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El primer ejercicio que puso el nuevo profesor de portugués fue una redacción con el mar como tema. La clase se inspiró, toda ella, en los encrespados mares de Camoens, aquéllos nunca antes navegados, el episodio de Adamástor fue reescrito por los chiquillos de la clase. Prisionero en el internado, vivía yo en la añoranza de las playas de Pontal, donde había conocido la libertad y el ensueño. El mar de Ilhéus fue el tema de mi descripción.
El padre Cabral se llevó las redacciones para corregirlas en su celda. En la clase siguiente, entre risueño y solemne, anunció la existencia de una vocación auténtica de escritor en aquella clase. Pidió que escuchásemos con atención la redacción que iba a leer. Estaba seguro, dijo, de que el autor de aquella página iba a ser en el futuro un escritor conocido. No regateó elogios. Yo acababa de cumplir once años.
Me convertí en un personaje según los cánones del colegio, al lado de los futbolistas, de los campeones de Matemáticas y de Religión, de los que obtenían medallas. Fui admitido en una especie de Cenáculo Literario donde brillaban alumnos de más edad. Con todo, no dejé de sentirme prisionero, sensación permanente durante los dos años que pasé en el colegio de los jesuitas.
Hubo, no obstante, un cambio notable en mi limitada vida de alumno interno: el padre Cabral me tomó bajo su protección y colocó en mis manos libros de su estantería. Primero, los Viajes de Gulliver, luego clásicos portugueses, traducciones de novelistas ingleses y franceses. Data de esta época mi pasión por Carlos Dickens. Aún tardaría en conocer a Mark Twain; el norteamericano no figuraba entre los predilectos del padre Cabral.
Recuerdo con cariño la figura del jesuíta portugués, erudito y amable. Menos por haberme presentado como escritor que, sobre todo, por haberme dado el amor a los libros, por haberme revelado el mundo de la creación literaria. Me ayudó a soportar aquellos dos años de internado, a hacer más leve mi prisión, mi primera prisión.
Escapé de allí al inicio del tercer año, atravesé el sertón de Bahía rumbo a Sergipe, iniciando así mis universidades.