JUANA DE ARCO, LA DONCELLA DEL CIELO
"Mis voces provienen de Dios y nunca me han engañado"
Declaraciones de Juana de Arco en el juicio, donde se la condenó a morir como hereje en la hoguera.
Infancia, leyendas y guerra
Juana de Arco es uno de esos personajes carismáticos que Francia ha generado durante su historia. En ella confluyen los ríos de la leyenda y de la realidad y, gracias a su aparición decisiva, aquél país desmembrado por innumerables conflictos, comenzó a desarrollar la sensación de unidad nacional, que ya se había apuntado en los albores del reino franco.
Como buena parte de las historias épicas en la baja Edad Media, todo empezó a gestarse en el seno de las profecías ancestrales. Posiblemente en el siglo XV, el famoso mago Merlín hizo gala de su druidismo, afirmando que algún día Francia sería salvada por una doncella virgen llegada desde un bosque de hadas. Este augurio hubiese quedado como un mero cuento popular para niños de no ser porque las circunstancias agobiantes que rodeaban al delfín Carlos VII hicieron que aquella historia cobrara sentido en la figura de una niña nacida en el Este de Francia, llamada Juana.
En el siglo XV, Francia distaba mucho del país que hoy conocemos.
Las diferentes casas nobles estaban involucradas en contiendas de diversa índole, todo esto en el contexto de una de las guerras más largas y absurdas de la historia, nos referimos al conflicto sostenido por franceses e ingleses durante ciento dieciséis años (1337-1453), por el trono de Francia.
Cuando nace nuestra protagonista el 6 de enero de 1412, la guerra de los cien años entraba en el septuagésimo quinto año, encontrándose todas las partes sumamente agotadas por un extenuante esfuerzo bélico y económico. El poder feudal está más que cuestionado y, por si fuera poco, las dos grandes casas francesas malgastan esfuerzos en una guerra civil. De un lado los borgoñeses, aliados de Inglaterra y dominadores en buena parte del territorio francés. En el otro los armañacs, situados en el Sur, cuyo último gran reducto era Orleáns. En el tiempo de Juana de Arco, las dos facciones mantenían aspirantes al trono, pero ninguno de ellos reconocido por no haber sido coronados en Reims siguiendo una antigua tradición de los francos. Enrique VI, llamado el rey niño, fue proclamado en París, mientras que Carlos VII fue nombrado rey en Berry. Por tanto, el camino a Reims era el único para acceder al trono francés. Pero en ese trecho se hallaba un gran obstáculo, Orleáns. Esta ciudad situada en la cabecera del Loira fue sitiada en 1428 por un ejército inglés enviado por el duque de Bedfor. Si esa localidad era tomada, caería todo el sur de Francia y, en consecuencia, el país entero sería conquistado por borgoñeses e ingleses. Tras el desastre de Harengs en 1429, la causa del delfín parecía perdida. Pero cuando Orleáns estaba a punto de ser tomada, apareció la virgen descrita por Merlín, y el paisaje de los acontecimientos tomó un rumbo inesperado.
Efectivamente, la fulgurante aparición de Juana de Arco en la historia francesa fue el golpe de timón necesario para encauzar un sentir nacionalista que se encontraba al borde del precipicio.
Ahora volvamos a la génesis de nuestro pasaje. Como hemos dicho, Juana nace a principios de 1412 en una familia campesina que habitaba en Domremy, localidad enclavada en la región de Champagne, que lindaba con los territorios controlados por los borgoñeses. Aún así, Domremy se mostraba leal a los intereses de Carlos VII.
Jaime de Arco era un agricultor que, aunque humilde, no se podía considerar como pobre, a pesar de eso, vio con resignada preocupación la llegada de un nuevo retoño a su hogar, era una niña y se convertía en la tercera de sus hijos. El bebé de cabellos claros y Ojos azules suponía una nueva boca a la que alimentar en tiempos de guerra. Sus otros dos hijos varones le podían ayudar en las tareas del campo, pero su nueva hija a la que puso de nombre Juana, poco podía hacer para aumentar el patrimonio familiar. Al parecer, los primeros años de la niña fueron de mucha felicidad, se la podía ver jugando con otros niños por el pueblo y sobre todo, cerca de un árbol que curiosamente llevaba el nombre de Arbol mágico de las hadas.
Siempre se comentó que Juana había sido pastorcilla de ovejas y vacas, pero esa afirmación hoy parece injustificada, más bien podemos decir que Juana mostraba dotes para el hilado y la costura. Y de no ser por unas extrañas voces que la niña escuchó en el verano de 1425, hoy no podríamos escribir este pasaje de la historia.
Hasta los 13 años de edad, Juana quería ser hilandera. Pero debido a un suceso que un médico podría explicar mejor que yo, esa niña dio los primeros pasos hacia uno de los momentos más desconcertantes de la historia emotiva de Francia.
Nadie sabe como ocurrió, ni cuantas veces sucedió antes de que Juana lo dijera. Pero lo cierto es que un día, estando ella en la iglesia del pueblo, escuchó una voz cercana a la que siguieron otras envueltas por un resplandor. La joven adolescente quedó extasiada ante la visión que ella identificó como el arcángel San Miguel, acompañado por las Santas Catalina y Margarita que entre luminosidad conminaban a Juana para que fuera en ayuda del legítimo rey Carlos.
En un principio, bien pudiéramos pensar que los cabos de ésta historia se unieron forzosamente ante la cruda realidad imperante. La leyenda que siglos antes pronosticara el mago Merlín estaba muy extendida Por la campíña francesa, y en una época de terror y confusión, lo que contaba Juana se prestaba a la perfección para dar luz al reino de las tinieblas.
Protagonista, figuración y paisaje, encajaban de forma precisa en la leyenda popular. Por un lado la doncella, papel encarnado por Juana; también tenemos el bosque de roble, cercano a Domremy, donde destacaba el árbol mágico de las hadas, sitio elegido por Juana para sus juegos. Y al fin unas gentes ávidas de moral y estímulo, para soportar el penoso trance al que estaban siendo sometidas. Por tanto, no es de extrañar que bastante cerca de una exaltación religiosa histérica, los relatos de la niña comenzaran muy pronto a recorrer aquella comarca devastada por la guerra y el hambre. Todos necesitaban apoyo sobrenatural para superar aquello, y Juana se lo proporcionó de una manera u otra. Solo así se puede entender lo que ocurriría meses más tarde.
En mayo de 1428, Juana tenía 16 años y sus voces le dieron la indicación para que se pusiera en marcha y avisara al rey del gran peligro que se cernía sobre él. Abandonó Domremy para desesperación de su padre, y se dirigió a Vaucouleurs, donde gobernaba en nombre de Carlos VII Robert Baudrieurt. No la recibió de manera muy gratificante, mofándose de ella y expulsándola de la plaza con destino a su pueblo, llegando incluso asugerir a un primo que la acompañaba, que una vez en Domremy lo mejor que podían hacer era propinarle una severa paliza para que olvidara su loca encomienda.
Mientras tanto, los sucesos en Francia se estaban desencadenando de forma trágica para los intereses del abrumado delfín Carlos. El 12 de Octubre de 1428, los ingleses sitiaron Orleáns ante la perplejidad de sus defensores. Todo hacía ver que en pocos meses la guerra estaría perdida. Fue cuando las voces de Juana se volvieron más contundentes e increpantes, en vano, la joven intentaba resistirse a ellas argumentando ser una pobre chica que no sabía montar, ni luchar. Pero no sirvió de nada, por que las voces reiteraron que solo era Dios el que mandaba en esta situación. En enero de 1429, Juana de Arco regresa a Vaucouleurs, y ante su tenacidad, Baudrieurt la recibe de nuevo escuchando atentamente lo que la adolescente tiene que contarle, y esto no es más que un aviso sobre una gran derrota que recibirá en pocos días el ejército de Carlos. La profecía fue hecha el 17 de febrero, y al poco, se confirmó con la estruendosa derrota de Harengs, muy cerca de Orleáns.
Después de esto, a Carlos VII no le quedaba casi ninguna opción, todo parecía perdido, y el delfín estaba resignado a su suerte. Todavía no sabía que su salvación en forma de doncella venía desde Vaucouleurs, vestida de hombre por voluntad propia, y escoltada por tan solo tres soldados que no eran muy conscientes de su misión trascendental. Estaban custodiando nada más y nada menos que el futuro de Francia.
El viaje del destino
No entiendo cómo es posible que el propio Dios diera consentimiento a la doncella para ayudar a un delfín al que todos consideraban idiota. Pero como ya se sabe, los caminos del señor son inescrutables.
Carlos VII era hijo de Carlos VI e Isabel de Baviera. Había nacido el 1403, y por lo tanto, cuando se encontró con Juana apenas tenía 26 años. Carlos, desde bien pequeño, mantenía la incertidumbre sobre su origen legítimo. Esta duda era constantemente abonada por su madre Isabel, cuando afirmaba sin ningún rubor que su hijo era bastardo. A pesar de esto, la casa de los armañacs no tuvo más remedio que acudir a él por haber fallecido sus hermanos mayores. Legal o no, Carlos era el idóneo para asumir el trono de Francia.
Lo cierto es que, al no haber sido coronado en Reims (la ciudad estaba ocupada por los ingleses), sino en Berry, no se podía considerar a Carlos rey de los franceses. Y de momento se quedó en delfín.
El futuro Carlos VII era en sí mismo un contrasentido. Por un lado tremendamente piadoso y profundamente católico. Por el otro, fervoroso creyente de la astrología y diversas mancias. Se encontraba rodeado por una abundante corte de aduladores y conjurados, y no es de extrañar que Carlos pasara a la posteridad con el sobrenombre de Bien servido.
Hasta la llegada de Juana a Chinon, en marzo de 1429, casi todos los franceses habían asumido que Enrique VI, el rey niño, hijo del célebre Enrique V, sería el nuevo rey de Francia.
Pero Dios, San Miguel y las Santas Catalina y Margarita, habían pensado otra cosa. Y ese pensamiento fue grabado en la mente de una doncella analfabeta y algo embrutecida por los rigores del campo. Solo la convicción y la pureza de espíritu hicieron avanzar a la adolescente que tras dos días de espera consiguió al fin una entrevista con el heredero.
Tanto Carlos como su mujer Yolanda de Aragón, escucharon atónitos la exposición de la joven, y antes de aceptar la ayuda celestial que ésta les ofrecía, optaron por someter a Juana a un tribunal inquisitorial, donde se intentaría averiguar si la campesina era hereje, bruja o por el contrario decía la verdad. Esta oportunidad de ser testada por los inquisidores fue ganada a pulso, ya que Juana, previamente había descubierto una pequeña trampa puesta por Carlos, que sin mucha fortuna, se había disfrazado de paisano, enviando a otro vestido de rey para recibir a la doncella. Ésta eludió el saludo del falso, y buscó al auténtico entre la multitud, encontrándole para sorpresa de todos.
La mayoría de los cortesanos pensaban que Juana no era más que una loca visionaria. Entonces, ¿qué impulsó a Carlos a creerla?
En este punto, hay teorías para todos los gustos: por ejemplo, se cuenta que la doncella aclaró, con autorización sobrenatural, las dudas que el delfín mantenía sobre su linaje. Pero lo más seguro es que Carlos conociera las leyendas sobre la doncella que había de salvar a Francia. Aferrado a esa creencia por una situación militar desesperada, no es de extrañar que el heredero intentara jugar una última baza.
Juana de Arco fue enviada a Poitiers, donde la esperaban obispos, sabios y médicos dispuestos a evaluar de forma implacable la situación psíquica de la joven. El resultado no pudo ser más contundente: Juana no era hereje, y todo lo que hacía, o decía, era motivado por la actitud más pura y fervorosa que ningún francés viera jamás.
Con el beneplácito de teólogos y demás sabios del reino, la doncella regresó a Chinon, dispuesta para cumplir con la misión ordenada desde el cielo: levantar el sitio de Orleáns y coronar al delfín en Reims como Carlos VII. Éste entregó gustoso a Juana un pequeño contingente compuesto por quinientos hombres con pertrechos propios de la guerra. La joven sólo aceptó una armadura, rechazando la espada que Carlos le ofrecía, y solicitando una que ella había visionado en sueños. Ésta debería encontrarse tras el altar de la capilla de Santa Catalina en Fierbois. Allí buscaron y efectivamente, en ese lugar fue hallada. Todo estaba listo para que Juana entrara en la historia.
Antes sucedieron algunas cosas que conviene comentar. El 22 de Abril de 1429, un documento llegó a Bruselas procedente de Lyón. Había sido escrito por un sire de Roslaer, y en él se hacía referencia a unos vaticinios hechos por la doncella, previos a que se produjeran los acontecimientos. Juana decía: " salvaré Orleáns y obligaré a los ingleses a levantar el sitio, seré herida por asta en batalla previa, pero no moriré de eso, y el Rey será coronado en el transcurso del verano venidero en Reims". Esto sucedió, y tal era la convicción de la joven, que incluso emplazó a los jefes militares ingleses a retirar sus tropas del suelo francés. Los británicos se enfurecieron ante la demanda, y se aprestaron para acallar definitivamente las voces de aquella insolente. En un movimiento arriesgado y audaz, Juana y sus hombres se adentraron en la ciudad sitiada, era el 30 de Abril de 1429.
En la presionada ciudad de Orleáns, Juana fue recibida de forma emotiva y entusiasta, y pronto Gilles de Rais, el que posteriormente sería nombrado mariscal de Francia, puso su espada al servicio de la que ya era doncella de Orleáns.
Los estremecidos defensores adoptaron las costumbres religiosas impuestas por Juana, rezaban el rosario y comulgaban diariamente. Su situación era crítica, y la desproporción con los ingleses era de tres a uno, pero contaban con la renovada moral traída por la doncella, y pronto fijaron el primer objetivo tendente a levantar el sitio de la plaza.
El 4 de mayo de 1429, Juana se despertó sobresaltada por una nueva orden de sus voces, había llegado el momento de atacar. Sus hombres la siguieron como uno solo hacía un enclave fortificado situado al Este de la ciudad, que rápidamente fue tomado. Era la primera victoria militar de Juana, y las tropas que dirigía se mostraban más determinadas que nunca para resolver la embarazosa situación. El 6 de mayo se reanudaron los combates, pero en esta ocasión los ingleses conocedores de la leyenda que guiaba a sus enemigos, se retiraron sin luchar, refugiándose en el castillo de les Tourelles, donde pretendían justificar su fama de invencibles. Juana y sus fanáticos leales siguieron con el ataque, lanzándose sobre los muros y almenas de la fortaleza. La propia doncella fue herida cumpliéndose así la profecía. Pero la sangre brotada no hizo más que enardecer el ímpetu guerrero de los franceses, que bien dirigidos por Guilles de Rais, acabaron de forma exitosa la conquista del reducto.
El 8 de mayo los restos del ejército inglés abandonaban el sitio, sin ser perseguidos por los franceses al apiadarse Juana de ellos, por ser domingo. Orleáns había sido liberada, la leyenda popular ya era cierta. La noticia recorrió como la pólvora los caminos y campos de Francia. Todos al unísono aclamaban a Juana de Arco, que lejos de la complacencia, pedía insistentemente al delfín poder completar el deseo divino.
El efecto galvanizador de la nacionalidad francesa era imparable, la doncella guerrera era un símbolo inequívoco de unidad. Miles de hombres se querían sumar a la causa de Juana, que a pesar de situarse al frente de los ejércitos, nunca empuñó su espada sagrada para matar a nadie al no permitírselo su religiosidad. Ella únicamente tomaba la vanguardia e indicaba a los soldados el camino, y éstos terminaban el trabajo.
Tras limpiar la región del Loira de ingleses, el ejército francés siempre bajo el mando de la doncella de Orleáns, va tomando posiciones y ciudades que hasta entonces eran de imposible conquista. El 18 de junio de 1429, los franceses obtienen una gran victoria en Patay sobre el ejército inglés y sus refuerzos llegados desde París. Tras la caída de la ciudad de Troyes, llega el momento sublime tan buscado por la joven. El domingo 17 de julio de 1429 con gran solemnidad y estando Juana de Arco como testigo, el delfín Carlos es coronado definitivamente en la catedral de Reims, bajo el nombre de Carlos VII. Daría lo que fuera por saber que pensaba aquella campesina en ese momento místico para ella.
El triunfo de Juana no es fácil de soportar para el nuevo y envidioso rey que no ve con buenos ojos tanto halago hacia la doncella de Orleáns. Ésta decide acometer con entusiasmo frenético una campaña para la total expulsión de suelo francés del invasor inglés. Tras unos éxitos iniciales, Juana y una menguada tropa toman St. Denis sin oposición, pero se estrellan estrepitosamente contra las murallas de París donde la propia doncella es herida y retirada a duras penas por el Duque de Alenton. Los sucesos parisinos minan el prestigio adquirido por Juana, pero la llegada del invierno y con éste una tregua entre los contendientes, consiguen calmar la tensión que rodeaba a la esforzada guerrera.
El 29 de diciembre de 1429, Carlos VII tiene el último gesto de cariño hacía la doncella cuando decide que, tanto ella como su familia, entren a formar parte de la nobleza. Desde entonces serán conocidos con el título de Du Lis, utilizando azucenas en su escudo de armas.
La nueva aristócrata, desde su mundanal retiro invernal, recibe una visita de sus queridas voces. Éstas le anuncian que antes del día de San Juan Bautista (24 de junio), será apresada. El hecho se produce en mayo, cuando la doncella y quinientos soldados intentan defender la ciudad de Compiégne de los ataques borgoñeses. Al frente de éstos se encontraba Juan de Luxemburgo, que tras dos ataques repelidos, al fin consigue refuerzos ingleses para lanzar una tercera y definitiva investida, lo que provoca una desordenada retirada de los defensores. Entre ellos se encuentra una Juana que quiere ser la última en salir de la ciudad, pero no lo consigue, siendo capturada por el borgoñés que, no obstante, concede a la famosa doncella un trato exquisito, a la espera de órdenes que le indiquen lo que se debía hacer con ella.
Los ingleses exigen que la prisionera les sea entregada, y al parecer pagan una fuerte suma por ello. Pero no podían juzgar a la doncella por la humillación a la que les había sometido, y en consecuencia, deciden comprometerla en un juicio por herejía. Cuentan con la complicidad de franceses afines a la facción de Borgoña, como el obispo de Beauvais, que casualmente ejercía su diócesis sobre la ciudad de Compiégne. Además, los ingleses obtienen el favor de la aturdida Universidad de París.
Todo estaba preparado para uno de los juicios más humillantes de la historia, sin que Carlos VII, rey coronado por Juana, quisiera hacer nada por impedirlo. Ese fue el agradecimiento mostrado hacía la mujer que posibilitó su reinado. Seguramente, la doncella de Orleáns se había convertido en un elemento demasiado perturbador para ese infeliz sujeto. Así pues, nadie movió un dedo para impedir que nuestra protagonista fuera internada en el castillo de Rouen, capital de Normandía, desde donde esperó resignada su suerte.
El fin de la pureza
Las condiciones de vida en una fortaleza del siglo XV no eran las más optimas para una joven virgen de 19 años. Juana solicita ser recluida en las dependencias de una iglesia, donde puede ser asistida por mujeres, pero le niegan esta posibilidad, manteniendo su cautiverio en una celda custodiada por ingleses.
En enero de 1431, empiezan las sesiones preparatorias para el juicio, pero fue el 21 de febrero cuando Juana de Arco aparece ante sus jueces.
Una vez más, la doncella demuestra que la pureza es su virtud más poderosa, dejando a los inquisidores más que asombrados ante las respuestas.
A pesar de esto, le niegan toda clase de derechos como, por ejemplo, el de tener un abogado defensor, así como el de no poder asistir a misa ni recibir la comunión.
Juana soporta con estoicismo ilimitado su confinamiento en una jaula de hierro, encadenada por el cuello, manos y pies, y temerosa siempre de una más que posible violación a cargo de la soldadesca inglesa.
En aquellos tiempos, se pensaba que Satán nunca entraba en el cuerpo de una virgen, y durante el juicio, los inquisidores intentaron demostrar que la doncella había perdido su flor, pero no lo consiguieron. sí en cambio, obtuvieron exposiciones sencillas y muy coherentes, de una Juana que jamás perdió la compostura, sin que pudiera verse el miedo en su cara.
El 1 de marzo, la doncella pronostica que los ingleses en un plazo no superior a siete años, pagarán un precio más alto que Orleáns, y efectivamente, esto se cumplió cuando seis años y ocho meses más tarde, perdieron París.
Las sesiones se tornaron virulentas, cuando los inquisidores intentaron verificar el origen demoníaco de aquellas voces que acompañaban a Juana. Ésta solicita la revisión de las actas que se hicieron en el primer examen al que fue sometida en Poitiers, pero lamentablemente estos documentos se habían perdido. Nada se podía hacer ante unos individuos dispuestos a la prevaricación, con el fin de servir a los intereses de los que les pagaban.
El 23 de mayo de 1431, cuarenta y dos, de un total de cuarenta y siete jueces, dictaron la sentencia final para la doncella de Orleáns. Esta no era otra sino la de morir entre llamas por una acusación de herejía, apostasía e idolatría. Aún tuvo la farsa un último trance, éste fue el de intentar hacer que la joven se retractara de su actitud diabólica. Pero Juana les respondió que solo Dios mandaba en ella, y que tan solo con su indicación, lo haría.
Después de esto, treinta y siete de aquellos confabulados enviaron a la prisionera al cauce civil. Y así, el 30 de mayo de 1431, se iba a consumar la pena.
Todo estaba dispuesto para la ejecución de la prisionera. Rouen era el sitio elegido, en el centro de su plaza vieja se apilaban numerosos troncos de madera sobre los que se levantaba una estaca. Ese sería el último escenario en la vida de la doncella de Dios. La situación que rodeaba aquello, solo se puede calificar de patética.
A Juana se le comunica su penoso destino por la mañana, le aceptan última confesión y poder tomar así la comunión. Después la conducen a la plaza pública, donde le espera una multitud expectante y apesadumbrada.
Antes de ser atada al madero, Juana solicita poder abrazar la cruz, esto se le concede, quedando fijada después frente a ella. Posteriormente la doncella empieza a recitar el nombre de Jesucristo, mientras los verdugos ponen fuego sobre una leña que se resiste a la quema. Inexorablemente, el humo y las llamas van cubriendo el rostro angelical de la doncella de Francia. Sus enormes ojos azules se cubren de lágrimas ante la visión de la cruz, sin dejar de pronunciar el nombre de Jesús. Todos quedan estremecidos ante la pureza de la joven, incluso sus más fieros enemigos no pueden evitar el llanto. Ya es tarde, todo ha terminado. Juana de Arco está muerta y sus cenizas serán esparcidas por el río Sena.
En 1455, se inicia un proceso de rehabilitación bajo los auspicios de la Santa Sede que, tras muchas investigaciones, declara ilegal el juicio anterior, reprochando la actitud del rey de Francia, y de su Iglesia. En los siglos siguientes, Juana pasa de ser una bruja, a todo lo contrario.
En 1869, la causa de Juana de Arco es defendida ante Roma por Monseñor Dupanloup, obispo de Orleáns. Tras los trámites necesarios y confirmados los requeridos milagros, el 11 de abril de 1909 Juana era beatificada por Pío X. Encontrándonos el capítulo final de ésta historia en 1920, cuando Benedicto XV canonizó a Juana de Arco, que desde entonces, sería la Santa patrona de Francia.
Esta es la historia de una niña analfabeta de Domremy, que un día jugando en su querido árbol de las hadas, sintió la llamada de Dios, animándola para que ayudara a su país y a su rey de los que sólo recibió el desaire y la muerte.
Su impulso alentador unió a los divididos bajo una causa común, siendo su aparición fulgurante la chispa adecuada para encender el fuego donde se forjaría el nacimiento de una nación. Aunque ese fuego quemó su inocente carne. Triste final el que dieron los hombres a una doncella surgida del mundo mágico de las hadas. ¿Quedarán otras?
"Ninguna investigación humana puede ser llamada verdadera ciencia sin pasar por las pruebas matemáticas. Para mí, todas las ciencias son vanas y llenas de errores si no han nacido de la experiencia, madre de toda certidumbre, y si no han sido comprobadas por la experiencia"
Frase que encierra el pensamiento científico de Leonardo Da Vinci.
Los primeros pasos
Leonardo Da Vinci es uno de esos ejemplos admirables que nos reconcilian sin atajos con la humanidad. Su mente prodigiosa cabalgó por territorios ignotos del conocimiento. Sin duda fue un adelantado en uno de los momentos más brillantes de toda la historia humana.
El renacimiento iluminó la penumbra dejada por el medievo y uno de los faros que propiciaron esa luminosidad fue Leonardo, que como no podía ser de otra forma, se convirtió sin pretenderlo en el puente necesario que uniera dos orillas como eran el Quattrocento y el Cinquecento italiano.
Con Leonardo nació el artista intelectual. Hasta entonces, pintores, orfebres, escultores, etc., no se podían considerar pertenecientes a una élite integrada por filósofos y escritores.
La aparición decisiva de nuestro protagonista logra que las dos familias se fundan en una sola para iniciar un camino común que arribará en nuestros días.
Cuando alguien preguntaba a Leonardo por el oficio en el que se encontraba más cómodo, siempre obtenía idéntica respuesta de éste: "por encima de todo me considero inventor", nadie puede discutir que Leonardo no inventara; es cierto que nunca llegó a ver sus Invenciones convertidas en realidad, pero su imaginación desbordante traspasó todas las fronteras conocidas.
Aquel explorador del saber, en sus 67 años de vida, fue capaz de acopiar tal cúmulo de conocimientos que, aún hoy, sigue sorprendiendo a propios y extraños. Ninguna disciplina se escapó a su desmedida curiosidad: pintura, ingeniería, medicina, botánica, alquimia, sin olvidarnos de la gastronomía, diseño textil, protocolo...
Buena parte de lo que aprendió y algo de lo que imaginó, quedó plasmado en sus famosos cuadernos, pequeñas obras donde Leonardo nos hablaba de su experiencia vital. Doscientos dieciocho códices con un total de siete mil páginas, es el legado escrito que Leonardo dejó para la posteridad.
Seguro es que tenía mucho más que ofrecer, pero el miedo a su época, unos coetáneos temerosos de lo intangible, provocó que no sólo escribiera más, sino que los textos fueran encriptados para patrimonio de mentes lúcidas y no otras.
Vamos a disfrutar en este pequeño relato recordando la vida de un genio, pero también lo haremos deteniéndonos en la existencia de un hombre que no permanecía ajeno ante los acontecimientos propios del periodo por el que le tocó transitar.
Leonardo vino al mundo el 15 de abril de 1452. El lugar de nacimiento lo encontramos en un viejo caserío situado en las inmediaciones de Vinci, una pequeña localidad toscana a unos treinta kilómetros de la esplendorosa Florencia.
Era hijo bastardo del notario Piero da Vinci, hombre que no tuvo mucha suerte a la hora de tener vástagos legítimos, ya que de sus cuatro esposas, solo pudo obtener un primogénito oficial (Antonio) en el tercer matrimonio y eso ocurrió en 1475.
Sobre su madre se sabe muy poco, al menos su nombre Catherina, una campesina de Vinci que tras ceder a Piero el fruto de su amor ocasional, se casó con un humilde hornero de la zona.
Leonardo soportó francamente mal la ausencia materna y ésto al parecer influyó notablemente en su actitud ante las circunstancias.
El pequeño niño, a pesar de no estar inscrito en la legalidad vigente, estuvo bien considerado por la familia paterna, sobre todo por su tío Francesco y por su abuelo Antonio, que también pertenecía al gremio notarial y formaba parte de la pequeña burguesía toscana.
Piero era claramente pródigo en amoríos carnales y el resultado de tanto ayuntamiento fue de doce hijos, diez de los cuales eran niños y otras dos niñas.
El joven Leonardo fue creciendo dentro de un ambiente cultural algún punto superior a la media de aquel entonces. Era un muchacho fuerte y sano, siendo de rostro bastante agraciado, detalle que le abriría alguna puerta como veremos después.
Cuando cuenta con la edad de 17 años, abandona su lugar natal. Ya por entonces conoce perfectamente el latín gracias a la instrucción recibida por el párroco de Vinci. Además, su familia le ha procurado una buena educación, lo que le distingue sobre otros jóvenes de su entorno.
En 1469 padre e hijo llegan a Florencia. La hermosa ciudad estaba alcanzando la cúspide de su renacimiento y aceptaba de buen grado las aportaciones de artesanos e intelectuales, todo bajo el amparo de los Meddicci. En ella crecían como setas numerosos talleres gremiales creadores de maravillas como jamás se habían visto hasta entonces.
Era el momento justo para que el futuro genio irrumpiera en los anales de la historia. Una oportunidad que Leonardo no estaba dispuesto a desaprovechar.
Tras unos primeros meses en los que destaca por sus originales dibujos, Leonardo logra que su padre le presente a uno de los grandes artistas florentinos, Andrea Verrocehio que, complacido por los bocetos mostrados, acepta tutelar al joven.
Forja de artistas
Verrocchio, como cualquier artista destacado de su época, regentaba un taller artesano donde se daban cita, en torno al maestro, una cohorte de personajes ávidos de aprender todo lo relacionado con la artesanía (pintura, escultura, música). El taller era bullicioso como la ciudad que lo contenía. Por él se movían libremente aprendices, recaderos, cocineros o ayudantes del principal. Es ahí donde el joven Leonardo consigue la lumbre inspiradora para encender la hoguera de su gran talento multidisciplinar.
La belleza del muchacho, junto con su habilidad para el dibujo, facilitó las cosas que permitieron su incorporación definitiva al servicio del florentino.
Los primeros vestigios sobre la participación de Leonardo en aquella aula del arte los encontramos en sus más que seguros posados como modelo en diferentes obras de escultura y pintura. Por ejemplo, los notables exégetas leonardescos coinciden al afirmar que una de las obras más famosas de VerTocchio, su David de bronce, se basó en el bien proporcionado cuerpo de nuestro genio. También podemos intuir a Leonardo en el cuadro Tobías y tres arcángeles, donde aparecería encarnando la figura del arcángel San Miguel que en compañía de San Rafael y San Gabriel, irían escoltando a Tobías. Éste, tras su salida de la bíblica ciudad de Nínibe, buscaba solución a la ceguera de su anciano padre. En estas obras encontramos a un Leonardo de 19 ó 20 años dispuesto para asumir su lugar en el mundo.
Durante los años que permaneció al lado de Verrocchio, nuestro joven no solo desarrolló sus dotes como pintor, sino que también empezó a interesarse por otras materias, tales como música, matemáticas o gastronomía. En total Leonardo estuvo unos siete años en aquel hermoso taller.
En 1472 le podemos ver inscrito en la cofradía de San Lucas, que era por ende una especie de asociación de pintores florentinos.
En 1476 se produjo un hecho que no podemos obviar. Leonardo cuenta 24 años y es acusado junto a otros tres jóvenes de haber abusado sexualmente de un modelo adolescente que posaba para ellos. La acusación se realizó de forma anónima, un papel fue depositado en el cajón que los meddicci (clan gobernante de Florencia), tenían habilitado para que los florentinos dejaran allí todas las cuestiones que les preocuparan (sugerencias, imputaciones, petición de juicios). La sodomía en aquél tiempo no estaba tan mal vista como algún siglo después, lo que provocó que Leonardo y sus amigos salieran de rositas de aquel episodio.
No se sabe si por ésta o por otra circunstancia, al poco de producirse el juicio, Leonardo abandonaría definitivamente el taller de su maestro. Llegada era la hora de volar libre. Leonardo da Vinci se establecía por su cuenta.
El reciente maestro pone en práctica todos los conocimientos adquiridos al lado de Verrocchio. Durante su época en el taller había participado en algunas de las obras allí creadas, como fue el caso del Bautismo de Cristo (1472-75), donde Leonardo aportó uno de los dos ángeles mostrados en el cuadro. También se le supone una intervención en La Anunciación (1475-77) que hoy podemos contemplar en la galería de los Uffizi en Florencia. La que se considera primera obra genuina de Leonardo es Ginebra de Benci (1474-75), donde se adivina el estilo característico que acompañaría al pintor a lo largo de su vida.
1478 marca el arranque profesional de un Leonardo da Vinci cada vez más obsesionado por indagar en la naturaleza del ser humano y su entorno. En ese año empieza a descollar de tal manera que pronto recibe los priMeros encargos provenientes de la iglesia y nobleza florentinas. Comienzan las anotaciones en sus increíbles cuadernos, uno de los factores estimulantes para su intelecto. Nada escapa a la visión vanguardista e innovadora de un Leonardo viandante por los caminos de una creatividad sin límites.
A pesar de su genialidad no estaba desprovisto de influencias, por supuesto la de su maestro Verrocchio. A ésta podemos añadir las de Lorenzo di Credi, Pollaiolo o el joven Botticelli.
El maestro empieza a sumergirse en un mundo imaginativo, la soledad es su fiel compañera, largos paseos por Florencia y sus campos; obras que no llegan a concluirse. Mil ideas se agolpan en la mente del creador y es muy difícil darles paso una a una.
En la ciudad predomina la guerra como asunto de conversación y Leonardo se involucra bosquejando los primeros rasgos sobre artilugios militares. Quiere ser un todo, dentro de todo. Son los primeros apuntes del hombre universal.
Mientras tanto, los monjes florentinos de San Donato en Seopeto le dan la posibilidad de pintar un cuadro donde se represente la adoración de los magos. Antes había abandonado su obra sobre San Jerónimo, cuadro que de haberse terminado hubiese supuesto una pequeña revolución en el Quattrocento. Aún así, La Adoración de los Magos (por supuesto también inacabada), supone la primera gran obra reconocida para Leonardo da Vinci.
Corría el año de 1481, tenía 29 años y sintió que Florencia se le había quedado pequeña, imponiéndose el reto de buscar nuevas aventuras para su alma extravagante y bohemia.
Mecenazgo milanés
Con 30 años cumplidos Leonardo da Vinci sale de Florencia rumbo a Milán para iniciar la que han considerado sus estudiosos como etapa más fecunda y feliz del genio.
En Milán permanecerá diecisiete años, siempre al servicio de la casa Sforza, cuyo jefe principal no era otro que LudoVico, duque de Milán, llamado "el moro" por su tez oscura. Leonardo había logrado obtener de Lorenzo "el magnífico" (cabeza de la familia Medicci) una carta de recomendación que le presentara ante los Sforza. La epístola le fue entregada con gusto en premio a los exquisitos trabajos realizados por el Vinci en las posesiones Medicci. Además de ésta acreditación, Leonardo había hecho llegar al Sforza otra misiva bastante laudatoria sobre sí mismo.
Qué mejor prueba de genio que intentar lo imposible, crear máquinas más allá de las barreras del tiempo. Un diseño sobre el vuelo instrumental (Codex B. Institut de France, París).
En ella se ofrecía como un auténtico pluriempleado de la época, pues afirmaba que disponía de todos los conocimientos para desarrollar disciplinas científicas como la ingeniería militar e hidráulica y una magnífica formación artística que le permitía pintar, esculpir y diseñar como el mejor. Tan buen currículo debió fascinar al moro que, sin pensarlo más, contrató al florentino poniéndole bajo su mecenazgo.
1482 es un año de cambio para Leonardo. Florencia era una ciudad pequeña comparada con Milán y sus ambientes culturales se mostraban distintos. Quizá las intenciones refinadas y aperturistas de la corte milanesa favorecieron el desarrollo humano y creativo del recién llegado maestro florentino.
Leonardo disfruta enormemente con los trabajos que Ludovico le va encomendando. Una de las misiones fundamentales era la de crear escenarios de placer para Milán. Así, nuestro protagonista se convierte por méritos propios, en maestro de ceremonias vistosas y espectaculares: organiza eventos, diseña moda, escribe cuadernos de protocolo y humor para amenizar ensoñadoras veladas. Todos se rinden ante el ingenio de Leonardo y éste, agradecido por la acogida dispensada, se sigue entregando con entusiasmo a su frenética actividad.
Pero no solo de algarabía y lujo se nutría su talento. En estos años la colorista Milán de los Sforza ofrece a Leonardo momentos de inspiración sublime, que él se encarga de transformar en brillantes ejecuciones pictóricas. Aquí aparece su primera versión sobre la Virgen de las Rocas, donde destaca la extremada delicadeza de los efectos atmosféricos; Dama con Armiño, una de sus pinturas más elogiadas; el cartón con Santa Ana, la Virgen, el Niño y San Juan y como no, una de las obras magnas de todo el Renacimiento, nos referimos a su última Cena, trabajo que fue realizado para el convento de Santa María delle Grazie.
Los experimentos de todo tipo dominan el periodo milanés de Leonardo. A las creaciones pictóricas hay que añadir las de ingeniería y arquitectura. En este tiempo participa en la construcción de numerosos edificios que marcarán decididamente el alto Renacimiento italiano.
Leonardo intuye como pocos, la utilidad del agua como vehículo de vida, diseñando diversas e importantes obras hidráulicas tendentes a mejorar la situación urbanística de Milán.
Dibujó bocetos donde se podían ver invenciones militares tan asombrosas que, nadie especuló con la posibilidad de hacerlas realidad.
Como ya hemos comentado para tristeza del inventor, nada de lo que imaginó se hizo tangible.
Leonardo siguió escribiendo en sus cuadernos sobre otras cuestiones como matemáticas, geometría, botánica o anatomía. En este sentido, consiguió permiso para intervenir y diseccionar más de treinta cadáveres (casi todos de reos ajusticiados) en los que investigaba con pasión músculos, tendones y vísceras, deteniéndose en los pormenores del ojo humano.
Estos estudios del cuerpo le fueron muy útiles a la hora de seguir ahondando en su búsqueda incesante del alma.
Leonardo consiguió que su día tuviera veinticinco horas, por la mañana pintor o arquitecto, durante la tarde ingeniero o botánico, la noche la llenaba de fiestas y placeres, dejando la madrugada a la práctica forense.
Claro está que, en cualquier momento de la jornada, podía llegar la inspiración y entonces soltaba todo para entregarse por completo a la meditación, único alimento que recibía la mente más lúcida y privilegiada del gran Renacimiento italiano.
Quién sabe si, entre tanta trascendentalidad, pudo entresacar algún minuto para el amor terrenal, seguramente sí, pues a su lado estaba Atalante (10 años menor que él), que fue uno de los primeros cantantes de pastoriles italianas, y al que también cabe el gusto, según dicen, de haber sido pareja formal del ocupadísimo Leonardo da Vinci.
Ludovico el Moro mantenía la ilusión de poder rendir culto a la memoria de su padre Francesco fundador de la dinastía Sforza. Lo quería hacer en forma de la mayor estatua ecuestre que jamás se hubiese levantado. Para ese fin pensó en su fichaje más luminoso, que lejos de asustarse ante semejante petición, aceptó gustoso el reto, poniéndose a trabajar en sugerentes bocetos. La estatua ideada ofrecía un tamaño enorme para su época, ya que suponía el doble de lo normal.
Leonardo realizó una maqueta utilizando yeso y madera, pero no pudo terminar con la tarea asignada, los ballesteros del rey francés Carlos VIII se lo impidieron. Con la llegada de los franceses a Milán en diciembre de 1499, termina el periodo feliz de nuestro genio favorito.
Leonardo, artista intelectual
A su período de estancia en Milán hay que atribuir la mayor fertilidad de su legado. En esos años pinta, construye, diseña, inventa y escribe la mayor parte de sus códices testimoniales. Como ya hemos referido, hoy se conservan doscientos dieciocho de aquellos cuadernos con unas siete mil páginas escritas al revés, por el miedo que siempre tuvo Leonardo a sus contemporáneos. La única solución para su lectura era situar el códice frente a un espejo. Gracias a estos textos, hemos averiguado mucho acerca de la personalidad abrumadora de nuestro zurdo protagonista.
De todas sus invenciones debemos resaltar varias, pero obligado es empezar por la que alcanzó mayor notoriedad, hablamos del famoso carro blindado de combate, vehículo accionado mediante manivelas que utilizan como fuerza motriz los músculos del conductor y cuya defensa consiste en una coraza cónica.
Tan novedosos como adelantados, resultaron sus diseños sobre naves acorazadas, submarinos o trajes de buzo. No debemos olvidar en estas líneas de guerra leonardescas, fusiles repetidores, ametralladoras, bombas de fragmentación, armas químicas, máscaras antigás o un sorprendente modelo de helicóptero. Nada escapó a la intuición del visionario, convirtiéndose en vanguardia pensadora de lo que llegaría por desgracia, siglos más tarde.
En cuanto a la mecánica e ingeniería, sobresalen sus máquinas destinadas a la construcción y mejoramiento de ciudades y cauces fluviales.
El mejor ejemplo lo constituye una grúa móvil muy parecida en concepción a las que hoy se utilizan en cualquier obra. También destacan sus apuntes sobre la creación de un primigenio buque de dragado o excavadora flotante que podía ser empleada para facilitar el tránsito naval por los ríos.
Leonardo pensó en ciudades futuristas con varios niveles por donde discurrirían separados peatones y carruajes. En esa urbe existiría una compleja pero perfectamente vertebrada instalación de calefacción central.
igual de interesantes resultan sus estudios sobre aerodinámica. Las indagaciones efectuadas sobre el vuelo de las aves darán como resultado ornitópteros, aparatos voladores para un solo ocupante, movidos por la fuerza muscular de las piernas y donde se puede ver un timón direccional.
Por si fuera poco, en 1510 inventa un molino de aire caliente basado en el principio de la rueda de palas y en el aprovechamiento del calor residual. El mismo sistema será utilizado en otro de sus artilugios, haciendo que el motor sea propulsado por agua, convirtiéndose así en precedente de los medidores de caudal utilizados posteriormente.
Todos estos artefactos estaban reforzados por las ideas que Leonardo dio para su construcción, con el fin de hacerlos factibles.
El excéntrico sabio tiene 47 años cuando por temor a la guerra se ve obligado a huir de la ciudad que con tanto entusiasmo le había acogido durante diecisiete años. Entre sus pertenencias se cuentan más las intelectuales que las materiales, aunque pobre no era.
Por entonces ya había servido a dos de las más importantes casas de la época, las ya desaparecidas Médicci y Sforza, de las que había recibido más prestigio que oropel. Obligado estaba, por tanto, a buscar el amparo de nuevos mecenas.
Pasa un tiempo en Mantua, llegando después a una Venecia enzarzada en disputas bélicas con los turcos. Esa situación le permite seguir alentando su enardecido espíritu inventivo. Bien es cierto que Leonardo odiaba profundamente todo lo que supiera a violencia o guerra.
En 1502 regresa a su querida pero muy cambiada Florencia, donde se encuentra con César Borgia, hijo del papa Alejandro VI. César encarna sin discusión, la figura prototípica del hombre renacentista, y pronto surge entre ellos una simpatía y curiosidad mutuas.
Leonardo incrementa su lista de oficios, realizando numerosos trabajos para la casa Borgia, como topógrafo de campo y revisor de las diferentes fortificaciones militares que los Estados Pontificios mantenían en el centro de la península italiana.
Otro de los personajes relevantes al servicio de César es un Maquiavelo recién aparecido en el escenario político de ese tiempo y todavía lejano de las letras que le inmortalizarían. La fuerte personalidad de César Borgia inspiró a Niccola Maquiavelo para escribir en 1513 "El Príncipe", una de las obras fundamentales del Cinquecento italiano.
Pero en los meses que permanecieron juntos los tres notables, Maquiavelo no era todavía el gran comediógrafo que años más tarde fue. Llevaba tan solo cuatro años en la política y nada más conocer al genio, se confesó profundo admirador de éste, ayudándole en la obtención de encargos públicos una vez que Leonardo abandonara el mecenazgo Borgia.
En 1503, Florencia se halla en medio de una guerra con la vecina ciudad de Pisa. Leonardo colabora como ingeniero militar intentando desviar el cauce del río Amo con el fin de menguar la resistencia pisana. La operación es un fracaso que no desacredita al ilustre florentino, muy empeñado en algunas pinturas que le servirán de pasaporte para su incorporación definitiva a la galería de los principales creadores universales. Una de esas obras fue la inacabada Batalla de Anguiari, donde se refleja la victoria de Florencia sobre Pisa. Pero sin duda, la más celebrada es la considerada por todos los especialistas como la pintura más famosa del mundo, nos referimos a Monna Lisa.
Leonardo da Vinci crea nuevos conceptos científicos y artísticos, sobre los primeros algo hemos esbozado, artefactos, maquinarias y herramientas. En definitiva, nuevos postulados integradores de teorías existentes y muy innovadores en cuanto a pensamiento y diseño.
Desde la visión artística hay que atribuirle la génesis de un lenguaje pictórico, el sfúmato. Éste fue su gran recurso técnico con el que consiguió la dituminación de paisajes y contornos.
Leonardo intuye el espesor transparente del aire. La atmósfera contiene para el genio, densidad y colorido, solo hay que saber interpretar cada situación, con eso, es suficiente para entrar en un juego de transmutaciones y fundidos realmente sugerentes. Con el sfumato, Leonardo logra acercarse a su ansiado sueño de belleza ideal cuando fusiona lo cósmico con lo humano, creando un cenit universal. Fiel reflejo de todo lo expuesto anteriormente, es la sonrisa de una florentina llamada Lisa.
La Gioconda supone una de las culminaciones apoteósicas del Renacimiento. En este retrato (de toda la obra leonardesca, es el único en el que no se ha cuestionado su autenticidad) el maestro florentino vuelca toda su ambición y sabiduría, obteniendo el resultado que hoy todos podemos ver en el museo del Louvre de París.
Los investigadores deducen que la modelo era Lisa Gherardini, una joven de 24 años, casada con un mercader llamado Francesco Bartolomeo del Giocondo. En principio, la obra no debía ser más que un encargo de los que habitualmente la burguesía solicitaba a los artistas, pero pronto, Leonardo queda prendado por la belleza de Lisa, iniciando una ilusionada actividad que se prolongará casi cuatro años, hasta conseguir la perfecta simbiosis de figura y naturaleza. En la Gioconda podemos contemplar a un Leonardo da Vinci en su total esplendor de artista intelectual, que lejos de entregar su mejor obra a las profanas manos del Giocondo, la convierte en su indiscutible compañera de viajes, hasta la consumación de sus días en la tierra.
Aquella muchacha de serena sonrisa etrusca fue sin saberlo, la mejor pareja de un hombre que, sin tocarla fisicamente, la poseyó.
Tras el acabado de la Monna Lisa en 1506 llegarían otras obras, pero ninguna, antes o después, tuvo el calado popular de ésta.
A la muerte de Leonardo quiso la providencia que su último protector, el rey francés Francisco I, se hiciera con la propiedad del cuadro por la módica suma de 12.000 francos. Esa compra casi simbólica, propició que hoy podamos seguir maravillándonos ante el mejor retrato jamás concebido.
En 1506 con su ya inseparable Gioconda bajo el brazo, viaja rumbo a Milán para iniciar en esa ciudad un segundo periodo contratado por los franceses invasores de los que tiempo atrás había huido.
Trabaja al servicio de Carlos Chaumont, mariscal de Amboise, para posteriormente, recibir los encargos del mismísimo Luis XII de Francia, que por aquellos días, andaba establecido en Italia. A esta época, hay que atribuir la realización de su segunda Virgen de las Rocas, así como el acabado de una de sus obras favoritas, Santa Ana, la virgen y el Niño.
Continuó con la ingeniería y participó en el diseño y bocetos de una estatua ecuestre dedicada a la memoria de Gian Giacomo Trivulzio, comandante de las fuerzas francesas de la ciudad.
En estos años milaneses encontramos a Leonardo como sabio consagrado y reconocido. Todos respetan su lucidez abrumadora que le permite seguir investigando en los misterios de la vida. Profundiza en sus averiguaciones matemáticas, descubre secretos botánicos, mantiene vigente su vegetarianismo a ultranza, pues piensa que los omnívoros no son más que vulgares comedores de cadáveres que convierten sus decadentes cuerpos en cementerios de carne. Visita los mercadillos comprando todas las aves que puede y las suelta para que vuelen libres, evitándoles así un angustioso final.
El artista intelectual sigue cultivando su idilio permanente con la naturaleza, que es a lo único que puede recurrir cuando todo falla. En esa naturaleza se encuentra la vida y por lo tanto, la belleza. Solo con ella se inspira nuestro genio creador.
En 1514 el fulgor de Leonardo llega a Roma. Los Medicci vuelven a ocupar el poder esta vez en el Vaticano y desde la eterna ciudad reclaman a Da Vinci. Es entonces cuando el destino nos entrega una de esas situaciones cumbres de la historia. Tres de los más grandes artistas que vieron los siglos se reúnen sin pretenderlo en un mismo punto. Más genialidad no se puede contener en menor espacio. Miguel Angel, Rafael y Leonardo coinciden en Roma bajo los auspicios del Papa León X.
Leonardo se aloja en el Palacio de Belvedere, que era a la sazón residencia veraniega del sumo pontífice. En sus lujosas estancias, nuestro protagonista se dedica por completo a la realización de experimentos científicos y técnicos. Pero pronto saltan chispas en la relación que mantenían los tres genios y lo cierto es que, en esos momentos del Cinquecento, el empuje de Miguel Angel (23 años más joven que Leonardo), hace que el maestro florentino tome la decisión de aceptar la invitación que desde Francia le hacía el nuevo rey Francisco I.
De su legado artístico romano podemos destacar la que se considera como última obra acabada por Leonardo, nos referimos al cuadro donde se muestra a un turbador y enigmático San Juan Bautista (Louvre de París).
En 1515 llega al trono de Francia Francisco I. Éste conoce a la perfección los trabajos y las inquietudes de Da Vinci y, desde su país, oferta un mecenazgo consistente en alojamiento, renta, y lo principal, libertad de acción para que el sabio pueda desenvolverse a sus anchas.
Por lo que sabemos Leonardo aceptó de buen grado, ya que, por aquel tiempo el hastío y la melancolía habían hecho presa en él. Era momento para buscar nuevos paisajes y los encontró en la región de Turena. Allí, el rey le cedió un pequeño castillo palaciego en Cloux, muy cerca de Amboise, donde desarrollaría sus actividades postreras rodeado por sus discípulos, además de una pequeña servidumbre.
Leonardo se instala confortablemente, llenando las estancias del Cháteau con los recuerdos de su azarosa vida y, por supuesto, con sus cuadros favoritos.
El rey le asigna una pensión de mil ducados anuales. Y cuenta la hiStoria que, lejos de atosigarle con encargos, lo único que busca en él es la conversación del filósofo, del humanista, en definitiva, del hombre sabio que persigue afanosamente la eternidad; ¿Quién sabe si a través de la magia o la alquimia?
Leonardo recupera su viejo oficio de organizador de fiestas y para una de esas celebraciones, inventa un león mecánico que hace las delicias de los asistentes. Pero la enfermedad se va adueñando de un avejentado maestro que, estremecido, se percata de la parálisis que poco a poco invade su brazo derecho que aunque no es impedimento, pues Da Vinci era zurdo, hace que no vuelva a pintar.
En 1519, con 67 años recién cumplidos, el paradigma del Renacimiento se siente morir. El 23 de abril de ese mismo año, ordena la confección de sus últimas voluntades. En éstas cede lo material a sus alumnos más aventajados, entre ellos Francesco de Melzi, que se convertirá en su principal beneficiario.
Al fin, el 2 de mayo de 1519, el genio visionario más grande de todos los tiempos, pasaba a formar parte de la inmortalidad más gozosa. A su lado se encontraban los discípulos y, frente a él, la sonrisa de la Gioconda.
Su cuerpo mortal fue sepultado en la capilla de San Florentino Amboise, sitio poco apropiado para albergar restos tan principales. El olvido y la ruina posterior hizo que la tumba casi se perdiera.
En 1874 los supuestos huesos del Vinci fueron enterrados por el conde de París en la capilla de Saint Hubert, donde reposan actualmente.
Así vivió y murió el talento más adelantado. El primero que entendió la intelectualidad del arte. El genio que, sin duda alguna, supo ver siempre más allá de cualquier situación establecida. El precursor de tantas cosas y, desde luego, para honra de todos, el gran hombre universal.