2. Las estrellas

Los nombres antiguos

Los nombres de estrellas concretas mencionados al final del capítulo precedente nos llevan a la cuestión de los nombres de las estrellas en general. ¿Qué es lo que determina el nombre que se aplicará a una estrella?

Algunas de las estrellas (no muchas) recibieron en la antigüedad nombres que se inspiraron en el aspecto de las mismas en el firmamento. En la tabla 3 se relacionan algunas de las estrellas que poseen nombres propios, junto con la constelación en que se encuentra cada una.

Y ¿en qué forma se decidían tales nombres? He aquí cómo:

Hay en el firmamento dos estrellas bastante brillantes, separadas entre sí sólo unos 4 grados, y de aspecto muy similar. A cualquiera le parecería a primera vista que se trataba de dos estrellas gemelas y, en efecto, la constelación formada alrededor de ellas es Gemini (los Gemelos). En los antiguos mitos griegos había una pareja de famosos gemelos, Cástor y Pollux. Parece natural que los griegos llamasen a una de las estrellas Cástor y a la otra Pollux, y nosotros seguimos todavía hoy conociéndolas por esos nombres.

La estrella más brillante del firmamento se llama Sirius (Sirio), nombre derivado de una palabra griega que significa «resplandeciente» o «ardiente», lo cual parece adecuado para una estrella tan brillante.

Tenemos luego una estrella tan próxima al polo norte celeste que describe alrededor de éste un círculo pequeñísimo, y apenas parece cambiar su posición en el firmamento. Se la conoce en el lenguaje actual como la Estrella del Norte o Estrella Polar, pero su nombre es Polaris, palabra latina que significa «Polar».

Sin embargo, en los tiempos antiguos las estrellas recibían nombres basados principalmente, no en sus propiedades individuales concretas, sino en la posición que ocupaban en las imágenes ideadas para las diversas constelaciones. Por ejemplo, a pequeña altura sobre el horizonte meridional se halla la constelación de Argos, nombre dado a la misma por los griegos en memoria del barco que llevó a Jasón y a sus argonautas en su búsqueda del Vellocino de Oro. El nombre del timonel del Argos era Kanopos en griego, y Canopus en latín. A una brillante estrella de la constelación se le dio el nombre del timonel y, puesto que los astrónomos usan siempre las denominaciones latinas, se la llama Canopus. Desde los tiempos antiguos, la constelación de Argos se ha fraccionado en otras agrupaciones de estrellas menores y más manejables y la parte en que se halla incluída Canopus se llama ahora Carina (la «Quilla» del Argos).

La constelación de Auriga (el Cochero) se suele representar como un hombre que lleva en la mano las riendas de un carro, mientras sostiene en su regazo a una cabra y sus crías. Se sitúa a la cabra en la posición de una brillante estrella a la que se llamó Capella, palabra latina que significa «cabrita».

La constelación de Virgo se suele representar con una joven con una gavilla de mies en sus brazos. (El Sol se encuentra en Virgo a principios de septiembre cuando los agricultores se están preparando para la recolección). La gavilla de mies se sitúa en la posición de una brillante estrella a la que se llama Spica, la palabra latina que corresponde a «espiga».

La estrella resplandeciente, Sirius, forma parte de la constelación Canis Maior, el Can Mayor. Por esta razón, algunas veces se llama a Sirius la Estrella del Perro. En la vecina constelación de Canis Minor hay otra estrella brillante, que siempre va delante de Sirius a medida que gira el firmamento. Como esta estrella sale siempre un poco antes que Sirius (la Estrella del Perro), recibió el nombre de Procyon, de una frase griega que significa «delante del perro».

La constelación de Bootes, el Boyero, está situada muy cerca de Ursa Maior, la Osa Mayor. El Boyero parece estar vigilando de cerca a la Osa Mayor para impedir que ésta haga algún daño. Una estrella brillante de Bootes se llama, por tanto, Arcturus, nombre derivado de palabras griegas que significan «guardián de la osa».

Otra estrella de la constelación de Leo, el León, es Regulus, palabra latina que significa «reyezuelo» o «pequeño rey»; es un nombre adecuado para una estrella situada en una constelación en la que se ve representado el rey de los animales.

La constelación de Orión, que recibe su nombre del de un gigantesco cazador de la mitología griega, contiene varias brillantes. Una de ellas es Bellatrix, palabra latina que significa «mujer guerrera». No está clara la razón de este nombre.

Hay una estrella cuyo nombre se deriva no de la constelación en que está, sino de un planeta. El planeta Marte, cuyo brillo rojizo recuerda la sangre, lleva muy adecuadamente el nombre del dios latino de la guerra. Los griegos le habían dado el nombre de su propio dios de la guerra, Ares. Una de las estrellas de Scorpius tiene un aspecto rojizo muy parecido al de Marte. Por consiguiente, los griegos la llamaron Antares, que significa «rival de Marte».

Todas las estrellas que hemos mencionado hasta aquí se hallan entre las más brillantes del firmamento. Naturalmente, éstas son las que atraen la atención y las que reciben nombres propios. También hay algunas, más débiles, que reciben nombre si llaman la atención por alguna razón que no sea la del puro brillo.

Por ejemplo, hay en la constelación de Taurus un pequeño grupo de estrellas no muy brillantes. Ninguna del grupo sería muy notable si estuviera aislada; pero, al formar un grupo, atraen la atención. No hay en el firmamento ningún otro grupo semejante visible a simple vista (aunque, cuando se utiliza el telescopio, se perciben muchos grupos bastante más notables).

Los griegos dieron a este grupo de estrellas el nombre de Pléyades, por las siete hijas de la ninfa Pleione, de su mitología. (La mayor parte de las personas sólo consiguen distinguir seis estrellas en este grupo, pero hay en él una séptima y, desde luego, el telescopio pone de manifiesto varios centenares más, que forman parte del grupo, pero que, individualmente, son demasiado débiles para poderse ver). A cada una de las siete estrellas de las Pléyades que los antiguos lograban distinguir se le dio el nombre de una de las hijas de Pleione; Alcyone, o Alción es el nombre de la más brillante de ellas.

Otro ejemplo de estrella bastante débil que, sin embargo, ha recibido un nombre propio, es Mira, palabra latina que significa «maravillosa». La razón por la que se la llamó así es porque, a diferencia de otras estrellas, Mira exhibía variaciones de brillo, oscureciéndose de tiempo en tiempo y recuperando luego su brillo otra vez.

El número de estrellas con nombres cuyos orígenes se pueden remontar a los antiguos griegos y romanos es sorprendentemente pequeño. La mayor parte de las estrellas distinguidas con nombre propio lo tienen derivado de otra lengua completamente distinta que, a primera vista, resultaría sorprendente para la mayor parte de los occidentales. En efecto, la mayoría de las estrellas tienen nombres árabes.

Durante la Edad Media, los astrónomos importantes eran los árabes, y ellos dieron nombre a muchas de las estrellas. Los nombres que emplearon eran naturalmente árabes y, aunque muchos de ellos han llegado a nosotros algo deformados, todavía es posible reconocer en ellos su lengua de origen.

Por ejemplo, una brillante estrella de la constelación de Aquila se llama Altair, nombre procedente de palabras árabes que significan simplemente «la estrella».

Muchos de los nombres árabes describen la posición ocupada por la estrella en las figuras imaginarias que la constelación sugiere. La estrella brillante que marca la pierna izquierda de Orión es Rigel, palabra árabe que significa «pierna». La estrella que hay en el hombro derecho de Orión es Betelgeuse; de una expresión árabe que significa «hombro del gigante».

En el extremo meridional de las líneas curvadas de estrellas que forman la constelación de Eridanus (Erídano, o el Río), se encuentra Achernar, cuyo significado en árabe es «extremo del río». Y en un extremo de la constelación Piscis Australis (Pez Austral) está Fomalhaut, cuyo nombre se deriva de las palabras árabes que significan «boca del pez».

Una estrella situada en un extremo de la constelación de Cygnus (Cisne) es Deneb, de la palabra árabe que significa «cola». En la constelación de Taurus existe una brillante estrella que sigue inmediatamente a las Pléyades en la rotación del firmamento. Es Aldebaran, de una palabra árabe cuyo significado es «el seguidor». Los árabes veían la constelación Lyra (la Lira) como un buitre que caía, y una estrella brillante de esa constelación es Vega, de una palabra árabe que significa «caída».

Hay en Ursa Maior dos estrellas próximas entre sí, una de las cuales es mucho más débil que las demás. Ésta más débil es Alcor, nombre derivado de una palabra árabe que significa «la débil». La otra, cuya luz, más intensa enmascara a la estrella más débil, es Mizar, palabra árabe que significa «velo».

Finalmente, tenemos la estrella Algol, en la constelación de Perseus. Una de las grandes hazañas de Perseo, según los mitos griegos, fue dar muerte a la Medusa, ser monstruoso que tenía serpientes en lugar de cabellos, y cuyo aspecto era tan espantoso que cualquiera que lo mirase quedaba petrificado. Esta constelación se dibuja generalmente representando a Perseo con la cabeza de Medusa en la mano, y Algol está en dicha cabeza, de modo que algunas veces, y por esta razón, se la llama la «estrella del demonio». El significado de Algol no resulta oscuro en absoluto, ya que se deriva del nombre de un demonio especialmente desagradable de la mitología árabe: el «ghoul».

Los nombres modernos

En total son sólo unos cuantos cientos las estrellas que tienen nombres propios (principalmente árabes) entre las aproximadamente seis mil que se pueden ver a simple vista en el firmamento, pero aún así es casi imposible recordar estos nombres, o saber dónde se encuentran en el firmamento las estrellas que los llevan. Además, las estrellas del cielo austral, que los astrónomos antiguos y medievales no podían ver, nunca recibieron nombre alguno.

Cuando los navegantes europeos vieron por primera vez en el cielo a Alpha Centauri, era para ellos una estrella sin nombre. Tampoco hubo nadie que tratara de asignarle un sencillo nombre griego, latino o árabe, para equipararla a las estrellas conocidas de más antiguo. Por entonces ya se había empezado a reconocer la necesidad de idear algún sistema de nomenclatura que resultase más útil para los astrónomos.

La primera persona que trató de utilizar un sistema lógico fue un astrónomo alemán llamado Johann Bayer, que publicó en 1603 un atlas de mapas estelares, en el que introdujo su sistema.

Lo que hizo fue denominar a las estrellas brillantes de cada constelación por orden de brillo o, a veces, por orden de posición en aquélla. Empleando cualquiera de estos dos criterios, las relacionó como «la primera estrella de la constelación de Orión», «la segunda estrella de la constelación de Orión», etc., con la salvedad de que lo hizo en una forma bastante más concisa.

Para indicar el orden, empleó las letras del alfabeto griego. Para la primera estrella de la lista usaba la primera letra; para la segunda estrella, la segunda letra; para la tercera, la tercera, y así sucesivamente. En la tabla 4 hallará el lector todas las letras del alfabeto griego, algunas de las cuales han llegado a ser familiares para las personas interesadas en la observación de los astros a través de los nombres de las estrellas en que entran tales letras.

Según el sistema de Bayer, la primera estrella de Orión habría sido (si en él se hubiera usado el castellano) «Alpha de Orión»; la segunda habría sido «Beta de Orión», etc.

Bayer, sin embargo, utilizó el latín, y en esta lengua, cuando se desea indicar posesión o pertenencia, no se emplea una preposición, como ocurre en castellano, sino que se cambia la determinación y se utiliza el genitivo.

El genitivo de Orión es Orionis, de modo que en vez de decir «Alfa de Orión» decimos «Alpha Orionis». Las estrellas que siguen en orden a ésta son «Beta Orionis», «Gamma Orionis», y así sucesivamente. Algunas veces se usa el símbolo griego de la letra, de modo que entonces podemos escribir α-Orionis, ß-Orionis, etc.

En esta tabla se da una lista de las formas genitivas de algunos de los nombres de constelaciones (no se incluyen todas ellas, pero sí aquellas que tendremos ocasión de usar en este libro). Así pues, para dar ejemplos del sistema de Bayer, en la tabla 6 se repiten las estrellas ya mencionadas en la tabla 3, dando sus nombres en las dos formas. La única estrella de la tabla 3 que no aparece en la 6 es Alcor. Hay para ello una razón de la que nos ocuparemos en breve.

La mayoría de las estrellas de la tabla 6 son Alfas, lo cual no es realmente sorprendente. Eran las estrellas más brillantes de cada constelación las que tenían más probabilidades de atraer la atención y de recibir nombres, y como Bayer frecuentemente relacionó las estrellas por orden de brillo, fue generalmente la más brillante de todas la que recibió el nombre o designación de Alfa.

Tal vez al lector le parezca que el sistema de Bayer es innecesariamente complicado. ¿No es más fácil decir Spica que Alpha Virginis, o Polaris que Alpha Ursae Minoris?

Efectivamente lo es, pero el uso del sistema de Bayer nos dice automáticamente el lugar en que la estrella está. Nos dice que Spica está en Virgo, y Polaris en Ursa Minor. También nos dice algo más acerca de ellas. Nos informa de que cada una de ellas es la más brillante de su constelación.

Es más, el sistema de Bayer se puede emplear también para estrellas más débiles, estrellas que jamás recibieron nombre alguno de los griegos, los romanos ni los árabes. Podemos hablar de estas estrellas débiles e innominadas, que sean importantes o interesantes por una u otra razón, mencionándolas concretamente como Epsilon Eridani, Tau Ceti, Chi Orionis, Zeta Doradus, o Psi Aurigae.

(En este libro, sin embargo, cuando una estrella determinada tenga nombres alternativos, empleamos siempre el que sea más familiar. Así, aun cuando Beta Orionis es un nombre más formal que Rigel, la verdad es que casi todo el mundo —incluidos los astrónomos— habla siempre de ella dándole el nombre de Rigel).

El mayor inconveniente del sistema de Bayer es que en el alfabeto griego sólo hay 24 letras, mientras que, por término medio, hay unas 70 estrellas visibles por constelación. Si quisiéramos atender a todas por el sistema de Bayer, tendríamos que empezar a usar combinaciones de letras, y la cosa llegaría a ser complicada.

Por otra parte, en 1609, sólo seis años después de que Bayer estableciese su sistema, Galileo Galilei (usualmente conocido sólo por su nombre de pila) ideó un telescopio que inmediatamente apuntó al firmamento. Rápidamente se hizo obvio que existía un número de estrellas mucho mayor que el de las que se podían ver a simple vista. ¿Cómo se las iba a denominar?

El astrónomo inglés John Flamsteed recurrió en 1712 a los números en lugar de las letras. En cada una de las 54 constelaciones que podía ver desde su laboratorio acechó el momento en que cada estrella llegaba a su punto más alto en el firmamento (al girar éste) y les asignó números en el orden de su paso por dicho punto.

Flamsteed aplicó su sistema de numeración a Cygnus, por ejemplo, y llamó «61 Cygni» a la estrella de dicha constelación que pasaba en el puesto 61 por ese punto de máxima elevación. Casualmente, ésta resultó ser una estrella interesante, que volveremos a mencionar más adelante en este libro. También la estrella Alcor, tan oscura que Bayer nunca pensó en atribuirle un nombre de letra griega (razón por la que no figura incluida en la tabla 6), recibió de Flamsteed un nombre numérico. Esta estrella es «80 Ursae Maioris».

Otros ejemplos de estrellas denominadas según el sistema de Flamsteed son «70 Ophiuchi», «107 Piscium», «61 Virginis», «55 Cancri» y «14 Herculis». Tales nombres dicen al astrónomo no sólo la constelación en que está situada la estrella, sino incluso algo acerca de su emplazamiento dentro de la constelación.

Como es lógico, a medida que se fueron perfeccionando los telescopios se pudieron ir viendo en cada constelación estrellas por millares. Las estrellas poco brillantes vinieron a ser conocidas por sistemas complicados, que indicaban dónde se las podía encontrar en ciertos catálogos estelares, o por símbolos que indicaban su declinación exacta. Una estrella podía llamarse, por ejemplo, «Lacaille 9352» haciendo referencia a Nicolas Louis de Lacaille, que preparó un importante catálogo de estrellas en 1757, o «Ross 780», o «CD-46° 11,909».

Algunas veces puede darse a una estrella el nombre de su descubridor, como «la Estrella de Barnard», del nombre del astrónomo norteamericano Edward Emerson Barnard. Aunque éste no descubrió realmente dicha estrella, fue el primero en darse cuenta de que la misma tenía una interesante propiedad que más tarde estudió en un libro. De ello dio noticia en 1916.

Actualmente, los astrónomos usan todos estos sistemas. Para las estrellas que tienen nombres corrientes, éstos son los que se emplean. Cuando tales nombres no existen, se denomina a las estrellas por el sistema de Bayer cuando son brillantes, a las débiles por el de Flamsteed, y a las muy débiles por el sistema de los catálogos.

Ahora podemos volver a las dos estrellas brillantes de la constelación de Centaurus, que los europeos observaron por primera vez en el siglo XV. Naturalmente, no había para ellas nombre griego ni latino, puesto que ningún europeo de la antigüedad había dado nunca noticia de ellas.

No cabe duda de que en alguna ocasión algún astrónomo árabe tuvo que llegar suficientemente lejos hacia el sur para verlas, porque la más brillante tiene un nombre árabe. Dado que aparece en la pata del Centauro, según la representación habitual de la constelación, la llamaron «Rigil Kentaurus», de una frase árabe que significa «Pata del Centauro». Frecuentemente se hace referencia a ella como «Rigil Kent», para abreviar. Sin embargo, este nombre no era familiar para los europeos y, prácticamente, nunca se usa, excepto en algunos libros de astronomía.

La tendencia natural era la de nombrarla por el sistema de Bayer, una vez que éste había sido inventado. La más brillante de las dos estrellas claras de Centaurus recibió, por consiguiente, el nombre de «Alpha Centauri». Éste es el nombre que se emplea casi universalmente, y que da título a este libro.

La segunda en brillo de las estrellas de Centaurus figura en algunos libros con el nombre de Agena o de Hadar, pero casi siempre se la menciona con el de Beta Centauri, como en este libro.

Las estrellas más brillantes

Ahora que ya sabemos la razón por la que Alpha Centauri es conocida con este nombre, veamos cómo es en comparación con otras.

Una de las primeras diferencias que se perciben entre las estrellas cuando se mira al cielo es que algunas son más brillantes que otras.

Alrededor del año 130 a. C., el astrónomo griego Hiparco dividió a las estrellas en seis clases o categorías de brillo, al as que en la actualidad denominamos «magnitudes». Las estrellas más brillantes del cielo son de «primera magnitud». Las que son un poco más oscuras o débiles, son de «segunda magnitud»; otras aún más débiles, de «tercera magnitud»; a continuación vienen las de cuarta y quinta, hasta que, finalmente, las estrellas más débiles que se pueden percibir a simple vista son de «sexta magnitud».

Los primeros astrónomos contaron unas veinte estrellas entre las de primera magnitud. Desde entonces, otros astrónomos posteriores han añadido a la lista algunas otras estrellas de primera magnitud que los astrónomos antiguos nunca vieron. Por ejemplo, Alpha Centauri y Beta Centauri son ambas estrellas de primera magnitud que no figuran en ninguna de las listas antiguas. (Están casi tan próximas entre sí como Cástor y Póllux y, en conjunto, las dos estrellas brillantes de Centaurus brillan más que las dos principales de Gémini. Si los antiguos hubieran podido ver claramente a Centaurus, podrían haber aprovechado esto para formar la constelación de «los Gemelos»).

Luego están también las dos estrellas más brillantes de Crux, que son de primera magnitud y que no fueron incluidas en las listas de los antiguos, puesto que no las veían. Estas dos estrellas son Alpha Crucis y Beta Crucis. Algunas veces, por abreviar se las llama Acrux y becrux, pero éstos no son nombres familiares, y en este libro utilizaremos para ellas los nombres de Bayer.

En la tabla 7 podrá encontrar el lector las veintidós estrellas que actualmente se consideran las de primera magnitud del cielo. Aparecen relacionadas en orden de declinación, de norte a sur.

Las estrellas de primera magnitud se encuentran distribuidas por todo el firmamento de un modo bastante uniforme. Desde el polo norte sería posible ver las once que tienen declinaciones positivas, y desde el polo sur las once que tienen declinaciones negativas. Naturalmente, desde un punto situado en el ecuador podrían verse todas.

La estrella de primera magnitud situada más al norte, Capella, tiene una declinación de + 46,0°, de modo que se la puede ver desde cualquier punto que se halle al norte del paralelo 54° S. La única tierra habitada que queda al sur de este paralelo es el extremo más austral de Suramérica. La estrella de primera magnitud situada más al sur, Alpha Crucis, tiene una declinación de – 62,8°, lo cual significa que no puede ser vista desde ningún punto situado más al norte que la ciudad de Miami, Florida.

En consecuencia, desde las tierras habitadas de la Zona Tropical y de la Zona Templada Meridional podemos ver en el cielo las veintidós estrellas de primera magnitud. Hemos de llegar a la zona templada septentrional para empezar a perder alguna. Desde cualquier punto situado más al norte que la ciudad de Richmond, Virginia, es imposible ver las cinco estrellas de primera magnitud situadas más al sur…, y entre ellas figura Alpha Centauri.

Obsérvese que las veintidós estrellas de primera magnitud son de dieciocho constelaciones diferentes: otro indicio de lo bien distribuidas que están en el firmamento. Hay cuatro constelaciones (Gemini, Orión, Crux y Centaurus) que tienen dos estrellas de primera magnitud cada una; otras catorce constelaciones tienen una cada una; y quedan setenta constelaciones sin ninguna estrella de primera magnitud.

Esto no quiere decir que las constelaciones que no tienen estrellas de primera magnitud no puedan ser tan espectaculares como las otras. Ursa Maior, sin una sola estrella de primera magnitud y sin ninguna que sea conocida por un nombre propio, tiene siete estrellas dispuestas en la forma de un «cucharón» o de un «carro» grande y fácilmente observable. Seis de estas estrellas son de segunda magnitud, y otra de tercera, y probablemente sea la combinación de estrellas que más fácilmente se reconoce en el firmamento.

Del mismo modo, la constelación de Cassiopeia, en la que no hay ninguna estrella de primera magnitud, tiene tres de segunda y dos de tercera que se hallan dispuestas formando una W perfectamente apreciable.

La estrella más famosa de todas es probablemente Polaris, emplazada a una declinación de + 89,0°, justamente a un grado del polo norte celeste. Está tan próxima a él y describe un círculo tan reducido a su alrededor, que apenas parece moverse en el firmamento. Serán incontables los millones de ojos que la han buscado como medio para determinar la dirección del norte, y, sin embargo, es sólo de segunda magnitud.

La Polar sirve también para marcar (aproximadamente) el emplazamiento del polo norte celeste, que es sólo un punto imaginario en el cielo. (El polo sur celeste no tiene en varios grados de distancia a su alrededor ninguna estrella de brillo superior al de la quinta magnitud).

Por tanto, aunque este libro tienda a concentrarse en las estrellas de primera magnitud, porque Alpha Centauri es una de ellas, rogamos al lector que recuerde que tales estrellas no representan en absoluto la totalidad del firmamento.

El décimo objeto celeste en orden de brillo

Los primeros astrónomos tenían que apreciar a ojo la brillantez de las estrellas, cosa que no es fácil de hacer. Probablemente esa sea la razón por la que Bayer asignó al revés algunas de sus alfas y betas, y también el motivo de que al enfrentarse con un grupo de estrellas de brillo aproximadamente igual, como en el caso de las estrellas del Gran Carro, o la Osa Mayor (que es su nombre astronómico), no quisiese decidir entre ellas y se limitara a relacionarlas en orden desde un lado al otro, empezando por Alfa y terminando por Zeta.

En el siglo XIX, sin embargo, los astrónomos, usando ya telescopios y otros instrumentos adecuados a tal fin, pudieron comparar en forma muy exacta los brillos de las distintas estrellas. Resultó que algunas de las estrellas de primera magnitud tenían brillos considerablemente superiores a los de otras de la misma magnitud. Y también se comprobó que la estrella media de primera magnitud tenía un brillo unas cien veces mayor que el de la estrella media de sexta magnitud.

En 1850, un astrónomo inglés, Norman Robert Pogson, propuso definir con mayor exactitud la escala de magnitudes. Si la estrella media de primera magnitud es cien veces más brillante que la estrella media de sexta magnitud, y si descendemos en la lista de las magnitudes en cinco pasos o escalones iguales (1 a 2, 2 a 3, 3 a 4, 4 a 5 y 5 a 6), entonces podemos suponer que una estrella de una magnitud cualquiera es 2,512 veces más brillante que la estrella de la magnitud inmediatamente inferior. La razón de ello es que multiplicando cinco veces 2,512 por sí mismo (2,512*2,512*2,512*2,512*2,512) obtenemos como resultado aproximadamente cien.

Es posible calcular también qué cambio de brillo equivale a una décima de magnitud, e incluso a una centésima. Entonces, si se iguala el valor medio de la primera magnitud a 1,00, es posible medir el brillo de cada estrella y hallar que una estrella determinada tiene una magnitud de 1,78, otra de 3,91, o de 5,09, y así sucesivamente.

Puesto que se ha tomado el valor de 1,00 como promedio de las estrellas de primera magnitud, aquellas cuyo brillo sea superior a la media han de tener valores de magnitud inferiores a 1,00. Una estrella de primera magnitud con brillo superior a la media puede tener una magnitud de 0,59, por ejemplo. Si una estrella tiene un brillo particularmente grande, la magnitud correspondiente puede ser incluso inferior a cero, obligando a los astrónomos a pasar a los números negativos.

Lo que no hay que olvidar es que cuanto más bajo sea el valor numérico de la magnitud, más brillante es la estrella, y que una magnitud negativa supone un brillo realmente grande. Sólo cuatro estrellas son tan brillantes que hayan de figurar con magnitudes negativas. En la tabla 8 se relacionan las veintidós estrellas de primera magnitud en orden de mayor a menor brillo.

Puesto que cuatro de las constelaciones tienen dos estrellas de primera magnitud, cuatro de las estrellas de la tabla 8 son Betas: Beta Orionis (Rigel), Beta Geminorum (Pollux), Beta Centauri y Beta Crucis. Estas dos últimas son menos brillantes que Alpha Centauri y que Alpha Crucis, respectivamente; pero —cosa curiosa— las denominaciones de las dos primeras están equivocadas. Beta Orionis (Rigel) es más brillante que Alpha Orionis (Betelgeuse), y Beta Geminorum (Pollux) es más brillante que Alpha Geminourm (Cástor). Bayer, trabajando a ojo, probablemente no intentó distinguir la más brillante de la que lo era menos en los casos de Orión y Gemini, y erró en sus denominaciones.

Deben mencionarse algunas estrellas que, por poco, no han llegado a entrar en la lista de las de primera magnitud. La tercera en brillo de las estrellas de Crux, «Gamma Crucis», tiene una magnitud de 1,61, que está sólo un poco por debajo del nivel de la primera magnitud. De las cuatro estrellas de la Cruz del Sur, dos son de primera magnitud, y otra no lo es por muy poco. Combinándolas con la pareja, muy igualada, de Alpha Centauri y Beta Centauri, que no se encuentran lejos de la Cruz, tenemos una colección de cinco estrellas cuyo brillo no tiene igual en ningún otro lugar del firmamento… y los habitantes del norte no las pueden ver.

Otra estrella que tiene un brillo (1,70) muy próximo al de la primera magnitud es Bellatrix, la tercera estrella de Orión. Si hubiera sido un poco más brillante, Orión habría tenido tres estrellas de primera magnitud (aunque no tan próximas entre sí como las tres de Crux).

La estrella más brillante de la Osa Mayor, Alioth (nombre derivado de una palabra árabe que significa «rabo de oveja», porque se encuentra en el rabo de la Osa Mayor, tal como se la suele representar), tiene una magnitud de 1,68, que tampoco está lejos del nivel de la primera magnitud.

La magnitud de la Polar es 2,12, y la de Mizar, 2,16. Alcyone, la estrella más brillante de las Pléyades, tiene una magnitud de 3,0, mientras que la de las estrellas más débiles del grupo es de alrededor de 5,4. Alcor tiene una magnitud de 4,0.

Volvamos, sin embargo, a Alpha Centauri. Como vemos en la tabla 8, es la tercera de brillo entre todas las estrellas del firmamento. Sólo Canopus y Sirius la aventajan. Canopus tiene un número de magnitud inferior en 0,45, lo que significa que es una vez y media más brillante que Alpha Centauri. Sirius, que es con mucho la estrella más brillante del cielo, tiene un número de magnitud 1,15 veces menor que Alpha Centauri, lo que quiere decir que es aproximadamente tres veces más brillante que ésta, y unas dos veces superior en brillo a la segunda estrella.

Sin embargo, hay en el cielo objetos que brillan aún más que las estrellas más brillantes. Los planetas, a diferencia de la mayoría de las estrellas, tienden a cambiar su grado de brillo a medida que describen sus órbitas en el cielo. No obstante, en su máximo brillo, cada uno de los planetas conocidos por los antiguos brilla más que Alpha Centauri. Y, por supuesto, lo mismo ocurre con la Luna y el Sol.

También algunos cometas tienen un brillo total mayor que el de Alpha Centauri, pero los cometas son tan distintos de los demás objetos celestes visibles a simple vista, y van y vienen en forma tan irregular, que es mejor no tenerlos en cuenta cuando se trata de hacer comparaciones. Tenemos también el caso, muy raro, de una oscura estrella que estalla y llega a alcanzar un brillo extraordinario, mucho mayor que el de Alpha Centauri, durante un breve período de tiempo. Se trata también de casos excepcionales, que se pueden omitir en las comparaciones.

Si nos limitamos a los objetos normales que se hallan siempre presentes en el cielo, podemos preparar la tabla 9, en la que se relacionan todos aquellos cuyo brillo es superior al de Alpha Centauri. Como puede verse, entre los moradores normales del firmamento terrestre, Alpha Centauri resulta ser el décimo por orden de brillo.