VII. EL MUNDO DEL SOL ROJO

Cuando era un poco más joven que ahora, y estaba en la escuela superior júnior, solía leer revistas de ciencia-ficción que podía encontrar en el mostrador de las revistas de la confitería de mi padre.

Las historias que me llamaban particularmente la atención, las volvía a contar a un grupo de absortos compañeros de clase durante la hora del almuerzo, y el ejemplo con más éxito de esas narraciones de segunda mano fue una historia que me gustaba mucho llamada «El mundo del Sol Rojo», que apareció en el número de diciembre de 1931 de Wonder Stories.

En aquel tiempo no tomé nota del nombre del autor, porque en realidad tampoco era muy conocido. De hecho, era la primera historia que publicaba.

Fue sólo muchos años después, tiempo durante el cual me convertí en corresponsal y buen amigo del famoso escritor de ciencia-ficción Clifford D. Simak, cuando, al conseguir el valiosísimo índice de Donald Day de historias de ciencia-ficción, de 1926 a 1950, vi «El mundo del Sol Rojo» y descubrí que se trataba nada menos que del esfuerzo inaugural de Cliff. (Y ahora, más de medio siglo después, todavía se encuentra en activo, produciendo aún material de primera, y ha sido elegido como Gran Maestro por los Escritores de ciencia-ficción de Estados Unidos).

Siempre ha sido motivo de infinita satisfacción para mí el que, cuando era sólo un chiquillo aún no adolescente, ya reconociese la grandeza en la primera historia de un autor.

Así pues, pueden imaginarse el gran placer con que llegué a percatarme, cuando planeaba este ensayo, de que el título más lógico para el mismo sería el que Cliff dio a su primer relato. Por lo tanto, empleo este título en homenaje a un viejo amigo.

La historia de Cliff era el relato de un viaje a través del tiempo, y el Sol Rojo del que hablaba era nuestro propio Sol en un futuro lejano. No obstante, mi Sol Rojo es la estrella de la que he tratado con considerable detalle en el capítulo precedente: Betelgeuse, el gigante rojo.

La cuestión es la siguiente: Si consideramos a Betelgeuse como el Sol Rojo, ¿podría haber un mundo que girase en tomo de él? Con esto no me refiero a un planeta, llano y sencillo, sino a uno que tuviera un carácter como el de la Tierra y con vida inteligente en él. La vida no tiene por qué ser de tipo humanoide, naturalmente, pero debería ser vida tal y como la conocemos: ácido nucleico y proteínas, formado en un fondo acuoso.

Veamos, pues… Supongamos que tenemos un planeta parecido a la Tierra para empezar (y tengo la fuerte tentación de emplear la voz «terroide» como sinónimo de parecido a la Tierra, aunque no creo que esto se haya hecho nunca).

Un planeta terroide no puede encontrarse demasiado cerca de una estrella, o su océano herviría; tampoco puede hallarse demasiado lejos de una estrella, puesto que su océano se helaría y, en uno u otro caso, la vida terroide resultaría imposible.

Dado que, como promedio, Betelgeuse es una estrella con 430 veces el diámetro de nuestro Sol, sabemos que nuestro planeta terroide debería hallarse mucho más lejos de ella de lo que lo está la Tierra del Sol. Como primera aproximación, situemos el planeta a una distancia a la que Betelgeuse tenga el tamaño aparente en su firmamento igual que nuestro Sol en el cielo de la Tierra.

En ese caso, el planeta debería encontrarse a una distancia media de 63 500 000 000 kilómetros de Betelgeuse (1/15 de un año luz), o más de diez veces la distancia media de Plutón respecto de nuestro Sol.

Si existiese un planeta a esa distancia de nuestro Sol, haría una revolución completa alrededor del Sol en unos 8742 años terrestres.

Sin embargo, Betelgeuse tiene 16 veces más masa que nuestro Sol, por lo que haría girar a este planeta distante mucho más deprisa en tomo de su órbita de lo que nuestro Sol podría. El planeta que estamos imaginando para Betelgeuse efectuaría una revolución completa alrededor de su estrella distante pero con mucha masa en no menos de una cuarta parte del tiempo que hubiera tardado en girar alrededor de nuestro Sol. Su período de revolución en tomo de Betelgeuse sería, pues, de 2185 años terrestres.

¿Tiene importancia que el período de revolución del planeta fuese de más de dos milenios de duración?

Supongamos que es igual que nuestra Tierra. Imaginemos que su órbita es circular, que gira en tomo de su eje en 24 horas, que su eje está inclinado como el nuestro, etcétera. En ese caso tendría estaciones como las nuestras, pero cada estación duraría más de cinco siglos. Demasiado tiempo, naturalmente. Las regiones polares tendrían siglos de luz continua y luego siglos de una continua oscuridad.

Bueno, pues imaginemos que su eje está recto: 12 horas de luz solar y 12 horas de noche en todas partes. Las regiones polares, indudablemente, tendrían unas capas permanentes de hielo que se podrían extender hasta las zonas templadas, sin un cálido verano que pudiese derretirlo, pero las regiones tropicales serían agradables. Todo parecería bien montado, pero…

¡No es así!

Betelgeuse es rojo, y no blanco. Su temperatura superficial es de 3200 K, y no de 5800 K como nuestro Sol. Tamaño por tamaño, la superficie de Betelgeuse daría sólo 1/43 de la luz y del calor de nuestro Sol. Tendría un aspecto tan grande como el del Sol en el firmamento del planeta, pero sería un Sol frío según nuestros niveles, por lo que el océano del planeta se helaría y la vida terroide resultaría imposible.

En ese caso, avancemos hacia el interior el planeta terroide. (La imaginación constituye una poderosa herramienta). Olvidemos lo de que Betelgeuse tenga el tamaño de nuestro Sol, dejémosle agrandarse a medida que el planeta se acerca, hasta que la incrementada área de su superficie compense su frialdad.

Debemos avanzar hasta que el área aparente de Betelgeuse en el firmamento terroide sea 43 veces la de nuestro Sol en el cielo terrestre, y el diámetro aparente de Betelgeuse, por lo tanto, unas 6,5 veces el de nuestro Sol. Esto significa que debemos imaginar el planeta terroide a una distancia media de 9 680 000 000 kilómetros de Betelgeuse, o sólo 1,6 veces la distancia de Plutón respecto de nuestro Sol.

A esa distancia, Betelgeuse parecería tener unos 3,5 grados de diámetro y parecería hinchado a nuestros ojos acostumbrados al Sol, pero daría sólo la cantidad apropiada de luz y de calor.

Sin duda, la luz sería de una calidad diferente. Tendría un color rojizo y, para nuestros ojos, sería menos satisfactoria. Sin embargo, los organismos vivos del planeta de Betelgeuse estarían adaptados, presumiblemente, a la gama de radiación de la estrella. Sus ojos serían más sensibles al rojo que los nuestros y responderían hasta cierto punto dentro del infrarrojo (y, probablemente, no les afectaría la luz de onda corta que en realidad estaría presente en sólo pequeñas cantidades en la luz de Betelgeuse). A los ojos terroides, la luz de Betelgeuse aparecería blanca, y los organismos que poseyesen esos ojos estarían perfectamente satisfechos.

Y lo que es más, el período de revolución sería más corto en esas condiciones, y equivaldría sólo a 130 años terrestres. Sería soportable una leve inclinación del eje y ello reduciría apreciablemente la cubierta de hielo polar.

Parece magnífico, ¿verdad? ¡Pues no lo es!

Nuestro Sol es una estrella estable, que no cambia de tamaño ni la cantidad de radiación que emite. Sin duda en unas épocas es más irregular que en otras, y en años recientes se han realizado algunas observaciones que han llevado a los astrónomos a pensar que su tamaño cambia muy levemente con el tiempo, pero esos cambios son triviales en comparación con el caso de Betelgeuse, que, como ya he señalado en el anterior capitulo, pulsa marcadamente…, y de forma irregular.

He dicho que Betelgeuse posee un diámetro 430 veces mayor que el del Sol, pero esto como promedio. Puede dilatarse hasta un diámetro 500 veces el del Sol (a veces incluso más), o encogerse hasta tener sólo un diámetro 360 veces mayor que el del Sol (a veces incluso menos).

El planeta que estamos imaginando que gira en torno de Betelgeuse, por tanto, vería la estrella con un tamaño aparente de 3,5 grados sólo de promedio. Este diámetro variaría desde 4,2 grados hasta 2,9 grados. En su diámetro máximo, el área aparente de Betelgeuse en el firmamento sería el doble que en el diámetro mínimo, y emitiría el doble de radiación en el máximo que en el mínimo.

Esto significa que nuestro planeta imaginario sufrirá unos períodos de tiempo enormemente cálidos y otros enormemente fríos, aunque su órbita en torno de Betelgeuse fuese circular y su eje recto. En realidad, sospecho que las variaciones de temperatura en el planeta serían demasiado grandes para la vida como sabemos que se desarrolla.

Pero ¿su órbita debe ser circular? ¿No nos podríamos imaginar una órbita más bien elíptica, dispuesta de tal modo que el planeta se aproxime a Betelgeuse exactamente cuando la estrella se contraiga y emita menos luz y calor, y se aleje de Betelgeuse cuando se expanda y emita más?

Sería pedir mucho a la coincidencia el suponer que se acerca y se aleja exactamente con la sincronización apropiada para mantener su temperatura bastante estable, pero yo no vacilaría en imaginarlo, sólo porque es improbable.

El problema es que no es improbable, sino que es imposible.

He dicho que el planeta giraría en torno de Betelgeuse en 130 años. Por muy elíptica que pudiese ser la órbita, el período de revolución seguiría siendo de 130 años si la distancia media desde Betelgeuse continuase siendo de 9 680 000 000 kilómetros. Esto significa que estaría relativamente cerca de Betelgeuse durante algo menos de 65 años, y relativamente lejos del mismo durante un poco más de 65 años. La razón de esto es que el planeta se movería a una velocidad mayor que la orbital media cuando estuviese más cerca de Betelgeuse, y a una velocidad menor a la media cuando se hallase más lejos. Cuanto más altamente elíptica fuese la órbita, más desequilibrados serían los tiempos en que estaría cerca y luego lejos.

No hay modo de poder conjugar esta situación con la expansión y contracción de Betelgeuse, a menos que la estrella se expandiese y contrajera con un período de 130 años, y la parte expandida del ciclo fuera un poco más prolongada que la parte de contracción.

El período de pulsación de Betelgeuse tampoco es muy cercano. Betelgeuse tarda unos 50 días en expandirse desde el tamaño mínimo al máximo, y unos 100 a 150 días en contraerse desde el máximo al mínimo de nuevo. En un período orbital del planeta en torno de Betelgeuse, por tanto, la estrella se dilataría y contraería unas 270 veces. Para equilibrar esto, se tendría que hacer ondear el planeta hacia dentro y hacia afuera, en períodos variables y en grado variable, a fin de conjugar con exactitud las imprevisibles variaciones en el índice y alcance de la expansión y contracción de Betelgeuse.

Aparentemente, la irregularidad de Betelgeuse tiene que ver con el hecho de que es turbulenta y está «hirviendo». Burbujas calientes de helio del interior salen periódicamente a la superficie Y producen enormes manchas calientes que hacen que la estrella se expanda. Las variables implicadas son demasiadas para permitir una regularidad.

Naturalmente se puede argumentar que la Tierra tiene muchísimas variaciones climáticas también, y que, sin embargo, hay vida en ella.

Pero, de todos modos, las variaciones de temperatura de la Tierra, en conjunto, son muy inferiores a las que el planeta de Betelgeuse se vería obligado a soportar y, además, existen grandes regiones en la Tierra en las que la temperatura es muy estable durante largos períodos de tiempo. Es difícil saber hasta qué punto sería así también en el planeta de Betelgeuse.

Betelgeuse es enormemente inestable también de otras maneras. Muestra signos de poseer prominencias colosales y de ser la fuente de un enorme viento estelar. Todo esto lleva a razonar que Betelgeuse no permanecerá en su forma presente durante mucho tiempo, en comparación con las estrellas ordinarias como nuestro Sol, que pueden continuar relativamente sin cambios durante miles de millones de años.

Comparemos el viento de Betelgeuse con el del Sol. El Sol está perdiendo masa constantemente, mientras oleadas de partículas (principalmente protones, los núcleos de los átomos de hidrógeno, que forman el grueso de la sustancia del Sol) se mueven hacia afuera en todas direcciones. Cerca de un millón de toneladas métricas de materia se pierden en el Sol cada segundo por este viento solar, pero Betelgeuse pierde materia en un índice miles de millones mayor.

Si Betelgeuse continuara perdiendo materia por su viento estelar según el índice actual, habría desaparecido por completo en el plazo de 16 000 000 de años. No obstante, hay probabilidades de que, mucho antes, Betelgeuse haya expulsado suficiente materia para convertirse en una estrella condensada rodeada por una nebulosa planetaria, o haya estallado formando una supernova. Sospecho que una gran gigante roja sólo puede permanecer en este estado unos 2 000 000 de años.

Esto puede parecernos mucho tiempo, considerando que la civilización humana ha durado menos de 10 000 años. Un período de 2 000 000 de años es doscientas veces más esa duración.

¡Pero no! No estamos hablando del desarrollo de la civilización, sino del desarrollo de la vida. La vida apareció en la Tierra tal vez hace 3 500 000 000 de años, y la vida multicelular quizás hace 800 000 000 de años y la vida terrestre hace sólo 400 000 000 de años. Se tardó más de dos mil quinientos millones de años en pasar del estadio unicelular, y esto es más de mil veces la vida de una gigante roja.

Se podría decir que esa evolución resultó ser en extremo lenta en la Tierra, y que podría ser más rápida en el planeta de Betelgeuse.

En realidad, no podemos decir si el índice de evolución en la Tierra es, o no, típico de la vida en el Universo en general, porque la vida en la Tierra es el único ejemplo del fenómeno que conocemos. Sin embargo, por lo que sabemos de la evolución parece difícil suponer que pueda ser otra cosa que un proceso muy lento. Resulta difícil creer que la vida inteligente pueda desarrollarse durante la breve existencia de una gigante roja.

En ese caso, recordemos que Betelgeuse no fue siempre una gigante roja. Antes de ser una gigante roja, se encontraba en la secuencia principal. Es decir, era una estrella estable como el Sol, que subsistía por la fusión del hidrógeno en el núcleo. Entonces era una estrella relativamente pequeña, con más masa que el Sol, y por lo tanto algo más grande, más brillante y más caliente, pero no una gigante.

¿Por qué, pues, hemos de suponer que la vida tuvo que empezar mientras Betelgeuse era una gigante roja? ¿No tendría sentido suponer que la vida comenzó cuando se encontraba en la secuencia principal, y que la vida evolucionó hasta la inteligencia, y la alta tecnología, durante ese período?

Así pues, cuando Betelgeuse llegó al final de su vida en la secuencia principal y comenzó a evolucionar hacia una gigante roja, los habitantes inteligentes del planeta terroide original (que, naturalmente, giraría en torno de Betelgeuse a una distancia mucho mayor que la Tierra respecto del Sol, puesto que Betelgeuse era la estrella más caliente, pero no a una distancia muchísimo mayor) habrían podido realizar viajes espaciales para alejarse más hacia afuera. El movimiento se efectuaría por etapas porque, aunque la evolución hacia la fase de gigante roja es rápida en comparación con los cambios producidos durante la secuencia principal, sigue siendo de todos modos bastante lenta a escala de la vida humana.

Así, cuando nuestro Sol comience a evolucionar hacia la fase de gigante roja, los seres humanos (o nuestros evolucionados descendientes), si aún existen, podrían desplazarse poco a poco hacia Marte; luego, centenares de miles de años después, hacia Europa; a continuación, un millón de años más tarde hacia Titán, y así sucesivamente. Al tener más masa, Betelgeuse evolucionaría con mayor rapidez que el Sol, pero, de todos modos, no habría ninguna prisa.

Por lo tanto, el distante planeta de la fase de gigante roja de Betelgeuse no contendría la vida inteligente que se hubiese desarrollado allí, sino la vida que hubiese emigrado desde algún planeta interior y que hubiese sido vaporizado físicamente y absorbido por Betelgeuse cuando esa estrella se hubiese expandido.

¡Pero esto no funciona!

En nuestro Sistema Solar, los mundos relativamente cercanos al Sol son esencialmente rocosos, con o sin núcleo metálico, y se puede pensar que podrían albergar vida humana a largo plazo, de una forma natural (como la Tierra), o después de considerables modificaciones tecnológicas, como podrían hacer la Luna o Marte.

Los mundos fuera del cinturón de asteroides, que sobrevivirán al gigante solar rojo, son, sin embargo, de una composición fundamentalmente diferente. Los grandes mundos son principalmente gaseosos, mientras que los mundos pequeños están en su mayor parte helados. Estos mundos no ofrecen demasiadas esperanzas como refugios a largo plazo. Los gaseosos son del todo inconvenientes. Los helados carecen de los elementos rocosos y metálicos que necesitamos.

Naturalmente, se puede pensar que el gigante rojo solar puede calentar Júpiter hasta el punto de que gran parte del mismo se disperse, y podríamos soñar con que se expusiese un núcleo rocoso que fuese una nueva Tierra. Desgraciadamente, no estamos seguros de que exista un núcleo rocoso, ni de lo grande que podría ser, ni de si incluso un Júpiter calentado no seguiría unido o más o menos intacto, gracias a su gran campo gravitatorio.

De los grandes satélites de Júpiter, Ganímedes y Calisto están helados, y en la época de la gigante roja pueden fundirse y dispersarse. Io, con seguridad, es rocoso, pero carece de agua. Calisto es rocoso y posee un océano superficial que rodea todo el mundo (en la actualidad, está helado, por lo menos en la parte superior). La gigante roja podría fundir y vaporizar el océano, que de este modo se perdería en el espacio exterior.

Más allá de Júpiter, todo quedaría intacto, pero los mundos no son realmente atractivos.

Existen muchas razones para pensar que esta pauta general —mundos rocosos cerca de una estrella, y mundos gaseosos o helados lejos de una estrella— es general en los sistemas planetarios. Así pues, se podría suponer que existe la regla de que la vida comienza relativamente cerca de una estrella, y que en la época de la gigante roja, la retirada a las regiones exteriores implicaría una terraformación tan extensa que sería algo prohibitivo.

¿Pero no estamos limitando demasiado el posible avance de la tecnología? La terraformación podría ser muy sencilla para unas especies avanzadas tecnológicamente. Considerando el índice de avance tecnológico en los últimos cien años (desde los planeadores sin motor hasta las sondas de cohetes que han tomado fotografías en primer plano de los anillos de Saturno), ¿qué no podríamos esperar de nosotros mismos en otro centenar de años, por no decir más de un millar?

¿Y quién dice que debemos estar satisfechos, como refugiados, con cualquier mundo que pueda existir en los confines de un sistema planetario? Son sólo acumulaciones de recursos.

Podemos representar a la Humanidad, cuando se acerque la época de la gigante roja solar, viviendo en colonias espaciales artificiales, tan cómodas y agradables como la superficie de la Tierra, y mucho más seguros. Podría no existir jamás el pensamiento de regresar a cualquier mundo. Simplemente, habría que desplazar las colonias, alejándolas del Sol, poco a poco, año a año, siguiendo el ritmo del aumento de intensidad de la radiación solar.

Incluso podríamos imaginarnos a la Humanidad salvando mundos de la destrucción solar, impulsándolos más lejos del Sol de vez en cuando, a fin de mantenerlos como recursos.

Por lo tanto, podríamos imaginar la vida que al principio se desarrolló relativamente cerca de Betelgeuse en sus días de la secuencia principal, viviendo ahora en grandes colonias a cerca de diez mil millones de kilómetros de la estrella, con satélites y asteroides rescatados también en órbita. Incluso podríamos suponer que los habitantes poseyeran métodos para amortiguar las diferencias de radiación recibidas cuando Betelgeuse se expande y contrae. Podrían resguardar las colonias y desviar la mayor parte de la radiación cuando se calentase Betelgeuse, y reunir y concentrar la radiación cuando se enfriase.

¡Tampoco funcionaría!

Todo esto depende de sí realmente hubiese podido iniciarse y desarrollarse vida en el sistema planetario de Betelgeuse mientras esa estrella se encontraba todavía en la secuencia principal.

Consideremos, por ejemplo, nuestro Sol, y al hacerlo no hablemos de miles de millones de años. Resulta difícil captar tan enormes períodos de tiempo. En vez de ello, definamos «6 años largos» como iguales a mil millones de años ordinarios (1 000 000 000). A esta escala, «1 segundo largo» equivale a 31 años.

Empleando esta «medida larga», el Sistema Solar se condensaría a partir de un remolino de polvo y gas primordial en, más o menos, 7 meses largos e iniciaría su existencia en la secuencia principal. Permanecería en la secuencia principal durante unos 72 años largos (aproximadamente la vida media de un ser humano, que es el motivo por el que he elegido esta escala particular), luego pasaría por la fase de gigante roja en no más de 4 días largos y se derrumbaría y convertiría en enana blanca, en cuyo estado permanecería indefinidamente, enfriándose poco a poco.

Si miramos más de cerca la porción de secuencia principal de la vida del Sol, y lo hacemos en años largos, éstos son los resultados.

Los planetas y otros cuerpos fríos del Sistema Solar llegaron a su forma actual sólo de un modo lento, a medida que fueron recogiendo los restos en sus órbitas. El bombardeo de estos restos ha dejado su marca en forma de cráteres meteóricos que cicatrizan todos los mundos donde no están erosionados ni oscurecidos por factores tales como aire, agua, lava volcánica, actividad viva, etcétera. No fue hasta que el Sol tuvo tres años largos de edad cuando este bombardeo acabó esencialmente, y la Tierra y los otros mundos se mostraron ya más o menos en su forma actual.

Cuando el Sol tenía una edad de 6 años largos, las primeras trazas de moléculas, lo suficientemente complicadas para considerarse vivas, aparecieron en la Tierra.

Cuando el Sol tenía 21 años largos de edad, se formó la primera vida multicelular, y los registros de fósiles empiezan a los 24 años largos. El Sol tenía una edad de poco más de 25 años largos cuando la vida pasó a tierra, y ahora tiene un poco más de 27,5 años largos de edad. Para cuando tenga 60 años largos, puede que haga demasiado calor en la Tierra para estar cómodos, y los seres humanos o sus evolucionados descendientes (si aún existen) quizá comiencen a retirarse. Para cuando tenga 72 años largos, nuestro Sol será una gigante roja, aunque no tan grande como es ahora Betelgeuse.

En realidad, no todas las estrellas permanecen en la secuencia principal durante igual espacio de tiempo. En general, cuanta más masa tiene una estrella, mayor es su suministro de combustible nuclear. Sin embargo, cuanta más masa tiene, más rápidamente debe consumir ese suministro de combustible si ha de generar suficiente calor y presión de radiación para impedir derrumbarse bajo la atracción de su mayor masa.

La proporción de gasto de combustible aumenta con mayor rapidez que el abastecimiento del mismo, a medida que la masa aumenta. De ahí se deduce que cuanta más masa tiene una estrella, más corto es el tiempo en la secuencia principal y más rápidamente alcanza la fase de gigante roja.

Consideremos ahora las enanas rojas, que constituyen las tres cuartas partes de todas las estrellas. Se trata de estrellas relativamente pequeñas con masas de 1/5 a 1/2 la del Sol, masa suficiente para producir presiones internas capaces de poner en marcha reacciones nucleares. Consumen gota a gota su relativamente pequeño suministro de combustible, por lo que permanecen en la secuencia principal durante un espacio de tiempo que va desde 450 años largos hasta 1200 años largos.

Eso es una enorme cantidad de tiempo, si se piensa que se cree que el Universo en sí no tiene más que unos 90 años largos de vida en la actualidad. Eso significa que todas las enanas rojas existentes se hallan aún en la secuencia principal. Ninguna ha tenido tiempo todavía de llegar al estado de gigante roja.

Por otra parte, las estrellas que tienen más masa que el Sol permanecen menos tiempo en la secuencia principal. Proción, por ejemplo, que tiene 1,5 veces más masa que el Sol, permanecerá en la secuencia principal durante un total de 24 años largos. Sirio, con una masa 2,5 veces superior a la del Sol, permanecerá en la secuencia principal durante sólo 3 años largos. (Examinaré de nuevo este tipo de cosas, de un modo diferente, en el capítulo final de este libro).

¿Y qué cabe decir de Betelgeuse, que tiene una masa 16 veces superior a la del Sol? Pues permanece en la secuencia principal durante unas 3 semanas largas. Comparemos esto con los 6 años largos (un período de tiempo centenares de veces mayor) que transcurrieron antes de que aparecieran en la Tierra los primeros indicios de vida.

Incluso dando por sentado que nuestro Sistema Solar fuese fenomenalmente lento en desarrollar la vida, resulta difícil imaginar que ésta pudiese desarrollarse en menos de una centésima de ese tiempo.

Y no son sólo los primeros indicios de vida lo que nos interesa. Esperamos que la vida evolucione lentamente hacia formas cada vez más complicadas, hasta que pueda surgir alguna especie con la suficiente inteligencia para desarrollar una tecnología avanzada. La Tierra tardó 27 años largos en conseguir esto. ¿Podría haberlo hecho el planeta de Betelgeuse en 3 semanas largas, no mucho más que 1/500 de ese periodo?

Simplemente, parece no haber ninguna posibilidad de que se hubiese podido desarrollar vida en cualquier planeta que girase en torno de Betelgeuse, o de que pudiera haber ahora allí vida propia. (Digo «vida propia» porque no quiero excluir la posibilidad de que algunos seres con tecnología avanzada, que podrían haberse originado en cualquier otro sistema estelar, hubiesen fundado un observatorio científico en los ámbitos exteriores del sistema de Betelgeuse, a fin de estudiar de cerca a una gigante roja. Si semejante estación tuviese formas de vida en ella, sería mejor que se marchasen y estuviesen a un año luz de distancia el día en que explote Betelgeuse).

Por lo tanto, no hay un Mundo del Sol Rojo en el sentido de Betelgeuse, y no podemos esperar que se origine vida terroide cerca de ninguna estrella apreciablemente con más masa que nuestro Sol. Las estrellas que tienen apreciablemente menos masa que nuestro Sol quedan excluidas por otras razones.

Esto nos deja sólo las estrellas razonablemente cercanas a la masa de nuestro Sol como adecuadas para el desarrollo de una vida terroide. Por fortuna, dichas estrellas constituyen el 10% del total, y eso nos deja un margen considerable.