Nota del editor

La reciente recuperación de dos obras inéditas de Irène Némirovsky, Suite francesa y El ardor de la sangre, con el clamoroso éxito que siguió a su publicación en Europa y América, es una prueba más de que el destino literario de los grandes escritores suele estar en manos de una misteriosa conjunción de los caprichos del azar y la voluntad de las personas próximas a su obra. En el caso de El ardor de la sangre, el minucioso trabajo de investigación emprendido por Olivier Philipponnat y Patrick Lienhardt, actuales biógrafos de Némirovsky, los condujo al hallazgo de unos ignotos manuscritos y borradores de la autora que se encontraban en los archivos del IMEC (Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine), en París. Los documentos habían pertenecido a André Sabatier, antiguo editor y amigo de Némirovsky, a quien ésta había confiado sus papeles en 1942, acuciada por el fatal cerco que se cerraba en torno a su persona. Constatado el hecho de que entre aquellos papeles se encontraba una novela completa —treinta hojas de apretadas líneas escritas a mano alzada, sin apenas tachaduras—, cuyo principio se correspondía con las dos cuartillas mecanografiadas que estaban en poder de Denise Epstein, hija de Némirovsky, Philipponnat y Lienhardt anunciaron al mundo literario su pequeño gran descubrimiento, haciendo posible que los incontables admiradores de Irène Némirovsky puedan disfrutar de una muestra más de su extraordinario talento.