Capitulo 9

 

Anja y su pasión andaluza

Hamburgo 2015

 

Me llamo Anja Bielefeld y tras treinta años de una existencia bastante monótona he descubierto lo que me gusta. Hace unos meses hice un viaje de Last Minute; un viaje de esos que pagas doscientos euros y solo es necesario estar a cierta hora en el aeropuerto. Tienes una semana con pensión completa en algún lugar cercano al mar, pero puede ser Turquía, Grecia, España, o cualquier sitio donde haya turismo barato. No tienes derecho a elegir y por eso es tan barato. Yo tenía una semana de vacaciones y no me lo pensé dos veces. Ni se me había pasado por la cabeza pasarme las vacaciones en Hamburgo a pesar de no andar muy bien de dinero. Estaba quemada con el trabajo y necesitaba una escapada.

Tuve la suerte de terminar en el sur de España y pasé la mejor semana de mi vida. Descubrí otro mundo, otra forma de plantearse la vida. El clima fue horroroso y me pasé la mayoría del tiempo en el Bar de Rafa en San Pedro de Alcántara. Por un euro me daban una cerveza y una tapa. Y como encima le caí bien al camarero, apenas me dejaron pagar. Pero lo mejor de todo es que a pesar de la lluvia, la gente entraba en el bar y se reía sin parar. En Hamburgo cuando llueve, y llueve bastante a menudo, la gente no sonríe. De hecho, los dos primeros días me los pasé medio llorando ya que no estaba aprovechando las vacaciones y ya no volvería a tener la siguientes hasta dentro de seis meses. Al tercer día tuve una revelación; me di cuenta que existía otra forma de vivir la vida. A partir de ese momento, empecé a sonreír y a hablar con la gente. Hasta ese momento, no había levantado la vista de mi libro ni un minuto. Todavía recuerdo con todo lujo de detalles cómo empezó todo: una mujer joven con el pelo negro hasta la cintura se me acercó y me preguntó:

<<Quilla, ¿yu espik inglis?>>

y yo le contesté:

<<Yes, I speak a little bit.>>

A partir de ese momento, ella se me acercó con toda su banda y empezaron a hacerme preguntas de todo tipo. No he conocido nunca a gente tan simpática. Con cualquier contestación que les daba se reían y pedían una y otra ronda. Yo no estaba acostumbrada a semejante simpatía y descubrí otra forma de vivir.

Primero conocí a Manolo y a su novia Carmen. Eran una pareja encantadora que estaban en paro. Les tuve que preguntar cómo era posible que estando en el paro, ellos pudieran estar en el bar tomando unas cervezas. Me contestaron que en Andalucía se puede vivir bien con muy poco dinero. Carmen cortaba el pelo a las amigas y Manolo llevaba gente al aeropuerto. Entre una cosa y otra se sacaban mil euros entre los dos y con eso vivían bien. Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo. Para mí, que tengo una mentalidad alemana del norte, el largo plazo me lo tomo en serio. Aquí tenía dos jóvenes en lo mejor de su vida. En lugar de estar preocupados y amargados por tener un futuro negro estaban alegres y casi celebrándolo. Y lo más curioso de todo es que me estaban dando envidia. ¡Era increíble!

Yo empecé con algo parecido a lo que en España se conoce como Formación Profesional, pero haciendo prácticas al mismo tiempo. Al terminar las prácticas, no había dudas de que se me daba bien, así que decidí estudiar empresariales, pero trabajando en la misma empresa, así no tendría que pagar ningún tipo de crédito. Para cuando terminé la carrera, ya estaba en un puesto alto y dando por hecho que terminaría mi vida laboral trabajando para esa compañía. Es más, tenía una hipoteca de 600,000 Euros para comprar un piso pequeño en el centro de Hamburgo. Me había metido en un ritmo de vida que no me permitía pensar que hubiera otras formas de vivir. Si al final del mes no tenía cinco mil euros para pagar todos los gastos, hubiera tenido un problema. Y eso que no tenía ninguna carga. Pero entre el piso, el coche y el vivir en una ciudad tan cara como Hamburgo se me iba todo el dinero. Y ahora me encuentro con esta pareja andaluza que con mil euros viven los dos y encima, en un sitio con mucho mejor clima que el norte de Alemania. Les miro, y a pesar de ganar cinco veces más que los dos juntos, siento envidia. Es uno de esos momentos en los que las ideas se vuelven claras y creo saber lo que quiero en esta vida. Al volver a Alemania, alquilaría mi piso y dejaría el trabajo.

La mejor semana de mi vida se me hizo corta y al volver mi prioridad sería aprender español. Me había equivocado de sitio donde vivir. Puse un anuncio en varias cafeterías céntricas de Hamburgo y en menos de unas horas me llamo un español para darme clases. Quedamos en el mismo bar para hacer una prueba y noté que no tenía mucha experiencia en dar clases, pero como solo me pedía doce euros la hora (cualquier alemán me hubiera cobrado el doble), le di una oportunidad. El ponía mucho de su parte, era muy serio y estaba claro que con él terminaría aprendiendo, así que entre el trabajo y las clases de español fueron pasando los días.

Después de varias semanas con las clases, Andoni, el profesor, me ofreció ir al cine a ver una película española, El Niño, en versión original. Me dijo que toda la película estaba rodada en Andalucía y que como yo era una enamorada del sur debería verla. Por supuesto, accedí toda emocionada. El caso es que no entendí una sola palabra de lo que dijeron los actores y me vino un bajón. Llevaba ya un mes esforzándome mucho con el idioma y creía que me podría defender. ¡Qué va! No me enteré de nada. Hablaban muy rápido, y al terminar me puse a llorar como una niña pequeña y pasé bastante vergüenza. No lo pude evitar. Entonces ocurrió lo más extraño de todo, Andoni se notó culpable, no sé si porque era el profesor y responsable de mi español, o por haber tenido la idea de traerme al cine. Pasamos a hablar en alemán y nos olvidamos de la película, de las clases y de todo. Nos fuimos a tomar un cocktail y el empezó a hablar de lo buenos que eran los escritores alemanes, como si yo fuera una experta y tuviese grandes conocimientos. Yo había estudiado lo mínimo para aprobar los exámenes en el colegio y cuando me recitó el poema Die Lorelei, en el que una sirena consigue hacer naufragar un barco, casi me escapo corriendo. El caso es que me agarró la mano y me empezó a acariciar. Puede parecer una tontería, pero me pilló muy sensible y para callarle la boca terminé besándole. No se me pasó por la cabeza que era el primer beso que le habían dado en su vida. Fue una sensación tan curiosa que empecé a jugar con él. Fue como jugar con un niño pequeño, tan inocente y con tanto por descubrir. Al principio, fui paso a paso. No le dejé que tomara la iniciativa en ningún momento. Me sentí como una reina enseñándole todo. Si él quería ganar el premio gordo tenía que ir sumando muchos puntos. La primera semana solo fueron besos y si hubiera querido hubiera podido seguir así toda la vida. Fui yo la que quiso acelerar el proceso un poco, pero haciéndole pensar que él iba demasiado rápido. Tuve claro que tenía que tratarme bien y que si quería ir rápido me haría sentir como una fulana. Era un poco patético ver a un hombre hecho y derecho babeando. Ni por un momento sentí algo por él, pero tampoco me habían querido nunca así. Sin quererlo terminé por tener un esclavo y un profesor de español al mismo tiempo. En unas pocas semanas se vino a vivir conmigo y yo me sentí como una reina. Yo hacía la vida normal y al llegar a casa me encontraba todo limpio y con la mesa puesta. Además, él estaba tan enamorado que quería que aprendiera a hablar español cuanto antes, así que hablábamos todo el rato en español.

Aparte de su poca experiencia en el amor, Andoni tampoco había visto mundo y eso se notaba. Para el, su visión de una persona rica consistía en conducir un Jaguar y tener un millón de euros en el banco. Cuando le lleve a Sylt, un isla a tres horas de Hamburgo, él no creía que pudiera existir un lugar con tanta riqueza. En esta isla, tienes que pagar hasta para bañarte en la playa. Y como quieras tener una sombrilla, más te vale que vayas ahorrando. También le llevé al museo de miniaturas en Hamburgo y le encantó. Salir con Andoni era como salir con un niño pequeño.

Mis amigas notaron el cambio y mi ilusión por irme a España, así que ellas también se apuntaron a las clases de español y entre ellas y sus contactos, Andoni consiguió ganar un buen dinero. A los cuatro o cinco meses, yo noté que ya había mejorado lo suficiente, así que tenía claro que era hora de irse a Andalucía. Lo malo del asunto fue que Andoni no quería moverse. El había descubierto su sitio en la vida y entre su relación conmigo y las clases de español estaba feliz. Además, decía que también se trataba de un asunto de honor. Le tenía que devolver 10,000 Euros a un amigo y no quería volver hasta que no los tuviera. Lo malo es que todavía le quedaban 5,000 Euros por ahorrar y eso le iba a llevar dos meses más. Y yo me encontraba impaciente. Le tuve que decir que en Alemania no era como en España y que había muchos controles para detectar la gente trabajando en negro. Por supuesto era mentira. Dar unas clases de español no es un crimen tan grave. Mis amigas siempre hubieran podido decir que era un intercambio de español por alemán y no hubiera pasado nada. Pero bastó amenazarle un poco para asustarle y convencerle de que era hora de volver a España. A mí me resultaba muy cómoda la relación con Andoni, pero si me llega a poner alguna pega hubiera sido el punto final. No iba a pelear ni lo más mínimo. De hecho, casi hubiera preferido que me dijera que quería quedarse. El irme sola me hubiera dado mucha más libertad.