De: laurasumisa@hotmail.com

Para: maestroyuko@wanadoo.es

Enviado: Sábado, noviembre 23, 2002, 11:15

Querido Maestro: como ve, ha pasado algún tiempo antes de que pudiera cumplir con su encomienda. Que yo interpreté como una orden.

Si «sugirió severamente» la cena… tiemblo ante lo que puedan ser sus órdenes.

¡Lo hice! Compré todo lo que indicó mi Maestro. E incluso un licor de arroz en cuyo recipiente había un escorpión. El empleado me explicó que, tras ingerir el licor, podía consumir el escorpión.

En la tienda, al principio, me sentí desnuda. Era como si todos supieran por qué estaba adquiriendo aquellos alimentos. Como si estuvieran al tanto de sus órdenes y constataran mi obediencia.

Pero una vez que decido hacer algo, soy muy osada. Superada la primera impresión, creo que me comporté con soltura, como una digna alumna de mi Maestro.

¿Por qué estaba dispuesta a comer esos bichos asquerosos? Me lo pregunté mil veces. Porque no quería perder a mi Maestro. Esa ha sido la razón, se lo confieso cándidamente. Imaginé que mi Maestro desaparecía de mi vida y la idea se me antojó insoportable. Mucho más insoportable que masticar y tragar bichos.

La cena, por otra parte, lo reconozco con alegría, fue un éxito.

Amo disfrutó mucho. Porque las hormigas culonas resultaron un manjar (tuve que luchar para reservar un puñado para la comida del día siguiente) y por verme tan obediente. Tan resuelta a cumplir las órdenes de Maestro Yuko. Los escorpiones a la brasa fueron también muy apreciados. Y las piruletas. Nos bebimos la botella de licor de arroz.

Al final, Amo me forzó (aunque no mucho) a compartir el escorpión de la bebida. Recuerdo el crujido del animalejo entre mis dientes. El sabor era intenso, pero no desagradable.

¿Cómo me sentí?

Exaltada, nerviosa, especial.

Feliz.

Fueron unas horas ricas, diferentes, en compañía de Amo.

Gracias, Maestro.

¿Lo diré? Terminé la cena muy mojada.

Amo lo notó, y me dio instrucciones que agradecí.

Al día siguiente llevé los restos a la oficina y cumplí estrictamente con sus indicaciones. No me importó en absoluto lo que dijeron algunas compañeras con las que suelo reunirme a comer. Quería provocar, encontraba poder en ello. La situación fue, en cierto sentido, mejor de lo que imaginó mi Maestro. Porque no comimos en la empresa, fuimos a un restaurante cercano. Allí, ante el asombro de mis compañeras que no daban crédito a sus ojos, y el escándalo del camarero, saqué mis insectos y los devoré ansiosa. ¡Sabían aún mejor que el día anterior! Los acompañé con una copa de vino blanco.

No sé cómo contarle lo sucedido a continuación, Maestro. Lo haré de la manera más directa posible.

Ábrete, ha pedido mi Maestro. Obedezco.

En fin; de regreso a la oficina, estaba tan caliente por lo sucedido que cerré la puerta y me masturbé. Lo deseaba mucho.

Después me sentí bien. Relajada. Realizada.

Es la primera vez que lo hago en la oficina.

¿Por qué, Maestro, me excité tanto? ¿Son los escorpiones, o las hormigas, afrodisiacos? ¿Fue a causa de la obediencia? ¿Fue el placer de acatar sus órdenes?

Olvidé dar respuesta a una de sus preguntas: los labios de mi vagina son grandes, copiosos. En cierta época estuve avergonzada de ellos. Pensaba que daban a mi sexo un aspecto monstruoso. Ya no.

Por favor, Maestro, no me deje sola con mis dudas.

Sumisa Laura