Capítulo 10

 

—Morena, ¿cómo ha ido la noche? —La voz de Yué me sobresalta. Estaba tan concentrada en mis pensamientos que ni me he dado cuenta de que ha entrado.
—Veo que la tuya bien —juzgo por su rostro alegre.
—Sí, Biel es tan… Dios… —Se sienta en el sofá y veo su cara de enamorada hasta las trancas. Mi amiga ha vuelto a caer rendida—. Cuéntame cómo es Andrés.
—No quieras saberlo…
Me mira con cara de «Déjate de rodeos y habla».
—Pasional hasta el extremo —contesto—, detallista, ardiente… Demasiado para mí.
—¿Perdona? ¿Demasiado?
Me analiza y disimulo con todas mis fuerzas mi confusión, así que pienso en lo que creo que sucedió, en lo que me habría gustado que ocurriera.
—Es diferente, es exorbitante.
Lo pienso y recuerdo los flashes y se me ponen los pelos de punta, no por miedo, no por arrepentirme, al contrario. Me siento excitada, tentada de descubrir más, y eso es lo que realmente me asusta, no saber dónde puedo estar metiéndome.
—¿Como tu pintura? —Yué se pone en pie frente a lo que llevo pintado hasta ahora—. ¿Qué se supone que debe transmitir?
—Pena, decepción, traición… —digo en voz baja.
—Más bien agresividad, pánico, maltrato… —comienza a soltar la retahíla de adjetivos que, según ella, definen mi obra. Pero a mí no me lo parece, aunque puede que esté expresando lo que siento en estos momentos, mezclando mis sentimientos por Claudio y por Andrés.
—Sea lo que sea, es interesante —respondo.
—Y llamativo para la galería. —Sonríe y se va como si nada hasta su mural, y las dos continuamos con nuestro trabajo.
El día transcurre confuso, no dejo de darle vueltas a lo ocurrido la noche anterior, a que Claudio aparezca tan real, a que dude si lo ocurrido es cierto, a pesar de que soy consciente de que es imposible que lo sea.
Yué ha quedado con Biel, tengo la impresión de que esos dos van a retomar la relación que dejaron tiempo atrás, y me alegro mucho por ellos. Así que yo la he animado a irse para quedarme sola un rato. Aprovecharé para pensar y enfrentarme a Andrés. Por más vueltas que le dé, todos los caminos me dirigen a él, necesito respuestas, y él es el único que puede ayudarme.
Apago las luces, cierro la puerta y camino con paso seguro hasta el local de la esquina. Cuando entro, me encuentro con el mismo ambiente de la noche anterior. Continúo en dirección a la barra, pero no lo veo. Le pregunto a un camarero si Andrés está en el local y me señala justo el piso superior, frente a nosotros. Cuando miro hacia allí, lo veo apoyado en la barandilla, captando toda su atención. Trago saliva y me convenzo de que estoy haciendo lo correcto.
—Necesito tu ayuda —es lo primero que le digo sin pensar en nada más.
—Te dije que me preguntaras —responde él tranquilo, sabedor de que lo iba a hacer.
—No sé qué pasó, si fue real o una alucinación —digo nerviosa por todo lo que he llegado a sentir durante el día.
—Dime de qué dudas. —Me invita a sentarme en un sillón—. ¿Quieres tomar algo?
—Agua, pero una botella cerrada. Prefiero abrirla yo.
—¿Desconfías?
—¿Tú qué crees? —Lo desafío con la mirada.
—Chica lista.
Comienzo a contarle lo que recuerdo. Sólo me interrumpe cuando algunas de las lagunas de mi mente no logran esclarecerse, y él las completa. Puede que esté mintiéndome como un bellaco y esté llevándose la historia a su favor, pero es lo único que tengo y, para mi desgracia, tengo la opción de creerlo o no, aunque todo lo que me va contando me convence, e incluso creo que son piezas que van encajando en la historia que mi mente ya había creado.
—¿Quieres decir que yo…?
—Quiero decir que te gustan las relaciones al límite, que te gusta controlarlas, y podrías obtener más placer del que hasta ahora has conocido. Sin brebajes que manipulen tu conciencia. —Da un trago a la botella de agua—. Puedes olvidarte de Claudio.
—¿Cómo sabes lo de Claudio? —Eso sí que no lo esperaba.
—Cuando pedías que fuéramos más agresivos, a Miguel lo confundías con él. —Permanece en silencio ante mi estado de shock—. No sé qué te ha hecho, pero tratas de olvidarte de él castigándote a ti misma.
—Lo olvidaré pronto —digo, intentando convencerme de que así será.
—Lo dudo.
—¿Eres psicólogo? —replico molesta por sentir que siempre va un paso por delante de mí, porque un extraño cree conocerme a la perfección, más de lo que yo misma lo hago, un hecho que me cabrea, y mucho.
—Lo fui, pero era muy aburrido. Prefiero mi mundo, donde ayudo a personas como tú a encontrar su lugar, a que sean ellas mismas y no tengan miedo a lo que sienten. Puedes ir al local conmigo, o tú sola. Tienes las puertas abiertas.
—No sé si yo… —Dudo en aceptar algo que desconozco, algo que no sé si me beneficiará o terminará destruyéndome más.
—Si quieres comenzar conmigo, es tu decisión. Hacía mucho que no encontraba a alguien como tú, y puedo ayudarte a descubrirte.
—Ahora mismo no puedo responder. —No soy capaz de hacerlo.
—Piénsalo, y llámame para lo que necesites. —Me ofrece una tarjeta, que guardo en mi bolso, y suspiro confusa.
—Tengo que irme, estoy agotada —me excuso sin necesidad de querer dar más explicaciones. Los dos sabemos que mi cabeza gira sin parar.
—Me encantaría visitar vuestra galería —añade.
Debería decirle que no, que no quiero volver a verlo, ha traído a mi vida algo que no me gusta del todo, o sí… Estoy hecha un lío. Digamos que no entraba en mis planes.
—Claro, pásate mañana —digo. No aprenderé nunca que con la boca cerrada no entran moscas, ¿por qué narices no puedo cerrar el pico?
—Perfecto.
Se abalanza sobre mí y por un instante siento miedo, pero no a que me agreda, que sé que no lo va a hacer, mi miedo es a sentir algo más por una persona que me dirige hacia un mundo que no sé si es el mío. Por instinto, cierro los ojos y oigo el latir de mi corazón, huelo su perfume, y por un momento me olvido de dónde estoy y noto cómo sus labios besan mi mejilla inocentemente.
* * *
No puedo dormir, hablar con Andrés me ha aliviado; bueno, ésa no es la palabra, más bien me ha despertado la curiosidad. ¿De verdad piensa que yo puedo jugar en esa división? Creo que no soy capaz de ir a un lugar donde sólo se practica sexo, y no del que todos tenemos en mente. Seguro que allí ocurren cosas terribles, y no soy una persona de juzgar, suelo tener la mente abierta, pero no sé si hasta el punto de participar en lo que me propone.
Sí, con Claudio me gustó el sexo rudo, cuando apretaba sus dedos en mis nalgas y las veía rojas a través del espejo me excitaba, pero también me encantaba su parte romántica, cuando me abrazaba y me perdía entre sus brazos. Era la combinación perfecta, pero no lo que hice ayer, apenas recuerdo qué hice exactamente, y lo odio. ¿Por qué me drogó sin permiso? ¿Por qué me hizo probar algo que no debería haber probado? Sólo fui un muñeco, uno roto que no tenía conciencia y se dejaba hacer a su antojo.
—La madre que me parió… —Maldigo todo lo que se me ocurre cuando me doy cuenta de que estoy empapada. El estómago comienza a dolerme, y necesito saciarme de algún modo.
Cierro las piernas con fuerza y me castigo sin poder tocarme por ser una depravada, la que tanto temía mi madre, la que en el pueblo repudiarían, ésa soy yo, en ésa me he convertido de la noche a la mañana, pero por más que me lo repito, no sirve de nada.
Recuerdo las palabras de Andrés. Él quiere que entienda que nada es tan malo, que los prejuicios son solamente de nuestras mentes reprimidas y, como si con ello me hubiera convencido, mi mano desciende hasta colarse entre mis braguitas y me acaricio, me cuelo en mi interior e intento relajarme.
Cierro los ojos y pienso en sus ojos verdes, pero no veo los de Andrés: son los de Claudio, que me está sonriendo. Me encantaría poder abrazarlo, oír sus susurros, pero no tengo nada de ello, ni tan siquiera el orgasmo que he tenido pensando en él ha sido suficiente.
Me pongo de pie y me miro las manos sintiéndome vacía. Suspiro nerviosa ante mi reacción, mi cabeza me pide que lo haga, pero no sé si es lo mejor, si debo o no… Aun así, sólo hay una manera de saberlo. Cojo mi teléfono y la tarjeta que esa misma tarde he guardado en mi bolso y tecleo sin pensarlo más:
Necesito volver.
Estoy loca de remate, ahora sí que me van a desheredar, pero como bien dice Pablo, ojos que no ven, corazón que no siente. Lo lamento por mis padres, pero necesito averiguar si es lo que quiero, no puedo quedarme tumbada en la cama sabiendo que necesito algo que ayer sentí, y ahora mismo lo veo borroso, necesito volver a verlo, pero esta vez de verdad.
Mi teléfono suena al instante y mi cuerpo comienza a temblar. Con un nudo en el estómago, abro el mensaje y leo:
Éste es tu código: 9108. Estaré abajo, si me necesitas, pregunta por mí. Andrés.
Yergo la espalda y me visto sin pensar. Ni tan siquiera se me pasa por la cabeza si llevo el look adecuado, no me importa en absoluto nada de eso, tengo preocupaciones más importantes a las que enfrentarme.
* * *
Estoy frente al local. Desde que he recibido el mensaje, no he dejado de temblar, he sopesado si estaba haciendo bien, si debía dar media vuelta y olvidarme del tema, de él, de lo excitada que me he sentido. Sin embargo, he sido incapaz, he continuado mi camino hasta llegar.
Pulso temerosa en el panel el código que Andrés me ha enviado y un sonido me indica que ya está abierto. Veo su puerta a la derecha y llevo mi mano hasta ella. Cierro el puño y los ojos ante la tentación de dar un golpe, de avisarlo de que ya he llegado, pero no lo hago. Sé que está dentro, él mismo me lo ha dicho, puede que me esté observando por alguna de las cámaras, y me siento estúpida por no haberlo pensado antes. Busco la más cercana para fijar mi mirada en ella e imagino que está con el mismo rostro serio que yo, incluso puede que esté obligándose a no abrirme su puerta y que yo sola continúe con lo que debo hacer sin su ayuda, esta vez descubriendo por mí misma lo que quiero o no quiero hacer.
Decido subir escaleras arriba, pero eternizo el momento de llegar. Mis pasos son más lentos de lo que me gustaría, creo que no voy a dejar nunca de subir, y puede que sea la solución, aunque no he venido aquí para perder el tiempo, sino para saber qué es lo que realmente me atrae de este lugar.
Abro la puerta y me adentro en el salón. Nadie me mira, soy invisible para las personas que están tomando unas copas justo delante de mí.
—¿Qué te pongo, María?
Dirijo toda mi atención a la camarera, que me sonríe. No tengo duda de que me recuerda, y me gustaría saber si hablé con ella y de qué, pero no le pregunto: me avergüenzo de reconocer lo que pasó.
—Hum… —Dudo, me giro y escudriño la sala intentando averiguar qué es lo que están bebiendo el resto, no quiero llamar la atención, y mucho menos que se sientan atacados por una extraña.
—Esto es lo que necesitas —oigo que dicen entonces. La miro cuando veo una copa con una bebida roja y niego muy seria—. Es un San Francisco sin alcohol.
—¿Qué más lleva?
—Esa bebida no lleva nada, ella tiene prohibido drogar a los clientes. —Una voz masculina me sorprende a mi espalda, y me giro para saber de quién se trata—. ¿Me recuerdas?
Niego en silencio al tiempo que lo miro de reojo de arriba abajo.
Tiene un parecido increíble con Claudio, a simple vista podría hasta confundirlos, pero, observando sus facciones más detenidamente, aprecio las diferencias.
—Perdona, pero no te recuerdo. ¿Nos conocemos?
—No te preocupes, ayer estabas demasiado desinhibida como para recordarlo. —Me guiña un ojo mostrando complicidad—. Mi nombre es Miguel, y te aseguro que esa bebida no lleva nada, hoy no.
No dejo de mirarlos a los dos como si estuviera en un partido de tenis, pero no sé si puedo fiarme de ellos. La copa tiene toda mi atención, la observo desde varios puntos, intentando averiguar si realmente no lleva nada. Ellos me miran, me aseguran que no lo lleva y, aunque sé que puedo arrepentirme, la cojo y me la llevo a los labios para dar un trago.
—Parece que está bien.
—Hoy, ni alcohol, Andrés me ha pedido que te devuelva a casa sobria —me susurra la camarera para que Miguel no pueda oírla.
—¿En serio? —asiente divertida.
—¿A qué has venido? —pregunta entonces él.
Vuelvo a mirarlo antes de contestar y no dejo de asombrarme por el parecido que guarda con Claudio. Me detengo en sus manos. Recuerdo cómo me acariciaba la espalda y siento un pinchazo en mi sexo que me cabrea. Porque, una vez más, me estoy excitando con una escena tórrida que debería darme asco en vez de despertar mi curiosidad.
—No lo sé —digo.
Discretamente, la camarera se aleja de nosotros bastante seria; supongo que son las normas del local: cuando una pareja comienza un contacto deben hacer como si no estuvieran.
—Hay un privado libre, si quieres.
Clavo mi mirada en el pasillo que lleva hasta las puertas, donde seguramente casi todas estén en uso, y siento algo extraño en mi cuerpo. Por un lado, no quiero, porque realmente no sé qué límites hay tras ellas, pero por otro necesito saber hasta dónde estoy dispuesta a llegar.
—¿Te apetece? —insiste de nuevo ante mi silencio.
Intento no pensar y, para ello, dejo la mente en blanco. Pero Miguel está frente a mí esperando que me decida, y yo lo único que veo es a un chico guapísimo que me está ofreciendo sexo como si nada. Mi garganta está tan seca que me duele tragar saliva. Doy un gran sorbo a mi San Francisco y, tras un suspiro, le digo que sí.
Estoy loca, pero loca del todo. No conozco a este hombre. Bueno, la verdad es que alguna vez me he liado en una discoteca con algún chico con el que tampoco había cruzado más de dos palabras y no más que un buen roce bailando. Lo sé, me digo a mí misma, ésta es una liga superior, una en la que los besitos no existen y, como poco, en cuanto cierre la puerta, me va a empotrar, y yo lo he permitido. Lo miro al rostro y veo lascivia en sus labios, en el brillo de sus ojos y, al bajar la vista, también puedo casi palparlo en el bulto que sobresale de sus pantalones.
Siento que la mano me suda, pero no quiero dejar de dársela porque no me apetece que piense que soy una niñata que no sé lo que quiero, aunque la verdad es que no lo sé, y me estoy metiendo en la boca del lobo.
Marca un código para entrar cuando una mano me agarra del brazo y no me deja continuar mi camino. La mano de Miguel tira de mí hacia adentro, pero Andrés lo impide obligándome a no caminar.
—¿Estás loco? Es un blanco —lo amonesta Andrés enfurecido.
—Pero ayer…
—¡Ayer fue una jodida excepción que no tendría que haber ocurrido! —replica disimulando ante las personas que a lo lejos nos pueden ver.
—Disculpa, Andrés.
—Venid conmigo. —Sin soltarme del brazo, Andrés me guía de nuevo hasta la escalera y bajamos a toda prisa hasta llegar a su puerta, donde marca el código y nos invita a pasar—. Miguel, quiero que ella se descubra, no quiero forzarla.
—¡No iba a hacerlo, pero ¿qué clase de persona crees que soy?! —Se molesta al sentirse atacado y puedo llegar a entenderlo, porque la actitud de Andrés me llama mucho la atención.
—¡No sabe lo que quiere! —Andrés se lleva las manos a los bolsillos y pasea de un lado a otro.
—Eso tú no lo sabes, yo la he visto muy convencida —replica Miguel, y se le escapa una sonrisita burlona que a Andrés lo enfurece.
—¡No lo está, joder!
—¡Estoy aquí! ¿Lo recordáis? —Los dos me miran y les hago un gesto con las manos para que sepan que no entiendo lo que está ocurriendo—. Andrés, tú me trajiste aquí, y no muy sobria. —Lo miro fijamente y él agacha la cabeza avergonzado—. Quiero saber más, por mi salud mental, necesito saber qué hice, pero de verdad. Poder decir si me gusta o no, por mi propia experiencia, y esta vez consciente en todo momento de lo que hago.
—María, ¿estás dispuesta a seguir?
—Sí, Andrés, lo estoy. —Me mira intentando ver más allá de mis palabras, pero lo único que consigue es que me cruce de brazos—. Es mi decisión, y si no quieres me iré a otro lugar donde sí me lo permitan.
Veo cómo ambos se miran. Entonces Miguel asiente y desaparece por la puerta. Nos quedamos los dos solos, y por primera vez desde que estoy aquí no tiemblo, me siento segura delante de él, su mirada penetra en mi interior de una forma anómala.
—A mi manera —ruega.
—A tu manera —le confirmo que quiero que él sea el que guíe la situación.
Veo que se aleja para llegar hasta una nevera, de la que saca una botella de agua, y me la ofrece. La abro y, sin más, le doy un trago tan largo que casi me la bebo por completo.
Aquí estoy, de pie, sin saber qué hacer, sin saber si quitarme la ropa o sentarme en la cama. Parezco una paleta de pueblo, y es que lo soy, no puedo remediarlo. Pero él, para mi fortuna, sabe lo que quiere. Se acerca lentamente hasta mí para quitarme la botella de las manos y la arroja a su espalda. El sonido al chocar contra el suelo y el imprevisto empujón que me lanza sobre el borde de la cama consiguen que dé un grito.
—Quiero en todo momento que me digas si te gusta, si no, o simplemente si quieres más. —Lo miro atenta, sé que todo va a comenzar, y lo único que siento es que estoy empapada—. ¿Entendido?
—Sí —apenas susurro de forma audible.
Sus manos me invitan a tumbarme y las caricias empiezan a recorrer mi cuerpo al tiempo que la ropa comienza a desaparecer de mi piel. Sus labios besan mis piernas y suben hasta llegar a mis muslos.
—¡Au! —Me encojo al sentir que me ha mordido.
—¿Te ha dolido?
Niego con la cabeza y lo repite, pero esta vez gimo. Me agarro a la sábana intentando mantener la calma.
Pero su lengua continúa su camino, roza mis labios hasta que sus dientes atrapan mi clítoris y lo aprieta con fuerza al tiempo que su lengua calma el dolor. Uno de sus dedos desciende hasta llegar a mi ano, estoy muy excitada, tengo que concentrarme en mi respiración para no perder el sentido. Andrés conoce el cuerpo de la mujer a la perfección, sabe qué tiene que hacer para excitarme.
Me tapa los ojos con un pañuelo y yo lo dejo, lo hago porque quiero seguir jugando. El sentido de mi oído se ha agudizado y oigo cómo la puerta se abre, unos pasos se acercan, y sé que es Miguel.
Andrés me susurra que me ponga encima, y noto cómo su cuerpo roza el mío hasta colocarse debajo. Atrapa mis pechos con la boca y los muerde fuerte, más fuerte, hasta que un grito gutural rompe el silencio de los tres.
—¿Te duele?
—Un poco —logro decir.
Antes de terminar, ha vuelto a morder el otro pecho y yo he vuelto a gritar. Siento cómo mis muslos se empapan y un dedo recoge mi deseo para dirigirlo hasta mi ano, lo acaricia, cuela un dedo y oigo su suspiro.
Entonces Andrés introduce algo en mi vagina, está frío, tiembla y despierta mi necesidad de cerrar las piernas, pero Miguel no me deja: las suyas se han colado para no permitírmelo. Mi respiración se acelera, mi pecho sube y baja y me siento desprotegida, nerviosa. Trago saliva y cierro los ojos con todas mis fuerzas, pero la ansiedad no desaparece. No me gusta sentirme controlada, no me gusta estar a merced de otros, todo ello me exaspera hasta el punto de sentirme frustrada.
—¿Así mejor? —oigo su voz entre un rayo de luz que me ciega.
Tardo unos segundos en poder verle los ojos verdes, que están apenas a unos centímetros. La intensidad de la luz baja y mi corazón se templa.
—Mucho mejor.
Andrés saca de pronto el consolador que tenía metido en mi vagina e introduce su miembro con fuerza. Grito, respiro profundamente y yergo todo mi cuerpo. Miguel comienza a lubricarme y su dedo entra con total facilidad hasta el interior, uno, dos, tres y cuatro dedos arrancan jadeos de placer que sólo Andrés puede ver.
Los dos permanecen inmóviles una vez dentro y esperan a que mi cuerpo los reciba. Lentamente consiguen que las paredes de mi interior vuelvan a lubricarse y necesite sentirlos. Más rápido, más profundo, incluso hasta llegar al punto de doler, porque el dolor no es malo, conforme el cuerpo se acostumbra es placentero, y yo, en este momento, necesito más de todo. Más placer, más besos que robo de la boca de Andrés, más estocadas que ambos me entregan gustosamente, y entonces mi mente vuelve a jugármela.
El pelo de Miguel roza mi espalda y mi cabeza imagina a Claudio ahí atrás, penetrándome como lo hace él sin temor a hacerme daño. Busca mi placer, el suyo, el de Andrés. Todos queremos lo mismo y nos dejamos llevar hasta caer rendidos encima de la cama enredados unos sobre otros, sin importarnos nada más que respirar.
—Esta mujer no es un blanco —oigo que dice Miguel derrotado.
—Sí lo es, al menos hoy.
No digo nada, no los miro, sólo medito con los ojos cerrados unos segundos. Intento comprender qué es lo que he sentido, e incluso me autocastigo por haberme gustado. A cada uno de mis lados hay un hombre, y no quiero verlos, no estoy preparada para asumirlo.
—Miguel, vete.
Entonces siento cómo la cama se mueve perezosamente y unos pasos me anuncian que estamos los dos solos.
—María, habla. Dime qué sientes, no te calles, porque no te hace bien —me pide Andrés.
—No lo sé.
—Sí lo sabes, sólo tienes que pensar en lo principal. —No lo oigo, permanece en silencio, y yo con los ojos cerrados sin ser capaz de mirarlo a la cara—. ¿Te has sentido coaccionada en algún momento?
—No —respondo muy segura.
—¿Obligada a seguir por nosotros?
—No.
—¿Tienes miedo?
No respondo, no sé qué decirle. Ellos tienen más que asumido este tipo de relación, pero yo no. Yo estoy descubriendo mi cuerpo, mis límites, y no puedo evitar sentir que le estoy fallando a Claudio.
Maldito Claudio.
—¡María, mírame! —Andrés agarra mi nuca y la zarandea suavemente hasta que abro los ojos y veo su rostro serio analizándome—. No te calles, te voy a ayudar, no pienso dejarte sola en este camino, pero necesito que confíes en mí.
—Es raro… —logro decir al fin.
—¿El qué? —pregunta en un susurro que consigue erizarme el vello.
—Estoy tumbada desnuda ante ti, que no somos nada… Miguel acaba de irse… Puede que sienta que me estoy fallando a mí misma.
—Es una reacción típica ante una situación fuera de lo común —responde, y lo dice tan fácilmente que hasta parece que tenga razón, que no es que me haya convertido en la depravada más estúpida del día. Simplemente he vivido algo fuera de lo habitual.
«¿A que suena bien?» Sí no fuera porque no sé ni cómo me siento…
—Tu mente debe liberarte, es la única que lo logrará. —Da unos toquecitos suaves en mi sien y suspiro profundamente—. ¿Qué te preocupa?
—No quiero volver si no es contigo.
—Es mi casa, siempre que vengas estaré. Te lo aseguro.
Me rodea con sus manos y me da el abrazo que necesitaba, la sensación de volver a tener a una persona a mi lado con la que puedo contar. A pesar de que nuestra relación es diferente, sé que Andrés ha llegado a mi vida para darme la mano y caminar juntos.