EL ORIGEN DEL ENSAYO SOBRE LAS ENFERMEDADES DE LA CABEZA
Kant publicó en febrero de 1764 este pequeño ensayo sobre las «enfermedades de la cabeza» en una revista local y de forma anónima. Poco antes había escrito, también en la misma revista, una nota sobre un episodio ocurrido por entonces en los alrededores de Königsberg: aparecieron un hombre de mediana edad, con un comportamiento extravagante, acompañado de un niño, que vagaban por el campo con unas cuantas ovejas y cabras. Al hombre lo denominaban el «profeta de las cabras», ya que echaba mano de citas bíblicas para cualquier réplica que daba, y se trababa de alguien de origen y nombre conocido, trastornado después de una grave enfermedad años antes. En torno al pequeño rápidamente se suscitó una gran expectación acerca de si se trataba de un niño criado en estado natural o salvaje, en lo que medió Kant con esta nota, en la que no hace sino plantear el interés que ofrece el salvaje a quien se proponga investigar sobre la naturaleza subyacente en el hombre, es decir, el interés para el debate naturaleza-sociedad sobre el desarrollo del individuo.[18] Enconsonancia con este episodio y con el reconocido interés de Kant por la obra de Rousseau —que en 1762 había publicado Emilio y El contrato social—, algún autor ha aludido al tema del desarrollo conjunto del estado de sociedad y los trastornos de la mente[19] como centro del Ensayo. Efectivamente, Kant argumentará en esta obra que la aparición del estado de sociedad y las enfermedades de la cabeza son paralelos. Pero él no va a hacer de moralista experimental ni a defender las virtudes del «buen salvaje». De ahí la ironía, no exenta de caballeroso reconocimiento, con la que alude a los seguidores de Rousseau en la nota sobre el profeta de las cabras y el niño. El pequeño ensayo que publica luego hace recaer el mayor enigma sobre el loco, que es «alguien de nombre conocido»,[20] es decir, inserto en la sociedad. Kant se va a interesar por el único tipo de ser humano que conoce, el social, y no por el mítico «hombre natural». En el Ensayo no presentará a este hombre sólo como enfermado por la civilización, sino constituido por ella, con toda su complejidad. La base tosca o rudimentaria del ser humano es lo que aparta la naturaleza, y por ello el resto queda para la civilización y su «complicado refinamiento», con las posibilidades del genio y de la locura y de todos sus intermedios. En ese sentido, el salvaje auténtico, el hombre natural, no puede padecer de locura. Más bien este mal será algo distintivo del hombre civilizado, pues éste contiene la suficiente complicación en su espíritu como para tener la posibilidad de enloquecer.
No deja de ser curioso que tras ese episodio en que aparecen un «supuesto salvaje» y un loco, la atención de Kant se centre en el problema que representa el segundo. Porque con ello el filósofo se nos presenta en consonancia con los cambios señalados anteriormente que se están gestando en su época respecto al lugar que se concede a la locura y la reflexión que suscita. Los locos comienzan a ser objeto de interés, primero literario y teórico, no como objetos en sí mismos, sino como medio para la reflexión antropológica sobre las relaciones entre la razón y la irracionalidad y, en definitiva, como objeto para la nueva comprensión del hombre en el contexto de los grandes cambios socioeconómicos y políticos de la Ilustración.