CUSTER, CABELLOS LARGOS

"Estos indios no están bautizados, por lo tanto no tienen alma. Entonces, al matarlos, estamos honrando a Dios"

Arenga lanzada por el teniente coronel Custer al 7º de Caballería de los EE.UU. el 21 de junio de 1876, durante los instantes previos a la batalla de Litúe Big Horn.

El último en West Point, primero en la guerra

George Arnistrong Custer era para sus detractores un megalómano buscaglorias, audaz y temerario. En cambio, sus admiradores veían en él a un líder carismático de incandescente personalidad. Desde luego, para unos y otros, Custer encontró su página en la historia el 25 de junio de 1876, cuando al frente de su famoso 7º regimiento de Caballería fue masacrado por sus menospreciados enemigos indios.

Raoul Walsh nos ofreció en la película Murieron con las botas puestas una visión idealizada en exceso de un personaje encarnado por el apuesto Errol Flyn. Él, que era un hijo de su tiempo, fue elevado por Hollywood a la categoría de héroe, tergiversando así la auténtica y penosa realidad del siglo XIX norteamericano.

Durante demasiados años, el cine nos vendió papeles prefijados de buenos y malos. Afortunadamente, la coherencia y sobre todo, la investigación de muchos historiadores, han podido contrastar los hechos acontecidos. Hoy sabemos que ni los chaquetas azules eran tan guapos, ni los indios eran tan feos. Al menos, eso creo.

Nuestro protagonista nace el 5 de diciembre de 1839 en New Rumley (Ohio). Durante su infancia no mostró demasiada afición hacia los estudios. Para desesperación de sus padres, el pequeño George disfrutaba enormemente con escapadas y aventuras en el afán de emular a todos sus ídolos. Aquél niño, sin duda, había venido al mundo en busca de acción, y pronto la encontraría.

Con 16 años ingresa en la prestigiosa Academia Militar de West Point. Esta legendaria institución se iba a convertir en catalizadora e impulsora de muchos nombres propios para la historia de la joven Norteamérica.

En abril de 1861 estalla la guerra de Secesión. Muchos cadetes confederados abandonan West Point. Custer se gradúa en junio, siendo el último de una menguada promoción de treinta y cuatro oficiales. A pesar de esto, la guerra necesitaba de todos los militares cualificados disponibles, y nuestro hombre se incorpora al combate.

Su primer destino en la contienda fue como segundo teniente bajo el mando del general Mc Clellan (Ejército del Potomac). De esta manera, participó en la primera batalla de Bull Run (Manasas), donde se distinguió con brillantez. Mc Clellan le nombra su ayudante en el estado mayor del 2º regimiento de Caballería, gracias a eso, pudo acompañarle a su nuevo destino en el 5º regimiento, donde alcanza en julio de 1862 el grado de primer teniente, aunque bien es cierto que Custer ya ejercía desde junio con el rango temporal de capitán.

En 1863 Custer había adquirido una merecida reputación de oficial valiente e impetuoso. Con esa aureola, es transferido al estado mayor del general Alfred Pleasenton, participando en la batalla de Aldrie con tanto éxito que, inmediatamente, es promovido al grado de general de brigada de fuerzas voluntarias, eso le convirtió en el militar más joven que ocupó ese rango de todo el ejército federal.

Se acercaba el momento culminante de Gettysburg y Custer entró por la puerta grande, dirigiendo la brigada de caballería de Michigan. En esa crucial batalla, nuestro joven general de 23 años arremete contra la caballería imbatida del reputado general confederado Jeb Stuart. Para sorpresa de todos y a costa de muchas bajas (una constante en la vida de Custer), culmina con éxito la ofensiva y los sudistas retroceden.

Gettysburg supone el punto de inflexión en la fratricida contienda norteamericana. Dejando miles de muertos sobre el campo de batalla el sureño Robert E. Lee inicia la inevitable retirada perseguido y hostigado por los potentes ejércitos de la Unión.

En junio de 1864, la unidad de Custer se incorpora a las tropas de Sheridan para la campaña de Virginia. En ese escenario nuestro personaje sigue acumulando honores. Sus arriesgadas tácticas son comentario de todos los oficiales del ejército Federal. Pero nadie osa discutir los alocados ataques de Custer, además, éste se encuentra avalado por la simpatía del general Sheridan. Poco importa si en las unidades comandadas por el jóven oficial se producen más bajas que en otras dirigidas por militares más prudentes. La efervescencia de George Armstrong Custer es como la de la guerra que le vio nacer.

En la batalla de Winchester, al frente de quinientos soldados de Michigan apodados Corbatas rojas, consigue derrotar a toda una brigada de caballería confederada, capturando setecientos veinte prisioneros. La hazaña recorre las filas yankis.

Antes de que termine 1864, el nuevo héroe de la Unión es ascendido a Mayor General. Sin haber cumplido los 25 años se encuentra al frente de una división completa de caballería con la que sigue su imparable carrera militar. Sus actuaciones comienzan a ser decisivas (Cedar Creek y Woodstock). Se une a Sherman en su marcha hacia el mar, y vence al ejército confederado de Early, provocando el adelanto del fin de la guerra.

Como no podía ser de otra manera, el Sur se rinde el 9 de abril de 1865. El mejor comandante militar de la contienda Robert E Lee, entrega en la estación de Appomatox, la bandera confederada a un exultante Custer.

El general Sheridan envió estas palabras de agradecimiento a Elizabeth, la mujer del héroe: "dificilmente ningún individuo de nuestro ejército ha contribuido más a la victoria de la Unión que su galante esposo".

Las praderas, nuevo campo de batalla

La guerra había terminado y miles de hombres estaban siendo desmovilizados. Custer asume la nueva situación eligiendo seguir vinculado al ejército a costa de perder sus estrellas de general para cambiarlas por las de capitán. Con esta graduación entra por primera vez en contacto con el 7º regimiento de Caballería que, por entonces, era comandado por el general Winfield S. Handcok. Aquí cuenta la leyenda que fueron unos meses muy duros para Custer al sentirse bastante incómodo con la presencia de oficiales superiores a él en rango, una vez probadas las mieles de la cumbre.

A finales de 1866, llega una oferta de trabajo desde el encendido territorio mejicano. El mismísimo presidente Benito Juárez, intenta contratar al héroe de la guerra de Secesión para ponerle al frente de sus tropas. Custer pidió permiso al por entonces presidente norteamericano Andrew Johnson que se lo negó.

Pero la historia estaba dispuesta a conceder una nueva oportunidad de gloria a George Amstrong Custer. Los indios de las Llanuras Centrales andaban revueltos (no les quedaba más remedio), y el general Sheridan prepara una campaña contra los temibles guerreros cheyennes. Para eso necesita la participación de valerosos oficiales determinados a una cruel victoria y piensa en su antiguo tutelado. Llama a un ansioso Custer y le asciende a teniente coronel confiándole el mando del 7º regimiento de Caballería.

Su nuevo destino será el Fuerte Riley en el territorio de Kansas. Allí, tras numerosos incidentes, sufre expediente por abandono del puesto (desobedeció una orden y volvió al fuerte para encontrarse con su mujer; siempre se comentó que la pasión por Elizabeth era tal que tenía como amuleto unas bragas usadas de ésta), manipulación del patrimonio, desatención a los heridos y ejecución sin juicio previo de soldados desertores. Estas acusaciones hacen que tenga que presentarse ante un consejo de guerra, donde le sancionan con un año de empleo y sueldo. Esta pequeña condena no llegó a cumplirse, pues la guerra con los indios no podía esperar tanto y Sheridan rehabilita a Custer en septiembre de 1868 para desgracia del jefe Marmita Negra (Black Kattle) y sus cheyennes del Sur.

En las proximidades del río Washita dentro del territorio de Oklahoma, se asentaba un poblado de tipis cheyennes, donde habitaban decenas de familias sin muchos guerreros para su protección. Custer, con unos setecientos hombres del 7º, cayó como una horda sobre el pueblo, provocando casi 200 muertos en su mayoría ancianos, mujeres y niños. El propio jefe Marmita Negra murió en el enfrentamiento. Este hecho hizo muy popular a Custer.

Los sucesos del río Washita se convirtieron con el tiempo en una de las páginas más lamentables y humillantes para el ejército federal norteamericano.

Cualquier indio de las Llanuras conocía y temía la leyenda de Custer, al que llamaban Cabellos largos. Él, lejos de preocuparse, fomentaba esas historias añadiendo la excentricidad de sus actos. La vanidad se convirtió en inseparable compañera. Diseñaba su propio vestuario, siempre muy ornamentado y vistoso, sombreros, chaquetas de terciopelo con flecos, pantalones y pañuelos eran seleccionados escrupulosamente por Custer para mayor éxtasis de sus admiradores. Y al fondo, las impresionantes formaciones del 7º regimiento de Caballería, acompañadas siempre por estimulantes marchas militares elegidas también por el propio Custer.

El regimiento de caballería era la unidad de combate más destacada del ejército norteamericano. Constaba de unos 600 hombres repartidos en 12 escuadrones, por tanto, cada escuadrón autónomo disponía de unos 50 jinetes incluidos suboficiales y oficiales.

Cuando el regimiento salía de expedición le acompañaba una larga hilera de carros de avituallamiento guiados en ocasiones por civiles, además de los habituales exploradores indios. Custer, en este sentido siempre confió en la sabiduría de los guerreros crow, incluso llegó a hacer amistad con alguno de ellos, tal es el caso de sus inseparables Cuchillo Sangriento y Mocasines Peludos.

Tras su victoria sobre los cheyennes de Washita, el 7º regimiento de Caballería se mantuvo sobre el territorio más de dos años hasta su completa pacificación. En 1871 la unidad fue disuelta y Custer marchó a su nuevo destino en Kentucky.

1874 supondría el año del reencuentro para el viejo regimiento de Custer. Los colonos llegados de cualquier punto del país estaban enfebrecidos por una noticia que alentaba el afán de riqueza de todos. Al parecer, se había encontrado oro en las Colinas Negras de Dakota. Cientos de buscadores se dirigían hacia allí. Sólo había un pequeño problema, esas montañas eran sagradas para los indios sioux y no estaban por la labor de cederlas gratuitamente a los recién llegados.

El gobierno inició una serie de negociaciones con los propietarios legítimos; decenas de ofertas y contra ofertas. Los indios pedían respeto para sus tradiciones y una contrapartida económica de seiscientos millones de dólares. El padre blanco de Washington sólo fue capaz de ofrecer seis millones. Tras romperse las negociaciones, Washington ordenó el encierro de todos los indios en reservas, fijando el 31 de enero de 1876 como fecha tope para que esto se cumpliera. Muchos jefes dakotas (sioux) y cheyennes se negaron a cumplir la orden. La pradera estaba en guerra.

La ruptura de acuerdos entre blancos e indios es una constante en el tiempo que duró la expansión del nuevo país norteamericano. Aquellos territorios fértiles se mostraban demasiado apetecibles para unos colonos ávidos de prosperidad y futuro.

Norteamérica quería crecer, las oleadas de inmigrantes europeos eran cada vez mayores, sólo se interponían los nativos primigenios y eso no iba a suponer un gran obstáculo.

Uno tras otro, cada pacto se incumplía siempre perjudicando a los intereses de los pieles rojas. El ferrocarril avanzaba inexorablemente, invadiendo los territorios sagrados indios. Por si fuera poco, Washington consintió el exterminio de inmensas manadas de búfalos, sustento principal para las tribus de las Llanuras. El plan estaba claro, de una manera u otra, los indios deberían ser reubicados en reservas para que no impidieran el progreso de la incipiente potencia.

En 1868 se firmó el acuerdo de Fort Laramie. En el documento se concedía a los indios a perpetuidad, libertad de acción en torno a lo que ellos consideraban sus montañas sagradas (Colinas negras), situadas éstas en el territorio de Dakota, además de los terrenos de Yellowstone en Montana. Como ya sabemos, el anuncio sobre el posible descubrimiento de oro en la zona, propició que miles de blancos se acercaran buscando su oportunidad. Los indios respondieron con enojo a lo que entendieron como una nueva agresión.

Cientos de guerreros rechazaron la orden de internamiento en reservas, y bajo el mando de jefes jóvenes y menos conciliadores que los veteranos, partieron para agruparse en el valle del río Little Big Horn. Las cabezas visibles de aquél gran grupo eran los guerreros Toro Sentado, Caballo Loco y Gall. Con ellos, una amalgama de tribus sioux, cheyennes y arapahoes, entre otras más pequeñas.

El 1 de febrero de 1876, la Casa Blanca declara hostiles a todas las tribus indias que no hayan acatado la orden de entrar en las reservas. Los cálculos estiman en 800 a los guerreros rebeldes; nada más lejos de la realidad como pronto averiguaremos. Para entonces, Custer y su 7º regimiento de Caballería se encuentran acuartelados en el Fuerte Abraham Lincoln de Dakota. La unidad se prepara para formar parte de una expedición de castigo organizada por el general Sheridan contra las llanuras del medio Oeste. El plan consistía en dividir el contingente en tres columnas a fin de crear una maniobra envolvente. Una de ellas dirigida por el general Crook, que partiría hacía el Norte desde Fuerte Fetterman, otra segunda al mando del coronel Gibbon iría hacia el Este desde Fuerte Ellis. Por último, el general de brigada Alfred Howe Terry dirigiría sus tropas hacía el Oeste desde Fuerte Lincoln.

El día en el que los indios ganaron

La expedición estaba dispuesta para la partida, pero un malhumorado presidente Ulises S. Grant niega al teniente coronel Custer la posibilidad de actuar junto a Terry. Grant estaba muy disgustado con el pendenciero Custer, pero Terry intercede solicitando permiso al presidente para incorporar al que él considera como un profundo conocedor del territorio y de los indios a los que se van a enfrentar. El viejo Grant, ante todo pragmático, decide ceder y otorga el permiso.

En mayo de 1876, la columna de Terry sale en busca de su destino. La vanguardia del grupo es ocupada por George Amstrong Custer y sus jinetes del 7º. El 21 de junio, Custer solicita a Terry la posibilidad de adelantarse al encuentro con los indios, el general accede y ofrece la ayuda suplementaria de cuatro escuadrones con dos ametralladoras Gatling, pero el impetuoso Custer rechaza los refuerzos pensando que éstos frenarán notablemente la buena marcha del grupo.

El 22 de junio, Custer inicia el viaje acompañado por 850 hombres, de los que 655 conforman el 7º regimiento de Caballería, el resto se integran en una caravana portadora de provisiones y municiones, además de un buen número de exploradores crow.

Las órdenes de Custer eran contundentes, llegar a Little Big Horn a través del río Rosebud. Una vez llegara al destino acordado, debería esperar a Terry con el resto de las tropas y juntos recibirían a Gibbon que contactaría con ellos el 26 de junio.

Custer, movido por la ilusión de ser el primero en atacar, acelera el paso y consigue cubrir ciento diez kilómetros en tan sólo dos jornadas. Hombres y caballos están agotados, pero Cabellos Largos ordena en la madrugada del 25 de junio una nueva cabalgada que sitúa con los albores del día al destacamento en las inmediaciones de Little Big Horn. La misión se había cumplido con tiempo para esperar pacientemente al resto de las tropas. Pero cuando se disponían a descansar, los exploradores crow llegaron para alertarle con sabrosas novedades, nada menos que un impresionante poblado indio a unos veinticinco kilómetros, y todo hacía ver que los indios estaban a punto de levantar el campamento. Era demasiado para la megalomanía de Custer. Su menosprecio al enemigo es evidente, piensa que cualquiera de sus soldados se puede enfrentar con éxito a tres indios, y decide dar la orden de ataque. Antes se acerca con un grupo para ver con sus propios Ojos lo que le cuentan sus patrullas.

Desde lo alto de una colina divisa perfectamente centenares de tipis indios. Custer sabe que ha llegado el momento culminante de su carrera militar.

Los crow le advierten que han visto una gran manada de caballos cerca del poblado y eso les hace pensar que no son los 800 guerreros iniciales que todos intuían, la cifra posiblemente se había incrementado hasta alcanzar el número de 1.500. Lo cierto es que se equivocaron en sus cálculos, casi 4.000 se habían agrupado en torno a sus líderes y no precisamente con piedras y palos.

Sioux y cheyennes habían hecho acopio de diferente armamento, entre esas armas se encontraban los famosos winchester 44 de repetición, rifles de 11 mm con un cargador para trece cartuchos. Los investigadores suponen que los indios tenían unos mil rifles comprados a los traficantes, además poseían sus tradicionales tomahawks, arcos y flechas y mortales cuchillos de escalpelo que les convertían en poderosos oponentes en la lucha cuerpo a cuerpo. Todo estaba dispuesto para el gran combate. Se iban a enfrentar la mejor fuerza regular del ejército norteamericano contra la mejor caballería de la época.

Custer, más decidido que nunca, reparte sus 12 escuadrones en 4 grupos a fin de someter al poblado a un ataque sorpresa por varios frentes. Entrega 3 escuadrones al mayor Marcus A. Reno, que debía cruzar el río atacando por el Sur. Otros 3 escuadrones fueron puestos bajo el mando del capitán Frederick W. Benteen, que debía combatir a los indios por su flanco izquierdo. El capitán MacDougall, tomaría un escuadrón para defender la caravana de municiones que se encontraba en la retaguardia. Finalmente, el teniente coronel Custer, con cinco escuadrones, lanzaría un ataque masivo desde el Norte.

El impetuoso Reno cumplió la orden antes de que Custer tuviera tiempo para encontrar un paso adecuado hacia el poblado. Sus soldados cayeron sobre los primeros tipis sin excesiva oposición, pero pronto, para su sorpresa, se encontraron con una réplica inesperada de unos muy bien organizados guerreros que parecían conocer sus intenciones. El mayor Reno, desconcertado, ordena la retirada perseguido por unos 1.500 jinetes indios. Se encuentra con las tropas de Benteen y juntos organizan un cerco defensivo tras una infructuosa contraofensiva. Las compañías de Reno y Benteen han sufrido muchas bajas y parecen presa fácil para los hombres de Caballo Loco, pero esa no era la pieza codiciada por el valiente jefe. El trofeo ansiado tenía nombre, Cabellos largos, y se encontraba en el otro extremo del poblado observando abrumado toda la escena. Por fin, los soldados de Custer consiguieron un paso fiable hacia el campamento indio, pero ya era demasiado tarde; una masa de guerreros compuesta por unos 1.500 se dirigían hacia ellos. La vanguardia de Custer fue rechazada y éste, sabedor de la suerte de Benteen y Reno, inicia un repliegue táctico buscando mejor situación a la espera de refuerzos.

Custer y sus hombres transforman una retirada ordenada en una alocada carrera hacia una colina de unos sesenta metros de altitud donde pretender parapetarse. Pero Caballo Loco intuye el movimiento y ordena a los 1.500 guerreros que venían de superar a Reno, que operen por la retaguardia de Custer. En pocos minutos, los 5 escuadrones son rodeados por más de 3.000 indios. Los soldados son abatidos uno tras otro, mueren hombres y caballos en un titánico esfuerzo por la defensa de sus vidas. Los indios sin compasión, pasan sobre ellos, eran demasiados años acumulando odio y venganza. Muchos hombres piden clemencia, pero no la reciben, otros en medio de la locura optan por el suicidio. Esta es la descripción que hizo una mujer cheyenne, testigo de los acontecimientos, así fue como lo vio: "El asalto indio tuvo lugar desde todos los lados. Había centenares de guerreros, además de los que sabíamos que estaban escondidos entre los barrancos. Calculo que habría una proporción de veinte guerreros por cada soldado. Los caballos que aún les protegían acabaron desbandándose y salieron a galope hacia el río. Desde mi posición, vi como uno de los soldados puso el revólver en su sien y se voló la cabeza. Acto seguido otro hizo lo mismo y después otro. Vi como algunos se disparaban a sí mismos o al pecho del que estaba al lado. Durante unos instantes, nuestros guerreros no hicieron nada, se quedaron mirando. Alpoco, reaccionaron y reanudaron el ataque. Pero no muchos llegaron a entrar en contacto cuerpo a cuerpo con los enemigos. Antes de que el grueso de nuestros guerreros llegara hasta ellos, la mayoría de los blancos estaban muertos". Todo terminó en menos de media hora. Sobre un campo de batalla de aproximadamente mil quinientos metros, yacían yermos los cuerpos de centenares de soldados e indios mezclados con sus caballos, que tampoco escaparon a la masacre, tan sólo uno cuyo nombre era Comanche pudo salir vivo de la refriega. Este noble animal fue respetado por pertenecer a Myles Keogh, oficial de origen europeo que se había distinguido por su ardor combativo en la jornada de Little Big Horn. Su cuerpo y el de Custer fueron los únicos que no fueron mutilados por sioux y cheyennes. El cadáver de Custer fue identificado casi de inmediato por sus enemigos, lo que propició que no corriera la misma suerte de sus hombres. Los soldados habían sido despojados de armas, municiones y uniformes y posteriormente sometidos a múltiples vejaciones como desmembramientos y cortes de cabellera. Pero con nuestro protagonista se hizo de otra manera, sólo le fue amputada la falange de un dedo y practicados sendos cortes en los tímpanos para que pudiera escuchar mejor los mensajes de los espíritus sobrenaturales en su camino al más allá.

Los cinco escuadrones de Custer habían sido aniquilados por completo. Su sangre teñía de rojo la verde pradera de Montana.

El 25 de junio de 1876, pasó a la historia como el desastre más estéril sufrido por la caballería de los Estados Unidos. El parte de bajas es concluyente. Frente a los 150 muertos y 90 heridos sufridos por la confederación de sioux y cheyennes, el 7º regimiento de Caballería tuvo un total de 408 bajas incluidos 289 muertos. La masacre se había cebado especialmente con la familia de Custer. Junto al cuerpo de George se encontraban los de sus hermanos Tom, capitán de caballería, y Boston, civil, así como el de su sobrino Autie Reed. En otro punto se halló el cadáver de su cuñado el teniente Calhoun. Fue una gran victoria para los indios, pero no les sirvió de nada.

Reno y Benteen aguantaron tres días más, hasta que recibieron los refuerzos de un sorprendido general Terry que no daba crédito a lo ocurrido. Pronto la tragedia recorrió el país. Los Indios se habían retirado a sus montañas sagradas para celebrar la victoria en el combate. Y el presidente Grant tuvo que reconocer el 6 de julio la terrible noticia. Semanas más tarde confesaría a un periodista que de haber salido vivo de Little Big Horn, George Amstrong Custer se habría tenido que enfrentar a un Consejo de Guerra por desobedecer las órdenes.

La campaña contra los indios continuó hasta mayo de 1877. Después de la humillación al 7º no hubo más errores. Los indios fueron retrocediendo y perdiendo en una docena de batallas todo lo conseguido ante Custer. El jefe Toro Sentado (que, por cierto, no participó en la batalla por estar preparando medicinas en su tipi), escapó con cientos de guerreros al Canadá, le acompañaban otros jefes como Gall, que poco tiempo más tarde volvería con su tribu para internarse en una reserva.

El gran Caballo Loco se rindió con 1.000 guerreros en 1877, y al intentar escapar de su reserva fue muerto por un soldado a bayonetazos.

Por fin, el propio Toro Sentado regresó en 1881 para ser encarcelado durante dos años y posteriormente formar parte del espectáculo El salvaje Oeste de Búfalo Bill. Murió en 1890 a manos de policías indios cuando realizaba un ceremonial religioso. Ese mismo año se ponía fin a las guerras indias con la masacre de 200 sioux en Wounded Knee. Cuatro años antes se habían rendido los últimos apaches de Gerónimo.

La venganza sobre lo ocurrido con Custer había sido tremenda y la cultura india había sido prácticamente erradicada en sus ancestrales territorios de los Estados Unidos. Por supuesto, huelga comentar que las colinas negras fueron pasto de colonos y buscadores de oro.

La figura de George Amstrong Custer debe de ser contemplada con la suficiente perspectiva histórica. Sus 36 años de vida no fueron más que el fruto de una época cruel y despiadada. El lugar donde murió fue declarado Cementerio Nacional y en 1946 pasó a la categoría de "Monumento nacional al campo de batalla de Custer".