Capítulo 4

 

—¿Tienes sed?
—Sí, por favor.
Claudio se levanta y me río al ver su cuerpo. Necesitamos una ducha. Ambos estamos cubiertos de pintura, cada caricia que me ha dado es de un color, cada parte de mi cuerpo es de otro. Intento peinarme, pero es imposible, los mechones están empapados. Debo de estar horrible en este momento. Me pongo de pie para ir hacia el espejo cuando su brazo alcanza mi cintura y la rodea para ofrecerme una copa de vino.
La acepto sin importarme mi aspecto y me siento en uno de los taburetes para brindar. Damos un trago y nos besamos. Claudio coge entonces mi copa y la deja a un lado.
—Estás preciosa, pero quiero limpiarte.
—No puedo estarlo. —Atrapo uno de los mechones que están acartonados y de colores y se lo enseño.
—A mí me gustas de todos los colores —replica, y me besa apretando mi cuerpo contra el suyo.
Me coge en volandas y me lleva hasta un pequeño plato de ducha de obra que es mi salvación, abre el grifo y me invita a pasar. Veo cómo mis pies se tiñen de colores cuando, con una esponja, comienza a limpiar mi piel de cualquier rastro que pueda permanecer en ella. Nos besamos, nos acariciamos mientras continuamos con nuestro baño.
* * *
Cuando llego al salón, Claudio está sentado en un taburete, vestido solamente con su bóxer, su copa de vino en la mano y observando detenidamente la tela que hemos destrozado momentos antes.
—Vaya obra de arte —ironizo entre risas cuando veo el estropicio que hemos hecho sin querer.
—¿Crees que no lo es? —Vuelvo a mirarla y niego con la cabeza, claro que no lo es—. Siéntate aquí y observa las formas.
Me apoyo sobre sus muslos dejando caer mi cabeza en su hombro, y él rodea mi cintura con los brazos mientras lo observamos. Me pide que mire un trazo, lo sigo y veo una forma bastante regular. Me susurra lo que él ve al oído e intento ver lo mismo que él, pero lo único que consigue es que me ría. Me concentro tal y como me pide y puedo apreciar las salpicaduras de mi cabello contra el suelo, el recorrido de mis brazos… El conjunto transmite locura.
—No te vayas a España, quédate conmigo —me dice al oído al tiempo que me muerde el lóbulo de la oreja—. Te conseguiré un trabajo.
—No puedo quedarme —respondo en un triste suspiro—. Mi familia…, tengo planes con Yué.
—Abrid la galería aquí. Tu familia puede venir a verte.
—Claudio, no es lo que quiero. Mi sueño es otro. Vente tú.
—No puedo perder la oportunidad que me han brindado, pero vosotras no tenéis nada seguro. Por favor…
—No me pidas que deje atrás mis sueños por una relación que no es segura. Apenas nos conocemos.
—María, desde el primer día he sabido que quería estar contigo. Esa sonrisa me vuelve loco, hasta cuando te enfadas y gritas palabras que no entiendo.
—Ha sido un mes fantástico, y te aseguro que me encantaría quedarme, pero no puedo, debo volver.
—Tienes que comenzar de cero allí, ¿por qué no hacerlo aquí?
Me aparta para ponerse en pie y camina por la sala nervioso. Sé que está enfadado, y lo comprendo, porque a mí tampoco me gusta la situación, pero no soy capaz de cerrar los ojos y dejarlo todo por una relación de días.
—No insistas, por favor, no lo hagas más difícil.
Sé que probablemente esté cometiendo el peor error de mi vida y que me arrepentiré de no haberlo intentado, pero soy una cobarde, no tengo la valentía de dejarlo todo a la ligera para comenzar un futuro que probablemente no me lleve a nada, o sí, no lo sé, pero algo en mi interior me aconseja que regrese a mi casa y siga mi camino.
* * *
Abro un ojo y veo a Claudio dormido a mi lado, me paro a observarlo más detenidamente; su cabello está revuelto y sus ojos muestran unas tímidas ojeras de no haber dormido mucho. Anoche nos acostamos tarde, estuvimos hablando de todo menos de nuestra despedida y de nuestro futuro, ambos lo evitamos en todo momento.
Miro la hora y compruebo que es muy pronto, apenas las seis de la mañana. Hasta las diez no tenemos que ir a la academia, ya que las clases han terminado. Estamos trabajando de forma individual en la obra que debemos entregar, hecho que me acaba de recordar que, si voy antes, seguramente la termine ya.
Me levanto de la cama lentamente para no despertarlo y, en silencio, me visto con la misma ropa del día anterior. Cuando entro al baño para lavarme la cara, me paro frente al espejo y me observo detenidamente. Estoy sonriendo como una quinceañera, pero me gusta. Me atuso el pelo y termino de arreglarme para salir. Estoy cogiendo el bolso en silencio cuando noto que Claudio se mueve en la cama. Tentada estoy de acariciarlo y besarlo en la mejilla, pero sé que se despierta con facilidad y no me dejaría ir. De puntillas, camino hasta la puerta y, con el mayor de los sigilos, la cierro y me voy hacia la academia, donde me espera mi obra para ser terminada.
* * *
Trazo a trazo, estoy a punto de concluir. La soledad de la academia me inspira, soy la única que llevo desde las siete de la mañana en este lugar y, gracias a ello, estoy a punto de rematar la obra que voy a presentar.
Sin duda, la relación con Claudio me ha inspirado; me recuerda a la primera vez que me acosté con él, me sentía vergonzosa mostrando mi cuerpo. Él quería verlo, deleitarse con lo que tenía frente a sí, pero mi pudor ruborizaba mis mejillas. Estaba medio tapada con una sábana, sentada tras su cuerpo, y su súplica me excitó. Jamás me habían pedido que me masturbara, él era el primero que lo decía, con aquella voz autoritaria y a la vez tan sensual, que normalizaba cualquier acción, por muy soez que pudiera parecer.
Pasé el pincel por la columna vertebral del lienzo e imaginé cómo su dedo recorría mi piel justo en esa zona, el mismo movimiento que yo estaba trazando. Recuerdo mi mano al mismo son explorando mi sexo, mi húmedo y excitado sexo, mientras él cerraba los ojos e inhalaba el olor que emanaba nuestro deseo.
El cuadro que había elegido presentar era la primera escena erótica que había vivido personalmente.
—Una obra muy intensa, es fantástica. Aunque me habría gustado experimentarla esta mañana cuando me he despertado.
Doy un brinco cuando oigo su voz. Me vuelvo y lo veo de brazos cruzados, deleitándose con el cuadro que tiene delante.
—Perdona, me he desvelado y quería terminar —intento disculparme a la vez que me pongo delante para que no pueda seguir viéndolo.
—¡Qué madrugadores, chicos! —oímos que dice una segunda voz que se acerca hasta nosotros—. María…, es… fantástica. Me encanta la realidad del rubor de sus mejillas, va a ser una de mis preferidas, pero no se lo digas a nadie —me dice Josh, uno de los profesores, en voz baja, y se dirige hasta la mesa que hay justo detrás de nosotros.
—Va a ser la elegida —me advierte Claudio al oído, y lo fulmino con la mirada.
No sé si estoy más enfadada por que diga tonterías o por que la presentación de mi obra ya no vaya a ser una sorpresa para todos.
—¿Y la tuya? Tú ya sabes demasiado.
—¿Quieres verla? —El tono con el que vocaliza cada una de las sílabas acaba de matarme, es la voz más aterciopelada y seductora que he oído. Lo peor de todo es que él es muy consciente de ello, y por eso la utiliza más de lo que debería para disuadirme, como en este momento—. No creo que sea buena idea, eres mi rival.
—¡Acabas de ver la mía! —Le doy un golpe en el pecho molesta.
Se aproxima peligrosamente y acerca sus labios a mi oído. Puedo percibir su respiración caliente, excitada, puedo oír el ritmo de mi corazón desbocarse por segundos, mientras él permanece inmóvil a no más de un centímetro de mí. Cuando sé que va a decir algo, oigo la voz de Yué, lo que hace que él recule y no me diga nada.
Lo miro con gesto tosco al tiempo que Claudio levanta las manos como diciendo que no es su culpa.
—Hola, bombón.
Yué y yo nos damos dos besos y un abrazo como siempre hacemos, aunque somos las únicas que nos saludamos tan efusivamente. No obstante, así somos las españolas, cariñosas y a veces un poco escandalosas, pero ése es nuestro encanto y o gusta o no gusta.
—Al final, nos abandonaste.
—Estuvimos trabajando —intento excusarme sin éxito.
—Ajá…, claro, moldeaste la escultura. No sabes tú nada, guapa —responde ella en español para que nadie la entienda.
—Calla. ¿Cómo fue la noche? —No pienso seguir por ese camino, porque sé que me va a interrogar y ahora no es el momento.
Yué nos cuenta lo que hicieron la noche anterior, lo que nos perdimos por no haber ido, aunque no lo cambio por la noche que Claudio y yo hemos pasado. No puedo dejar de reír a carcajadas por lo que dice, tanto que el profesor se acerca para instarnos a que trabajemos y hablemos cuando salgamos a la calle.
Cada uno se coloca delante de su lienzo para seguir pintando, y el silencio se instala en el aula, aunque yo ya no puedo concentrarme. Claudio se encarga de observarme muy de cerca y no puedo dejar de mirarlo.
Me muero por ver su obra, sé que va a ser una de las mejores, y ahora el muy sinvergüenza tiene ventaja. Ha visto la mía, así que puede perfeccionar la suya para superarme.
—María, céntrate, que ya terminas —me reprendo a mí misma en voz baja.