MARCO POLO, UN VIAJERO ILUSTRADO
"No he contado ni la mitad de lo que vi, porque nadie me habría creído"
últimas palabras pronunciadas sobre el lecho de muerte por el viajero Marco Polo, conocido entre sus incrédulos vecinos como señor Millón.
Orígenes de los Polo
Marco Polo es uno de los viajeros más célebres de la historia, pero también uno de los más controvertidos y cuestionados. Sus narraciones fascinaron a unos y confundieron a otros. Hoy en día sabemos que la exageración fue una constante en la vida de Marco, pero eso no resta un ápice de emoción a una de las aventuras más intensas del siglo XIII. Además, gracias a su obra literaria testimonial llamada El libro de las maravillas del mundo, otras mentes inquietas soñaron con emular las proezas del incansable veneciano. Tal fue el caso del mismísimo Cristóbal Colón, que casi doscientos años después, tenía el libro de Marco Polo entre sus textos favoritos.
Exagerado o no, el protagonista de nuestro pasaje abrió puertas y caminos para que mucha gente de aquella Europa medieval aislada por propia voluntad, se empezara a interesar por otras latitudes y culturas con el consabido mestizaje que tanto nos ha beneficiado. Lo cierto es que Marco Polo, de no ser por su trabajo escrito, hubiese pasado inadvertido para todos, porque ni siquiera sus propios coetáneos valoraron el alcance de su gesta, por pensar que aquel comerciante no era más que un excéntrico cuyas invenciones no dejaban de asombrarles.
¿Era realmente Marco Polo veneciano? Los orígenes de la familia Polo se pierden en la bruma de los tiempos. En el siglo XI se puede observar presencia de la familia en Venecia (ciudad fundada sobre los pantanos gracias a los supervivientes que escaparon de Atila y sus hunos en el siglo V). Con certeza, hasta el siglo XIII no se puede hablar de los Polo como un clan familiar establecido en aquel lugar. Procedían de Croacia, más concretamente de Dalmacia, y al parecer, fijaron su residencia en Constantinopla, ciudad desde la que dirigían sus operaciones comerciales, manteniendo incluso una casa abierta en Soldan (Mar de Azov).
La familia Polo, que sepamos, estaba conformada por cuatro hermanos: Marco (el viejo), Nikola (padre de Marco el joven), Mafeo y Flora. Fue Marco (el viejo) el primero que compró casa en Venecia bien entrada la década de los 70.
Sobre nuestro protagonista diremos que es muy difícil precisar el lugar exacto donde nació, pero las últimas investigaciones nos hacen pensar que fue en la isla de Korcula (Croacia). En aquél sitio los Polo sostenían una pequeña industria naviera. La duda sobre su lugar natal también la recoge la enciclopedia británica que, en su edición de 1999, ofrece las dos opciones, Venecia o Korcula.
Viajes de familia
El escudo familiar de los Polo representaba tres aves acuáticas (la palabra pola en veneciano antiguo significaba pájaro, pero también, la palabra pol en croata quería decir lo mismo). Es un dato más que se añade a la confusión sobre la raíz genealógica de una familia entregada por completo al comercio y los viajes en una zona claramente influenciada por Venecia y otras ciudades italianas.
Marco Polo nace en 1254 en algún lugar bañado por el mar Adriático, por tanto, sea Korcula u otro sitio, no hay que negar que nuestro viajero favorito vio la luz en un cielo de clara influencia veneciana. Sobre su madre y lengua natal no tenemos datos fidedígnos, tampoco de sus primeros años de infancia, encontrando la primera referencia histórica en el 1271, cuando a la edad de 17 años y huérfano de madre, acompaña a su padre Nikola y a su tío Mafeo, en el segundo gran viaje hacía Asia iniciado por éstos.
La primera epopeya viajera del clan comienza en 1255 cuando salen rumbo a Oriente en busca de negocios, dejando Nikola a su mujer con un pequeño bebé llamado Marco, al que no volvería a ver hasta catorce años después.
Mafeo y Nikola se establecieron en Constantinopla, donde permanecieron más de cinco años para, posteriormente, viajar hasta Crimea, donde les esperaba su hermano Marco (el viejo), que se encontraba al frente de los mercaderes venecianos de aquel territorio. Después de intentar en vano establecer una relación económica con los tártaros basada en el tráfico de joyas, los Polo concibieron la idea de abrir una ruta comercial con Rusia, llegando hasta la ciudad de Sarai (noroeste de Astracán), donde culminaron con éxito sus negocios, prolongando su estancia durante un año. Pero la guerra se adueñó de aquel territorio y los dos hermanos tuvieron que huir, intentando regresar a Venecia a través de un camino más seguro trazado por el Este. En ese punto se encontraba Bujará, que fue considerada por los hermanos como la ciudad más hermosa de toda Persia. Esto ocurrió en 1261, permaneciendo en la resplandeciente corte persa durante tres años, hasta que entraron en contacto con expedicionarios mongoles que viajaban hacia Catay, donde les esperaba Kublai, el nuevo gran Khan, proclamado pocos años antes tras la muerte de su hermano Manghu.
Los mongoles mantenían el Imperio más grande del mundo medieval, y su Khan ardía en deseos por conocer noticias sobre Occidente. Los jefes de aquella comitiva mongol se lo hicieron saber a los hermanos Polo, que viendo la posibilidad de realizar grandes transacciones, pronto decidieron unirse a la caravana con destino a China.
Los venecianos desde luego, no fueron los primeros europeos que viajaron a Oriente. Desde hacía muchos años las visitas habían sido continuas. Otros mercaderes ya mantenían intercambios comerciales con aquellos territorios casi desconocidos. Sobre todo fueron los religiosos los que más acentuaron éste empeño, con el afán de evangelizar a un inmenso mundo pagano. Con la llegada al poder de Kublai Khan, un tiempo de prosperidad y esplendor se adueñó de todo el Imperio mongol, lo que propició que se reabrieran las antiguas rutas comerciales con Europa. Estas habían sido muy florecientes siglos atrás, pero la irrupción del Islam en el siglo VII las había postergado al olvido. Los mongoles dominaban un vasto territorio al que habían provisto de excelentes caminos y carreteras, en unos casos cubiertos de arena y en otros bien pavimentados para mejor tránsito de jinetes y carruajes. Se decía que esas vías eran tan seguras que una frágil doncella portadora de una pepita de oro podía recorrer esos caminos sin temor a que nadie la importunara. Kublai era consciente de que el intercambio cultural y comercial beneficiaba claramente a su pueblo, por eso puso tanto interés en ofrecer a los mercaderes occidentales todas las facilidades para que éstos accedieran al Imperio mongol, que ya había establecido su nueva capital en Cambaluc (la actual Pekín), abandonando definitivamente la legendaria Karakorun de Gengis Khan.
Nikola y Mafeo viajaban con aquella caravana mongol rumbo a Catay y una de las paradas fue Samarkanda. Ésta ciudad fascinó tanto a los hermanos que llegaron a decir "es una ciudad muy grande y noble, y en sus llanuras hay plantados árboles frutales, que proveen de toda clase de frutas a su población". El viaje hasta la corte imperial de la nueva dinastía Yuan se prolongó durante más de un año, siendo al fin recibidos de manera muy cálida por un entusiasmado Kublai, que les cubrió con honores y una cantidad ingente de preguntas sobre la civilización de la que venían. Así, el emperador se interesó por los gobernantes de Europa y por su forma de administrar y hacer justicia. También quiso saber cómo eran sus ejércitos y su forma de combatir. Nada escapaba a la curiosidad del Khan, vestimenta, costumbres y religión de aquellos hombres tan distintos a los suyos. Los hermanos Polo trataban de responder de la mejor manera posible, gracias a sus recién aprendidas lenguas tártaras. Y las respuestas complacieron tanto al poderoso líder que decidió devolverles a Occidente, situándolos al frente de una embajada que regresaría con el ánimo de solicitar al Papa Clemente IV un destacamento compuesto por 100 sabios y religiosos que dominaran las siete artes. Así mismo, Kublai pidió que le trajeran aceite del santo sepulcro y para su protección en el largo viaje, les entregó una tablilla de oro que serviría como salvoconducto por todos los caminos del Imperio mongol.
Nikola y Mafeo tomaron el pasaporte entregado por Kublai y se lanzaron a la aventura de regresar a Venecia para trasmitir los deseos del Khan. Nadie sabe porqué el viaje de vuelta duró más de tres años, pero seguramente, podemos intuir que gracias a esa tablilla de oro fueron tan lujosamente recibidos en todos los khanatos que visitaban, que el placer deceleró notablemente la marcha, además de las extremas circunstancias climatológicas.
En 1269 los hermanos Polo llegaron a Venecia tras catorce años de ausencia y, como es natural, se encontraron con muchas novedades. Nikola se enteró que desde hacía algún tiempo su estado civil era el de viudo, pero la pena por su mujer fallecida se aplacó al ver a su hijo Marco, un brillante y sano adolescente de 15 años. Los Polo también vieron con preocupación que el Papa Clemente IV había muerto en 1268 y que la Iglesia no se ponía de acuerdo a la hora de elegir un nuevo pontífice. La espera fue muy tensa, durante dos años Nikola y Mafeo no supieron a quien contar los deseos del Khan.
Por fin en 1271 y viendo que la cosa iba para largo, los hermanos Polo esta vez acompañados por el joven Marco, decidieron regresar a Catay antes de que la ruta establecida por ellos se olvidara. Hicieron parada en Acre, donde se entrevistaron con Tebaldo Visconti, a la sazón legado pontificio, pero éste les comunicó que dada la situación actual de la Iglesia, poco podía hacer por ayudarles en lo que él mismo consideró una importantísima empresa. Los Polo siguieron camino rumbo a Jerusalén, donde pretendían hacerse con el santo óleo y cumplir, en parte, con la misión encomendada por Kublai. En eso estaban, cuando llegó la noticia de la elección del nuevo Papa, que no fue otro que Teobaldo Visconti, que eligió el nombre de Gregorio X. Los Polo retornaron a Acre, donde fueron recibidos de inmediato por el nuevo Papa que solo les pudo ofrecer la ayuda de dos frailes dominicos, en lugar de los 100 sabios solicitados. Éstos frailes se llamaban Fray Nicolás de Vicenza y Fray Guillermo de Trípoli, que pronto les abandonarían ante el peligro musulmán. A los Polo no les quedó más remedio que continuar el viaje con algunos presentes entregados por Gregorio X, consistentes en ricas telas y una colección de exquisitos cristales tallados. Por cierto, en éste momento de nuestro pasaje, conviene recordar que el futuro Gregorio X, había llegado hasta Acre amparado en el séquito del príncipe inglés Eduardo, el que sería más tarde Eduardo I y en esa comitiva se encontraba un joven escritor que se había especializado en literatura artúrica, llamado Rusticello, que trabó amistad con Marco. El encuentro de los dos jóvenes fructificaría veintisiete años más tarde en una prisión de Génova. Paciencia, a ese episodio llegaremos.
El gran viaje
La segunda gran marcha de la familia Polo se había iniciado en Palestina, desde donde fijaron su primer objetivo, Ormuz, ciudad en la entrada del Golfo Pérsico que servía como terminal y distribuidor de innumerables caravanas, provenientes de los más remotos puntos de la India y China. En Ormuz, los Polo pensaban tomar una embarcación que les hiciera más fácil el largo viaje, pero cuando llegaron desestimaron esa posibilidad al comprobar la endeblez de lo que eran auténticos cascarones de nuez. Por tanto, decidieron llegar a Catay por vía terrestre asumiendo una ruta tan novedosa como peligrosa, ya que pocos europeos, por no decir ninguno, se habían atrevido a transitar por caminos que no fueran los propios de la seda. Así pues, nos encontramos a la tríada Polo afrontando marchas de 32 kilómetros diarios por toda suerte de terrenos.
Caminaron por llanuras agobiantes, disfrutaron de valles fértiles y treparon por montañas consideradas como las más altas del mundo. Les acecharon los bandidos, pasaron hambre, estuvieron a punto de la congelación. Pero siguieron avanzando a pesar de todo, convirtiéndose en los primeros europeos que atravesaron el Pamir, así como el gran desierto del Gobi.
Esta dificultosa travesía culminó cuando tras tres años y medio de agotadoras caminatas se toparon con una avanzadilla del gran Khan de los mongoles, que conocedor de su llegada, había enviado un séquito para recibirles con la alegría y el entusiasmo que ya les demostró en su primer viaje. Kublai Khan, en aquel junio de 1275, se encontraba en su palacio de verano situado en Shangtu a unos 290 kilómetros al noroeste de Cambaluc y en el exterior de la Gran Muralla China.
Marco Polo tenía 21 años y gracias al largo tránsito había tenido tiempo de sobra para utilizar su talento y lucidez en el aprendizaje de las diferentes lenguas y dialectos del Imperio de Kublai. Eso provocó que aquél hombre de estatura mediana y profundos ojos negros (según la descripción que del Khan hizo el propio Marco), pronto se fijara en el joven occidental, encargándole diferentes misiones diplomáticas y funcionariales, mientras que Nikola y Mafeo se instalaban cómodamente en la corte imperial, ejerciendo como asesores personales de Kublai.
En cuanto a los idiomas que manejaba Marco Polo, sabemos que hablaba y escribía a la perfección, mongol, turco y persa, aunque también, poseía conocimientos superficiales del chino. El Khan decidió probar a su nuevo empleado asignándole una difícil misión en un punto remoto de su Imperio. Y Marco cumplió su tarea con tal éxito que el emperador decidió elevarle a la categoría de embajador personal.
Durante diecisiete años los Polo se mantuvieron al servicio del que empezaba a ser un anciano Khan. Marco tuvo en éste tiempo la oportunidad de convertirse en uno de los padres de la antropología moderna. Sus constantes viajes por el imperio más grande del medievo favorecieron sus dotes innatas de observador curioso por todo lo que le rodeaba. Contempló las maravillas de un mundo hasta entonces desconocido para Europa. Desde Corea hasta la India, pasando por Conchinchina, Shiang, Birmania, Tibet. Nada fue ajeno a la mirada humanista de Marco Polo, que guardó esas imágenes en lo más profundo de su retina.
Kublai Khan simpatizaba enormemente con los venecianos y les llegó a proteger de tal manera que, rápidamente, surgieron enemigos que miraban con recelo su presencia. Estos, por su parte, recordaban con nostalgia su patria, y pedían constantemente al Khan que les dejara marchar. Pero Kublai siempre se mostraba reacio a esa idea, por estimar muy útil la presencia de los Polo en su corte. Al fin, surgió la tan ansiada oportunidad de regresar a Venecia. Ésta no fue otra, sino la muerte de la mujer del Khan persa Argluin. La reina llamada Bulagan era de linaje mongol y exigió en su testamento que la sucesora fuera también procedente de Mongolia. A Kublai no le quedó más remedio que acceder a la petición de su vasallo persa. A regañadientes, dio el visto bueno para que los Polo y seiscientos de sus mejores guerreros, escoltaran a bordo de catorce naves a la joven princesa Cocacin, destinada a ocupar el lugar de la fallecida.
La flota zarpó en 1292 y tras una larga singladura bordeando por Sumatra y las costas meridionales de Asia, llegaron hasta el golfo Pérsico, donde después de penosas calamidades, entregaron sana y salva a la princesa en su destino. De los seiscientos escoltas, tan solo quedaban dieciocho, pero habían cumplido la misión, y los Polo se sentían libres para volver a casa, pasando desde Armenia a Constantinopla, y desde allí, a Venecia. Era el año 1295 y habían transcurrido veinticuatro años desde su partida.
Marco Polo tenía 41 años cuando se instaló definitivamente en la ciudad de la gran laguna. Tanto él, como su padre y tío, aparecieron en Venecia muy cansados y con un aspecto irreconocible, vestían a la manera tártara y hablaban veneciano antiguo con un acento extrañísimo. De tal guisa que sus propios parientes no acertaban a reconocer en ellos a los que muchos años atrás viajaron hacia Oriente buscando fortuna. Éstos familiares, después de tanto tiempo, llegaron a la conclusión que los mercaderes habían desaparecido para siempre y con ese pensamiento vendieron todas las posesiones de Nikola y Mafeo.
A pesar de las malas noticias, los recién llegados organizaron una fiesta donde ofrecieron un fantástico banquete adornado por música y las increíbles narraciones traídas desde Asia. A éstos relatos los asistentes contestaron con estupor y asombro, situación que aumentó cuando los tres supervivientes desgarraron sus raídas prendas tártaras, brotando de ellas toda suerte de piedras preciosas como zafiros, esmeraldas y rubíes que Kublai Khan les había regalado por los servicios prestados durante tantos años. Con éste tesoro los Polo compraron una gran casa en Venecia, que curiosamente ya no abandonarían jamás, dedicándose al comercio, oficio que había dado sentido a sus vidas. Marco Polo se casó con Donata, con la que tuvo tres hijas llamadas Bellela, Marietta y Fantina.
En 1298 tendría lugar el suceso que iba a popularizar la aventura de Marco Polo. Eso ocurrió gracias al eterno enfrentamiento entre dos ciudades estado italianas, Génova y Venecia, que se disputaban la hegemonía comercial de la época.
En la batalla de Curzola, cerca del presunto lugar natal de Marco, las dos flotas contendientes trabaron un combate del que la escuadra veneciana salió mal parada. En esa escuadra, Marco Polo era capitán de una galera, no se sabe bien si ésta nave había sido armada por el propio Marco o si nuestro protagonista había sido movilizado por una ciudad que no le contaba entre sus habitantes más notables. Pero lo cierto es que Marco Polo fue apresado y posteriormente encarcelado, a la espera del final de la contienda. En algún lugar de Génova, Marco Polo fue internado, y en ese sitio se encontró con un viejo conocido, Rusticello de Pisa, aquél que conociera en los orígenes de su gran viaje a Catay.
Para matar el aburrimiento Marco hacía alarde de sus dotes oratorias, recordando en voz alta todas sus aventuras y exploraciones al servicio del gran Khan. En un principio ninguno de los presos le creyó, pero era tal la convicción de Marco Polo en sus descripciones que, al final, todos aceptaron la narración del veneciano como cierta e incluso su gran amigo Rusticello le propuso una colaboración, con el fin de plasmar en papel todas las grandezas que los Polo habían contemplado y conocido. Marco acometió ilusionado la nueva empresa, y mandó traer desde Venecia sus anotaciones y documentos. Cuando llegaron, los dos amigos se pusieron manos a la obra. Estaba a punto de nacer uno de los libros viajeros más famosos de todos los tiempos cuyo título original era El libro de Marco Polo, ciudadano de Venecia, llamado Millón, en el que se narran las maravillas del mundo, que después se tituló simplemente Libro de las maravillas del mundo.
Era el principio de la pasión viajera y desde entonces, muchos se preocuparían por ensanchar las fronteras conocidas.
El libro de las maravillas
Existen dos versiones sobre por qué Marco Polo recibió de sus conciudadanos el apelativo Millón o Millione. La menos arriesgada nos diría que Millione, es el diminutivo de Emillione, uno de los nombres de Marco. Pero la que todo el mundo ha creído y sostenido a pies juntillas es la que nos habla de un mentiroso y exagerado contador de fábulas. Vamos, que hoy en día, un millón sería lo que vulgarmente conocemos como un fantasma. Lo cierto es que los venecianos apenas creyeron en aquellas historias fantásticas y lujosas que Marco les intentaba contar año tras año. Ni siquiera cuando el libro se publicó a principio del siglo XIV, los pocos afortunados que lo tuvieron en sus manos, dieron crédito a esos textos tan asombrosos.
El libro de las maravillas del mundo nos muestra un compendio de las diferentes situaciones vividas por Marco Polo y su familia. Fue escrito en francés provenzal. Y a través de docenas de capítulos, bastante tediosos la mayoría, Marco, como buen mercader, trataba de describir minuciosamente la organización comercial, administrativa y política de los países que había visitado, pasando por el colorido fascinante del mundo oriental, sin olvidar acontecimientos guerreros y religiosos.
Aquella miríada de imágenes y recuerdos fueron bien canalizados por Rusticello, que afanosamente trataba de dar sentido literario a una más que posible desbordante imaginación. Pero a buen seguro, su experiencia como autor especializado en relatos centrados en el acontecer de la tabla redonda artúrica, le vino muy bien para dar forma al que sería el primer gran libro de viajes.
En el prefacio del relato, podemos leer lo siguiente "hasta hoy no ha habido hombre, cristiano o pagano, tártaro o italiano, o de cualquier raza... que haya explorado tantas de las varias partes del mundo y de sus grandes maravillas como éste mismo... Marco Polo". Después de lo anteriormente citado, el lector se dará perfecta cuenta de que nuestro protagonista hacía ya muchos años que se había quedado sin abuela. Algo parecido debieron pensar los ilustres venecianos cuando leyeron esta referencia a la grandeza de un desconocido Kublai Khan y su palacio, "todo de oro y plata, decorado con pinturas, los techos adornados de manera parecida..., en el salón principal se podía servir de una vez a 60.000 personas, ningún hombre pudiera imaginar nada más perfecto en diseño y ejecución. El tejado llamea todo él de escarlata y verde y azul y amarillo y todos los colores... tan brillantemente barnizados que refulge como el cristal. Su centelleo puede verse desde muy lejos".
Marco Polo describió los paisajes de China, Vietnam, Birmania, Shian, Tibet, India y Persia entre otros. Nos habló sobre cómo vivían y pensaban las gentes que poblaban Oriente. Pero está claro que, seguramente, víctima de la emoción, confundió realidad con leyenda. Veamos lo que dijo sobre el tesoro interminable del Khan: "12.000 trajes preciosos de paño de oro donados por el Khan a sus principales caballeros; 156.000 trajes recamados de gemas y perlas con destino a los mismos caballeros para las trece grandes fiestas del año; 100.000 corceles blancos; 100.000 servidores personales; 5.000 elefantes, portadores cada uno de ellos de dos gigantes cajas de gemas preciosas, chapadas de oro y rico aderezo; innumerables camellos; 10.000 halconeros; tiendas cubiertas de millares de pieles de marta cibelina, y así sin número ni cuento".
Ni siquiera el propio Marco acertó a descifrar de donde venía semejante fortuna, llegando a pensar que, el desconocido para los europeos papel moneda, era el causante de tanta abundancia.
Marco Polo conoció el dinero de papel, la pólvora y la pasta alimenticia y todos éstos secretos orientales fueron dados a conocer a un estupefacto Occidente que no terminaba de reaccionar ante las maravillas descritas por uno de sus hijos que, al parecer, también participó de las excelencias de Kublai, sirviendo durante tres años como gobernador de una de sus más ricas ciudades, Yang-chou, de la que llegó a decir que tenía doce mil puentes, otros tantos talleres gremiales, además de un millón seiscientos mil familias censadas. Es difícil ratificar esto, porque tras muchas investigaciones en los anales de la ciudad, no se ha encontrado ni el más mínimo indicio sobre la presencia de Marco en la misma.
El libro de las maravillas del mundo no solo nos ofrece una visión mercantil y administrativa de Oriente, también, como ya hemos dicho, se detiene en innumerables hechos costumbristas y religiosos, por ejemplo, vemos a un enojado Marco Polo ante la costumbre que tenían algunos pueblos de incinerar a sus muertos. Se fija con detenimiento en el lugar que la mujer ocupaba en esa sociedad y, por supuesto, no elude hablar sobre religión y milagros de la zona. Nos cuenta cómo visitó Saba, encontrándose con la tumba de los tres reyes magos, afirmando que él mismo les vio en un gran recinto compartimentado en tres habitáculos, donde reposaban sus cuerpos incorruptos, quedándoles todavía piel y pelo.
El viajero narra situaciones criptozoológicas, como la del pájaro aguja, que defecaba diamantes en lugar de heces, o el ave roe, que viajaba hasta Madagascar para anidar y poner sus inmensos huevos. Tan grande era que, con una garra podía elevar a un elefante para posteriormente soltarlo y comérselo.
Marco Polo también ejerció como etnólogo, recogiendo viejas historias populares, como aquella que le contaron las gentes de la ciudad de Tabas sobre el anciano de las montañas, uno de los reyes más legendarios de toda Asia. El anciano vivía en un palacio al sur del mar Caspio. Jefe de una secta islámica herética fundada en el siglo XI, pasaba ante sus súbditos por ser el vicerregente de Dios. Cerca de su palacio se hallaba un jardín que quería representar el paraíso, cruzado por ríos de leche, miel, vino y agua y surtido por una pléyade de hermosas doncellas. El anciano drogaba a sus súbditos jóvenes con hachís, para posteriormente internarles en el supuesto edén, haciéndoles pensar que estaban gozando de los placeres propios de los elegidos. Antes de salir, les volvía a drogar, y una vez fuera del recinto, los jóvenes solo pensaban en la posibilidad de volver y con esa promesa, el anciano les ordenaba todo tipo de asesinatos y venganzas sobre sus enemigos. Misiones a las que los nuevos asesinos se entregaban aún a riesgo de perder la vida, en el afán de poder regresar al paraíso perdido y seguir disfrutando de él.
En 1299 Génova y Venecia firmaron la paz, lo que propició que nuestro peculiar personaje regresara a su ciudad, dejando a Rusticello empeñado en la publicación del libro. Un año más tarde, murió su padre Nikola y al poco su tío Mafeo. El señor Millón, como le llamaba Julio Verne, no volvió a interesarse más por los viajes, permaneciendo desde entonces en su casa veneciana desde donde dirigía los negocios familiares recién heredados. La sociedad veneciana se tomó a burla el libro de Marco Polo, rechazando de plano lo que en él se exponía, fuera cierto o no, que de todo había.
El libro de las maravillas, del que hoy se conservan unos 200 ejemplares de aquellos años, no gozó del beneplácito popular y tuvo que esperar 150 años hasta que los viajeros del siglo XV lo tomaron como referencia ilustrada, para alentar sus futuras expediciones de conquista. Marco Polo, exagerado o no, abrió muchas puertas a humanistas, intelectuales y exploradores, que en otros siglos buscaron más allá de los límites permitidos, emulando al excéntrico señor Millón para los venecianos y audaz viajero para todos.
El 9 de enero de 1324, aquel pionero hacía testamento con casi setenta años. En su lecho de muerte sus amigos y confesores le imploraban una rectificación sobre sus mentiras y exageraciones, pero Marco, lejos de eso, les miró con la vehemencia del primer quijote, y sonriendo exclamó "No escribí la mitad de lo que vi".
Vaya este relato dedicado a la memoria de todos los millione, que con su entusiasmo hicieron de la tierra un sitio más agradable en el que vivir imaginando.