19. De sorpresa en sorpresa
Me quedé sorprendida cuando al descolgar el teléfono oí la voz de Lidia. Nunca me había llamado, y mucho menos al trabajo.
—Ah, Lidia. Hola. ¿Cómo estás?
—Hola, Paula. Muy bien, gracias. Te llamo para invitaros a comer el sábado. ¿Vendréis, verdad?
—¿Eh? Sí, supongo que sí…
—Muy bien, Paula. Hasta el sábado entonces.
Colgué. ¿Y ahora qué? ¿Sabrán qué Vicky y Álvaro han vuelto? Tenía que preguntárselo a mi hija al llegar a casa. No quería más problemas con los Lambert. No quería más sorpresas desagradables. Ni una sola.
—Claro que lo saben —me contestó Vicky—. Puedes estar tranquila, mamá.
Suspiré.
—Me alegro.
—Pero de todos modos, me odia.
—Vicky…
—Es la verdad, mamá. Me odia…
También pensé en Félix. No lo había vuelto a ver desde el incidente de la fiesta, pero no me preocupó.
Preferí seguir el consejo de Sergio y no hacerle caso ni tomármelo a mal. No merecía la pena. Ya veríamos cómo resultaba todo el sábado.
Mi ex se dignó a aparecer después de que le dejara varios mensajes en el móvil. Enseguida le expliqué todo lo sucedido con Dani, desde lo del colegio hasta la conversación que habíamos tenido sobre su deseo de volver a vernos juntos.
—No quiero que le vuelvas a meter esas ideas estúpidas en la cabeza. Sabes muy bien que no voy a volver contigo, Miguel. Jamás. Y quiero que la próxima vez que lo veas, se lo digas.
—Si no estuviera Sergio, ¿dirías lo mismo?
Le miré y sonreí.
—Exacto. Te diría lo mismo.
Sonrió torciendo el gesto.
—Y ni se te ocurra decirle que es por mi culpa o por la de Sergio.
—¿Algo más? —preguntó con rabia.
—Si no, no dejaré que los veas.
Se rio con burla.
—Eso no puedes hacerlo, Paula. Lo sabes.
—No me pongas a prueba, Miguel. Y además, para lo que te importan…
Me miró enfadado.
—No me vengas con el rollo de que eres la madre perfecta, Paula.
—Supongo que no… pero tú como padre dejas mucho que desear. Que me pases un cheque mensual no lo es todo…
Se levantó de la silla con furia.
—Está bien —dijo—. Intentaré ayudarte con Dani. Le haré comprender que Sergio será un padre estupendo para él —añadió irónico.
—¿Eso es lo que te preocupa? —pregunté levantando la voz.
—Me preocupan muchas cosas, más de las que crees —contestó apoyando las manos sobre la mesa e inclinándose hacia mi—. Una de ellas son mis hijos…
—Bien… pues empieza a demostrarlo, Miguel. Ya es hora de que te comportes como un padre, no como un colega que solo está para divertirse con ellos —le espeté— y de tarde en tarde, cuando tienes tiempo…
—Muy aguda, Paula
Se giró y salió de mi oficina dando un fuerte portazo. Furiosa lancé el bolígrafo que tenía en la mano al otro lado de la mesa.
—Cabrón…
Dos minutos después apareció Sergio, por el que me enteré de que se había cruzado con él en la escalera. Se había limitado a saludarlo sin más, pero Miguel lo paró para intentar hablarle de mi. Sergio se quedó pasmado, pero con mucha educación le dijo que con él no tenía nada que hablar, y menos de mí.
—¿De qué va? —Me preguntó Sergio—. ¿Ahora quiere ser mi amigo íntimo?
—Ni caso, Sergio. Si no se entiende ni él…
—¿Sabes lo que le pasa a ese? —Me preguntó Sandra poco después refiriéndose a Miguel.
—No.
—Muy fácil. Se muere de celos por Sergio. Mientras no tenías a nadie, le traía sin cuidado, pero ahora no soporta que estés con otro.
—Puede ser. Es muy probable.
—¡Hombres!… —exclamó con rabia—. Son todos iguales.
Estaba segura de que Sandra tenía razón. Miguel no solo no soportaba verme con otro, también le desesperaba estar sin Sonia. Las dos cosas juntas eran demasiado para su ego.
—Es como el refrán —dijo Sandra convencida—: «Ni quiere la pera, ni que otro la coma».
—Exacto, Sandra. Has dado en el clavo.
Yo sabía que su deseo de volver conmigo era puro cuento. Sabía perfectamente que me negaría, que jamás volvería a admitirlo en mi casa… pero aun así prefería jugar a intentar conquistarme de nuevo. Y lo que me dolía era que dañara a los niños, algo por lo que no estaba dispuesta a pasar. De ahí su rabia y su enfado iracundo.
—No voy a consentir que ese tío interfiera en la educación de mis hijos —me gritó por teléfono esa misma noche cuando volvió a llamarme.
—Olvídame, Miguel —le respondí.
Colgué y desconecté el móvil, pero a los pocos segundos sonó el fijo de casa. Otra vez con lo mismo.
—¿Quieres dejarme en paz? ¿Qué te pasa? ¿Estás bebido o qué?
Se ofendió y esta vez fue él quien colgó.
La comida en casa de Mercedes resultó muy bien. Tan cariñosa y amable como siempre, la madre de Sergio, se deshizo en halagos hacia mi, cosa que agradecí con una sonrisa.
—Veo tan feliz a Sergio… —me comentó.
—Yo también estoy feliz con él —confesé.
—Me alegro, Paula. Me alegro mucho.
Reconozco que al principio estuve un poco cohibida, más que nada inquieta por ver la reacción de Lidia al verme. Todos estuvieron sonrientes. Incluso Félix quiso hablar conmigo a solas. Se acercó cuando estaba en la terraza observando cómo los chicos lanzaban una pelota al perro.
—Paula, quiero pedirte disculpas por lo que sucedió el día de la fiesta…
Me miró. Puso cara de angustia. Parecía que lo sentía de verdad.
—No te preocupes, Félix. Está olvidado.
—Laura es una chiquilla y no ha sabido interpretar mis palabras. En ningún caso he querido ofenderte, ni a ti ni a Sergio. Fue una broma… como sabes, ella está enamoradísima de él… y bueno…
Se calló.
—Olvídalo, Félix. No tiene importancia…
Tampoco quería que me contara ninguna historia sobre Laura y su enamoramiento hacia mi pareja. No me interesaba.
—Uff… pues no sabes el peso que me quitas de encima… estaba muy preocupado.
—Ya…
No creo que estuviera tan preocupado. Había dejado pasar más de un mes desde la fiesta y no había tenido ni la consideración de disculparse antes.
Le sonreí.
—No te preocupes más, de verdad —le repetí—. No tienes motivos.
—Gracias.
Me di la vuelta y entré en el salón.
—Qué capullo… —murmuré por lo bajo.
En ese momento Sergio se acercó a mí.
—¿Todo bien, cariño?
—Muy bien, Sergio. De maravilla…
Aunque Vicky y Álvaro no se separaron ni un momento, solo hablaban entre sí, y tan bajo que era imposible oírlos. Capté desde el principio las miradas inquisidoras de Lidia a mi hija. Seguro que sigue sin estar de acuerdo con la relación, aunque aparentemente no lo demostró en absoluto. Aun así noté su tirantez y su esfuerzo por sonreírme después de posar la vista sobre ellos.
—Parece ser que tu hija y mi hijo se han reconciliado.
—Sí, eso parece.
—Qué bonita pareja… —susurró.
Sí, hacían una pareja estupenda, pero a lidia seguía sin agradarle mi hija, por mucho que tratara de ocultarlo.
«Qué manera de mentir», pensé. Me sonó tan falso que su voz me chirrió en los oídos.
Sonreí.
—Ya…
A continuación se produjo un silencio entre las dos. Nos miramos sin pronunciar palabra.
—Ya está la comida —anunció Mercedes.
Menos mal. Un segundo más y no hubiera podido resistir tanta tensión ni tanta hipocresía.
«¿A quién se parece Sergio?», me pregunté. A ninguno. Es totalmente diferente a sus dos hermanos. Me acerqué a él impaciente por tenerlo cerca y fue cuando me sentí mucho mejor.
Él estaba disfrutando de vernos a todos juntos y en plena armonía. Ni siquiera se había dado cuenta del tenso ambiente existente en aquella estancia. Los únicos que se salvaban eran su madre y su cuñado Álvaro. El resto, mejor ni pensarlo.
Que Dani estuviera siempre en las musarañas era algo que no me cogía de sorpresa, pero que llevara dos semanas sin pelearse con sus hermanos y en plena concordia con Sergio y conmigo, me resultaba de lo más extraño. Y además parecía contento. No contestaba de mala manera y hasta era capaza de ceder a Alejandro el ordenador o la play para que jugara. Me tenía tan sorprendida que ni era capaz de reconocerlo. Me hizo sentirme orgullosa. «Eso es que está madurando», pensé satisfecha. Dentro de unos meses hará dieciséis años y en algo tiene que notarse.
Habían estado con su padre y cuando les pregunté cómo les había ido, él se encogió de hombros.
—Ya sabes como es papá —dijo enseñándome cien euros que sacó del bolsillo.
—¿Cien euros?
—Nos ha dado cien a cada uno. Dice que como no ha podido llevarnos de viaje, que nos compremos lo que queramos.
Puse una sonrisa forzada.
—Qué bien… qué pronto lo soluciona todo.
Pensé que Dani iba a protestar pero me dio la razón.
—Sí, mamá. Pasa un huevo de nosotros pero lo arregla con dinero…
—Dani, no te pongas así. Tampoco es eso…
Me interrumpió.
—No, mamá. Es la verdad.
Me quedé perpleja. La primera vez en la vida que no había salido en su defensa.
De la noche a la mañana, mi hijo empezó a preocuparse por la ropa, por echarse litros de colonia y peinarse, cuando hasta hace bien poco le traía sin cuidado toda esta serie de detalles y le daba igual llevar la misma camiseta dos día seguidos. Ahora es capaz de pasarse media hora ante el espejo probándose ropa antes de salir de casa.
Me imaginé que una chica era la causa de tanto cambio repentino, pero por más que intenté sonsacarle información, no conseguí nada.
—No seas pesada, mamá. No me pasa nada, y déjame en paz.
—Es normal, está en la edad —dijo Sandra cuando se lo comenté.
Sí, estaba en la edad y era del todo normal, así que no le di ninguna importancia.
—Con lo tímido que es —añadí confiada—. No se parece a Vicky, gracias al cielo.
—Claro, ni comparación, Paula. Nada que ver.
Después de dejar a Alejandro en una fiesta de cumpleaños de un amigo suyo, Sergio y yo nos fuimos a dar una vuelta por el paseo marítimo. Hacía una tarde espléndida de sol a pesar de estar ya en noviembre. Hasta hacía un calor poco habitual para esa época del año. Me llevaba cogida de la mano y caminábamos despacio aspirando el olor del mar y observando el bonito paisaje de las olas chocando contra las rocas.
Pasamos frente a un puesto de helados y se me antojó comprarme uno. Después de quitarle el envoltorio a mi bombón de nata y tirarlo a la papelera, me quedé petrificada en el sitio cuando al levantar los ojos, mi vista se quedó clavada en un muchacho que, apoyado en la barandilla, se dejaba besar por una jovencita pegada a él.
—Sergio… —murmuré—, dime que ese de ahí no es Dani.
Tardó unos segundos en responder.
—Pues yo diría que sí que es…
Estábamos a poca distancia de la parejita, pero con lo ocupadísimos que parecían, no nos hubiera visto ni queriendo.
—No puedo creerlo.
—Se te está derritiendo el helado —me dijo Sergio sonriendo.
Se lo di.
—Puedes comértelo, se me han quitado las ganas.
—¿Eh? Pero si yo no lo quiero…
—Yo tampoco.
Caminamos en dirección contraria y aún volví la vista atrás para cerciorarme de que no me equivocaba. Seguían lengua con lengua…
Sergio acabó por tirar el helado a la basura y sé que aunque trataba de contenerse, estaba muerto de risa.
—Ni se te ocurra reírte, Sergio.
—Paula, es normal…
—¿Normal? Todavía le quedan tres meses para cumplir los dieciséis.
—¿Y?
—Es un niño —afirmé todavía atónita— ¿…y ha empezado antes que Vicky…? —Me resultaba imposible de creer, y si no lo hubiera visto por mi misma, pensaría que era cualquier otro que se pareciera a él, pero no, era mi hijo. Mi niño de quince años se morreaba, como ellos decían, sin ningún pudor a plena luz del día y en uno de los sitios más concurridos de la ciudad, y no es que me importara dónde, ni a qué hora, me importaba el no saber siquiera que tenía una chica… ¿porque sería su chica? ¿O era solo un rollo de adolescentes de un sábado por la tarde…?
Y yo pensando que era tan tímido, tan inocente… Pues como todos los tímidos sean así, ¿cómo serán los demás? No eran besos de colegiales en su primer amor… ¿Y quién demonios era esa chica? Aunque no había podido fijarme bien, no me resultaba conocida. No me parecía que fuera de su clase, incluso parecía mayor, aunque claro, según van vestidas ahora, todas parecen tener veinte años.
Por supuesto no comenté ni una palabra cuando llegó a la hora de cenar.
—¿Qué tal? —le pregunté.
—Bien.
—¿A dónde has ido?
—Por ahí…
—¿Con tus amigos?
—Pues claro…
—¿Te has divertido?
—Sí, mucho.
—Ah… qué bien…
Miré a Sergio que, escondido detrás del periódico, se moría de risa.
Tuve que hacer grandes esfuerzos para callarme y mientras cenábamos le observé todavía incrédula.
Mi hijo tiene el rostro aniñado, sus facciones son delicadas, rubio, imberbe, de mirada azul y guapo, muy guapo, en realidad. Sí es verdad que ha crecido mucho en estos dos últimos años, que tiene cuerpo de adolescente larguirucho, con largos brazos y piernas, pero conserva el gesto inocente, infantil, o tal vez solo sea que quiero creerlo… Hubo un momento que me miró y sonrió.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Yo también sonreí.
—Nada, nada…
Cuando se lo comenté a Vicky horas después haciéndole prometer que no diría ni una palabra se estuvo riendo un buen rato.
—Pues yo no le veo la gracia, Vicky.
—Ay… mamá. No me lo puedo creer…
—Pues sí, tal y como te lo digo.
—Confiesa, mamá, lo que no puedes soportar es que otra mujer ocupe el corazón de tu niñito…
—Qué graciosa, Vicky. Claro que no… simplemente es… que es un niño… Tiene que ocuparse de estudiar y no de tener novia tan joven.
—Seguro que ni es su novia. Será un rollo de una tarde. Ahora todos hacen eso. Se dicen que se gustan por mensaje de móvil, se citan y se morrean hasta que se cansan, luego «si te vi no me acuerdo».
La miré asombrada.
—¿Eh? Pero…
—Sí, mamá —afirmó riéndose—. Los de catorce y quince hacen así…
—¿Los de catorce?
Calculé mentalmente cuánto tiempo le quedaba a Alex para llegar a los catorce… aunque viendo cómo avanzaba todo, puede que a los doce ya empezara.
—¡Qué horror! —exclamé.
—Yo de ti le controlaría el móvil —me dijo sonriendo, aunque luego añadió—: por supuesto es broma… ni se te ocurra. Dani tiene derecho a su intimidad.
—Sí, sí, claro…
¿Intimidad? Claro que iba a intentar controlar el móvil. En cuanto tuviera ocasión de hacerlo no pensaba ni dudarlo. Puede que no fuera políticamente correcto, pero necesitaba averiguar en qué ambiente se estaba desenvolviendo mi hijo, y sobre todo quién podría ser aquella quinceañera que me lo acosaba de aquella manera…
No tardé en averiguar quién era la jovencita. Al día siguiente por la mañana le dije a Dani que hiciera los deberes, y para no variar, no me hizo ni el más mínimo caso. Se entretuvo en el ordenador, en jugar a la play, y con todo lo que le apeteció sin pararse a abrir la mochila y sacar los libros, así que cuando a las cuatro de la tarde vi que se estaba cambiando para salir entré en la habitación y le dije que no iba a ningún sitio.
—No has hecho nada en toda la mañana, no has tocado un libro.
—Los haré cuando vuelva, te lo prometo.
—Ni hablar. Estoy harta de que me tomes el pelo. Te quedas en casa y ponte a estudiar.
Cerré la puerta enfadada. Lo oí maldecir y protestar pero no me inmuté
Una hora más tarde sonó el timbre. Fui abrir preguntándome quién sería.
Una jovencita me sonrió y preguntó por Dani. Aunque no estaba muy segura de que fuera la del día anterior, me imaginé que sí. Ante mis ojos tenía a la vampiresa que se morreaba con mi hijo…
—He quedado con él —me dijo—. Pero como no ha aparecido…
—Ah, pasa…
La acompañé hasta el salón. Me quedé sorprendida cuando vi que saludaba a Alex con toda naturalidad. Se conocían.
—Vicky, avisa a tu hermano de que tiene visita.
Mi hija obedeció porque se estaba partiendo de risa. Enseguida llegó Dani, que se puso rojo y de todos los colores al verla.
—Hola, Dani. Hace una hora que te estoy esperando.
Debió quedar tan impactado con la presencia de la chica que no era capaz de decir nada.
—Te he llamado para avisarte —dijo al fin.
—Ya… pero olvidé el móvil en casa…
Yo los miraba todavía atónita.
—Lo siento —dije—, pero no va a salir porque tiene que estudiar.
Me pareció mucho mayor que él, por lo menos tenía una pinta más similar a la que podía llevar Vicky y no a una chica de quince años; además iba demasiado pintada.
—¿Vas a clase con Dani? —pregunté.
—No… Qué va. Yo voy a segundo de Bachiller… el año que viene iré a la Universidad. Quiero estudiar Biología…
¿Había oído bien? ¿Segundo de bachiller? ¡¡¡¿Segundo de bachilleeerrr??!!!
No sé cuál fue la expresión de mi rostro pero vi cómo Sergio y Vicky contenían la risa, y cómo Dani se había puesto pálido y me miraba con cara de susto.
—¿Segundo de bachiller? —pregunté intentando aparentar normalidad.
—Sí… —contestó sonriendo—. Voy al instituto.
—Qué bien…
Se volvió hacia Dani.
—¿Podemos hablar? —preguntó.
Mi hijo le hizo una señal para que lo siguiera y desaparecieron por el pasillo.
Sergio y Vicky se empezaron a reír.
—¿Qué os parece tan gracioso? —pregunté molesta.
—La cara que has puesto, Paula —contestó Sergio—. Tenías que haberte visto.
—Es su chica —dijo Alex de pronto.
Enseguida explicó que cuando Dani había ido a buscarlo a los entrenamientos de baloncesto, muchas veces iba acompañado de Andrea, que así se llamaba.
—Siempre me ordenan ir delante para que no vea cómo se besan —dijo sonriendo—, porque se besan en la boca —añadió—. Agh, qué asco…
—¿Y por qué no me habías dicho nada?
—Mamá, lo prometí. Dani me deja jugar al ordenador siempre a cambio de que no te lo diga —confesó.
—Ah, qué bien… —murmuré—, ya veo cómo te callas cuando te conviene.
—Yo de ti, mamá, no los dejaría en la habitación con la puerta cerrada —dijo Vicky, que volvía del pasillo.
—Anda, Alex —dijo Sergio bromeando—. Vete a buscar algo a la habitación y cuando salgas deja la puerta abierta.
—¿Voy, mamá? —preguntó mi hijo.
—Sí, vete…
Alejandro obedeció.
—Mamá —exclamó Vicky—, ¡cómo eres! Déjalos en paz, que se morreen tranquilos…
—Es verdad, Paula. Deja al chico.
—Pero qué gracioso os parece todo a vosotros dos —refunfuñé.
—Es que haces un drama de todo, mamá.
Alex volvió con un libro en la mano.
—Dejé la puerta abierta pero la volvieron a cerrar —afirmó con ingenuidad.
Vicky y Sergio siguieron riéndose pero a mi maldita la gracia que me hacía.
Poco después aparecieron otra vez por el salón.
—¿Puedo acompañarla hasta el portal, mamá?
—Bueno… pero no tardes.
No quería parecer la malísima de la película y cedí.
Estaba deseando que subiera para interrogarlo.
Al principio no dijo ni palabra, pero cuando lo amenacé con no pisar la calle en lo que quedaba de curso, se atrevió a hablar. Me dijo que hacía unas tres semanas que salían, aunque me aclaró que en pandilla, nunca solos. Era evidente que mentía. También que Andrea tenía diecisiete años y que en enero cumpliría los dieciocho, pero que no debía de darle importancia a la edad porque se llevaban solo dos años. Se la habían presentado otros amigos comunes, y que si no me lo había dicho antes era porque sabía que me iba a poner histérica.
—¿Ah sí? —exclamé—. No me digas…
—¿Ves? Ya estás histérica…
—Mira, Dani, tienes quince años. Aunque no te guste, eres un crío. Así que te vas a dejar de novias y te vas a centrar en estudiar. Eso es lo que tienes que hacer. Estudiar, porque aunque tu tutora no me haya vuelto a llamar, no pegas golpe… así que no sé cómo vas a aprobar.
No dijo nada. Se puso muy serio.
—Comprendo que te guste esa Andrea, o como se llame, pero eres muy joven. Y es mayor para ti.
—¿Y qué? Ya te he dicho que es dos años mayor que yo, y eso no es nada.
—De todos modos, tienes que estudiar. Es lo único que debe importarte.
—Claro. Solo quieres fastidiarme. Te encanta hacerlo…
Me enfadé.
—Me preocupo por ti —dije—, que es distinto. Ya tendrás tiempo de tener novias. Y pienso controlar todas tus salidas.
—¡Ja!
—A ver, ¿qué notas has sacado en los últimos exámenes? No me has dicho ni un resultado.
Me miró e hizo una mueca de desagrado.
—Todavía no lo sé. No nos han dicho nada.
Mentía. Sabía de sobra que me estaba mintiendo.
—¿Eh? No me lo creo. No soy tonta, Dani.
—Pues no te lo creas. Me da igual.
—Ya veremos qué notas traes…
Me dirigí a la puerta, pero antes de cerrar me volví hacia él.
—Olvídate de esa chica, Dani. Es muy mayor para ti.
—¿Y qué? —volvió a decir—. Me importa una mierda, y lo que digas también… Y pienso irme a vivir con papá, para que lo sepas —me gritó—. En cuanto pueda… él lo entenderá.
Me enfadé en serio, y decidida fui a salir de la habitación. Fue cuando me fijé que tenía el móvil sobre la mesa. Lo cogí.
—El móvil confiscado hasta que termines de estudiar.
—¿Ehhh? Noooooo —protestó.
—Mañana te lo daré. Ahora estudia…
Me lo llevé y lo escondí en mi habitación. Estaba encendido, pero no lo apagué. Más tarde leí todos los mensajes recibidos. No tenía muchos, pero hubo uno que me dejó de piedra, y aunque le faltaban la mitad de las letras, fue fácil entenderlo.
Estaré sola en casa. Te espero. Podemos hacerlo…
¿Hacer? ¿Hacer qué…?
La hora era de las tres de la tarde, por lo tanto no había ido a esa cita.
Nerviosa volví a dejarlo donde estaba.
Esto era más serio de lo que yo pensaba. Me preocupé de verdad.
«Dios Mío», pensé. Lo que me faltaba.
—Debería hablar con Miguel —le dije a Sergio.
Sergio me miró y suspiró.
—Miguel —murmuró—, siempre Miguel…
Lo miré sin comprender.
—¿Por qué dices eso?
—Por nada, Paula.
—No digas que por nada. ¿Te molesta?
—Me molesta que tengas que estar detrás de él y no se preocupe por nada, eso me molesta.
—Sí, ya lo sé, pero…
—A veces me da le impresión de que buscas cualquier excusa para verlo.
Lo miré atónita.
—Sergio… es el padre de mis hijos. Tiene derecho a saber lo que les pasa. ¿Cómo puedes decir eso?
—¿Es qué te llama para interesarse por ellos? No. Eres tú quien le pone al corriente de todo.
—Sí, sé que tienes razón, pero compréndelo, es su padre. Tiene derecho a saberlo.
Suspiró y se quedó callado. Luego me miró y me habló cambiando el tono.
—Yo… yo… está bien. Lo siento, Paula, no me hagas caso.
Se acercó y me besó. Luego me regaló una de sus maravillosas sonrisas.
—Olvídalo, ¿vale?
—Vale.
Sonreí.
Sin embargo me dejó un poco preocupada. Tiene que comprender que con respecto a los niños, no puedo dejar a Miguel al margen, por mucho que le incomode.
Necesitaba que me echara una mano con nuestro hijo adolescente porque en el momento en que me negara a que viera a esa chica, más interés iba a poner. No estaría mal que tuvieran una conversación padre e hijo y le hiciera comprender que ya tendría tiempo para novias.
Cuando conseguí hablar con él, le dije que teníamos que hablar con urgencia.
—Bien, Paula. Pero conociéndote habrás hecho un drama de nada.
—Qué gracioso… —le contesté, y colgué con rapidez sin dejar que terminara de hablar.
Ahora, mientras escribo, sigo sin entender qué puede ver esa chica en mi hijo. Dani es infantil, y aunque parezca una tontería en esta edad, dos años se notan. Por lo general, las chicas maduran mucho antes que ellos, por lo tanto no me cabe en la cabeza que esa jovencita esté saliendo con un muchacho cuya mayor preocupación es jugar a la play o al ordenador. No me cabe en la cabeza. Claro que puede que ella sea más infantil que él, aunque lo dudo, no tiene ninguna pinta… ¿Se habrá encaprichado de mi hijo?