20. Total desconcierto
A veces me sorprendo de cómo pasan los días, las semanas, los meses… ya hace más de un año que Sergio y yo nos conocimos. Me parece estar viéndolo la primera vez que entró en mi despacho cuando yo esperaba la visita de Félix y me quedé estupefacta al ver ante mí esa mirada y esa sonrisa que me tienen cautivada.
Cierro los ojos y vuelvo al pasado dejando que mi mente se llene de imágenes que deseo mantener en mi memoria y no olvidar, sobre todo cuando contemplo cómo mis hijos se hacen mayores y se van alejando cada día un poco más de mi. La otra tarde me dio por mirar uno de los álbumes de fotos de hace años. Ya no me duele contemplar a Miguel, antes me producía tanto dolor que se me escapaban las lágrimas, pero ahora me es tan indiferente que yo misma no me creo que no me importe nada. Tal vez porque tengo la sensación de que mi vida ha empezado con Sergio, y que ese pasado con Miguel ya no existe, o he querido desterrarlo al exilio de la inconsciencia.
Mis tres hijos son lo más maravilloso que he tenido de esa relación, el resto se ha esfumado, desaparecido… Miguel es lo anterior, lo viejo, lo antiguo. Sergio es el presente, mi vida y mi futuro.
Volvimos a coincidir con Laura, su eterna enamorada, pero lejos de sentirme mal o acobardarme, fue lo contrario. Él me ha elegido a mí, puede que ella tenga solo treinta y dos años, que sea guapa, con un tipo envidiable, sin cargas familiares, o que vista a la última… Aun así, Sergio está conmigo, no con ella. Me enardecí ante su mirada despectiva y le sonreí como si tal cosa.
Ahora se ha pegado a Félix, pero no se qué tipo de relación mantiene con él. Lo cierto es que hacen una extraña pareja, si es que están saliendo. No lo sé. Sergio no dice nada pero estoy convencida de que piensa como yo.
Nos fuimos a encontrar en una cafetería. Nosotros ya salíamos, por lo que solo mantuvimos una conversación Minima para saludarnos, además Sandra y Raúl nos esperaban para ir a cenar.
—Si están saliendo, déjame decirte que hacen una pareja patética, Sergio.
Se encogió de hombros.
—No lo creo, pero no lo sé. Y la verdad, Paula, me importa muy poco.
—Pues a mi ni te cuento.
Días después nos enteramos de que no había nada entre ellos, solo amistad.
—Ya me parecía extraño que pudiera fijarse en Félix —le comenté a Sandra.
—Ya… pues ya ves que anda con cada una que…
—Sí, sigo sin comprenderlo.
Sergio y yo volvimos a hablar de la posibilidad de vivir juntos. Ahora que las cosas nos iban bien y que Dani estaba más en su mundo y poco le importaba nuestra relación, era una buena oportunidad.
—Después de la Navidad —le propuse—. Si todo sigue como hasta ahora, podemos intentarlo.
—De acuerdo. En enero haré el traslado.
Se lo comuniqué a mis hijos. Tanto Vicky como Alex dijeron que sí enseguida, Dani resopló.
—No va a ser mi padre —me dijo con rabia.
—No seas gilipollas —contestó Vicky—. Claro que no es tu padre… ni lo va a ser.
—Tú ya tienes un padre y Sergio no pretende ocupar su puesto —dije con calma, sonriéndole—. Puedes estar tranquilo.
No dijo nada pero salió de la cocina dando un portazo.
—Nada, mamá —afirmó Vicky—. Tú, ni caso.
«Bien», me dije, «sigo teniendo a uno en el equipo contrario, pero aun así haremos que funcione».
Una vez leí que los celos son intrínsecos a la naturaleza humana y que en algún momento de nuestra vida todos podemos sufrirlos, aunque sea por un motivo injusto, desproporcionado o fuera de lugar. Y esto es lo que le sucedió a Sergio la otra noche.
Yo no tenía ilusión alguna por salir con Félix, que iría acompañado de la nueva novia de turno, ni tampoco con el empresario francés con el que tenían tanto interés en hacer negocios, pero no podía decirle que no. Él también ha ido a cócteles o cenas de negocios de la asesoría solo por acompañarme.
—Que conste que lo hago por ti —le dije bromeando.
—Gracias —contestó después de besarme—, te lo compensaré.
—¿De verdad? ¿Cómo? —pregunté mientras le ayudaba con el nudo de la corbata.
—Hum… ya veremos.
Sonrió y me besó de nuevo con suavidad sobre los labios.
—¿Nos vamos?
Nos encontramos en el restaurante donde Félix había reservado mesa para agasajar al francés y a su acompañante, que no era otra que Laura. Con eso sí que no contaba y no pude reprimir un gesto de disgusto cuando la distinguí entre los demás.
—Sergio —murmuré—, no me habías dicho…
Me apretó contra él y me susurró al oído.
—No lo sabía, Paula. Te lo juro…
Intenté sonreír.
Me presentaron al francés, se llama Pierre, un tipo elegante, de pelo cano y de bonitos ojos grises. Le calculé cerca de la cuarentena. Me pareció agradable y muy sociable. Hablaba bastante bien español, luego me enteré de que era, hijo de emigrantes españoles y había vivido una temporada en Cataluña, donde se había casado y formado una familia, aunque llevaba divorciado muchos años.
Le gustaba comer, sin duda. Devoró todo lo que tenía en el plato al tiempo que alababa la exquisitez de la cocina española. Yo hice un esfuerzo por conversar a pesar de la presencia de Laura, a la que encontré demasiado callada en comparación con otras veces. No miraba a Sergio ni intercambiaban palabra alguna. Lo que sí hacía era arrimarse al francés.
La chica pelirroja que estaba con Félix, Georgina, tampoco abrió mucho la boca. Sigo sin comprender qué pueden ver en él, aunque me imagino que la bonita sortija que lucía en uno de sus dedos era una muestra de los encantos que Félix les proporciona. Adora a las mujeres y se gasta todo en ellas. Debe importarle bien poco que estén con él por interés. El orgullo de verse acompañado de semejantes modelitos alivia el desembolso diario de su cartera… Al menos es la conclusión a la que Sergio y yo llegamos cada vez que lo comentamos.
—¿Y cómo han ido las ventas? —preguntó Pierre.
—De maravilla —se apresuró a contestar Félix—. Este ha sido nuestro mejor mes, ¿verdad, Sergio?
Sergio sonrió con orgullo.
—Estamos sorprendidos. Han crecido como la espuma… —continuó Félix.
Estaba exagerando, como siempre suele hacer, pero en este caso entendí sus motivos. Necesitaba ganarse al francés como fuera, por eso quizás pidió una botella de cava de las más caras.
Una cosa que sí admiro en Félix es la determinación que tiene para obtener lo que desea. Había organizado aquella espléndida cena para hacer negocios y conseguir su fin. Por eso sigo sin entender por qué envía a Sergio de viaje como relaciones públicas siendo este mucho más tímido que él.
Estaba dándole vueltas a esos pensamientos cuando Pierre me llenó la copa de nuevo.
—Oh, no —me excusé—, he bebido demasiado.
El francés sonrió.
—Que no se diga. Hagamos un brindis.
Brindamos de nuevo.
Cuando dejé la copa vi que me observaba sonriente. Aturdida miré para otro lado. No sé por qué motivo me hizo sentir incómoda. No fue la primera vez que lo noté observándome; en realidad no me quitó ojo en casi todo el tiempo que duró la cena.
Me sentía tranquila con respecto a Laura. Ni intentó acercarse a Sergio ni hablar con él. Solo ponía los ojos en Pierre, lo que me supuso un gran alivio. Cuando salimos del restaurante, pensé que nos despediríamos sin más, pero el francés quería fiesta, quería ir a bailar, y Félix estaba dispuesto a cumplir todos sus deseos.
Sé que a Sergio lo del baile no le seduce mucho, por no decir nada, y a regañadientes aceptó ir. A mi sí me gusta, aunque no me entusiasma.
La discoteca elegida era muy antigua. La conozco de toda la vida. Es un local enorme que tiene dos zonas diferenciadas con dos puertas de entrada. Una es para la gente joven, y otra más seria para matrimonios y parejas adultas. En esta se cuidan más los detalles y la música es más seleccionada, casi toda lenta. También el precio de las copas es bastante elevado… ¿Se supone que los adultos tenemos más poder adquisitivo? Supongo que eso es lo que piensan y quieren creer.
A Félix se le iba el dinero muy deprisa, ya que Laura y Pierre bebían Jack Daniel's como si fuera agua.
No me gusta nada el whisky. Lo probé una vez y no me gustó. Sentí que era como una lija que me quemaba la garganta; no entendía que se pudiera beber de un solo trago.
Yo había tomado la mitad del gin tonic que tenía en la mano y ya no podía con él, por lo que dejé el vaso sobre la mesa. Había bebido vino en la cena y después el cava… mi estómago no admitía más alcohol. No estoy acostumbrada a cometer esos excesos.
El sonido de la música me gustaba, pero pedirle a Sergio que bailara conmigo era imposible. Él odia bailar. Se encuentra ridículo y está convencido de que lo hace muy mal porque se considera muy patoso. Sé que no es para tanto, pero aun así no quise insistir cuando me dijo que no le apetecía. Sin embargo, los pies se me iban solos tras el ritmo de las canciones.
Fue entonces cuando Pierre se ofreció a bailar conmigo y acepté. No vi nada malo en ello. Sergio podía seguir charlando con su hermano sin problema, aunque no sé cómo lograban entenderse con tanto barullo.
Al principio iba bien, pero no tardé en darme cuenta de que se arrimaba demasiado.
—Preciosa —murmuró—. Eres muy bonita.
Sin duda había bebido mucho y ya no me agradó la idea de seguir bailando con él. Me giré para irme pero me agarró del brazo. Debía de tener miedo a que me escapara y le dejara plantado allí en medio.
—¿A dónde vas, chérie? Quiero que bailes conmigo… a él no le importará —dijo refiriéndose a Sergio—. ¿No ves que está ligando con Laura?
Si él me importunaba, su comentario me molestó mucho más.
—Perdona, pero no me apetece seguir bailando —dije.
En contra de lo que pensaba, no me soltó. Se pegó a mí como una lapa. Percibí su aroma, masculino pero tan distinto a Sergio… Tuve la sensación de que me mareaba y todo giraba a mí alrededor. Sentí sus manos que se aferraban a mi espalda y me empujaban contra él. Me revolví intentado escabullirme.
—Vamos, mujer, no tengas tanta prisa —volvió a decir sujetándome con fuerza.
—No. No quiero seguir bailando…
Alguien se metió en medio y nos separó con brusquedad. Era Sergio.
—Lo siento —dijo—, pero el baile se ha acabado.
—Vamos, hombre —contestó el francés—, hay que ser más liberal, amigo. Estos españoles siguen en la Prehistoria…
Estaba como una cuba. No había más que verlo.
Temí que se montara una escena y tiré del brazo de Sergio.
—Vámonos —sugerí aturdida—, por favor.
—Cálmate, Sergio —escuché decir a Félix que venía detrás de nosotros—. ¿No ves que esta bebido?
—Será mejor que nos vayamos.
Asentí con la cabeza. Laura y la amiga de Félix nos observaban. Pierre se había quedado en la pista dando vueltas.
—No os vayáis —suplicó Félix—. Esperad un poco. Venga, no ha pasado nada. Solo que…
Sergio lo interrumpió.
—Deja de joderme, Félix.
El frío de la madrugada me hizo tiritar. Llegamos hasta el coche sin decirnos una palabra. No era consciente de que hubiera sucedido nada importante, pero por su gesto intuía que estaba enfadado. Le miré de reojo unas cuantas veces. Iba tan concentrado en la carretera que ni siquiera pestañeaba.
—Sergio… —dije al fin.
—Déjalo, Paula. No quiero discutir.
Le miré irritada.
¿Discutir? Yo tampoco deseaba enzarzarme en una discusión… Le miré sin comprender.
—Sergio —volví a decir.
—Que lo dejes. Ya has hecho bastante el ridículo por esta noche.
Le miré incrédula. ¿Acaso me culpaba de algo? ¿Y no quería discutir? ¡Ah, no! Ahora yo no estaba dispuesta a dejar las cosas así.
—¿Ridículo? —dije en voz alta—. No me hagas reír.
Me miró un instante y volvió los ojos hacia el parabrisas.
—He dicho que lo dejes.
Solté un bufido. Si una cosa me fastidia es que me haga sentir culpable sin razón.
—¿No vas muy deprisa? —le pregunté—. Solo falta que nos estrellemos para rematar la noche —añadí con rabia.
Me estaba empezando a sentir mal. Le indiqué que parara porque estaba mareada. Se desvió por un callejón y nada más bajar del auto, vomité. No solo me dolía la cabeza, también estaba muerta de frío y tenía tal cabreo cuando llegué a casa, que solo deseaba que se fuera y me dejara en paz, pero ni siquiera podía pedírselo. Habíamos quedado en que pasaría la noche en casa. En ese momento hubiera deseado que cambiase de idea y decidiera irse a su apartamento. Lo único que me apetecía era estar sola.
Me desvestí con rapidez y como pude me desmaquillé en el cuarto de baño. Sergio seguía sin hablarme. Y no lo soporto. Prefiero discutir, reñir, sacar todo lo que tengo dentro y desahogarme, pero él es como Dani… Se lo tragan todo y son incapaces de soltar prenda. Con tal de no discutir, de no alzar la voz, de no alterarse…
Cuando me metí en la cama él entró en el baño. Ni se había desvestido. No sé qué estuvo haciendo, tal vez se quedó en la cocina o en el salón…
Me dormí enseguida. Ni lo sentí acostarse.
El ruido de la mañana me hizo despertar, pero fui incapaz de moverme. Estaba atravesada en la cama con un dolor de cabeza espantoso. Sergio no estaba a mi lado. Intenté recordar qué había pasado… Había bebido más de lo que estaba acostumbrada, y había cometido la imprudencia de bailar con el francés aun sabiendo que sin duda le gustaba. En ese momento no fui consciente de si Sergio se puso celoso ya antes o todo fue consecuencia del baile. De lo que no tenía duda era de que Pierre me apretaba contra él, y estaba más borracho de lo que un principio aparentaba.
Sergio entró en la habitación y encendió la luz. Me incorporé medio cerrando los ojos.
—¿Qué hora es? —pregunté.
—Lamento mucho despertarte pero son casi las once y tengo que coger un avión dentro de tres horas. Te recuerdo que pensabas irte al pueblo a pasar estos tres días, pero si no estás en condiciones de conducir, mejor será que lo dejes para mañana.
Lo dijo tan rápido que casi me costó entenderlo. Me dio la espalda y abrió el armario para coger su chaqueta.
—Me estalla la cabeza —susurré dejándome caer sobre la almohada.
—Bebiste demasiado anoche.
—Sí, puede ser…
No se giró ni me miró. Había levantado la persiana dejando entrar la luz del sol y observaba la calle tras el cristal. No era difícil adivinar que estaba molesto conmigo.
—¿Te pasa algo? —pregunté.
Se giró hacia mí.
—¿Por qué tuviste que bailar con el francés?
—Tú no quisiste…
—¿Y era tan importante? No me digas…
—Te recuerdo que tú te empeñaste en ir a esa dichosa cena. Por mi, no hubiéramos ido —contesté al tiempo que me levantaba y me ponía la bata.
—Ahora tendré yo la culpa —contestó irritado.
—¿La culpa de qué…?
—De que hicieras el ridículo de esa manera.
—Por Dios, Sergio. Deja de comportarte como un idiota —dije acercándome a él.
—¿Ah, sí? Mira por dónde no tendrás que soportar más a este idiota, ya que tengo que irme.
Le sostuve la mirada frente a frente. Necesitaba preguntarle: ¿Qué te preocupa, Sergio? Deseaba que me lo dijera, pero no me dio tiempo a abrir la boca.
Cogió la maleta que tenía preparada desde el día anterior y salió de la habitación cerrando con un brusco portazo.
Abatida y con ganas de llorar me senté sobre la cama. No fui detrás de él. Si quería tomarse las cosas así, era su problema. Yo lo único que había hecho había sido bailar. ¿Por qué tenía que ponerse de ese modo?
Pasé muchas horas analizando mis sentimientos e imaginando lo que Sergio podía sentir. Pensé: «que mi manera de actuar le haya provocado celos, es tonto y mezquino". ¿Por qué juzgarme? Había sinceridad entre nosotros, habíamos dicho desde el principio que confiábamos uno en el otro. ¿Por qué entonces tantos temores?
—No te compliques la vida —dijo Sandra al otro lado del teléfono—. Se le pasará. Ya sabes cómo son los hombres…
—Pero él no es así —contesté—. Él es inteligente, es noble…
—No le des importancia, Paula. En el fondo todos somos un poco celosos, no sé explicarte el motivo.
Cuando dejé de hablar con Sandra me dirigí a la habitación de los chicos. Encontré a Alex enfurruñado y medio llorando.
—¿Qué te pasa, Alejandro? —pregunté inquieta pensando que tal vez se encontraba enfermo.
Empezó a sollozar y a apartarme.
—¿Qué pasa, Alex? ¡Cálmate y dime qué pasa!
Me miró con rabia.
—¡Por tu culpa, es todo por tu culpa! —gritó.
No entendía nada.
—¿Cómo? ¿Qué es por mi culpa? ¿Qué quieres decir?
—Sergio se ha ido… —dijo entre sollozos—. Oí cómo discutíais. Se ha ido, como papá… se ha ido…
—No, no. No se ha ido… Mírame y escúchame, Alex. Por favor, escucha…
Por fin me miró más calmado.
—Solo ha ido a un viaje de trabajo, como otras veces. Dentro de unos días volverá. Te lo prometo.
—No. Es mentira. Yo vi cómo se iba. No se despidió. Estaba enfadado —respondió intentado soltarse de mis brazos.
—No, cariño. Te aseguro que no te estoy mintiendo. De verdad, Alex.
Lo abracé con fuerza hasta que se tranquilizó.
—Es cierto que discutimos. Pero tú también discutes con Dani a todas horas y eso no significa que no os queráis. Sergio no nos va a dejar, cariño.
—Lo quiero mucho, mamá —dijo.
—Yo también lo quiero mucho.
Volví a abrazarlo. No podía imaginarme que Sergio significara tanto para mi hijo. Me sentí orgullosa y feliz. Seguro que él también lo estaría…
—¿Dónde están tus hermanos?
—Ni idea, mami. Cuando me levanté ya no estaban —me respondió.
Me refugio en el pueblo y en mi madre. No consigo contactar con Sergio. No responde a mis llamadas ni él me llama. Confieso que estoy inquieta y preocupada. Ha pasado un día. Pasado mañana volvemos a casa. Primero tenía el móvil desconectado. Después yo perdía la cobertura o no se escuchaba nada, solo ruido, por lo que maldije a la compañía de teléfonos una docena de veces. Está en Alemania, no en el otro lado del mundo. No entiendo su silencio. Me mortifica. Me hace sufrir…
El que anda descentrado es Dani. Tampoco consigo saber qué le ocurre.
—¿Qué le pasa a este niño que está tan raro? —preguntó mi madre.
—Está enamorado, abuela —contestó Vicky burlándose.
—Por favor, no empecéis otra vez —dije resignada.
Están siempre liados. Si no es por un motivo es por otro. Estoy harta de peleas.
Por fin, por la noche, Sergio contestó a mi llamada.
—Sergio, al fin —exclamé—. Te he llamado un montón de veces.
—Me he pasado el día en reuniones, Paula.
—Estaba preocupada.
—No tenías por qué…
Su tono me sonó frío y distante. Me intranquilicé.
—Sobre lo del otro día, yo… si te herí, lo siento. No era mi intención.
Esperé a ver qué me respondía antes de continuar, pero se quedó en silencio.
—¿Sergio?
—Ya hablaremos, Paula. Ahora estoy agotado. Quiero irme a dormir. Mañana me espera otro día de reuniones y de ir de un lado a otro.
—¿Pero está todo bien?
Pareció dudarlo pero al fin respondió:
—Está todo bien.
Sonreí aun sabiendo que no podía verme.
—Te extraño mucho —dije—. Tengo ganas de verte.
—Y yo…
Sin embargo dentro de mí, a pesar de sus palabras, no le reconocí, me sonaron huecas. No era el mismo Sergio de siempre. Me inquieté mucho, muchísimo, y no dejé de darle vueltas a todo una vez más. Por la noche no conseguí dormirme hasta muy tarde. Solo deseaba que pasaran los dos días que faltaban para verle, para besarle, tocarle… quería ver con mis propios ojos que todo estaba bien y que me seguía amando.
Regresamos a casa ayer noche. No volví a hablar con Sergio. Tal vez necesite estar solo o meditar. No quería atosigarlo. «Cuarenta y ocho horas pasan enseguida», me dije. Pero lo cierto es que se me hicieron eternas.
Y esta mañana volví a la oficina con el ánimo por el suelo.
—Seguro que Sergio —comentó Sandra— te sorprenderá con un ramo de rosas y una bella sonrisa en la cara, ya lo verás.
Quisiera creerlo, pero ya empiezo a dudar. No he intentado llamarle más, si él no lo hace es porque no quiere hablar conmigo.
Lo que me sorprendió fue la llegada de Miguel justo cuando iba a salir para comer. Es cierto que habíamos quedado en vernos para hablar de los niños, más que nada de Dani, pero no esperaba que apareciera hoy. Insistió en que fuéramos a comer al bar de la esquina y de paso intercambiar impresiones. Acabé aceptando, aunque reconozco que lo recibí un poco huraña.
—¿Qué quieres? —pregunté.
—Vaya, qué agradable eres a veces. ¿Tienes un mal día?
—No, solo que no contaba contigo. Desde hace dos semanas estoy esperando tu llamada, y eso que te dije que era urgente.
—Venga, no te enfades. Te invito a comer y de paso hablamos de todo eso que querías explicarme.
—No me apetece, Miguel. Hablemos aquí.
—Dentro de tres horas salgo de viaje y no estaré en toda la semana. Sí quieres hacer ayuno es cosa tuya, pero yo no estoy dispuesto a quedarme sin comer. Tú verás… si no vienes, tendrás que esperar a que vuelva.
—¿Te vas de vacaciones? —pregunté.
—No. Trabajo…
No dije nada. No tenía ganas de compartir mesa y mantel con él. Además seguía inquieta pensando en Sergio. Me quedé abstraída dudando si aceptar o no.
—Paula… —dijo—. ¡Despierta!
Suspiré.
—¿Qué? ¿Vienes o no? No tengo todo el día.
Me levante de la silla.
—Está bien —respondí con desgana.
Hablamos de los niños y por fin nos pusimos de acuerdo en tratar de hablar con Dani y de hacerle entender que los estudios son primordiales. Prometió que me ayudaría en ese tema, pero que lo de salir con una chica era de lo más normal.
—Hablaré con él, pero con respecto al colegio. Nada más…
Espero que sea verdad, me fío muy poco de sus buenas palabras. Yo lo que quiero ver son hechos…
Se empeñó en enseñarme su nueva adquisición: un coche todo terreno que ha estrenado estos días. Le acompañé hasta el aparcamiento.
—Te veo muy sola, Paula —me dijo mientras caminábamos—. ¿Dónde tienes a ese novio tuyo?
—Está de viaje —respondí.
—¿Negocios? Hum… sé muy bien cómo son esos viajes… hay fiestas, cenas… Te invitan a copas… y siempre hay chicas encantadoras dispuestas a complacer y a divertir a ejecutivos solitarios. Claro, que Sergio te adora y no es como yo —añadió sarcástico.
—Pues no, gracias al cielo no se parece nada a ti.
No quiero recordar lo que sucedió después. No merece la pena ni que gaste tinta en escribirlo. Me he jurado que no volveré a quedar con él para nada y que solo hablaremos por teléfono o como mucho en la oficina…
Y si al mediodía estaba angustiada por no saber nada de Sergio, fue mucho peor cuando al llegar al trabajo Sandra me dijo con una gran sonrisa que había estado allí y que le había explicado que había ido a comer con Miguel.
Lo he llamado durante toda la tarde y tiene el teléfono desconectado. No sé qué está pasando… y en la empresa ni me contestan.
Acabo de encontrar su jersey azul, el que yo le regalé, en el armario. Se olvidó de meterlo en la maleta. Me lo he puesto como una tonta. Me encanta cómo huele. Me da la impresión de que lo tengo aquí, a mi lado.
Hoy viernes, por fin apareció por la oficina. No pude evitar poner una gran sonrisa en cuanto lo vi. Apresurada me levanté de la silla y fui hacia a él. Deseaba abrazarlo…
Me quedé desconcertada cuando no respondió a mi abrazo. ¿Seguía enfadado? ¿Cómo era posible?
—Solo quiero decirte una cosa, Paula —me dijo tan serio que me sorprendió.
—¿Qué pasa?
—He estado dando vueltas a lo nuestro en todos estos días… y… lo siento mucho pero nuestra relación no funciona. Es mejor que lo dejemos.
Me quedé petrificada y muda.
—Es una tontería que intentemos algo que no tiene futuro. Los dos lo sabemos. Además, necesito tiempo. Aunque tú sabes tan bien como yo que no va a funcionar por muchas cosas… demasiadas.
Miré para otro lado. No quería oírlo ni mirarlo. Aun así me llené de orgullo para no llorar delante de él. Me encogí de hombros. No estaba dispuesta a gritar ni a pelear ni a discutir… ya todo me daba igual.
—Lo siento —dijo—, no funcionaría…
Seguí sin mirarlo. Escuché sus pasos y luego la puerta que se cerraba. Entonces, sí, entonces pude llorar…