manos de otras personas; que el autor de la copia la entregó, a su vez, a un tercero y este no realizó el encargo; que el autor de la copia falleció antes de la entrega y su trabajo cayó en manos de alguien desconocedor del destino final y, por tanto, se quedó con ella; que la copia llegó a manos de la esposa del teniente y esta, atormentada por los recuerdos, optó por deshacerse de ella; etc., etc.”
“No está mal,” admitió Laura. “Pero sea cual sea la explicación, mientras todavía existan descendientes vivos del teniente, los Müller no tienen ningún derecho a reclamar los derechos de publicación.”
Helen sacudió la cabeza.
“No necesariamente, Laura, pues existe la posibilidad de que haya sido Martha, debido a su avanzada edad, quien haya puesto la copia en poder de los Müller…”
“¿Martha?”
“¿Por qué no? No sabemos si la familia de Jessel está emparentada o mantiene una antigua amistad con los Schweinsteiger, como tampoco sabemos la fecha exacta cuando esa copia llegó a los Müller. Si tu amigo hubiese dejado a un lado sus secretos y hubiese escogido ser sincero desde el principio, no pasaríamos la mayor parte de nuestro tiempo lanzando especulaciones a diestro y siniestro.”
Laura no aprobó el modo cómo Helen dijo “tu amigo”. De todos modos, aceptó el razonamiento.
“¿Cuándo partimos para Kiel?” preguntó finalmente.
Helen sopesó la pregunta y contestó:
“No antes de leer la respuesta de McAllister.”
En esta ocasión el escocés no contestó con la misma prontitud que anteriormente. Helen aprovechó su silencio para enviarle un segundo correo en el cual enumeraba todas las posibles teorías y todas las conclusiones barajadas hasta ese momento. Adjuntó todo aquello que pudiese ser relevante, segura de que su amigo les facilitaría una interpretación más precisa con todos los detalles del caso en su poder, por triviales que pudiesen parecer.
Pasaron tres días más en Múnich, con objeto de disfrutar un poco de las vacaciones de verano. Al final, no vieron la necesidad de estar allí, esperando un correo cuando podían hacer lo mismo, en España, tumbadas en la playa; tiempo tendrían de coger un vuelo a Kiel. Además, Laura deseaba regresar a casa cuanto antes, con la oculta esperanza de encontrarse de nuevo con Jessel Müller, de recibir una nota o quizás otra visita suya. ¿Acaso no la había besado con deseo? ¿No le había mostrado sus sentimientos? La idea de que el joven fuese a su casa, sólo para encontrársela vacía, la torturaba. Cierto, su amiga Amparo se había hecho cargo de la vivienda, pero no pasaría en el Paseo Marítimo más de una hora al día; su atención estaría dividida entre sus dos hijos y su deprimente marido.
Cuando llegaron a Valencia, no las esperaba ningún comunicado de Müller. Laura se sintió tan frustrada que apenas pudo contenerse. Su humor empeoró poco a poco y ni siquiera las charlas de su amiga mejoraron las cosas. La visión del mar no le levantó el ánimo, como tampoco lo hicieron los paseos por la Malvarrosa o las visitas a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Por su parte, Helen comenzó a echar de menos su vida independiente en Mallorca. No quería abandonar a Laura, justo en ese momento. Se había propuesto concluir, junto a ella, la investigación iniciada por ambas, antes de desaparecer una temporada. En su mente ya se forjaba un nuevo libro de historia y sentía ese hormigueo interior previo a la composición de una obra. Tenía intención de escribir un volumen sobre la colonización de Australia, lo cual la obligaría a pasar algún tiempo en aquel lejano y enorme país. Inexplicablemente, su labor con Laura perdía interés, quizás debido al humor de esta última.
¿Dónde te has metido, Kevin? ¿Por qué no contestas de una vez y me dejas seguir con mi vida?
McAllister respondió con tardanza. Como compensación, su correo estuvo cargado tanto de significado como de revelaciones sorprendentes. Lo leyeron en la terraza. Ambas deseaban terminar con todo aquello. El regreso a casa despertó en la primera la conciencia de un verano a punto de agotarse, de una vida (su vida) más importante que ninguna otra cosa. La ausencia de Müller la estaba sumiendo en un desencanto del cual deseaba escapar; un desencanto culpable de influir en todos sus actos.
Sólo un mes más y retomarás tu rutina diaria, Laura.
De: Kevin McAllister
Para: Helen Bradley
CC: Laura Torrent
Asunto: diario
Adjunto: archivo Heinz
Mis queridas amigas,
¿Cómo agradeceros la dicha de vuestro último email? No me sentía tan joven desde hace tiempo. Si el diario del teniente Ludwig(¡y dale con lo de diario!) supone mucho para vosotras; ¿os imagináis qué suponen para mí las notas del capitán Heinz?
Vayamos por partes. Primero vuestro placer y luego el mío.
La traducción del joven Müller es perfecta. Una obra maestra.
(Asintieron)
La biografía de su abuelo (¿fue su abuelo?) es sumamente interesante, no sólo en el contenido sino también en la forma. Que un hombre como Rundstedt intercediese en defensa de ese teniente es algo a destacar; un antinazi apoyando a otro.
Rundstedt era un prusiano de la vieja escuela, desencantado con Hitler y sus campañas; un hombre muy singular. Disfrutaba de la lectura de novelas policíacas y sin embargo se avergonzaba de ello. Solía leerlas en su despacho, manteniéndolas en un cajón entreabierto. Si alguien entraba cerraba el cajón, como un crío ocultando un secreto. Un día de crudo invierno, von Manstein le preguntó porque no se ponía un abrigo. Rundstedt contestó que nunca había tenido uno y no pensaba comprarse uno ahora, a su edad. Así era el general Rundstedt. Este, probablemente vio en el joven Ludwig el ideal de lo que debería ser la juventud alemana; una juventud derivando, peligrosamente, hacia el fanatismo. Ludwig era diferente y no es sorprendente que él hiciese cuanto estuvo en su mano para librarlo de tan absurdo castigo.
En un período de la historia gobernado por criminales, encontrar un tándem tan valioso como el formado por Schweinsteiger y Heinz es algo consolador. Ambos debieron sufrir mucho en medio de su entorno. Bárbaros de las SS, miembros de su propio ejército ejecutando civiles, jefes insensibles a sus inquietudes… Una lástima.
Si recordáis, expresé mi convencimiento de que el diario fue escrito por una persona con estudios. Bien, el autor no ha resultado ser un universitario o intelectual en el sentido estricto de la palabra, sino un joven con una formación puramente militar, como ya había intuido. Pero no os dejéis engañar por este hecho. La Escuela Militar de Berlín fue la élite de su tiempo y entrar en ella no resultaba sencillo. A mi parecer, la circunstancia de que su padre fuera un capitán fallecido en la I Guerra Mundial sirvió de trampolín al joven para ingresar en ella. Aun así, una vez dentro, sólo los mejores lograban graduarse. Ludwig Schweinsteiger tuvo que ser muy bueno. De hecho, sé a ciencia cierta que lo fue (luego me extenderé en este punto). Poseía, por tanto, una inteligencia y una sensibilidad innatas. Os dije que algunas expresiones utilizadas en el diario son propias de las academias militares. No me equivoqué, pues, en mis suposiciones.
Imaginaros el cambio brusco, para un adolescente de 14 años, al abandonar el entorno familiar de Kiel y viajar a la Escuela de Berlín dejando detrás a los suyos. Los momentos de añoranza, en el corazón del joven Ludwig, debieron ser innumerables y durante ese período la imagen de los campos de brezos se convertiría en una constante de su memoria.
Difícilmente podría haber conocido a Erika durante uno de sus escasos y breves permisos, si bien no es imposible. Lo más probable es que fuese una joven del barrio a quien conocía desde niña. Si es así, si su amor se remontaba a la niñez, la unión entre ambos, como atestiguan las palabras del diario, fue extraordinaria.
Es hora de añadir un inciso que quizás os deje perplejas.
Las anotaciones del capitán Heinz son el sueño de cualquier historiador. Desgraciadamente, sólo son fragmentos muy bien reconstruidos (cronológicamente) por la biblioteca alemana. Si esas notas estuviesen completas, su utilidad sería incalculable. Faltan muchísimas cosas, y el valor no reside tanto en el aspecto histórico como en las percepciones personales. La figura de Heinz llama poderosamente la atención. ¿Cómo es posible que yo desconociese su existencia? ¿Sabéis cuantos documentos, relacionados con la II Guerra Mundial, han pasado por mis manos? He aquí dos oficiales de graduación modesta, un capitán y un teniente, respetados por sus generales; condecorados con la Cruz de Hierro tras participar en una misión suicida y quienes, sin embargo, habían escapado a mi atención. ¡Imperdonable!
La razón de mi tardanza para responder se debe, entre otras cosas, a haberme enfrascado en mi propia investigación, incluyendo un fructífero viaje. Ya os dije que os dejaría perplejas.
(¡Apenas podían creerlo!).
He pasado dos días en Alemania, visitando al hombre que cedió las notas del capitán Heinz a la biblioteca de Múnich. Para dar con él, necesité valerme de todos mis contactos e influencia. No os revelaré su nombre ni paradero porque he dado mi palabra de no hacerlo; basta decir que he averiguado la razón tras esa especie de anonimato vinculado a Heinz. Antes os invito a leer las anotaciones del capitán. Tomaros vuestro tiempo. En unos días, os enviaré un segundo email como complemento a este. Me imagino tu cara, Helen. En este momento maldices mi nombre y mi afán de protagonismo. Nada podría divertirme más.
Un fuerte abrazo.
Como bien había adivinado McAllister, Helen lanzó una maldición.
“¡Maldito bastardo! Nos ofrece una galleta y la retira justo cuando estamos a punto de degustarla. ¡Será cretino!”
Laura soltó una carcajada. Sabía que el enfado de su amiga era fingido y nadie admiraba más al escocés que ella. La verdad, el correo la había animado. Todavía sonriente, bromeó con su compañera.
“¡Venga, Helen! En el fondo me encanta su modo de hacer las cosas. Una buena novela requiere de una segunda parte, ¿no crees?”
La inglesa bufó algo ininteligible y Laura se tapó la boca para ocultar la risa.
“¿Estás lista?”
Helen lanzó un suspiro.
“Estoy lista.”