La mayoría de las denominaciones empleadas no necesitan explicación alguna (casi la mitad de ellas son nombres de animales). Hay unas cuantas que no son fáciles, y las explicaré brevemente:
«Andrómeda» era el nombre de una joven de la mitología griega, a la que encadenaron a las rocas costeras como sacrificio a un monstruo marino.
«Casiopea» era el nombre de la madre de Andrómeda.
«Cefeo» era el padre de Andrómeda.
La Berenice de «La Cabellera de Berenice» fue reina de Egipto hacia el año 220 a. C.
«Hércules» era el nombre de un héroe de la mitología griega dotado de extraordinaria fuerza corporal.
«Orión» era el nombre de un gigantesco cazador de la mitología griega.
«Pegaso» era el nombre del caballo alado en los mitos griegos.
«Perseo» fue el héroe de los mismos mitos que, cabalgando a Pegaso, rescató y liberó a Andrómeda.
El más importante de todos, desde el punto de vista de este libro, es el «Centauro». Se trataba de un monstruo de la mitología griega al que se representaba con cabeza, tronco y brazos de hombre, y con cuerpo y patas de caballo.
Subdivisión y delimitación de la Tierra y del cielo
Las ochenta y ocho constelaciones conocidas por los astrónomos actuales son bastantes más que las cuarenta y ocho relacionadas en la lista de Tolomeo. Algunas de ellas llevan nombres que Tolomeo jamás habría podido darles. No podría haberlas denominado «Microscopium» ni «Telescopium», porque él nunca vio microscopios ni telescopios, ni supo de ellos. Del mismo modo, tampoco tuvo conocimiento de la brújula marina, ni del tucán, que es un ave de enorme pico, originaria de la América tropical.
La verdad es que ni Tolomeo ni ninguno de los astrónomos antiguos pudo ver todo el firmamento, por lo que antes de los tiempos modernos quedaba una gran parte de él que no estaba dividida en constelaciones. Cuando finalmente, los astrónomos pudieron estudiar en detalle la parte no subdividida del cielo, la dividieron en constelaciones adicionales, a veces con nombres modernos.
Uno de los objetos celestes que los antiguos astrónomos no tuvieron ocasión de ver, es el que constituye el tema de este libro. Por consiguiente, vale la pena que comprendamos por qué causa permaneció oculto durante tanto tiempo. Ésta es la razón:
La Tierra gira alrededor de su eje de oeste a este, mientras que el cielo permanece inmóvil. El hombre que está sobre la Tierra no puede percibir o sentir el giro de ésta, puesto que el movimiento es suavemente uniforme. A nosotros, situados en la Tierra, nos parece que nuestro mundo permanece inmóvil, y que es el cielo el que gira lentamente (en sentido inverso, como en un espejo) alrededor de la Tierra.
El eje de la Tierra corta la superficie de ésta en los polos norte y sur. Si imaginamos que dicho eje se prolonga hacia el exterior hasta alcanzar el cielo, un extremo le alcanzará en el polo norte celeste y el otro en el polo sur celeste. Todo el firmamento parece girar lentamente sobre los polos celestes una vez cada veinticuatro horas.
Alineado exactamente con el ecuador de la Tierra, que se halla a la mitad justa de la distancia entre los polos norte y sur, se encuentra el ecuador celeste, también precisamente a la mitad de la distancia entre los polos norte y sur. Si uno se situara de pie sobre el ecuador terrestre, el ecuador celeste iría desde el este hasta el cenit del firmamento, sobre la cabeza del observador, y luego descendería hasta el oeste. El polo norte celeste estaría en el horizonte septentrional, y el polo sur celeste se hallaría en el horizonte austral.
El firmamento parecería girar de este a oeste; el observador podría ver prácticamente la totalidad del cielo, y todas las estrellas saldrían por el este, ascenderían hasta pasar por encima y descenderían para ocultarse o ponerse por el oeste. La única parte que nuestro observador no podría ver sería la situada detrás del Sol y en sus inmediaciones; pero si siguiera observando día tras día, el Sol se iría desplazando lentamente y entonces podría llegar a ver la pare del cielo que había estado oculta por él.
Supongamos que el observador se desplaza luego desde el ecuador hacia el norte. El polo sur celeste quedaría ahora bajo el horizonte austral, oculto por el abombamiento de la esfera terrestre a sus espaldas. Cuanto más progresara hacia el norte, más caería el polo sur celeste por debajo del horizonte. Por otra parte, el polo norte se iría elevando en el cielo a medida que el observador avanzara. Cuanto más al norte se desplazase, más alto estaría en el firmamento el polo norte celeste. Finalmente, si el observador llegase al polo norte de la Tierra, el polo norte celeste quedaría directamente sobre su cabeza, y el polo sur celeste se hallaría bajo sus pies en el extremo opuesto del firmamento, al otro lado de la Tierra.
Exactamente lo contrario sucedería si el observador se moviese desde el ecuador hacia el sur. Entonces, el polo norte se iría hundiendo bajo el horizonte septentrional, y el polo sur celeste iría ascendiendo en el firmamento. Finalmente, si el observador llegara al polo sur de la Tierra, el polo sur celeste estaría directamente sobre su cabeza y el polo norte celeste se hallaría bajo sus pies, al otro lado del mundo.
(Precisamente, fue porque ocurría esto cuando se desplazaban al norte o al sur, que los griegos, en los tiempos antiguos, empezaron a sospechar que la Tierra era redonda, y no plana).
La posición que ocupan los polos celestes en el firmamento es importante, porque las estrellas parecen girar alrededor de ellos. Los polos celestes mismos no se mueven, sino que permanecen fijos en un sitio, como el cubo de una rueda que gira. Esto significa que cuando uno de los polos celestes está debajo del horizonte, nunca se le ve en ningún momento de la noche. Permanece siempre bajo el horizonte; o, por lo menos, sigue allí mientras el observador permanezca en el mismo lugar de la Tierra.
Ello significa que desde ningún punto al norte del ecuador se verá jamás el polo sur celeste. Y desde ningún punto al sur del ecuador jamás se podrá ver el polo norte celeste.
Y no son sólo los polos celestes propiamente dichos los que son invisibles, sino también las regiones situadas en su inmediata vecindad.
Supongamos, por ejemplo, que nos encontramos bastante al norte del ecuador, de modo que la posición del polo norte celeste está bastante alta en el firmamento, mientras que el polo sur celeste se halle bastante por debajo del horizonte austral.
Las estrellas de la parte septentrional del firmamento se mueven describiendo círculos alrededor del polo norte celeste, y cuanto más próximas se hallan a él, más reducido y cerrado es el círculo que describen en el transcurso de la noche. Cerca del polo celeste el círculo es tan pequeño que las estrellas nunca se hunden por debajo del horizonte. Por esa razón, las estrellas próximas al polo norte celeste son siempre visibles en cualquier momento de la noche para cualquiera que esté bastante al norte del ecuador, y es posible observarlas en cualquier noche clara del año.
Cuanto más al norte vamos, más alto asciende en el firmamento el polo norte celeste, y más estrellas próximas a él giran a su alrededor sin llegar a hundirse bajo el horizonte. Al mismo tiempo, cada vez son más las estrellas próximas al polo sur celeste que giran alrededor del mismo sin llegar nunca a salir por encima del horizonte. Cuanto más al norte se vaya, mayor será la porción del cielo austral que nunca podrá verse.
Finalmente, si uno se sitúa en el polo norte, el polo norte celeste se halla directamente sobre su cabeza y todas las estrellas se mueven a su alrededor en círculos paralelos al horizonte. Todas las estrellas que estén sobre el horizonte permanecen siempre sobre él y no se ponen nunca. Pero aquí se incluyen solamente las situadas en la mitad septentrional del firmamento. Todas las de la mitad meridional permanecen constantemente bajo el horizonte, y nunca salen… y tampoco son vistas desde aquel lugar.
Naturalmente, si el observador se desplaza hacia el sur del ecuador, la situación se invierte. Entonces es el polo sur celeste el que asciende en el cielo, y las estrellas próximas a él son las que están siempre visibles, mientras que son las situadas en la inmediación del polo norte celeste las que permanecen bajo el horizonte y nunca están visibles. Si uno se encuentra en el polo sur, el polo sur celeste se halla directamente sobre su cabeza, y es la mitad meridional del cielo la que se ve siempre, y la mitad norte la que nunca se ve.
Tolomeo y los demás astrónomos antiguos vivieron y realizaron su trabajo bastante al norte del ecuador, de modo que quedaba una buena parte del firmamento más meridional que nunca pudieron ver porque permanecía constantemente oculta bajo la curvatura de la Tierra.
¿Cuáles eran exactamente las partes del cielo que Tolomeo no pudo ver? Podemos contestar a esta pregunta si ideamos un método para dividir y delimitar la Tierra y el cielo en alguna forma regular. Supongamos, por ejemplo, que trazamos líneas imaginarias alrededor de la Tierra y paralelas al ecuador, en toda la extensión desde el ecuador hasta el polo norte en una dirección, y hasta el polo sur en la otra. El ecuador mismo rodea completamente la Tierra, dividiéndola en dos hemisferios iguales. Las líneas paralelas al ecuador forman círculos progresivamente menores.
Cuanto más al norte vamos, menor es el círculo que trazamos, y cuando estamos cerca del polo norte, los círculos son verdaderamente muy pequeños. En el polo norte mismo, los círculos se reducen a un punto. Lo mismo ocurre al sur del ecuador, donde los círculos disminuyen hasta convertirse en un punto en el polo sur.
Estos círculos paralelos al ecuador se llaman «paralelos de latitud». La palabra «latitud» procede de una palabra latina que significa «ancho», porque en un mapa plano ordinario los paralelos, lo mismo que el ecuador, aparecen trazados atravesando el mapa a lo ancho. Fue alrededor del año 300 a. C. cuando un geógrafo griego, Dicearco, empezó a trazar líneas de este a oeste en los mapas.
Es costumbre imaginar noventa de estos paralelos, a intervalos iguales, desde el ecuador hasta el polo norte, y otros noventa desde el ecuador hasta el polo sur. Los paralelos se numeran como «grados». El ecuador mismo está a cero grados, ó 0°. Al desplazarse hacia el norte del ecuador, uno pasa por el paralelo un grado, el paralelo dos grados, y así sucesivamente. Cualquier punto de la Tierra que esté sobre la línea o marca de un grado al norte del ecuador, se dice que está a «un grado de latitud norte». Si estuviera en la línea o marca de un grado al sur del ecuador, se diría que se hallaba a «un grado de latitud sur». Estas expresiones se pueden escribir a forma abreviada como 1° N y 10° S.
Un punto de la Tierra podría estar a 10° N, ó 25° N, ó 77° N, o cualquier número de grados hasta el polo norte, que es 90°. También podría estar a 10° S, ó 25° S, ó 77° S, hasta 90° S en el polo sur.
Claro es que la mayor parte de los puntos de la Tierra no están exactamente sobre un paralelo de latitud, sino más bien entre dos de ellos. Desde los tiempos antiguos, se acostumbra a dividir el espacio entre dos grados de latitud a sesenta «minutos de latitud» iguales. El espacio entre dos minutos de latitud se divide en sesenta «segundos de latitud» iguales.
Un método más sencillo es el consistente en el empleo de decimales. Un punto que se encuentre justamente a medio camino entre 31° N y 32° N estaría entonces en 31,5° N. Todo punto de la Tierra tiene su latitud. Si diéramos un solo paso hacia el norte desde 40° N exactos, estaríamos aproximadamente a la latitud 40,000045° N.
Los geógrafos trazan también líneas desde el polo norte al polo sur, que en los mapas ordinarios corren de norte a sur. A estas líneas se les da el nombre de «meridianos de longitud». Los meridianos imaginarios cruzan el ecuador con separaciones de un grado entre ellos, con lo que hay 360 meridianos que rodean la Tierra, 180 de ellos al este de Londres y otros 180 al oeste de esta ciudad. Si especificamos el número de grados de longitud y el correspondiente a la latitud, podemos fijar el emplazamiento preciso de cualquier punto sobre la Tierra, porque sólo existe un punto en el que se cruzan un meridiano y un paralelo determinados. (En este libro, sin embargo, no trataremos de los meridianos de longitud).
Es posible aplicar el sistema de grados de latitud también al cielo. (En realidad, se aplicó primero al cielo, porque los hombres podían ver que el firmamento era una gran esfera, mientras que de la Tierra sólo podían ver una pequeña parte y, al principio, no estaban seguros de su forma). Hay paralelos de latitud trazados desde el ecuador celeste hasta cada uno de los polos celestes, también con 90 grados a cada lado. De toda estrella se puede decir que se halla en alguna latitud celeste determinada.
Frecuentemente se conoce a la latitud celeste como la «declinación». En lugar de norte y sur, se usan los signos más y menos. El equivalente de 40° N en la Tierra es una declinación +40° en el cielo, mientras que 40° S en la Tierra es una declinación de -40° en el cielo.
Gracias al empleo de un mismo sistema en la Tierra y en el cielo, los cálculos se hacen más sencillos. Si uno se halla en un punto de la Tierra que esté en 40° N, entonces el polo celeste está 40 grados por encima del horizonte septentrional, y el polo sur celeste está 40 grados por debajo del horizonte meridional. Ello significa que cualquier estrella situada a menos de 40 grados del polo sur celeste nunca podrá alcanzar el horizonte sur en su giro circular alrededor del polo. Esas estrellas nunca salen y, por consiguiente, nunca se las ve en 40° N.
Cualquier estrella que esté a 40 grados o menos del polo sur celeste ha de tener una declinación de -50° o más, de modo que una persona situada en 40° N no puede ver ninguna estrella con una declinación de -50° o superior.
La cosa se desarrolla en la misma forma sea cual fuere el punto en que pueda estar situado el observador. Si estamos al norte del ecuador y restamos 90 de nuestra latitud, obtendremos la declinación que limita aquellas estrellas que no nos es posible ver. Si estamos en 20° N, no podemos ver ninguna estrella con una declinación de 70° o más; si estamos en 65° N, no podemos ver ninguna estrella con una declinación de -25° o más. Si estamos en 90° N (el polo norte), no podemos ver ninguna parte del cielo que esté más allá de O° (el ecuador). No podemos ver nada de la mitad meridional del firmamento.
En el hemisferio austral ocurre exactamente lo contrario. Si estamos en 20° S, no podemos ver ninguna estrella con una declinación de +70° o mayor; si estamos en 65° S, no podemos ver ninguna estrella con una declinación de +25°; y si estamos en 90° S (el polo sur), no podemos ver ninguna parte del cielo más allá de 0° (el ecuador). Desde el polo sur, es la mitad septentrional del firmamento la que no se puede ver.
Desde el ecuador (a 0°), no se puede ver más allá de 90° en una dirección, o de -90° en la opuesta. Sin embargo, los +90° y -90° marcan los dos polos celestes, que son los dos extremes del cielo. Esto, desde luego, es una forma de decir que desde el ecuador se pueden ver todas las estrellas del cielo (aunque algunas de las próximas a los polos celestes estén siempre cerca del horizonte, y no se puedan ver tan claramente como es posible hacerlo desde otros puntos de la superficie terrestre).
El firmamento austral
Volvamos ahora a Tolomeo. Tolomeo realizó sus trabajos en una ciudad llamada Alejandría, sita en la costa de Egipto. Alejandría está en 31,1° N, y desde aquel punto Tolomeo no pudo ver nunca ninguna estrella cuya declinación fuese superior a -58,9°. Para Tolomeo, por ejemplo, la constelación Centaurus estaba justamente en el horizonte meridional, donde era difícil verla.
Había, desde luego, pueblos que por vivir más al sur de Alejandría, e incluso al sur del ecuador, podían ver sin dificultad alguna hasta el mismo polo sur celeste. Sin embargo, todos los astrónomos de la antigüedad vivieron al norte del ecuador, y prácticamente todos ellos en latitudes supriores a los 30° N.
Esta situación no cambió hasta que los europeos empezaron a explorar el mundo en el siglo XIII. A medida que fueron avanzando hacia el sur a lo largo de las costas de África y, posteriormente, a lo largo de las de América del Sur, se encontraron explorando también el cielo austral.
En 1520, por ejemplo, el navegante portugués Fernando de Magallanes, navegando al servicio de España, se abrió camino a través de lo que hoy se conoce como el Estrecho de Magallanes, en el extremo meridional de América del Sur. El Estrecho de Magallanes está en 52° S, y desde allí es visible todo el firmamento austral, al hallarse el polo sur celeste a más de la mitad de la altura hasta el cenit.
Los marineros que navegaban con Magallanes observaron dos débiles manchitas luminosas bastante altas en el cielo. Parecían como pedacitos arrancados de la Vía Láctea. Desde entonces se las llama «Nubes de Magallanes», o «Nubes Magallánicas». La Nube Magallánica Mayor (o Gran Nube de Magallanes) tiene una declinación de aproximadamente -70°, y la Menor (o Pequeña Nube) de unos -72°. Ninguna de ellas es visible nunca desde Europa ni desde Estados Unidos, ni desde ningún lugar de la Tierra con una latitud norte mayor de 20° N (que es, aproximadamente, la latitud de Puerto Rico).
Algunos navegantes, al viajar hacia el sur más allá del ecuador, empezaron a observar cuidadosamente las estrellas australes y a crear o elaborar nuevas constelaciones que Tolomeo nunca había visto. El primer intento se produjo en 1595, cuando un navegante holandés, Pieter Dircksz Keyser, hizo una relación de doce constelaciones. Otros señalaron o elaboraron más, hasta que en 1752 la lista quedó completa y los astrónomos tuvieron las ochenta y ocho constelaciones que se relacionan en la tabla 2.
En 1930 se dio carácter oficial a los limites de las ochenta y ocho; ahora no hay en el cielo ningún punto que no forme parte de una constelación u otra. La Nube Magallánica Mayor se encuentra, por ejemplo, en la Dorada, mientras que la Nube Magallánica Menor está en el Tucán.
Algunas de las nuevas constelaciones ofrecían vistas especialmente interesantes. A una declinación de aproximadamente -60° podían verse cuatro brillantes estrellas, dispuestas en tal forma que parecían hallarse en los extremos de una cruz latina (un poquito deformada). Es posible que el primero en verlas y en dar noticia de ellas fuese un navegante italiano, Alvise de Cadamosto, cuando exploraba hacia el sur la costa de África en 1455. La constelación que se formó alrededor de estas cuatro estrellas es Crux (la Cruz del Sur).
La constelación Crux está justamente al sur de Centaurus, aquella que Tolomeo podía apenas distinguir algunas veces en el horizonte. Si se piensa a la constelación de Centaurus dibujada como la figura de un ser mitad hombre y mitad caballo (como se la representa frecuentemente), entonces la mitad equina se muestra a menudo hacia el sur, mientras que la parte humana está hacia el norte. Las patas del caballo se prolongan hacia la parte más meridional de la constelación, y, entre las patas del Centauro, y mucho más pequeña, está la constelación de Crux.
Una vez que se haya llegado hacia el sur lo suficiente para poder ver claramente la Cruz, se podrán ver también las estrellas de Centaurus con mayor claridad de la que Tolomeo pudo nunca conseguir (y algunas de ellas, nunca las pudo ver). Cadamosto pudo muy bien haber visto en la parte meridional de Centaurus dos brillantes estrellas, con una declinación algo superior a -60°; estaban, pues, solamente una pizca demasiado al sur para que Tolomeo pudiera verlas nunca.
Estas estrellas son Alpha Centauri y Beta Centauri. Y la primera de ellas es la que constituye el tema principal de este libro.