18
Mamá Rosario murió a principios de otoño.
No le había dicho a nadie lo de su cáncer destructor, pero los vecinos algo sospechaban, porque cada día la veían más delgada y consumida. José se había jubilado sólo un mes antes y se había perdido por los caminos. Cuando regresaba a la casa no se atrevía ni siquiera a mirarla. No supo de su sufrimiento hasta el último día. Ella sabía que en unas horas se iría para siempre y le buscó.
Estaba sentado en el jardín, aprovechando los últimos días de calor antes de la llegada del mal tiempo. Mamá Rosario apenas podía caminar ya, pero no podía dejar pasar la ocasión y se acercó a él. Le puso la mano en el hombro y él se giró. La contempló con los ojos tristes, comprendiendo entonces que ya muy pronto les dejaría.
La ayudó a sentarse y ambos miraron frente a ellos, apurando el silencio que los envolvía. La brisa suave traía de nuevo el olor a mar y Mamá Rosario creyó que retrocedían quince años en el reloj y que de nuevo estaban en la charca. Supo que José también la acompañaba en su viaje a través de las ocasiones desperdiciadas.
—Todos los días de mi vida, desde aquella vez, he querido regresar contigo— dijo la mujer.
José la miró un instante. Le sonrió y colocó su mano sobre la de Mamá Rosario. Notó fría y enflaquecida la mano que siempre había anhelado le tocara. Vio en sus ojos lágrimas que no habían sido derramadas por ellos y también él tuvo ganas de morir, de irse con ella.
—Yo he vuelto allí. Volvía cada día y tú siempre me estabas esperando —susurró José —siempre me acompañabas en mi camino de vuelta.
Mamá Rosario ya no pudo contener el llanto. Eso era lo que llevaba quince años esperando escuchar. No había rencor en las palabras del hombre, ni desdén, ni reproches. Sólo una profunda melancolía y amor, mucho amor. La había querido siempre y había comprendido su decisión.
El odio que creyó que el hombre le profesaba era sólo una coraza que él se había fabricado para protegerse del daño sufrido tras el rechazo. Pero no existía como algo real, como un odio verídico que hubiera alimentado durante años y que estuviera reservando para herirla
Hallar la paz con José la dejó satisfecha. Ya podía morir en paz.
El otro asunto, el de las niñas y su hija, ya lo había dejado atado algunas semanas atrás.
Escribió la carta, tal y como se había prometido. La había firmado y se la había entregado a un notario para que llegado el momento, se la entregara a las niñas. Olivia y sus hijas volverían a encontrarse y eso le hacía feliz. Sabía que su muerte las arrastraría al pueblo, aunque las disgustara la idea del regreso. Tendrían que volver y enfrentarse las unas a las otras. Hablar y tal vez perdonarse… ese era su máximo deseo y su única petición antes de su próxima muerte.
Se separó de José y decidió que iría a acostarse. No se sentía bien y quería descansar un poco. Dormiría feliz gracias al perdón de José. Ese día no tomaría las pastillas y tampoco la morfina para el dolor, porque ya no sentía ninguno. Se acostó, se tapó con las sábanas y mantas y cerró los ojos. Fue su último acto. Murió plácidamente mientras dormía. Murió repasando las palabras que les había dejado escritas a las mujeres que tanto amaba.
“… Os contemplaré desde lejos y sonreiré al saber que hoy estáis las tres juntas, leyendo este papel y repasando nuestras vidas. No han sido felices, al menos mientras las cuatro compartimos nuestra casa.
Olivia, tú nunca superaste tus propias limitaciones. Sé que yo no hice mucho por ayudarte, nadie lo hizo. Pero pudiste elegir otro camino. Tenías dos hijas que podían haberte rescatado. En lugar de eso, decidiste sacarlas de tu vida. Me las confiaste y me hiciste prometer que lucharía por la felicidad de una de ellas. Sólo de una… no fue justo. Espero que al menos compartas esta afirmación conmigo. No hemos sido justos con Claudia. Pero tú aún estás a tiempo de corregir los errores que hemos cometido. Las tienes a tu lado, debería bastar con eso para sentirte feliz de nuevo.
Salva las distancias, vuelve a ser su madre porque aún te necesitan y tú las necesitas a ellas para salvarte de ti misma. No regreses a tu madriguera, no pases el resto de tus días sola.
Rebeca, tú me has proporcionado los dolores más amargos de mi vida. Cuando te fuiste, creí que iba a morirme. Es cierto que jamás he querido a nadie como te quise a ti, y sé que mientras estuviste bajo mis alas, no viviste una vida agradable. No he dejado de reprochármelo ni uno sólo de los días que han pasado desde que nos dejaste.
Abandoné a los demás por consagrarme a ti, y no hice más que estropearlo todo. Pero desde que lo comprendí no he hecho otra cosa más que rezar por tu felicidad. Sé que le tienes miedo a muchas cosas, eso es también culpa mía. Sé que por mi desmedida dedicación, te alejé de la vida real y que te resultó muy duro convertirte en una persona con vida propia. Ahora lo eres, sé que lo eres. Pero también sé que no serás nunca feliz si no perdonas y no superas el miedo. Continúo rezando por que lo hagas.
Claudia, niña queridísima. Eso eres para mí, mi niña amada. Supe lo mucho que te quería el mismo día que perdimos a tu hermana. Sé que ya era tarde y por eso no me atreví a decírtelo entonces. No sabes cómo te he echado de menos, a ti más que a nadie. Debes creer en mis palabras, pues hoy hablo con el corazón.
El destino quiso que te libraras del accidente que rompió a esta familia, y eso fue tu condena. Tú no elegiste, es cierto, decidimos los demás por ti y siempre te guardamos rencor por ser tan pequeña y tan ajena a todo. Por no vivir esos momentos. Entonces no lo sabía, pero ahora sé porqué no podíamos amarte. No podíamos considerarte apta para recibir un amor que debía venderse muy caro, porque escaseaba. Nos quedamos secas por dentro. El poco amor que éramos capaces de dar, se lo entregamos a Rebeca porque sabíamos que era la que más habría de sufrir. Las secuelas del accidente la perseguirán siempre y además ella no es tan valiente como tú. Nunca será capaz de enfrentarse a sus miedos.
Ahora que ya no estoy, ahora que ya no estáis… ahora que todo ha acabado comprendo que no supimos manejar la situación en la que nos colocaron. Fracasamos todas, yo la primera. De haber mirado al futuro con otra actitud y otros intereses, lo habríamos conseguido. Sólo queda que vosotras os deis cuenta también… a mí me ha llevado veinte años y una vida a medias. El precio que he pagado bien lo vale si al menos vosotras también lo descubrís mientras aún os quede tiempo.
He comprendido el significado de la canción. Olivia me enseñó a verlo. Uno sólo no puede clavarse las uñas en el corazón… somos demasiado cobardes para eso. El dolor se alivia así, es cierto, infligiendo un dolor más intenso, directo al mismo corazón. Pero debimos hacernos el favor las unas a las otras. Debimos pedir a alguien que nos clavara las uñas, porque nos faltaba el valor para hacerlo solas. Bastaba con pedir …Clávame las uñas en el corazón… eso hubiera bastado.
Ahora os dejo, tengo que prepararme para arreglar otro cabo suelto que se quedó en suspenso durante quince años. La vida se compone de eso.
Os amo a todas. Nunca dejaré de amaros”.