Prólogo
Éste es el primero de dos volúmenes sobre la historia de Europa desde 1914 hasta nuestros días. Es con diferencia la obra más difícil que me he propuesto escribir. Cada uno de los libros que he escrito hasta la fecha ha sido en cierto modo un intento por mi parte de entender mejor un problema del pasado. En este caso, el pasado reciente comporta una multiplicidad de problemas extremadamente complejos. Pero al margen de cuáles fueran las dificultades, la tentación de intentar entender mejor las fuerzas que en el pasado reciente han contribuido a configurar el mundo actual ha sido irresistible.
Naturalmente no hay una sola manera de abordar una historia de la Europa del siglo XX. Ya existen algunas obras excelentes con interpretaciones y estructuras diversas: entre ellas, cada una con una interpretación diferente del siglo, los libros de Eric Hobsbawm, Mark Mazower, Richard Vinen, Harold James y Bernard Wasserstein. El presente volumen y el que lo sigue representan necesariamente un enfoque personalizado de un siglo tan trascendental. Y como cualquier intento de abarcar un panorama tan vasto a lo largo de un período de tiempo tan dilatado, tiene que basarse en gran medida en las investigaciones pioneras llevadas a cabo por otros.
Ni que decir tiene que soy consciente de que prácticamente sobre cada frase que he escrito tenía a mi disposición una verdadera multitud de obras de especialistas, a menudo de enorme calidad. Sólo para unos cuantos aspectos, relacionados principalmente con Alemania entre 1918 y 1945, puedo decir que he llevado a cabo una investigación primaria directa. Para todo lo demás, he tenido que basarme en el excelente trabajo de otros estudiosos de campos muy distintos. Eso es algo que por fuerza habría sido inevitable, de haber tenido incluso una competencia lingüística mayor de la que poseo. Es imposible que un estudioso lleve a cabo él solo una labor de búsqueda por los archivos de toda Europa y en cualquier caso, como invariablemente los expertos en los distintos países o en temas históricos específicos ya han realizado esa labor, semejante intento sería del todo absurdo. Por consiguiente, un repaso general como el que yo propongo tiene que basarse en los incontables trabajos y hallazgos de otros.
El formato de la serie Penguin History of Europe impide incluir la referencia a las numerosísimas obras de erudición histórica indispensables —monografías, ediciones de documentos de la época, análisis estadísticos y estudios especializados sobre cada país en particular— en las que me he basado. La bibliografía refleja algunas de las deudas más importantes que he contraído con otros estudiosos. Espero que me perdonen por la imposibilidad de citar sus obras en notas a pie de página, y que acepten la expresión de mi más profundo agradecimiento por los magníficos esfuerzos que han realizado. La originalidad del libro, por tanto, podrá apreciarse únicamente en su estructura y su interpretación: en el modo en que se escribe la historia y en la naturaleza de la discusión que se oculta tras ella.
La introducción, titulada «La era de autodestrucción de Europa», expone el marco de interpretación de este primer volumen, además de indicar el enfoque del segundo (todavía por escribir). Por lo que a la estructura se refiere, he organizado los capítulos que vienen a continuación cronológicamente, añadiendo algunas subdivisiones temáticas. Con esto pretendo reflejar mi interés por prestar atención a la forma en que se desarrolló exactamente el drama, y a la configuración específica de los acontecimientos concentrándome en períodos bastante breves, y al mismo tiempo tratando necesariamente por separado dentro de esos períodos cuáles fueron las diferentes fuerzas que contribuyeron a su formación. Así, pues, no hay capítulos dedicados expresamente a la economía, la sociedad, la cultura, la ideología o la política, si bien todos estos asuntos ocupan su lugar dentro de cada capítulo en particular, aunque no necesariamente con el mismo peso.
La primera mitad del siglo XX, que es el tema del presente volumen, estuvo dominada por la guerra. Esta circunstancia suscita sus propios problemas. ¿Cómo es posible tratar los temas amplísimos y trascendentales de la primera y de la segunda guerra mundial dentro de un volumen que tiene una envergadura tan grande como éste? Existen bibliotecas enteras de obras dedicadas a ambos conflictos. Pero por otra parte es comprensible que el lector no espere que simplemente se le remita a otras obras (aunque por supuesto se seguirá la pista de éstas en todos los temas tratados por el presente volumen). Por consiguiente he considerado conveniente empezar todos los capítulos relacionados directamente con las dos guerras mundiales haciendo un repaso sumamente conciso del desarrollo de los acontecimientos en los frentes. Aunque descritos de forma muy sucinta —en buena medida a modo de orientación y para ilustrar en términos brevísimos la magnitud de las calamidades que determinaron la inmensidad de sus consecuencias—, es evidente que esos acontecimientos fueron cruciales. En otros casos, además, he sopesado si debía o no dar por supuesto que todos los lectores estaban familiarizados, por ejemplo, con los antecedentes de la aparición del fascismo en Italia o con el rumbo seguido por la guerra civil española, antes de decidir que, una vez más, la inclusión de un breve repaso general resultaría útil.
En todo momento me he preocupado por incorporar las experiencias personales de individuos contemporáneos de los hechos para dar una idea de lo que fue vivir aquella época, tan cercana en el tiempo a la Europa actual, pero tan distinta de ella por su naturaleza. Reconozco desde luego que la experiencia personal no es más que eso. No puede tomarse como un dato estadísticamente representativo. Pero a menudo puede ser vista como un indicador, un reflejo de unas actitudes y unas mentalidades más generales. En cualquier caso, la inclusión de las experiencias personales proporciona impresiones instantáneas muy vívidas y da una sensación, desligada de cualquier abstracción y análisis impersonal, de cómo reaccionaba la gente ante las poderosas fuerzas que zarandearon sus vidas.
Una historia de Europa no puede, por supuesto, ser una suma de historias nacionales. Lo que está en juego son las fuerzas motrices que configuraron al conjunto del continente en todos o al menos en la mayoría de sus elementos constituyentes. Una síntesis general tiene que ofrecer naturalmente una perspectiva a vista de pájaro, no una visión excesivamente detallada y reducida. Tiene por fuerza que generalizar, no ya concentrarse en las peculiaridades, aunque algunos desarrollos singulares de hecho sólo son visibles a través de una lente más amplia. He intentado no pasar por alto ninguna zona de Europa, y a menudo me he esforzado por subrayar la historia especialmente trágica de la mitad oriental del continente. Pero inevitablemente algunos países desempeñaron un papel más importante (o más siniestro) que otros y por consiguiente merecen mayor atención. En este volumen y en el siguiente se considera que Europa incluye también Rusia (entonces la Unión Soviética); sería impensable dejar fuera a un actor tan trascendental en la historia europea, aunque una amplísima parte del Imperio Ruso (y luego Soviético) se encuentre geográficamente fuera de Europa. Análogamente, se incluye también a Turquía allí donde participó de modo significativo en los asuntos de Europa, aunque esa participación se vio notoriamente reducida a partir de 1923, una vez que se desintegró el Imperio Otomano y que se estableció el estado nación turco.
El presente volumen comienza con un repaso general de Europa antes del estallido de la primera guerra mundial. Los capítulos siguientes tratan de la contienda propiamente dicha, sus consecuencias inmediatas, la efímera recuperación de mediados de los años veinte, el doloroso impacto de la Gran Depresión, la amenaza inminente de otra guerra mundial, el desencadenamiento de otra gran conflagración al cabo de una generación, y el demoledor colapso de la civilización que produjo esta segunda guerra mundial. En ese punto interrumpo la estructura cronológica e incluyo un capítulo temático (capítulo 9), que explora varios desarrollos temáticos a largo plazo que cruzan los límites cronológicos a corto plazo de los capítulos anteriores: los cambios demográficos y socioeconómicos, la posición de las iglesias cristianas, la postura de los intelectuales y el desarrollo de los espectáculos y las diversiones populares. El capítulo final vuelve a adoptar el marco cronológico.
Había pensado concluir este primer volumen en 1945, cuando cesaron los combates de la segunda guerra mundial. Pero aunque las hostilidades acabaron oficialmente en Europa en mayo de ese año (continuaron hasta el mes de agosto contra Japón), el fatídico rumbo que siguieron los años 1945-1949 vino determinado de forma tan evidente por la guerra y las reacciones ante ella, que pensé que estaba justificado mirar un poco más allá del momento en que la paz volvió a instalarse oficialmente en el continente. En 1945 apenas eran perceptibles los contornos de la nueva Europa de posguerra; fueron haciéndose claramente visibles tan sólo de modo gradual. Por consiguiente, me pareció oportuno añadir un último capítulo que tratara del período inmediatamente posterior a la guerra, que no sólo fue testigo de una continuación de la violencia, sino que además configuró de forma indeleble la Europa dividida que emergería a partir de 1949. De modo que este primer volumen no acaba en 1945, sino en 1949.
Uno de los clisés más manidos de los comentaristas de los partidos de fútbol, cada vez que el descanso entre las dos partes del encuentro trae un cambio radical en el desarrollo del juego, es: «Estamos ante un partido en dos mitades». Resulta muy tentador pensar que el siglo XX en Europa ha sido un siglo en dos mitades, quizá con una «prórroga» añadida a partir de 1990. El presente volumen trata sólo de la primera mitad de un siglo extraordinariamente convulso; de la era en la que Europa se vio envuelta en dos guerras mundiales que amenazaron los cimientos mismos de la civilización, como si tuviera una diabólica propensión a la autodestrucción.
IAN KERSHAW,
Manchester, noviembre de 2014