Catorce

 

Reda se miró la muñeca. Los cortes eran marcas limpias, cerradas ya por algún tipo de magia vampírica. Pero lo que le provocaba una especie de mareo era el círculo rojizo dibujado en su brazo que mostraba dónde había estado la boca de él.

Cuando sucedía, no le había preocupado. Ahora, sin embargo, sentía náuseas, aunque no habría podido decir por qué. No le había dolido mucho y el placer había superado la molestia. Más aún, no se sentía distinta que antes y eso los había salvado. ¿Cómo podía estar mal?

Hasta que vio que no encontraba una respuesta no supo que estaba esperando una. Quería que intervinieran la razón y la lógica, quería oír el pragmatismo porque era lo único que podía explicar por qué su ser humano esencial decía que estaba mal que una persona bebiera sangre de otra, y sin embargo, en esas circunstancias no se le ocurría ninguna buena razón.

Tal vez la respuesta fuera esa, y la razón por la que otras partes de ella permanecían en silencio… porque al final aquello no era la esfera humana ni tampoco la esfera wolfyn. Estaban en los reinos, donde vencían la magia y los sentimientos.

Ya lo había oído todo antes: «el amor es complicado. Duele, no es lógico, desafía a las predicciones ». Pero ahora entendía por qué esas frases eran tópicos, por qué algunas personas asentían al oírlas y otras parecían no entenderlas.

La relación de sus padres no tenía ningún sentido. En apariencia, una soñadora, posiblemente incluso una viajera entre esferas, no debería haber tenido nada en común con un militar rancio, conservador y de pensamiento lineal. Sin embargo, se habían elegido mutuamente, habían tenido cuatro hijos juntos. Y cuando ella había muerto, una parte de él había muerto también. La parte que sabía reír, que sabía vivir, que sabía recordar sin dejar que el pasado se apoderara del presente.

Reda sabía hacía tiempo que ella era un producto de la muerte de su madre y el modo en que eso había cambiado a su padre. Pero lo que no sabía antes era que también procedía de un amor que había sido tan fuerte como para juntar a sus padres a pesar de sus diferencias, y cuya ausencia había convertido a su padre en un hombre diferente y peor.

Lo cual le recordaba otro dicho: «lanza tu corazón por delante y el resto lo seguirá». Su padre había hecho eso y se había quemado. ¿Lo había visto ella así y se había mantenido a distancia porque no quería pasar por el dolor que había pasado él ni causar un dolor así?

¿Cuándo se había lanzado ella a una relación? ¿Y cuándo había puesto su corazón por delante? Tal vez había empezado a hacerlo en la esfera wolfyn, antes de que los secretos de Dayn se levantaran entre ellos. Pero ni siquiera entonces se había entregado del todo.

La prueba de Dayn parecía consistir en demostrar que podía pensar en otros antes que en sí mismo, pero quizá para ella la prueba fuera la contraria, aprender a complacerse a sí misma y dejar de pensar en lo que otras personas opinaban de sus decisiones.

—¿Lo has descubierto ya?

Reda alzó la vista sobresaltada y vio que Dayn la miraba con ojos entreabiertos. Se sonrojó.

—¿Si he descubierto qué? —preguntó—. ¿El modo de llegar a la isla?

—Lo que te hacía parecer tan fiera hace un momento, como si estuvieras dispuesta a luchar con el mundo tú sola. Cosa que, por cierto, me aterroriza.

Ella lo miró mejor.

—¡Estás curado!

Dayn asintió; se movió y probó varios músculos.

—No puedo explicarlo, pero esa poca sangre tuya me ha ayudado mucho más de lo que hubiera podido imaginar. Quizá tiene algo que ver con quiénes eran tus antepasados o quizá esté relacionado con la parte del conjuro que conecta mi fuerza vital con la isla. ¡Quién sabe! Pero la verdad es que estoy preparado para continuar —se apartó la camisa desgarrada para mostrar su pecho y estómago plano curados de nuevo, salvo por unas marcas rojizas que señalaban los lugares en los que su carne había estado desgarrada hasta el hueso una hora atrás.

Si hubieran estado en la cueva de los bandidos, separados por espacio y vallas, quizá no habría ocurrido. Pero Reda estaba sentada tan cerca de él que fue fácil extender la mano y apoyar la palma en su pecho para sentir la piel cálida de él y el movimiento firme de su corazón.

—Creía que te morías —no había sido su intención decirlo en voz alta ni que sus ojos se llenaran de lágrimas.

Él le tapó la mano con la suya y la sujetó contra su corazón.

—Ya has visto que no es fácil matarme.

—Pero podrías haber muerto antes. Todavía puede pasar.

Él alzó un brazo que solo una hora atrás estaba roto, tocó una lágrima solitaria y le cubrió la mejilla con la palma.

—¡Ah, Reda! Mi dulce, dulce Reda. Me gustaría poder congelar el tiempo en este momento. Que se acabara lo de mirar atrás o delante y quedáramos solo los dos juntos.

Ella cerró los ojos y sintió otra lágrima bajar por la mejilla. Dayn la besó en los labios. Y aunque no había cambiado nada entre ellos, dentro de ella había algo nuevo cuando abrió la boca para él.

Dayn soltó un gemido como si él también necesitara aquello desesperadamente y hubiera tenido miedo de que no volviera a pasar. Pero estaba pasando y ella se volcó entera en el momento, decidida a tomar lo que necesitaba y darlo todo a cambio. No había más dudas ni más debate interior; su mente estaba entera en el abrazo. No había más reservas, ni miedos, ni compulsiones porque aquello que ocurría era en ambas direcciones.

Sintió la atracción del lobuno en sus manos encallecidas por las armas mientras se quitaban ropa suficiente para encontrarse mutuamente, y en el aliento tembloroso de él cuando ella le besó la mejilla y la frente con caricias que decían: «Estoy aquí contigo y en este momento no importa nada más». Lo sintió controlar su otro yo vampiro en el modo en que se puso rígido de placer y deseo cuando ella rozó las venas de su cuello con los dientes y mordisqueó levemente.

Y por esa atracción y ese control, y por el recuerdo de su padre haciendo girar en el aire a su madre en el jardín trasero y ambos corriendo juntos hacia el bosque mirando por encima del hombro como niños traviesos, o como amantes muy distintos que habían conseguido encajar perfectamente, fue por todo eso por lo que ella no sintió miedo cuando se colocó debajo de él y guio la boca masculina hasta su cuello.

Dayn se quedó inmóvil un instante y después abrió la boca con un gemido bajo que resonó en lo profundo de ella.

Reda intentó no ponerse rígida, pero lo hizo, aunque se relajó cuando él le besó la piel, la lavó con su lengua y rozó con los dientes la carne sensibilizada. Luego se apartó.

Reda abrió los ojos con un murmullo decepcionado y lo vio mirándola, esperando que ella lo mirara a su vez. El verde esmeralda de sus ojos se había vuelto brillante por la pasión y tenía el rostro sonrojado y el pelo oscuro revuelto, lo cual le hacía parecer más joven y despreocupado de lo que ella lo había visto nunca.

—¿Estás segura? —preguntó.

Sus colmillos reflejaron la luz al hablar, y eso provocó un calor nuevo en las venas de ella. Los quería dentro de ella, quería arriesgar su cuerpo y su alma y saber que había un trozo de él en su interior.

—Estoy segura. Pero solo si tú quieres.

—Nunca he querido nada con más fuerza —él apoyó la frente en la de ella—. Reda, yo…

—¡Chist! —ella le puso un dedo en los labios—. Vamos a dejar eso para luego —porque aunque en ese momento vivían el presente, el futuro inmediato presionaba mucho y ella no quería que ninguno hiciera promesas que luego podía querer romper.

Él se apartó y asintió.

—Más tarde, pues —le besó los labios, primero con gentileza, castamente, pero luego con pasión.

La acarició mientras se besaban y ella se arqueó contra él, separó las piernas en una exigencia de deseo y gimió cuando él acarició el exterior de su núcleo caliente sin llegar a penetrarla. Dayn apartó los labios de su boca y le besó la mejilla, la mandíbula y el punto suave bajo la oreja.

Ella se movía contra él, quería tocarlo y frotarse, pero él había apartado su cuerpo para concentrarse en ella. Lo cual resultaba tan insoportablemente sexy que Reda creía que iba a explotar.

—Más —susurró—. Ahora. Por favor.

Los nervios desaparecieron, dejando solo calor salvaje y deseo. Él le rozó el cuello con un colmillo y ella sintió escalofríos de placer hasta que todo su cuerpo palpitó al ritmo de los latidos de su corazón y fue exquisitamente consciente de cómo circulaba la sangre por su cuerpo y fluía debajo del lugar en un lateral del cuello donde él abría la boca para succionar.

Los dedos de él copiaban la presión de sus labios, frotaban su clítoris con una intensidad voluptuosa que hacía subir más y más la presión en el interior de ella. Reda gemía y se movía contra él, y aunque antes se había contenido, ahora quería que él supiera que estaba bajo su control, se entregaba a las sensaciones y se regodeaba en ellas deslizando los dedos en el pelo de él y alentándolo.

Él succionó más fuerte y deslizó los dedos un poco más adentro, de modo que ella sentía los dientes en la garganta y los dedos en la entrada de su cuerpo. Notó los cosquilleos que presagiaban el orgasmo y gimió de placer, anticipando…

El dolor atravesó su cuerpo cuando él mordió; el placer subió cuando él la penetró con dos dedos a la vez y durante un instante, se vio atrapada entre las dos cosas. Pero luego el dolor se convirtió en calor y la impresión en gemido de placer cuando él succionó su sangre al tiempo que seguía acariciándole el clítoris.

Reda se aferró a él; con una mano enterrada en su pelo lo sujetaba contra su garganta y tenía la otra curvada sobre su hombro. Se agarró con fuerza cuando las oleadas de calor y placer la envolvieron, palpitando al ritmo de su pulso, y después también al de él, cuando sus corazones se alinearon en el mismo ritmo. Ella sentía sus latidos, su placer, sabía que aquello tenía que ser por la magia del vínculo que se formaba. Pero en lugar de sentir terror o invasión, como había imaginado, la sensación fue increíble, indescriptible. No le quitaba nada, se lo daba, lo compartía con ella.

Las primeras palpitaciones de un orgasmo monstruoso penetraron en sus sentidos y, cuando oyó gemir a Dayn, supo que él también lo sentía.

Dayn intensificó el ritmo de las caricias y de la succión y ella gimió y apretó la mano en el pelo de él, sujetándolo contra ella, alentándolo.

La excitación de él penetró en ella junto con un placer posesivo que susurraba en su mente: «Ahora eres mía como yo soy tuyo. Somos nosotros mismos y, sin embargo, también somos uno».

El orgasmo la alcanzó, giró en su interior y la lanzó a un vórtice de placer tan abrumador que el resto del mundo dejó de existir, solo existían la boca y las manos de Dayn, el calor ardiente que acompañaba su nuevo vínculo y la gloria que empapaba el cuerpo de ella.

Se arqueó y gimió, y siguió excitada cuando las vibraciones del orgasmo fueron remitiendo pero el placer no pasó; en lugar de eso, fue como si su cuerpo también dijera: «Dame más».

Él apartó los colmillos con un gemido, lo que produjo una punzada de dolor que desapareció rápidamente cuando él lamió el punto en el que habían estado. Lo besó y susurró su nombre.

—No pares —dijo ella. Estaba repleta y sin embargo ansiosa, y notaba la necesidad en el interior de él—. Entra en mí.

Él alzó la cabeza y la miró, preguntándole en silencio si sabía lo que pedía. Se había alimentado de su cuello, lo que implicaba que ahora estaba lista para aceptar su semilla.

Reda asintió despacio, sin molestarse siquiera en reflexionar. Aquello era su vida, su decisión. Y lógica o no, era lo que quería y lo que necesitaba.

—Solo si tú quieres —respondió.

—¡Dioses, sí! —él la besó con los colmillos todavía extendidos y tan sensibles que se estremeció cuando ella lamió la curva de uno. Mientras se besaban, él retiró los dedos y colocó la pierna de ella sobre su brazo para abrir mejor su sexo.

Reda interrumpió el beso y miró sus cuerpos próximos e increíblemente excitados. El miembro de él estaba duro y pesado y podía sentir su vibración.

—Yo quiero esto —dijo él; la miró a los ojos y se inclinó a besarle los párpados—. Te quiero a ti —se colocó mejor y la penetró un poco —soy tuyo —dijo con reverencia. Y terminó de penetrarla.

Detrás de los párpados de ella explotaron colores, una arco iris sensorial que decía que la tormenta había pasado, que el aire estaba claro y el pasado había sido arrastrado. Y por el momento, ella se permitió creerlo, porque a cierto nivel era verdad.

Y se movió contra él, respondiendo a las embestidas poderosas que arrancaban gritos a los dos; ella estaba completa dentro de sí misma, tomaba lo que quería y confiaba en su instinto. Y sabía que lo que habían encontrado juntos estaba separado de los problemas de Elden y la necesidad de redimirse de él. Esas cosas podían haberlos puesto al uno en la órbita del otro, pero su profunda conexión, y ahora su vínculo, era solo de ellos.

Reda lo sabía, lo creía y creía en él, y en aquel momento singular que habían robado. Buscó la boca de él y se entregó en un beso en el que no se guardó nada. Estaba plenamente abierta a él, sentía los latidos de su corazón y su placer compartiendo el de ella.

El segundo orgasmo, profundo y poderoso, llegó mientras se movían juntos sellando el vínculo que ahora los unía.

A través de ese vínculo, supo que él estaba inmerso en ella, que no se guardaba nada mientras embestía una y otra vez en un punto dulce donde encajaban a la perfección, unidos íntimamente. El cuerpo de ella se tensó a medida que las embestidas se hacían más fuertes y rápidas, tocando ese punto, ese lugar glorioso que la hacía volar.

Echó atrás la cabeza, perdida en el éxtasis de llegar al orgasmo con el cuerpo, la mente y el corazón unidos y no dejar nada en reserva. Gritó su nombre, lo elogió y lo alentó a seguir.

—Sí, Reda. Mi dulce Reda.

Él bajó la cabeza y su cuerpo grande se estremeció contra ella. Embistió, tocó el lugar que era solo de ellos y llegó también al clímax con el nombre de ella reverberando en el pecho y apoyándose en ella.

Las sensaciones los inundaron, ampliando las respuestas de ambos y uniéndolos en un placer postrado, antes de dejarlos alzar la cabeza y mirarse.

—¡Dioses! —él apretó la mejilla en la de ella con la respiración jadeante todavía—. Dioses queridos. Si hubiera sabido…

Y Reda se dio cuenta de que para él también era la primera vez. La primera que bebía de una garganta de mujer. Su primera unión. Y si de ella dependía, la primera y la última. Esperaba sentir pánico, pero no llegó. Y sonrió, con el corazón más ligero que… que nunca.

—Me alegro de que no lo descubrieras con otra.

—Solo tú, dulce Reda.

Dayn se puso de lado y la llevó consigo de modo que quedaron mirándose. Ya no estaban unidos íntimamente, pero ella sentía su vínculo como una ola de calor que fluía por ella, moviéndose con su sangre. No era una intrusión ni una invasión. Simplemente era.

Él la buscó con la mirada.

—Estoy bien —dijo ella, apretándole la mano—. Mejor que bien.

—¿Sin remordimientos?

—Jamás. Pase lo que pase —contestó ella.

Mantuvo con decisión los pensamientos en el presente, en él. Aunque por el modo en que a Dayn se le cerraban los párpados, no creía que permaneciera despierto mucho más.

—Estás agotado —dijo.

—Demasiada magia —comentó él con voz pastosa. Parpadeó, intentando permanecer despierto, pero estaba claro que perdía la batalla—. Tanta sanación. Necesito una hora. Deberíamos tener tiempo de sobra.

Lo tuvieran o no, él no iba a ser de utilidad hasta que se revitalizara. Reda deseó que tuvieran algunas de las pociones de Candida, pero las habían perdido hacía tiempo.

—Duerme —dijo—. Yo vigilaré —a diferencia de él, estaba bien despierta, con la cabeza despejada y lista para actuar.

—No vayas a ninguna parte… no es seguro — él tenía los ojos ya casi cerrados.

—No me iré, te lo prometo.

Dayn se llevó sus manos unidas a los labios, le besó los nudillos y los acercó a su corazón. Cuando se sumergió en el sueño, sonreía. Y en ese momento perfecto robado al tiempo, ella se sintió en paz.

Dayn apretaba la mano de Reda cuando su hermano mayor repetía las palabras que lo convertirían en rey de Elden.

La voz de Nicolai atravesaba las multitudes que llenaban el patio del castillo y se extendía por el espacio de más allá. El cielo era azul y perfecto, el castillo estaba reparado, limpio y adornado con estandartes viejos y nuevos. Breena se encontraba al otro lado de Nicolai, al lado de un hombre fuerte con los rasgos de su padre. ¿Micah? Y verlos calentaba el corazón de Dayn, hacía que se sintiera agradecido como se sentía todos los días desde que había muerto el mago, pues el conjuro que los había salvado entonces había vuelto a reunirlos, junto con varios otros que Dayn sentía que estaban cerca de sus hermanos pero a los que no podía ver claramente.

Cuando terminó el juramento, Nicolai inclinó la cabeza para recibir los símbolos de su reinado. A Dayn se le humedecieron los ojos al ver los ornamentos que había llevado su padre, pero el dolor ahora era bueno, libre de culpa o recriminación.

—Será un buen rey —murmuró a Reda.

—Tendrá un ayudante muy bueno —respondió ella.

—Desde luego —él sonrió—. ¿O soy tu ayudante? Nunca estoy seguro.

—Podemos turnarnos, al menos hasta que llegue nuestro nuevo jefe —ella llevó sus manos unidas a su vientre y él extendió la palma con amor fiero sobre el lugar donde crecía su hijo.

Nicolai salió a un balcón del castillo y la multitud estalló en vítores al ver a su nuevo rey. Dayn sonrió, se inclinó y besó a Reda con suavidad.

—No hay nada más importante que esto — dijo. Y volvió a besarla, dando gracias a los dioses y a la magia que la habían llevado a su vida.

El sueño se fragmentó y se evaporó y Dayn recuperó la consciencia. Antes de abrir los ojos, supo que había necesitado el descanso y el sueño agradable que quería creer era más premonición que deseo. Se sentía refrescado y con las pilas recargadas, sin nada de la confusión que había acompañado a la caída.

Aunque estaba también algo avergonzado, no por haber dormido tan profundamente, sino porque no lo había planeado. Había oído hablar de cosas así, pero él nunca había usado tanta magia como en los últimos cuatro días. Y añadir a eso una unión… No. No había sido algo planeado.

Pero al mismo tiempo era la mejor decisión que había tomado en su vida. Sentía el calor de ella en las venas, su conexión distante, su…

«Un momento. ¿Distante?». Se le heló la sangre en las venas.

Algo iba mal.

—¿Reda?

Antes de abrir los ojos sabía que ella no estaba allí, pero se llevó un segundo sobresalto cuando miró a su alrededor y vio que era casi de noche.

Se arregló la ropa y salió de su refugio.

La zona circundante estaba intacta, al menos hasta donde él podía ver. No había señales de lucha ni muestras de que ella hubiera salido a aliviarse y la hubiera atacado una bestia. Y si se la hubieran llevado de allí manos humanas, el que la hubiera capturado lo habría visto a él y se lo habría llevado para cobrar la recompensa. Lo que implicaba que se había ido por voluntad propia.

El pulso le latía con fuerza en los oídos. Ella había prometido quedarse a su lado pero había desaparecido y él había dormido demasiado. Aquello no era un sueño, era una pesadilla. Ella había desaparecido y él tenía un plazo que cumplir.

¿Qué había pasado? ¿Se había arrepentido de formar el vínculo, quizá incluso se había sentido asqueada pasado el momento de pasión? ¿La intensidad de su apareamiento la había hecho huir presa del pánico?

Y lo más importante. ¿Había huido al santuario?

—No —dijo en voz alta.

Se negaba a creerlo. Aunque no se hubieran hecho promesas eternas, ella lo había alimentado, se había apareado con él, había aceptado su semilla después del vínculo. Ahora se pertenecían mutuamente. Ella tenía que saberlo.

Pero él no se lo había dicho, ¿verdad? Y cuando había empezado a decir algo en esa dirección, ella le había hecho callar y había cambiado de tema. En su momento él había creído que estaba demasiado abrumada por sus demás confidencias para añadir una charla sobre el futuro a la mezcla. Ahora, sin embargo, se preguntaba si no sería más bien que ella no creía que tuvieran futuro.

Él había quedado tan deslumbrado por aquella mujer guerrera a lomos del caballo que había perdido de vista que también había pasado mucho tiempo sola cuestionando su valía. ¿Cómo había olvidado eso?

¿La habría perdido de verdad? Buscó rápidamente su vínculo; la débil vibración que encontró tenía que significar que ella estaba todavía en la esfera de los reinos. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Estaba en ese momento intentando invocar un vórtice que la llevara a casa?

«Déjala ir», dijo una voz interior. «Estará más segura allí, estará viva pase lo que pase en la isla. Quizá hasta puedas viajar hasta ella cuando todo esto termine. Por el momento tienes que ir a la isla. Se acaba el tiempo».

Se quedó inmóvil. ¿Aquella era su prueba? ¿Tenía que pasar una prueba eligiendo Elden antes que a ella? Porque a pesar de esa lógica, su instinto le decía que, si ella se iba de la esfera, no volvería a verla más. También le decía que tenía que ir tras ella en ese momento, que no se atrevería a afrontar la isla ni al Mago Sangriento sin ella a su lado.

Y aquello no era una ilusión suya. Era fe en la magia que Reda y él creaban juntos.

«Por favor, dioses, no dejéis que estropee esto».

El corazón le golpeaba con fuerza en el pecho y tenía nudos en el estómago, pero cuando se movió, no fue en dirección al Lago Sangriento, a la isla o la redención para la que llevaba veinte años preparándose. En vez de eso, se alejó buscando el vínculo mágico mientras pensaba con todo su corazón: «Aguanta, dulce Reda. Ya voy. Espérame y arreglaremos esto juntos».

Porque el sueño podía haber sido una fantasía, pero contenía una verdad: ella era su prioridad. Él no era el heredero, solo había destacado entre sus hermanos en su habilidad para cazar y montar. Pero con Reda y para Reda, se había convertido en un príncipe. Un héroe incluso.

Ella le hacía ser mejor y sin ella no sería de ninguna utilidad a Elden.