V. ACTUALIZACIÓN DE LOS SATÉLITES

A medida que se envejece, se tiende a reunir una amplia variedad de reputaciones. Una de las mejores que he conseguido es la de ser «una persona agradable».

Esta reputación me gusta, puesto que significa que la gente me sonríe, me da fuertes apretones de mano y me soba los hombros, y dejan que sus ojos brillen de placer cuando me ven. Las damas de una belleza por encima de lo corriente incluso es probable que pidan permiso para besarme.[2]

Sin embargo, a veces resulta un poco cansado tener editores que protegen su propiedad no permitiéndome gruñir, jurar y rechinar los dientes cuando tengo una urgente necesidad de hacerlo.

Consideremos mi libro Saturn and beyond (Lothrop, Lee and Shepard, 1979). En la época en que lo escribí, no se conocía que Plutón poseyese un satélite. Para cuando me dieron a leer las galeradas, se descubrió el satélite y me apresuré a añadir un par de párrafos para que, cuando apareciese el libro, el satélite plutoniano se encontrase situado en sus páginas de modo adecuado.

Algún tiempo después de su publicación, se hizo una crítica del libro en la que se me castigaba sin misericordia por no haber incluido el satélite. El tono de la crítica era en extremo insultante.

Mi editora realizó una pequeña labor detectivesca y descubrió que el crítico había leído, en realidad, unas pruebas de galeradas en las que figuraba con claridad la indicación de que estaban sin corregir, y era demasiado estúpido para comprender que uno de los propósitos de las pruebas de galeradas es dar al autor una oportunidad para poner al día el material.

La editora no quiso, por alguna razón, que escribiese directamente al crítico. (Tal vez sabía algo acerca de la naturaleza de mi elocuencia). Sugirió que en vez de ello le permitiera interceptar la carta y entregarla luego al crítico.

Estuve de acuerdo, y pronto me volqué en una carta en la que explicaba con detalle la situación. Comencé con un breve ensayo ciceroniano sobre el tema de la «estupidez», y luego examinaba los síntomas y consecuencias de la «senilidad», y concluía con algunas placenteras sugerencias respecto a lo que el crítico podría hacer con varias partes de su cuerpo.

Desgraciadamente (sé que apenas se creerán esto), mi editora se negó a hacer llegar la carta, y en lugar de ésta envió una misiva insulsa de su propia cosecha, en la que dejaba al crítico indemne por completo.

Me dio la excusa de que mi carta no proyectaba correctamente mi imagen «de persona agradable». Mi acalorada explicación de que no me sentía en absoluto como una persona agradable, sino que deseaba sacarle las tripas a aquel hijo de un padre incierto, cayó en oídos sordos.

Pero esto no importa: mis libros quedan anticuados con el tiempo, y uno de los aspectos en que Saturn and Beyond quedó anticuado (al igual que un anterior volumen gemelo, Jupiter, the Largest Planet, Lothrop, 1973) fue en relación con los satélites del Sistema Solar. Pero ahora tengo la oportunidad de poner al día todo este asunto.

Si comenzamos por el Sol y vamos hacia afuera, resulta que Mercurio y Venus carecen en absoluto de satélites, por lo menos que sepamos, y parece bastante seguro que no se descubrirá ninguno de tamaño importante.

La Tierra posee un satélite, la Luna, y parece del todo seguro que no existe un segundo satélite (de origen natural) de ningún tamaño importante. Sin embargo, la Luna es un satélite grande: uno de un total de siete en el Sistema Solar que poseen diámetros que exceden de los 3000 kilómetros. Es muy improbable (dejando aparte el descubrimiento de un gigante gaseoso más allá de la órbita de Plutón) que siga sin descubrir ningún satélite grande. En el último siglo y un tercio, sólo se ha localizado (que yo sepa) uno que tiene más de 200 kilómetros de diámetro.

Marte tiene dos pequeños satélites que se conocen desde hace un siglo, y recientemente han sido fotografiados con detalle.

Esto nos lleva a Júpiter. Posee cuatro grandes satélites, en ocasiones llamados los «satélites galileanos», porque Galileo los descubrió en 1610. Uno de ellos, Ganimedes, es el satélite más grande del Sistema Solar, con un volumen 3,5 mayor que el de la Luna.

Además de los satélites galileanos, Júpiter tiene algunos pequeños satélites y aquí es donde comienza la actualización.

En 1973, cuando se publicó mi libro Júpiter…, se conocían ocho pequeños satélites de Júpiter. (Siento el impulso de llamarles «satelitos», pero me estoy resistiendo a ello). A los satélites de Júpiter a menudo se les numera en el orden de su descubrimiento, con los galileanos J-I a J-IV, y los pequeños desde el J-V al J-XII (como en 1973). La «J», como ya habrán adivinado, es por Júpiter.

En Júpiter…, daba los nombres de los ocho pequeños satélites extraídos de la mitología. En aquella época dichos nombres no eran oficiales, pero di por supuesto que llegarían a serlo. Me equivoqué. Sólo se conservó uno de esos ocho nombres, por lo que debo comenzar mi actualización dando los actuales nombres oficiales de los ocho pequeños satélites, junto con el año de su descubrimiento:

J-V Amaltea 1892

J-VI Himalia 1904

J-VII Elara 1905

J-VIII Pasifae 1908

J-IX Sinope 1914

J-X Lisitea 1938

J-XI Carme 1938

J-XII Ananke 1951

Es costumbre que los nombres de los cuerpos del Sistema Solar se tomen de la mitología griega, y éstos no son ninguna excepción.

Amaltea (el único nombre que usé que se ha conservado y, finalmente, se ha convertido en oficial) fue una de las ninfas que alimentaron al infante Zeus (Júpiter, para los romanos) con leche de cabra, cuando se hallaba oculto en Creta para ponerle a salvo de las canibalísticas tendencias de su padre, Cronos (Saturno). A veces el nombre se da a la cabra que proporcionó la leche. En cualquier caso resulta apropiado para el satélite que estaba más cerca que cualquiera de los otros satélites de Júpiter ya conocidos en la época de su descubrimiento.

Cuando Zeus creció, digamos de paso, regaló un cuerno de la cabra a la ninfa como recompensa, diciéndole que si deseaba algo, no tenía más que meter la mano en el cuerno para conseguirlo. (Esto fue la cornucopia original, de una frase latina que significa «cuerno de la abundancia»). Elara fue una mujer mortal que cayó bajo la mirada del omnímodo Zeus. La escondió bajo tierra para impedir que fuese descubierta por la celosa Hera (Juno), que nunca llegó a acostumbrarse a las propensiones amorosas de su todopoderoso marido, y que practicaba su venganza persiguiendo a cualquiera que pareciese gustarle.

Según algunos relatos, Elara fue la madre de Titius, un enorme monstruo nacido en la Tierra (recuerden que Elara se encontraba bajo tierra), que fue muerto por las flechas de Apolo y que, cuando fue tendido en el Tártaro, ocupó cuatro hectáreas de terreno.

Pasifae fue una nuera de Zeus, por estar casada con su hijo, el rey Minos de Creta. Pasifae es sobre todo conocida por haberse enamorado apasionadamente de un toro de gran belleza. (Sobre gustos no hay nada escrito). Construyó un armazón, y lo cubrió con un pellejo de vaca. Pasifae se metió dentro y muy pronto el toro se montó obedientemente encima de la estructura. A su debido tiempo, Pasifae dio a luz un niño con cabeza de toro, que se convirtió en el famoso Minotauro.

Sinope era otra joven dama que fue abordada por el insaciable Zeus. Él le ofreció cualquier cosa que desease a cambio de su sumisión, y la mujer solicitó una virginidad perpetua. (Ya he dicho que sobre gustos no hay nada escrito).

Carme fue también otra beneficiaria de Zeus, y la madre de Britomarte, una diosa cretense de la pesca y de la caza.

Ananke difiere del resto. Es la personificación divina del Hado o Necesidad: el desarrollo ordenado de los acontecimientos que ni siquiera los dioses pueden alterar, por lo que Ananke es la única divinidad superior a Zeus.

Himalia y Lisitea son unas figuras por completo oscuras, que he logrado descubrir sólo gracias a la amabilidad de algunos de mis lectores. (Los astrónomos o bien son muy versados en mitología, o están lo suficientemente desesperados para rebuscar en grandes compendios de la misma).

En cualquier caso, Himalia era una ninfa de Rodas, que gobernaba las buenas cosechas, y que proporcionó al bueno de Zeus otra buena cosecha: tres hijos.

Lisitea es una ninfa que, en algunos mitos, se identifica como la madre de Dionisos, el dios del vino. Por lo general, la madre que se le atribuye es Semele.

Los ocho pequeños satélites de Júpiter fueron descubiertos por orden de brillo decreciente, como parece razonable. Dado que todos ellos se encuentran a la misma distancia de la Tierra y tienen, probablemente, similar albedo (la capacidad de reflejar la luz), fueron también descubiertos por orden de tamaño decreciente. Así, Amaltea e Himalia tienen un diámetro de unos 170 kilómetros, mientras que Ananke posee un diámetro de tal vez 20 kilómetros.

Pero incluso el más grande es comparativamente pequeño. Los ocho satélites constituyen sólo 1/3000 del volumen de Europa, el más pequeño de los galileanos, o 1/32 000 del volumen de los cuatro satélites galileanos puestos juntos.

Cuatro de los pequeños satélites están agrupados a una distancia particularmente grande de Júpiter. Se trata de Pasifae, Sinope, Carme y Ananke, con distancias medias de Júpiter que van de 20 700 000 kilómetros, en el caso de Ananke, el más próximo, a los 23 370 000 kilómetros en el caso de Sinope, el más alejado.

Es muy probable que esos satélites sean asteroides capturados y constituyen unas relativamente recientes adiciones a la familia de Júpiter. No han tenido aún tiempo de regularizar sus órbitas circularmente y moverse en torno del plano ecuatorial de Júpiter, en especial teniendo en cuenta que, a las distancias que están, el influjo gravitatorio de Júpiter es comparativamente débil. Por lo tanto, las órbitas de los satélites son muy inclinadas y elípticas, y el agrupamiento no es tan rígido como lo sería si todas poseyesen órbitas circulares y girasen en torno del plano ecuatorial de Júpiter.

La órbita más excéntrica es la de Pasifae, lo cual es bastante adecuado si se tienen en cuenta los excéntricos gustos del prototipo mitológico. Pasifae retrocede hasta una distancia de 33 200 000 kilómetros de Júpiter en un extremo de su órbita. Ésta es la mayor distancia conocida de cualquier satélite respecto del planeta alrededor del que gira. Es, por ejemplo, más o menos 85 veces la distancia de la Luna a la Tierra.

Los períodos de revolución de esos satélites son largos, más de 600 días en cada caso. El período de revolución más largo es el de Sinope, como cabía esperar, puesto que posee la mayor distancia media desde Júpiter. Su período es de 758 días, o 2,08 años. Esto es casi 28 veces más el tiempo que tarda la Luna en girar alrededor de la Tierra, y 1,1 veces lo que tarda Marte en dar la vuelta en torno del Sol.

De los restantes pequeños satélites, tres se agrupan un poco más cerca de Júpiter. Himalia, Lisitea y Elara poseen distancias medias de Júpiter de entre 11 000 000 y 12 000 000 de kilómetros.

No obstante, hay una superposición. Elara tiene una órbita que es suficientemente excéntrica para poder alejarse hasta 14 300 000 kilómetros de Júpiter, mientras Pasifae, en el punto más próximo de su órbita, se encuentra a sólo 13 800 000 kilómetros de Júpiter.

Los siete satélites están mucho más lejos de Júpiter que los galileanos. La aproximación más cercana de cualquiera de los siete es la de Elara que, en el punto más próximo de su órbita, se halla a sólo 9 300 000 kilómetros de Júpiter. Sin embargo, esto equivale a cinco veces más lejos de Júpiter que Calisto, el más alejado de los satélites galileanos.

El octavo pequeño satélite, Amaltea, difiere de los demás en que se encuentra más cerca de Júpiter que cualquiera de los galileanos. Se halla a una distancia de sólo 180 000 kilómetros del centro de Júpiter. Esto es menos de la mitad de la distancia de lo, el más cercano de los galileanos, y menos de la mitad de la distancia a la que se encuentra la Luna en relación con la Tierra.

Impulsado por el enorme campo gravitatorio del cercano Júpiter, Amaltea es lanzado en torno del planeta en 11,95 horas, lo que es menos de 1/50 veces el tiempo que tarda la Luna en girar alrededor de la Tierra.

En la época en que escribí Júpiter, Amaltea poseía el segundo periodo más corto de todos los satélites conocidos. Amaltea sólo era vencida por Fobos, el más interior de los dos satélites de Marte. Éste gira en torno de Marte en 7,65 horas, sólo 5 1/8 del período de Amaltea. Fobos gira, en realidad, alrededor de Marte bastante más deprisa que Marte en torno de su eje, por lo que Fobos constantemente se adelanta a la superficie marciana, saliendo por el Oeste y poniéndose por el Este. Dado que Júpiter gira a una sorprendente velocidad de 9,92 horas, Amaltea no se adelanta a la superficie de Júpiter, sino que sale por el Este y se arrastra más bien lentamente hacia el Oeste.

No obstante, Fobos, mientras gira en torno del pequeño Marte, tiene una órbita mucho más corta que la de Amaltea, que tiene que girar alrededor del dilatado globo del poderoso Júpiter. La órbita de Amaltea es casi veinte veces más larga que la de Fobos. Por lo tanto, Fobos, en su órbita en torno de Marte, se desplaza a una velocidad de 2,14 kilómetros por segundo, mientras que Amaltea, en su rápida carrera alrededor de Júpiter, va a una velocidad de

26,3 kilómetros por segundo. (Como comparación, la Luna gira alrededor de la Tierra a una velocidad media de sólo 1 kilómetro por segundo).

Pero Júpiter se publicó en 1973, y en 1974 se descubrió un decimocuarto satélite de Júpiter, por observaciones realizadas en la Tierra. Formaba parte del grupo Himalia, como se denominan los pequeños satélites exteriores a los galileanos, pero no totalmente exterior. Esto aumentó el número de este grupo, pasando de tres a cuatro.

La razón de que este nuevo satélite no se descubriese antes es que era el más pequeño. En realidad, tenía sólo 10 kilómetros de diámetro, y hasta hoy sigue siendo el satélite más pequeño que se ha descubierto.

Se le llamó Leda, que, en la mitología griega, era una reina de Esparta que fue pretendida por Zeus. El dios adoptó la forma de un cisne para este propósito, dando así ocasión a cierto número de representaciones artísticas de bestialidad. El resultado fue que Leda puso dos huevos y, de cada uno de ellos, salieron dos bebés. El más famoso de los bebés fue el que, con el tiempo llegan a ser conocida como Helena de Troya.

Luego llegó la época de la sondas y, en 1979, se descubrieron tres nuevos satélites de Júpiter, todos ellos más cercanos a Júpiter que los satélites galileanos. Esto representaba una simetría más bien desconcertante. En la actualidad existen 16 satélites de Júpiter: 4 pequeños más cerca de Júpiter que los galileanos; 4 galileanos grandes; 4 pequeños más alejados que los galileanos, y 4 más pequeños y más alejados aún. Indudablemente, se producirá un nuevo descubrimiento que romperá la simetría, lo cual me parecerá una vergüenza, porque me gusta la simetría.

Los satélites más recientemente descubiertos, Adrastea,[3] Tebes y Metis, poseen unos diámetros estimados de unos 25, 80 y 40 kilómetros respectivamente, y uno se pregunta por qué costó tanto descubrirlos cuando Lisitea, con un diámetro de sólo 20 kilómetros, fue descubierto ya en 1938.

La respuesta es que esos satélites que están tan cerca quedan inundados por la luz del gigante Júpiter, y sólo pueden verse con la visión más cercana facilitada por las sondas. Amaltea, el único satélite de los que están cerca que puede descubrirse desde la Tierra, tiene 170 kilómetros de diámetro, mucho más grande que los otros, y fue descubierto ya en 1892 por un astrónomo de una casi legendaria agudeza de visión.

El más cercano a Júpiter de todos los satélites (por lo menos según sabemos hoy) es Metis, que se encuentra a sólo 128 000 kilómetros del centro del planeta, aunque Adrastea se encuentra muy cerca de esto, a sólo 129 000 kilómetros. El período de revolución de Metis es de 7,07 horas, mientras que el de Adrastea es de 7,13 horas. Ambos han arrebatado el récord a Fobos, puesto que realizan su viaje en torno del planeta en media hora menos que Fobos.

La velocidad orbital de esos dos satélites interiores de Júpiter es tan rápida como de 31,6 kilómetros por segundo, y los dos son más veloces que Júpiter en su rotación. Si alguien pudiese mirar esos satélites desde la nubosa superficie de Júpiter, parecerían como Fobos, salir por el Oeste y ponerse por el Este.

Avancemos ahora hasta Saturno. Durante las siete primeras décadas del siglo XX se creyó que tenía nueve satélites. Uno de ellos, el sexto contando desde Saturno, es un gran satélite llamado Titán. (En volumen es sólo el segundo, detrás de Ganimedes, y aún resulta más notable al ser el único satélite conocido que posee una atmósfera, y, además, una que es más densa que la de la Tierra). Titán tiene un volumen diez veces mayor que el de todos los demás satélites saturnianos juntos.

Los otros satélites saturnianos, aunque considerablemente más pequeños que Titán, son todos mayores que cualquiera de los satélites de Júpiter, dejando aparte los galileanos. Rea posee un diámetro de 1530 kilómetros, por ejemplo, y el de Japeto es de 1460 kilómetros. El más pequeño de los nueve satélites saturnianos es Febe, que es el más distante y, cosa no sorprendente considerando su tamaño, fue el último en ser descubierto. Posee un diámetro de 220 kilómetros, y se localizó por primera vez en 1898. [4]

¿Por qué carece Saturno de los realmente pequeños satélites que Júpiter posee en abundancia? La explicación obvia es que Saturno está dos veces más lejos de nosotros que Júpiter, y que, por tanto, los satélites más pequeños son mucho más difíciles de ver. Probablemente existen, pero no se han descubierto.

En 1967 se informó de un pequeño satélite saturniano y se le llamó Jano, algo que ya he descrito en «Little Found Satellite», en The Solar System and Back (Doubleday, 1970). Por desgracia, se probó que se trataba de un error, y en este ensayo actualizo este asunto: ¡borren a Jano!

Sin embargo, en 1980, las sondas que fotografiaron Saturno desde cerca localizaron no menos de ocho nuevos satélites saturnianos, cada uno de ellos más pequeño que Febe. El mayor de los ocho tiene un diámetro ligeramente superior a los 200 kilómetros, mientras que los más pequeños tienen sólo unos 15 kilómetros de diámetro como promedio. A ninguno de los ocho se les ha puesto aún nombre.

Cinco de los ocho satélites saturnianos recientemente descubiertos están más cerca de Saturno que Mimas. (Mimas es el más cercano de los satélites ya establecidos desde hace mucho tiempo; se descubrió por vez primera en 1789 y posee un diámetro de unos 390 kilómetros).

El más cercano de los satélites saturnianos que se conocen actualmente se halla a sólo 137 000 kilómetros del centro de Saturno (no tan cerca como el más cercano de los satélites jovianos respecto de su planeta). Gira alrededor de Saturno en 14,43 horas. Esto es el doble del período de los satélites de Júpiter más próximos, pero Saturno, al ser menor que Júpiter tiene un campo gravitatorio menos intenso.

De los cinco satélites más cercanos a Saturno, los dos menos cercanos ofrecen algo verdaderamente asombroso y, en realidad, hasta ahora sin precedentes. Son coorbitales, es decir, que comparten la misma órbita, persiguiéndose sin cesar uno a otro alrededor de Saturno. Se encuentran a una distancia de 151 000 kilómetros de Saturno, y giran en un período de 16,68 horas. Fueron esos dos satélites, que se tomaron por un solo cuerpo, los que se dieron a conocer en 1967 como tratándose de Jano.

Los tres restantes satélites saturnianos, recientemente descubiertos, que se encuentran dentro del sistema de los nueve satélites conocidos desde hace tiempo, representan otras situaciones sin precedentes.

Se descubrió que el satélite Dione, conocido desde hace mucho tiempo, localizado por primera vez en 1684, poseía un insospechado pequeño compañero coorbital. Mientras que Dione tiene un diámetro de 1120 kilómetros, el compañero (al que debería llamársele Dione-B), posee un diámetro de sólo unos 30 kilómetros. Dione-B gira en torno de Saturno en un punto 60 grados por delante de Dione, de modo que Saturno, Dione y Dione-B se encuentran en los vértices de un triángulo equilátero. Ésta es la «situación troyana» (véase «The Trojan Hearse», en View from a Height. Doubleday, 1963).

Hasta 1980, los únicos ejemplos conocidos de situación troyana incluían el Sol, Júpiter y algunos asteroides coorbitales con Júpiter. Algunos de estos asteroides giraban alrededor del Sol 60 grados por delante de Júpiter, en la posición «L-4», y algunos a 60 grados por detrás de Júpiter, en la posición «L-5».

Dione-B se halla en la posición L-4 respecto a Dione.

Pero aún más asombroso resulta el caso de Tetis, que se descubrió el mismo año que Dione y tiene un diámetro de 1060 kilómetros. Los dos restantes satélites saturnianos recientemente descubiertos, cada uno de ellos con un diámetro de 25 kilómetros, son ambos coorbitales con Tetis.

Uno, Tetis B, se encuentra en la posición L-4 respecto del mismo, y el otro, Tetis-C, se halla en la posición L-5.

De una forma clara, la familia de satélites de Saturno es la más rica y más compleja en el Sistema Solar, por lo que conocemos hasta ahora. Esto probablemente es parte del mismo fenómeno que proporciona a Saturno los anillos más espectaculares del Sistema Solar.

No se han producido nuevos descubrimientos de satélites de Urano y Neptuno en el último tercio de siglo (ya que aún no se ha enviado sondas hasta ellos), aunque los anillos de Urano han sido recientemente descubiertos (véase «Rings and Things», en The Road to Infinity, Doubleday, 1979).

Urano tiene cinco satélites. Cuatro de ellos se conocen desde hace más de un siglo, y poseen diámetros que van de 1000 a 2000 kilómetros. El quinto es Miranda, más cercano y más pequeño que los otros. Fue hallado en 1948, posee un diámetro de unos 300 kilómetros y gira alrededor de Urano a una distancia de unos 130 000 kilómetros.

Neptuno tiene dos satélites. Uno de ellos es un satélite grande, Tritón, con un diámetro de unos 4400 kilómetros de modo que es más grande que nuestra Luna. Fue hallado sólo unas semanas después de que se descubriera el mismo Neptuno.

El segundo satélite de Neptuno, Nereida, se descubrió en 1949 y posee asimismo un diámetro de unos 300 kilómetros. Nereida es notable por poseer la órbita más excéntrica de todos los satélites. En un extremo de su órbita llega a sólo 1 390 000 kilómetros de Neptuno, mientras que en el otro extremo se aleja hasta una distancia de 9 734 000 kilómetros.

Y lo que es más, los últimos datos que he podido encontrar respecto del período orbital de Nereida han sido los de 365,21 días, 0,9999 de año.

Imagínense qué hubiera sucedido si Neptuno y Nereida fuesen visibles sin ayuda de instrumentos y los seres humanos pudiesen ver este último girando en torno del primero. No hubiera llevado mucho tiempo, incluso a los hombres prehistóricos, comprobar que Nereida marcaba con gran precisión el ciclo de las estaciones.

Hubiéramos acabado con un bonito calendario neptuniano completo, hasta con años bisiestos, mucho antes del neolítico. Sólo el cielo sabe lo que esto hubiera impulsado las matemáticas, la ciencia y la tecnología, y dónde estaríamos ahora como resultado de todo ello.

Si eso hubiese sucedido, la existencia de Nereida habría sido un claro ejemplo de la benigna providencia de Dios, y los científicos hubieran encontrado muy duro decir «Oh, se trata sólo de una coincidencia». Sin embargo, dado que la benigna providencia dispuso que esta asombrosa coincidencia siguiese invisible hasta nuestra actual generación, el asunto no se planteó.

Extrañamente, el descubrimiento de satélite más asombroso de los últimos años no tiene nada que ver con las sondas. Se realizó desde la superficie de la Tierra. El 22 de junio de 1978 se descubrió que Plutón, el más distante de los planetas, poseía un satélite. Se le llamó Caronte, por el barquero que transportaba las sombras de los muertos al otro lado de la laguna Estigia, hacia el reino de Plutón, en el Hades.

El satélite resultó ser sorprendentemente grande: tiene, al parecer, un diámetro de 1300 kilómetros.

El diámetro del mismo Plutón ha sido materia de controversia desde que se descubriera en 1930. Antes de su descubrimiento, se suponía que otro planeta exterior sería un gigante gaseoso, como los demás. Una vez descubierto, se vio que Plutón era sorprendentemente apagado, por lo que tenía que ser más pequeño de lo que se creía. Con cada nueva evaluación, su tamaño disminuía. Llegó a parecer no más grande que la Tierra, y luego no más grande que Marte.

Una vez descubierto Caronte, la masa total de Plutón y Caronte pudo ser calculada a partir del período de revolución y de la distancia entre ambos. Por el brillo comparativo de los dos, pudieron determinarse las masas separadas y, suponiendo que la densidad sería la del hielo, se pudo estimar el diámetro. Se descubrió entonces que Plutón tenía un diámetro de unos 3000 kilómetros y que, por lo tanto, era un poco más pequeño que Europa, el más pequeño de los grandes satélites.

Hagamos ahora una aclaración.

Cada planeta es más voluminoso que todo el material de sus satélites. Mercurio y Venus son infinitamente más voluminosos que sus satélites, puesto que no tienen ninguno, mientras que Marte es 15 500 000 veces más voluminoso que sus dos satélites juntos. Júpiter es unas 8500 veces más voluminoso que todos sus satélites reunidos, y Saturno es unas 8800 veces más voluminoso que su sistema de satélites.

Urano lo hace algo mejor, al no tener grandes satélites, y es cerca de 10 000 veces más voluminoso que su sistema de satélites. Neptuno, con un gran satélite, y al ser él mismo el más pequeño de los cuatro grandes gigantes gaseosos, lo hace un poco peor y es sólo 1350 veces más grande que sus dos satélites juntos.

Podemos sacar como conclusión, a partir de este registro de siete de los nueve planetas, que existe una ley cósmica según la cual cualquier planeta debe ser, por lo menos, 1000 veces más voluminoso que todos sus satélites juntos.

Pero luego llegamos a la Tierra, y ¡atención! La Tierra es sólo 50 veces más voluminosa que la Luna.

Los terrícolas están, con razón, orgullosos de esto, y el poseer un satélite tan grande ha resultado muy útil, considerando lo que ha ayudado al avance intelectual de la especie humana (véase «The Triumph of the Moon», en The Tragedy of the Moon, Doubleday, 1973). Creemos ser lo más cercano a un planeta doble en el Sistema Solar, e incluso publiqué una vez un libro acerca del sistema Tierra-Luna, al que llamé The Double Planet (AbelardSchuman, 1960).

Pues bien, he aquí un caso en el que tengo que actualizar incluso el titulo de un libro, puesto que Plutón es sólo doce veces más voluminoso que su satélite, y Plutón-Caronte está más cerca de un planeta doble que la Tierra-Luna.

Es una lástima.