Capítulo 3
Andoni Perez descubriendo Alemania
Rhede, Alemania 2014
Todo sucedió bastante rápido. Hace un mes estuve con Iñaki en nuestro típico plan de cine. Los dos sabíamos que al cerrar los cines Renoir, nuestras reuniones tenían fecha de caducidad. Todavía nos quedaban los Multis de Bilbao, pero encontrar cines en versión original iba a ser difícil. Es triste, pero los bilbaínos van muy de cosmopolitas, pero es sólo de boquilla. A la hora de la verdad, van al cine de taquilla y no se arriesgan a ver una película poco conocida. Y si encima esa película no está doblada, las salas se quedan vacías. Al terminar la película, Old Boy, una película coreana, estuvimos filosofando un rato largo y el me debió ver bastante mal. Antes de despedirnos me dijo que me dejaba prestados diez mil euros con la condición de que me fuera del pueblo. Me convenció comentando que como siguiera haciendo lo mismo terminaría mal. Pensaba que el salir no era un opción sino una obligación. Insistió que probara cualquier cosa, pero fuera de aquí.
Me pasé una semana dándole vueltas a la cabeza y al final me decidí por Alemania. Tenía dinero suficiente para pasarme cuatro meses aprendiendo alemán y otros cuatro buscando trabajo, antes de tener la obligación de generar ingresos. Yo sabía que Iñaki no me pediría nunca el dinero, pero mi objetivo sería devolverlo en menos de un año. En cuanto tuve las ideas claras me entró una felicidad indescriptible. Por fin iba a hacer con ilusión.
Lo primero que hice fue conseguir un sitio barato donde aprender alemán. A base de muchas búsquedas en internet, descubrí un convento cerca de Colonia donde admitían alumnos extranjeros. Resulta que en Alemania no tienen suficientes sacerdotes y tienen que traerlos del extranjero. Normalmente vienen de la India y de África y no hablan alemán, así que se pasan seis meses en el convento de Klausenhof en Rhede, hasta que aprenden el idioma. Por 800 Euros me daban alojamiento, desayuno, comida, cena y diez horas diarias de clase. Las horas no son de 60 minutos como en España, sino de 45, y así el alumno tiene un rato de descanso entre clase y clase.
Al principio no me enteraba de nada, pero a pesar de eso, yo seguía hablando en alemán. Casi todo el mundo hablaba bien inglés, así que todos los alumnos, los sacerdotes incluidos, en cuanto no entendían algo pasaban al inglés. Yo tuve claro que solo iba a hablar en alemán y esto me supuso ganarme unos cuantos enemigos. Por el hecho de tomarme las clases en serio y solo querer hablar en alemán estuve un mes muy solo. Por un lado, no tenía el suficiente nivel de alemán para hablar con los locales y por otro, tampoco podía juntarme con el resto de los alumnos, ya que solo hablaban en inglés.
Había dos españolas más. Eran muy guapas y recuerdo que los primeros días incluso me hice ilusiones. Me imaginaba invitándolas a tomar un café y así conocerlas un poco mejor fuera del convento. Pero a la de pocos días se me quitaron las ganas. Eran cursis y exageradas. No paraban de decir: <<Qué Fuerte, Divino de la Muerte, jolines>> y frases por el estilo. Ellas hablaban bien inglés y no hacían ningún esfuerzo por aprender alemán. Podían permitirse perder el tiempo. De hecho, una de ellas empezó a salir con un estudiante coreano y terminó aprendiendo más coreano que alemán. Debo admitir que las dos eran capaces de aprobar los exámenes, pero cuando alguien les preguntaba algo en alemán no se enteraban de la fiesta.
Pero lo más duro de esa época fue conocer el frío del norte por primera vez. Fue un invierno especialmente duro en el que no recuerdo tener un sólo día en grados positivos, y algún día llegamos a menos veintidós grados centígrados. Yo creía que los inviernos de Bilbao eran duros, pero en comparación con Alemania, eran como estar en los trópicos. Había que tener mucho valor para salir a la calle.
Decidí comprarme una televisión y pasar todas las horas muertas viendo la televisión alemana. Tuve tan mala suerte que a la de cinco días hubo una inspección y tuve que pagar una multa de 500 euros. Y no precisamente por piratear canales. En Alemania hay que pagar un impuesto por cada televisión y cada radio que se posee. El decirle al inspector que yo era español y que en España no existe este tipo de impuesto no me sirvió de nada. Al final terminé pagando la multa. Lo mejor de la televisión era cuando emitían películas que ya había visto y me habían gustado. Al saber de antemano de qué iba el tema era capaz de engancharme. Y de vez en cuando entendía alguna frase. El alemán es un idioma difícil para los españoles que no hablan inglés, pero si se habla bien inglés, es mucho más fácil ya que el vocabulario es muy parecido.
Fue la quinta semana cuando descubrí las piscinas públicas. Por tres euros me pasaba una hora nadando y entraba en calor. Ya no me importaba demasiado el clima. Bueno, era incómodo, pero el frío ya no me entraba en los huesos y me duraba todo el día como al principio. Es más, los edificios tenían una calefacción tan buena que recuerdo estar en manga corta durante las clases, algo impensable en Bilbao. Fue también durante esa semana cuando me di cuenta que hasta ese momento todo lo que había hecho estaba programado. Mis padres me habían mimado demasiado y no me habían dejado pensar. Yo no había desarrollado la confianza suficiente para valerme por mí mismo. Desde muy niño había dado por hecho que no poseía una serie de talentos y que nunca llegaría a aprender ciertas cosas. Siempre había creído que mi vida sería sencilla, como la de mi padre, sin la necesidad de salir de Bilbao. Nunca se me pasó por la cabeza que podría llegar a viajar, a hablar idiomas o a ligar con una mujer guapa. Eso eran cosas que sólo sucedían en las películas o a mi amigo Iñaki. Al estar lejos de mi entorno y no quedarme otro remedio que espabilar, me di cuenta que era capaz de aprender alemán muy rápido. Empecé a participar y seguir las clases, algo impensable durante mi etapa estudiantil. De hecho, nunca llegué a levantar la mano voluntariamente para hablar en alto y hacer una pregunta delante de toda la clase mientras estuve en la universidad. En Alemania, mi prioridad era aprender y no me importaba hacer el ridículo. No tenía un minuto que perder y para cuando quise darme cuenta de que podía estar haciendo el payaso, ya se habían pasado los miedos. Y lo mejor del asunto es que nadie se había reído de mí. Me di cuenta de que todo había estado en mi cabeza. Todo eran miedos infundados y ahora con las clases de alemán empecé a coger algo que nunca había tenido hasta ahora, confianza en mí mismo.
Después de cuatro meses, me presenté al examen de acceso a las universidades alemanas TestDaF (Zertifikat Deutsch als Fremdsprache). No es que tuviera ganas de volver a pisar una universidad, pero era un certificado que servía en las empresas para demostrar un mínimo del conocimiento del idioma y así poder conseguir un trabajo. Sabía que no estaba del todo preparado, que lo ideal hubiera sido quedarme dos meses más, pero quería trabajar y empezar a ganar dinero. Lo curioso del caso es que aprobé y con buena nota. Con el diploma en la mano y la confianza que me había dado el aprender un idioma en tan poco tiempo, sabía que podía conseguir trabajo, pero ¿Dónde? Me compré un mapa de Alemania y pasé varios días estudiando cada opción. El tener tantas alternativas me daba una sensación de libertad increíble. Me empecé a sentir dueño de mi propio destino.