10

 

 

 

 

 

Olivia por fin sonreía tras años sepultada por la tristeza más infinita.

 

El fuego crepitaba en la chimenea y el atardecer se acercaba. Rodrigo le había prometido que la dejaría sola durante la visita de Fabio y ella trataba de no mostrarse impaciente.

 

Fabio la había llamado aquella misma mañana para decirle que tenían que hablar, que tras un tiempo ocultándole las cosas, ella debía saber algo.

 

Olivia no dudaba que Fabio iba a venir a verla para decirle lo que habían tratado de disimular durante años. Iba a declararse e iba a tomarla entre sus brazos y la besaría. La verdad es que después de años y años de amistad, Olivia ya había perdido la esperanza de que el doctor se sintiera inclinado a confiarle su amor.

 

Siempre había sabido que la sombra de Rodrigo le había mantenido alejado de ella. Fabio intuía que Olivia nunca dejaría marchar al fantasma de su marido, aunque quisiera vivir una vida nueva. El espectro pasaría todos sus días al lado de su amada, y sólo la muerte de ella, le podría alejar de la casa.

 

Además, él también ponía una roca entre ambos, el secreto que en el pasado evitó que volvieran a unirse tras el primer rechazo de ella. La presencia de otra mujer, de un recuerdo.

 

Pero los obstáculos parecían salvados. Parecía que por fin continuarían la historia tras el único beso que habían compartido mucho tiempo atrás. Un beso que jamás llegaron a concluir. Un beso que clamaba por ser completado. Un beso tan anhelado, que el paso del tiempo había convertido en una esquirla clavada en el corazón de la mujer.

 

Entonces ella era una joven a la que de pronto se le había roto la esperanza. Su marido había muerto en lo mejor de la vida y ella había perdido la posibilidad de andar. Miraba a su alrededor con un odio naciente que le ayudaba a enfrentarse al mundo, pero se derrumbaba casi inmediatamente, al contemplar la silla de ruedas, parada junto a su cama. La peor visión, el peor dolor posible. La certeza de un mañana así.

 

Le daba pánico enfrentarse a un futuro que tenía esa forma tan horrible, le aterraba que su cama fuera tan grande y estuviera tan vacía el resto de sus días. Entonces un día cualquiera ocurrieron dos milagros. El primero de ellos fue que Rodrigo acudió a rescatarla. Salió de sus sueños y se instaló en la casa. Le prometió estar a su lado para siempre y le rogó que hiciera lo posible por salir de su letargo.

 

El segundo milagro fue Fabio. Acababa de llegar al pueblo como nuevo médico y le hablaron de su caso. Fue a verla y pronto surgió algo entre los dos. Rodrigo le había suplicado que mirara al futuro con optimismo, y Fabio era la mejor opción. Sus visitas y sus atenciones pronto le devolvieron algo de su antigua vitalidad, aunque al doctor siempre mantuvo con ella la correcta distancia entre médico y paciente.

 

Sólo algún tiempo después se decidió a besarla. Fue una tarde de junio, junto a los ventanales del salón. Sin previo aviso él se inclinó y unió sus labios a los de la asustada Olivia. Ella respondió al beso con todo su calor, pero de repente sintió clavados en su nuca los ojos de Rodrigo y se separó bruscamente del doctor.

 

Fabio había interpretado el gesto como de desprecio y nunca volvió a intentarlo. Olivia deseó explicarle que no lo rechazaba a él, sino que temía herir a Rodrigo. Que debía hablar antes con su marido, que debía estar segura de que tenía su aprobación.

 

Pero nunca le dijo nada. Dejó pasar los días, y luego los meses y pronto fueron años. Años de angustia por no sentir de nuevo los labios de Fabio en los suyos y por no ser capaz de decirle que podía volverlo a intentar. Que ya había obtenido el beneplácito de Rodrigo y que podrían amarse si él lo deseaba. En ese periodo de tiempo, al doctor le ocurrió algo que los alejó para siempre. Olivia no sabía de qué se trataba, pero estaba segura de que sería insalvable. Aquella otra mujer que siempre intuyó conocer y que no hacía más que aumentar la intensidad del dolor.

 

Y la sonrisa se apagó totalmente y los ojos volvieron a oscurecerse, como había ocurrido tras perder a su marido y la movilidad de sus piernas.

 

Pero eso parecía que iba a pasar nuevamente, porque Fabio por fin había comprendido que habían cometido el error de dejar pasar el tiempo sin confesarse la verdad.

 

El doctor llegó puntualmente a la hora que había anunciado. Se quitó la chaqueta y rodeó a Olivia para besar su mejilla, una costumbre que tenía desde hacía años. Fabio se sentó en el sillón que quedaba más cerca de la mujer y la tomó de la mano. Olivia se sintió nerviosa, como una colegiala de quince años que espera su primer beso.

 

Fabio aún tardo un instante en comenzar a hablar, extasiado en los ojos chispeantes de su amiga. Se daba cuenta de que algo había cambiado en ella en tan sólo unas horas y temió que se esperara una noticia que no iba a oír. El doctor se acomodó inquieto y deseó que aquel trago pasara rápido y que Olivia no lo encajara mal.

 

Ella ya estaba impaciente y tan preparada que estuvo a punto de gritarle para que comenzara a hablar. Por fin lo hizo. Por fin habló y el mundo empezó a volverse negro de nuevo.

 

—Olivia, dentro de poco no podré seguir viniendo a verte.— Dijo con calma —estoy enfermo y pronto no podré caminar, como tú. No podré seguir siendo el médico del pueblo. Tu médico.

 

Olivia le miró asombrada y quiso llorar. Su ilusión no sólo se había roto en millones de pedazos, como ya ocurriera cuando se separó de su beso tantos años atrás, sino que la muerte pretendía arrebatárselo. De nuevo volvía la desolación a inundarlo todo. Y Fabio desaparecería como se había ido Rodrigo, aunque con una diferencia. Fabio le avisaba con antelación. Rodrigo se fue de repente y la noticia de su muerte la golpeó de forma tan brutal que sólo la presencia de ese otro hombre pudo ayudarla a superarlo.

 

Ahora él también iba a abandonarla. Venía a ponerla sobre aviso, a pedirle perdón por su futura ausencia.

 

Fabio se puso en pie para facilitarle las cosas, sabía que ella quería llorar, pero que no podría hacerlo si la miraba. Se acercó a los ventanales donde tantas veces antes habían contemplado el atardecer y allí se quedó, de espaldas a la mujer. Olivia se debatía entre llorar y gritar. Quería decirle todo lo que había esperado de él a lo largo de los años, todo lo que ya no podría darle, todo lo que se llevaría con él cuando la dejara sola. Quería enfrentarle con su verdad, gritarle “Te quiero, ¿no lo sientes?”. Pero no le salían ni palabras amargas, ni lágrimas. Nada.

 

No intentaría convencerle de que siempre le había amado. Desde aquella primera vez que entró en la casa y en su presencia reconoció la vida que Rodrigo ya no tenía. No, no iba a decirle que le dolía su traición y su cobardía por no haber intentado besarla una segunda vez. No iba a reprocharle nada. Y no iba a llorar.

 

Fabio se volvió hacia ella cuando se dio cuenta de que no iba a llorar por él. Se sintió herido en su orgullo, pero achacó su falta de lágrimas a la conmoción de su anuncio o, como ya había sospechado, a que quizá ella esperara otra clase de noticia.

 

En silencio se acercó a la puerta y recogió su chaqueta. La miró un instante más. Ella permanecía callada, con los ojos velados y escondidos, impidiéndole llegar a su corazón a través de ellos. Estaba realmente bella, con el cabello negro cayéndole sobre los hombros y la luz del crepúsculo iluminándola con naturalidad. Entonces Olivia levantó la vista y clavó en él su mirada dolida, llena de deseos nunca confesados y le llamó.

 

—Si has de dejarme, que no sea hoy.

 

Fabio comprendió. Se acercó a ella y se inclinó hasta que sus labios estuvieron muy cerca. Él sonrió y ella derramó una lágrima de felicidad y de dolor. La besó como debió hacerlo mil años atrás, culminando aquel beso que quedó incompleto en ese mismo lugar, hacía tanto tiempo. La noche de amor que le debía, que tenía que ser pagada.

 

Rodrigo había regresado y los observaba tras las cortinas, pero esta vez no los miró con reproche. Olivia supo que el fantasma también lloraba por ellos y deseó que su voz volviera a entonar las canciones de entonces. Las canciones que los unieron en su primera juventud, sobre todo aquella que hablaba de una mujer infiel que había resultado tan fingida como el dinero falso. Esa que contaba la historia de un hombre que tenía que clavarse las uñas en el corazón para no echar de menos lo que más quería. Justo lo que debería hacer ella en los próximos meses. Aprender a infringirse todo el daño posible para no sentir el dolor de perder a su mejor amigo.

 

 

 
Clávame las uñas en el corazón
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