Valoración

FINALIZADA la lectura, ninguna de las dos abrió la boca durante unos minutos. Helen se dispuso a repasar, una vez más, aquellas interesantes notas. Laura, por su parte, se sumió en la más profunda de las meditaciones. Ludwig se había suicidado, al igual que en su sueño. Un joven de ese talento, de esa rectitud, no mereció terminar sus días de semejante manera. Aunque lo había dado a entender en su última carta, la confirmación del hecho afectó mucho a Laura. ¡Oh, Ludwig! ¡Pobre Erika!

La primera en decir algo fue Helen.

“No me sorprende el entusiasmo de Kevin. ¿Qué opinas, querida?”

La valenciana, abandonando sus reflexiones, contestó:

“La verdad, me gustaría decir un montón de cosas, pero prefiero morderme la lengua hasta leer la segunda parte del correo de McAllister. ¿Te importa, Helen?”

Esta sacudió la cabeza.

“En absoluto. Por primera vez en mi vida, mantendré la boca cerrada hasta conocer el desenlace de su investigación.”

 

Helen escribió al escocés; ambas habían analizado el escrito del capitán y esperaban el resto. McAllister, como si de un Alfred Hitchcock se tratase, tardó en responder, lo cual sólo sirvió para sacarlas de quicio. Deseaban, fervientemente, valorar las notas de Heinz. Al mismo tiempo, se mordían los labios para no hacerlo, porque cualquier teoría no tendría la menor validez sin las explicaciones del historiador.

Durante un tiempo, McAllister se convirtió en el hombre más odiado por las dos mujeres.

“¡Algún día me vengaré, Kevin! ¡No lo olvides!” exclamó Helen una y otra vez.

 

 

 

De: Kevin McAllister

Para: Helen Bradley

CC: Laura Torrent

Asunto: Schw & Heinz

 

 

 

Queridas amigas,

 

Espero hayáis disfrutado, tanto como yo, de la lectura de las notas del capitán Heinz (un hombre extraordinario). ¿Ya habéis sacado vuestras propias conclusiones o necesitáis de la ayuda de papá McAllister?

 

“¡Imbécil!” bramó la inglesa.

 

Es una broma, Helen. No dejes que tu flema te abandone.

Bueno, ha llegado la hora de las explicaciones.

 

Si algo me llama la atención del relato de Heinz, es el relato en sí mismo. En primer lugar, deriva desde una euforia inicial a un desapego final. Muchas de las opiniones expresadas hubiesen sido motivo suficiente, bajo el régimen nazi, para comparecer ante un pelotón de fusilamiento.

Que una persona de su posición deambulase por el frente con este tipo de anotaciones entre sus pertenencias, es indicación de que o bien no era totalmente consciente del peligro al cual se exponía o bien confiaba demasiado en la protección de sus superiores. Probablemente haya un poco de ambas cosas. Yo ya he expresado mi opinión al respecto en mi anterior correo.

 

El teniente Ludwig, por su parte, prefería matar el tiempo con narraciones puramente literarias. Si bien compartía la visión global de Heinz, e incluso podría decirse que esta estaba influenciada por el propio teniente, Ludwig tenía el suficiente sentido común como para expresarla sólo de manera verbal, nunca por escrito. En un momento dado, Schweinsteiger advierte a su amigo de que no se meta en líos por su culpa, invitándolo a mantener la boca cerrada. A la vez, este mismo consejo es expresado por su general. Pese a las precauciones del teniente (quien como hemos visto no le impedían perder la cabeza de vez en cuando y terminar ante un consejo militar), si el relato de Heinz hubiese caído en ciertas manos nada lo habría salvado de un juicio sumarísimo. Su nombre aparece por todas partes. Esto, en sí, es muy curioso. Una división militar consta, de media, de unos 10.000 hombres. Es de suponer que a pesar de llevarse muy bien y estar siempre juntos, ambos tenían otros camaradas con quienes compartían penas y alegrías. Sin embargo, no se menciona ninguno, al menos en las páginas conservadas. Los dos jóvenes limitan su universo personal a sus esposas y a ellos mismos. ¿Por qué?

Sólo quien los hubiese conocido en vida podría darnos una respuesta. Paulus fue el primer nombre que me vino a la mente. Él salvó los escritos del capitán y los mantuvo consigo. ¿Había sido también el artífice de rescatar el diario de Schweinsteiger? El capitán Heinz expresa su intención de entregárselo a Paulus, antes de tomar una fatal decisión.

Haciendo uso de mi influencia, di con la persona adecuada: un conocido de Paulus; un hombre responsable de donar las notas a la biblioteca de Múnich tras heredarlas del anterior.

Decidí visitarlo, pues por fortuna sigue vivo, siendo un joven protegido del Mariscal durante la residencia de este en Dresde. Me encontré ante una persona tan anciana como desconfiada. Al principio, fue reacio a hablar conmigo. Una vez asegurado del carácter confidencial de mi visita, y tras reconocer en mi obra algo de su agrado, el tipo no tuvo reparos en brindarme su confianza.

 

Comenzó con un breve resumen de los últimos años de Paulus en Dresde; unos años llenos de amargura, de recuerdos, cargados de pesar… En un par de ocasiones, su mentor había aprovechado las diatribas sobre la guerra (de la cual hablaba con cierta frecuencia a mi anfitrión), para introducir la figura del capitán Heinz. La descripción que Paulus hizo de él fue la de un joven valiente, idealista y chapado a la antigua. Mucha estima debía sentir por su capitán si tenemos en cuenta lo mal parada que sale su persona en las opiniones expresadas por Heinz. Curiosamente, a Paulus esto no le preocupaba en exceso, lo cual no deja de ser toda una revelación. Al general se lo tuvo por un sujeto orgulloso, altivo, distante. Pese a ello, su manera de encajar las críticas de Heinz, incluso conservarlas en su biblioteca particular, me han obligado a revisar el perfil de Paulus. Es la primera vez en mi vida que algo así me ocurre.

Me alegro por ello. Nada satisface más a un investigador que descubrir una verdad diferente allí donde no quedaban huecos para ella.

 

Tenemos, pues, a un general (o mariscal de campo, nada menos) dispuesto a preservar la memoria de un modesto capitán. ¿Podría darme mi confidente una razón para ello? Me la dio.

 

Si recordáis bien, en un pasaje concreto Heinz comenta el disgusto de Rundstedt cuando el comandante en jefe del Ejército alemán, el general Werner von Fritsch, es obligado a dejar el cargo al ser acusado de homosexual. La homosexualidad en el ejército alemán, por no decir en la caduca sociedad europea de aquella época, era considerada un pecado imperdonable. Los nazis no tenían el menor reparo en eliminar, físicamente, a quienes consideraban una plaga social. ¿Cuál es la última entrada en las notas de Heinz?

Laura y Helen la recordaban perfectamente.

 

¡Si tú supieses, compañero, cuánto has significado para mí!

He ahí la clave de nuestro misterio. Lo sospeché al leerlo y mi anfitrión se limitó a ratificármelo (Paulus se lo había comentado).

Heinz tenía dos amores en su vida; uno, su esposa Hilda, a la cual idolatraba por encima de todo; el otro, fue el teniente Schweinsteiger, por quien sintió algo más que la devoción propia de un compañero de armas.

 

Helen y Laura se miraron en silencio. Cualquier duda, al respecto, quedaba resuelta.

 

Paulus conocía todo esto; otros integrantes de la división 71 también. A diferencia de lo ocurrido a otras personas descubiertas en un secreto similar, el carácter jovial, la valentía mostrada en combate y la camaradería de unos jóvenes que se jugaron la vida para salvar a sus compañeros, fueron suficientes para que se respetase (incluso protegiese) su intimidad. No existen dudas de un Heinz profundamente enamorado de su amigo. Si este lo estaba del primero, es otra cosa distinta. El teniente era consciente de los sentimientos de su capitán, si bien no parece los compartiese, lo cual nunca le influyó a la hora de estar siempre al lado de su colega y confiar siempre en él. En realidad, Schweinsteiger sólo tuvo un amor: Erika.

 

Poco antes de ofrecerse como blanco a un francotirador soviético, Heinz confió el diario de su adjunto a Paulus. Este aceptó el encargo de hacérselo llegar a Erika, aunque terminó siendo confiscado por los rusos. El Mariscal mostró su malestar y la paranoia reinante en las filas soviéticas tampoco ayudó mucho. Los escritos confiscados eran analizados, al detalle, por el servicio de inteligencia de Stalin, en busca de alguna pista crucial. Que el diario del teniente no contiene ningún tipo de clave salta a la vista, pero los hombres del dictador ruso creían firmemente en una premisa: cuanto más inocuo es un escrito, más sospechas debe despertar. En teoría, según ellos, ningún miembro del servicio de inteligencia plasmaría sobre el papel, de manera abierta, ninguna información relevante; seguramente la camuflaría en medio de frases intrascendentes, unas frases a descifrar con suma paciencia. Y Ludwig, asumían, era un espía, de ahí su dominio del ruso y la posesión de libros en esta lengua. Esa es la causa por la cual el diario terminó en un archivo moscovita. Y no me sorprendería que algún cerebrito del servicio soviético extrajese de ese diario algún disparate sin valor. Paradójicamente, los restos medio calcinados de un volumen escrito por el capitán Heinz fueron devueltos a Paulus sin el menor reparo. En sus páginas, se critica la política de Hitler y el modo de conducir la guerra (los rusos se divertirían bastante con todo esto), y nadie dudó en compartirlo con el Mariscal. Si los rusos hubiesen leído con la atención debida, habrían descubierto en dicho volumen las constantes alusiones al teniente Schweinsteiger y cómo este era incluso más crítico que el propio Heinz. Por alguna razón, lo pasaron por alto.

 

Nunca sabremos si la transcripción que os he enviado es todo cuanto se conserva del capitán o si Paulus guardó algo más cuyo secreto murió con él. Sabemos, eso sí, que el mariscal mantuvo su respeto hacia Heinz hasta el final e hizo todo lo posible porque este fuese olvidado. De no haber sido así, tarde o temprano se habría descubierto el amor del capitán por su adjunto y, hecho público, quizás se hubiese manchado injustamente su nombre; olvidando los logros para debatir sólo lo anterior. Paulus no quiso arriesgarse a tal cosa.

Pasemos ahora al autor de nuestro querido diario.

 

Las dos estaban totalmente enganchadas al correo del escocés.

 

Nuestro teniente, a quien he dejado para el final al ser el verdadero protagonista de toda esta investigación, fue un hombre igualmente interesante. La mezcla de arrojo, sentimiento, inteligencia, lealtad, imaginación, nostalgia, compañerismo y mentalidad adelantada a su tiempo, son admirables.

Paulus apenas lo mencionó a mi interlocutor, salvo para presentarlo como el recipiente del amor de Heinz. Por tanto, si quería saber algo más sobre su vida, sólo me restaba acudir al archivo de la Academia Militar de Berlín y comprobar si entre sus documentos se conservaba algo relativo a Ludwig Schweinsteiger cadete.

 

Estuvieron a punto de golpearse la frente por haber omitido una idea tan brillante. McAllister siempre iba un paso por delante de ellas.

 

También podría haber localizado a su esposa, quien como habréis comprobado sigue entre los vivos, pero lo consideré una intromisión imperdonable en vuestro excelente trabajo. Esa guinda al pastel, os corresponde a vosotras.

En resumen, tras agradecer a mi informante la ayuda prestada, hice una breve parada en Berlín antes de regresar a Edimburgo. Por suerte, se conserva la ficha del teniente en la Academia. Gracias a ella, descubrí lo siguiente.

 

El suspense las mantenía inmóviles.

 

Schweinsteiger ingresa a la edad de 14 años en la Academia Militar de Berlín. Como hijo de un capitán fallecido durante la I Guerra Mundial (un héroe de guerra), las puertas se le abren a una institución de por sí selectiva. Esto no es suficiente para triunfar en ella y el joven deberá aportar el resto. Este sabe bien lo que se hace. Sus calificaciones son espectaculares, su ficha impecable, la valoración de los instructores sobresaliente. Su nombre siempre está entre los primeros de promoción.

Rundstedt había hecho un curso de 3 años en dicho lugar, a principios del siglo XX. Su figura es un ejemplo para el joven Ludwig. Otro militar al cual admira es Erwin Rommel (supongo no hace falta les hable de él; uno de los mejores, sino el mejor del siglo XX). Cuando Rommel publica su libro “Ataques de Infantería” Ludwig, recién graduado como Alférez (1937), se hace con él y lo devora hasta casi memorizarlo.

Dejando a un lado su habitual timidez, envía una carta de reconocimiento al autor. Inesperadamente, Rommel responde y ambos mantienen contacto escrito en un par de ocasiones más. Así pues, Ludwig admiraba a dos militares de corte distinto pero con algo en común: un desprecio hacia los nazis. Como ejemplo y con motivo de un desfile militar, en una ocasión se dispuso que las SS desfilasen delante del ejército, para garantizar así la seguridad de Hitler. Rommel se negó a ello, impidiendo que los gerifaltes del partido nazi precediesen a los soldados, lo cual enfureció a aquellos de manera notable. No sólo no fue reprendido sino que Hitler lo congratuló por su decisión y reconoció en él a un hombre firme, de confianza; lo cual no fue atenuante para condenarlo más tarde, como cómplice, por el atentado contra el Führer en Julio de 1944. Ante la disyuntiva de ser fusilado o suicidarse, Rommel escogió lo segundo. Se proclamó un luto oficial por su muerte y fue enterrado con todos los honores.

Esta visión del honor la compartirá el joven Schweinsteiger, quien prefiere el suicidio a dejarse apresar.

Como veis, nuestro teniente mantiene una mentalidad abierta en cuanto a la vida en general a la vez que un espíritu anclado en las tradiciones militares más arcaicas.

Según su historial los permisos, sin ser escasos, no fueron frecuentes. Con una situación financiera en absoluto desahogada, el joven solía pasarlos en Berlín, lo cual me reafirma en la creencia de que ya conocía a Erika desde la infancia.

Poco más pude averiguar (y no es poco) de esa etapa en la academia. Encarguémonos ahora del diario.

 

La larga espera había merecido la pena.

 

Tenemos ante nosotros una composición la cual, al margen de nosotros y del servicio soviético de inteligencia, supuestamente nadie más ha leído si exceptuamos a los Müller. ¿Cómo han tenido estos la ocasión de hacerlo? De Stalingrado, el diario pasa al archivo moscovita; de aquí, a la biblioteca de Múnich, donde jamás ha sido reclamado. Por el momento, sólo esta parte del misterio me parece irresoluble.

 

Voy a barajar algo que, me temo, no le hará demasiada gracia a Laura.

 

Esta frunció el ceño.

 

Jessel Müller es una quimera. No existe tal persona. Estoy convencido de ello.

 

¿Qué?

 

No tengo la menor idea de cómo ese joven ha entrado en posesión de una copia del diario. Sólo puede haberlo hecho por medio de un acto delictivo.

 

¡Por el amor de Dios!

 

Si mi suposición es acertada, Müller habrá recurrido a una identidad falsa.

 

¡Pero qué está diciendo!

 

Imaginemos a un pirata informático capaz de acceder a la Bayereschen Staatsbibliothek. Allí descubre un diario con un posible valor de mercado, un diario jamás reclamado ni publicado. De repente, su mente traza un plan audaz: apropiarse de él y hacerlo pasar por una reliquia familiar. Si se publica con éxito, y Müller es lo suficientemente inteligente (véase su traducción) como para estar seguro de tal cosa, podrá sacar una buena tajada. Decide, entonces, poner en práctica su estratagema.

 

¿Está loco? Laura comenzó a sudar.

Una vez puesta en marcha recuerda que el dinero debe ir a una cuenta bancaria. Necesita una identificación real (requisito ineludible) y la idea puede acarrearle serios problemas. Finalmente da marcha a atrás y desaparece en la misma nebulosa de misterio que lo llevó al despacho de Laura.

 

Helen miró a su amiga con cara de preocupación.

 

Esta es la única explicación razonable del asunto (o alguna similar). No cuesta nada comprobar su identidad y ver si es verdadera o falsa. Sugiero lo hagáis. Espero, profesora, que no se enfade conmigo.

 

Laura estaba muy enfadada. En pocas líneas, McAllister había dilapidado la reputación de un joven al cual había amado, ¡amaba todavía!, con una pasión desconocida.

 

Ya me he extendido bastante. El resto es cosa vuestra.

Os envío todo mi cariño y el de Agnes. Mantenedme informado.

 

Un abrazo

 

Kevin