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Esa noche, cuando Marc Ohnet ya se había ido, llegó un coche lleno de parisinos que se detuvieron ante el Hôtel des Voyageurs para tomar una copa mientras le hacían una pequeña reparación al vehículo. Entraron en la sala riendo y dando voces. Las mujeres me miraron de arriba abajo; unas trataron en vano de maquillarse ante los pálidos espejos, que deforman las facciones; otras se acercaron a las ventanas y contemplaron la pequeña y pedregosa calle, sobre la que estaba diluviando, y las casas dormidas.
—Qué tranquilo es esto —dijo riendo una joven, y se volvió al instante.
Luego, me pasaron en la carretera. Se dirigían a Moulins. Esta noche atravesarán muchas comarcas tranquilas y muchos pueblos somnolientos; pasarán ante grandes casas silenciosas y oscuras en mitad del campo. Ni siquiera imaginarán que todo eso tiene una vida profunda y secreta, que siempre ignorarán. Me pregunto cómo dormirá Marc Ohnet esta noche y si soñará con el Molino Nuevo y su verde y espumoso río.