18. Hijos e hijas
Como todos los años, había asistido a las reuniones de padres de principio de curso en el colegio de mis hijos, por lo que me sorprendió recibir una llamada de la tutora de Dani pidiéndome una cita para poder hablar un viernes a las siete de la tarde. Me eché a temblar. No llevaba ni tres semanas de clase y ya me llamaban. ¿Qué sería esta vez? Después de lo mal que había empezado el curso anterior, consiguió salir airoso al final con unas notas más que aceptables. Le felicité.
—Estoy muy orgullosa de ti. Eso demuestra que puedes si te esfuerzas un poco.
—¿Me comprarás las botas de fútbol?
—Hum… está bien. Te lo había prometido y lo cumpliré.
Sonrió satisfecho.
Claro que no le recordé que ya me había gastado un dineral en clases particulares, porque después de todo las había aprovechado. No me gusta prometerles regalos a cambio de las calificaciones escolares porque pienso que estudiar es su deber, como el mío es trabajar y ocuparme de ellos, pero siempre logran convencerme y acabo cediendo.
Le telefoneé por la tarde a casa desde la oficina.
—¿Para qué me llama tu profesora? —le pregunté.
Se quedó mudo.
—¿Dani? ¿Me has oído?
—No… no sé… no tengo ni idea.
—¿Qué has hecho?
—Nada, mamá, te lo prometo.
—Si te has metido en algún lío, prefiero que me lo digas tú.
—Que no, mamá… y no me des la vara que tengo que estudiar.
Me colgó dejándome con la palabra en la boca. Lo de «tengo que estudiar» me preocupó de verdad. Un viernes lo que hace al llegar a casa es dejar la mochila tirada en su habitación y no volver a mirar para ella hasta el domingo después de repetirle mil veces que se ponga a hacer los deberes.
—Eso es que está madurando —me dijo Sandra.
—Ojalá. Qué más quisiera yo.
Sin embargo presentía que me iba a llevar una gran desilusión.
Al parecer la profesora estaba atendiendo a otra madre, así que me senté a esperar mi turno. Cuando por fin me hicieron pasar a la sala, habían pasado veinte minutos. Mari Flor, la misma del año pasado, sonrió al verme y me indicó que me sentara. Recordé el pésimo humor con el que había vuelto Dani del colegio el primer día al enterarse de que volvía a tener a la misma tutora del año anterior. Yo, muy al contrario, me alegré. Es muy competente, se implica mucho y muestra verdadero interés por sus alumnos. También es rígido y exigente, justo lo que a él le hace falta.
Empezó por mostrarme un examen de mi hijo en el que solo figuraban el nombre y el número de clase, porque el resto estaba en blanco; a partir de ahí, todo lo que tuve que escuchar fue de mal en peor.
Dani, aparte de no dar golpe, hablaba sin parar, se dedicaba a lanzar bolas de papel ensalivado al techo o a comer chucherías en clase, por lo que le había echado al pasillo esa misma mañana, y que si no cambiaba de actitud, las cosas le iban a ir bastante mal.
—No puedo creerlo… Usted sabe que es muy tímido.
Me explicó que también a ella le había sorprendido mucho.
—¿Está pasando por algún problema? —preguntó.
—No que yo sepa —contesté con franqueza.
—Quizás sea la edad o las amistades. Si le sirve de consuelo, no es el único.
No, no me servía de consuelo. En absoluto.
—Todavía estamos a tiempo de que rectifique.
—Eso espero.
Me apetecía llorar. Por mi expresión debió notarlo.
—No se preocupe —me dijo—. Seguro que entre todos lo solucionamos.
Joder, joder, joder… fue lo que dije cuando entré en el coche. Que tenga que cargar con todo esto yo sola mientras Miguel se está tocando las narices por no decir algo más vulgar. ¿Cuánto tiempo hacía que él no asistía a una reunión del colegio? ¿Qué no hablaba con los profesores? ¿Qué se interesara por algo más que por comer pizza o comprarles regalos?
Llegué a casa con una mezcla de tristeza y desilusión, y muy enfadada. Abrí la puerta, luego dejé las llaves sobre la cómoda. Escuché el sonido de la televisión procedente del salón, de donde salió Sergio sonriente.
—Sergio… ¿qué haces aquí?
Pensaba que habíamos quedado a las nueve.
—Te he estado llamando para ver si iba a buscarte pero tenías el móvil apagado, por eso decidí venir.
—Ah… lo siento. Perdona. Ni me he dado cuenta. Lo apagué al llegar al colegio…
Se acercó y me besó.
—¿Cómo ha ido?
Suspiré.
—Creo que voy a matar a alguien.
Se rio.
Mi madre apareció también.
—Paula, ya está la cena. ¿O vais a salir?
Miré a Sergio.
—Lo que tú quieras —me dijo.
—Estoy agotada. Prefiero quedarme.
—Bien —afirmó mi madre—. Pondré la mesa.
Me dirigí a la habitación y Sergio me siguió. Después de entrar cerró la puerta. Me senté sobre la cama para quitarme los zapatos y me dejé caer hacia atrás, cerrando los ojos. Luego los volví a abrir y lo observé.
Se sentó a mi lado y me incorporé.
—Dame un motivo para que no vaya al cuarto de mi hijo y le de un par de bofetadas —dije con desgana.
—Te daría unos cuantos pero el principal es que así no arreglarás nada.
—Ya…
—Aunque mi madre lo hizo varias veces y aquí estoy —bromeó.
—Lo mismo te digo de esa señora que está ahí fuera llamada Irene Sanz.
—Con lo encantadora y dulce que es tu madre… No me lo creo.
—No la conoces enfadada de verdad. Una vez me dio hasta con la zapatilla —exclamé sonriendo.
—Nooo…
—Sííííí…
—Algo habrías hecho —contestó inclinándose sobre mi y besándome despacio en los labios.
—Acabar con su paciencia, supongo…
Volvió a besarme.
—Ahora se escandaliza solo con que les levante la voz… ¿No es increíble?
—Porque son sus nietos, y es diferente —afirmó convencido.
—Sí, será…
—Pero mira que buena chica has salido… —añadió volviendo a bromear,
—¿Tú crees?
Me besó de nuevo.
Luego siguió por el cuello hasta el escote mientras que con otra mano me acariciaba por debajo de la falda.
—Sergio… hum…
—¿A qué ahora te sientes mucho mejor?
Noté cómo sus dedos se abrían paso por debajo de mi ropa interior.
Me retorcí de gusto.
—Sergio… ahora no…
De pronto, escuchamos que alguien estaba detrás de la puerta y nos incorporamos a toda velocidad.
Era Alejandro, que abrió justo a tiempo de que recobráramos la compostura.
—Dice la abuela que ya está la cena —dijo.
Sonreí.
—Sí, sí… ahora vamos.
Antes de que saliera le recordé que había que llamar a la puerta antes de entrar.
—Vale.
Volvió a cerrar. Suspiré. Volví a la realidad.
—Sobre Dani…
Me pasó el brazo por los hombros y me estrechó contra él.
—Sea lo que sea, espera a mañana. Y además no está. Ha salido, aunque ha dicho que volvería pronto.
—Pues qué bien… ¿Y a quién ha pedido permiso para salir?
—A mi no me mires…
Dos horas después, mi hijo apareció. Yo veía una película con Sergio y mi madre en el salón, mientras Alex jugaba en el ordenador.
Como suponía que iba a hacer, fue directo a su habitación sin pararse ni a saludar.
Pocos minutos después le oí merodear en la cocina.
—Iré a ponerle la cena —dijo mi madre levantándose del sillón.
—Mamá, ya es mayorcito —aclaré—. Solo tiene que calentarla en el microondas y sabe hacerlo muy bien, así que quédate ahí sentada.
Fue inútil. Se fue a la cocina a ayudar a su nieto.
—Es increíble. Aquí nadie me hace caso. Es como si hablara con las paredes.
—Yo sí te hago caso, cariño —afirmó Sergio.
Me besó.
—Debes de ser el único —contesté sonriendo.
Volvió a besarme.
—¿Puedo quedarme a dormir? —me susurró.
Le puse una sonrisa de oreja a oreja.
—Hum… no sé… Sí vas a ser un buen chico…
—No, en realidad no pensaba serlo —dijo volviendo a besarme.
—Eso ya me gusta más.
Me levanté dispuesta a tener una charla con mi hijo.
—Paula —dijo Sergio—, déjalo… mejor mañana.
—Solo es un minuto.
En la cocina cenaba tan tranquilo; seguro que pensando que no le diría nada por estar con Sergio. Palideció cuando me vio. Me senté frente a él y lo miré.
—He estado hablando con tu tutora —dije con tranquilidad, sin alterarme.
Puso un gesto de asco.
—Mañana hablaremos. Ahora no son horas.
—Vale.
—Cuando termines de cenar, acuéstate. Nada de tele ni ordenador. Estás castigado.
Me levanté dispuesta a irme pero me volví otra vez hacia él.
—Y va a haber muchos cambios a partir de ahora…
—Si tú lo dices… —contestó con burla.
—No bromeo, Dani. Hablo muy en serio. —Mi tono fue más enérgico—. Termina de cenar y vete a la cama.
No dijo nada. Salí de la cocina y le escuché desde el pasillo:
—¡Mierda! —dijo en voz alta.
Sergio se quedó todo el fin de semana, pero eso no libró a Dani de la charla que tenía pendiente con él. Traté de hablar y no reñir, le pregunté doscientas veces por su cambio de actitud, intenté averiguar si tenía problemas que yo pudiera desconocer. Fue inútil. No abrió la boca. Al contrario de su hermana, no monta en cólera como ella, se limita a dejarme hablar sin decir nada. Creo que todo lo que digo le entra por un oído y le sale por otro. Su silencio me crispó los nervios.
—Muy bien. Como quieras. Estás castigado sin móvil y sin ordenador, y no saldrás hasta que yo te diga. ¿Entendido?
Si al menos intentara defenderse, dar cualquier excusa o buscar la forma de camelarme. Pero no.
—Llamaré a tu padre —le dije—. A ver si con él hablas…
Acerté de pleno.
—¿Para qué? Para lo que le importa…
—¿Cómo dices?
—Para lo que le va a importar… ¿Crees que le importa? No, no le importa nada.
«Claro», pensé. Lo tenía delante de mis ojos y no era capaz de verlo. Dani intentaba llamar la atención del modo que fuera, le traía sin cuidado si era comportándose mal en clase o dejando en blanco los exámenes, aunque fuera castigado por ello.
—Dani… —le dije acercándome a él.
—A él no le importa nada de lo que hago o dejo de hacer —dijo en un susurro.
Me compadecí.
—No digas eso, claro que le importas.
Negó con la cabeza.
—No es verdad.
Lo abracé.
—Sí le importas, y mucho. Los tres le importáis.
Estaba a punto de echarse a llorar.
—Tienes que perdonarlo, mamá —dijo—. Papá quiere volver… me lo volvió a decir el último día que estuvimos con él, mamá. Lo dice en serio. Él te quiere.
—Dani… escucha, escúchame… Eso no es posible. Sabes que no… las cosas son así. Ya lo hemos hablado.
—Pero podíamos estar otra vez juntos… —dijo con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo siento, cariño. Lo siento… No puede ser.
—¿Es por Sergio?
Suspiré.
—Siento tener que decirte esto, pero será el único modo de que lo entiendas. Hace más de tres años, tu padre se fue, Dani. Se largó con Sonia… me abandonó. Entonces no conocía a Sergio. Me dejó sola y no le importó en absoluto… Sé que no es fácil para ti aceptarlo. Pero fue así…
Asintió con la cabeza dándome la razón.
—Y ahora, ¿qué? ¿Pretende hacer como si no hubiera pasado? No, hijo. Aunque no existiera Sergio, nunca volvería con tu padre. Tienes que entenderlo. Ya es demasiado tarde.
—Pero él quiere volver…
Lo volví a abrazar.
—Lo siento, lo siento… pero no. No puede ser.
Me dolía en el alma verlo tan triste. Mi hijo había sufrido y seguía sufriendo lo indecible. Me compadecí y lo tuve abrazado un buen rato hasta que se apartó de mí.
—Está bien —dijo con desgana—. Lo entiendo.
Puede que lo entendiera, pero eso no significaba que no sufriera por ello.
—Tengo que hablar con tu padre —murmuré—. Esto no puede seguir así.
No podía permitirle que siguiera haciendo daño a nuestro hijo de esa manera con la historia de que deseaba volver a casa. Eso no iba a suceder. Yo no iba a admitirlo jamás. Le iba a decir bien claro que dejara de martirizar a Dani, y si no, le impediría que los viera del modo que fuera.
Lo llamé varias veces pero no conseguí dar con él.
Dani me pidió perdón. Prometió cambiar de actitud aunque eso no le sirvió para que le levantara del todo el castigo; aun así le dejé salir por la tarde.
Cada vez que pienso en el enorme daño que Miguel ha hecho a mis hijos se me encoge el alma. Si tuviera la decencia de ser un padre de verdad, que se preocupase por ellos como otros padres divorciados… pero no. Ni siquiera es capaz de eso.
Cuando le comenté a Sergio lo que me había dicho Dani, me miró nervioso.
—¿Tu ex quiere volver?
Me di cuenta entonces de que nunca se lo había comentado. Sabía que tenía una opinión nefasta sobre Miguel y que en algún momento se había puesto celoso, por lo que había preferido no decirle nada.
—Tonterías de Miguel…
—¿Te lo ha dicho?
—Sí, me lo insinuó. Pero como comprenderás le mandé al cuerno.
—¿Pero qué se cree? —dijo enfadado.
—Sergio, tranquilo. Miguel es el pasado, y no me importa en absoluto.
Lo besé para demostrarle que el único hombre que me interesaba era él.
—Te quiero, cariño —le dije.
No le había dicho lo del beso y fue lo mejor que pude hacer. Si ya estaba celoso, eso acabaría por rematarlo.
A pesar de mi desánimo y mi angustia, Sergio estuvo a mi lado. Me emociono cuando lo pienso. Siempre está ahí. A pesar de que Dani sigue mostrándole indiferencia, él no pierde la sonrisa. A veces creo que está dando demasiado en esta relación. Después de todo, él ha cambiado su vida completamente. No solo tiene paciencia con mis hijos y los aguanta. Podría querer estar a solas conmigo, nada más. Pero no. No le importa compartir su tiempo con toda la familia. Me conmueve que sea capaz de tanto…
Salimos a cenar con Sandra y Raúl. Después tomamos la última copa en el salón de mi casa. Cerca de la medianoche decidieron irse. Vicky llegó justo cuando salían. Saludó y dijo que se iba a la cama. Besó a Sandra y luego supongo que por no hacerme de menos se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. Fue cuando me fijé en el la marca que tenía en el cuello. Alguien la había besado con excesiva pasión, pero ¿quién? ¿Acaso volvía a tener novio? ¿Por qué no había dicho nada? O era de las que se iba con uno y con otro según le apetecía… No iba a permitir que se fuera a dormir sin saberlo, así que en cuanto Sandra y Raúl se fueron, me fui tras ella.
Estaba en el baño.
—Vicky, abre la puerta.
Tardó en abrir. Entré y cerré.
—¿Qué pasa? —preguntó con chulería.
—Eso digo yo. ¿Qué pasa, Vicky? ¿Qué tengo que pensar?
—Pensar… ¿pensar de qué?
—¡Mírate! —le dije agarrándola del pelo.
Reconozco que casi la empotré contra el espejo.
—¿Te estás viendo?
Se quejó de que le estaba haciendo daño y la solté.
—Quiero una explicación. ¿Tienes otra vez novio o eres de las que cada fin de semana se enrolla con uno distinto? —pregunté alterada.
Soltó un bufido y me dijo que la dejara en paz.
—¿Estás saliendo con alguien? —pregunté.
Volvió a decirme que la dejara tranquila, pero ante mi insistencia acabó diciendo que sí.
—¿Y no puedes decirlo? ¿Por qué lo ocultas? Luego quieres que confíe en ti…
—He vuelto con Álvaro —añadió interrumpiéndome.
—¿Ehhhh? ¿Con Álvaro? ¿Cómo que con Álvaro?
—Nos queremos, mamá. ¿Por qué te enfadas?
—¿Por qué no me lo has dicho?
—Después de la que se armó la otra vez, mamá, no queremos más líos.
—Mira, Vicky. Yo no tengo nada contra ese chico, nada. Pero ya sabes cómo es su madre, así que, por favor, no te busques problemas innecesarios. Y dile a Álvaro que la próxima vez tenga más cuidado. No hace falta que sea tan apasionado ni que deje huellas para demostrar lo mucho que te quiere. ¿De acuerdo? No hace falta que marque territorio…
—¡Ja!… —exclamó—, no creo que sea para tanto. Seguro que tú…
La miré airada y se calló. Me imaginaba lo que iba a continuación. Que seguro que a mi también me había pasado alguna vez. Puede, pero no tenía ninguna intención de comentárselo.
Había sido siendo novia de Miguel y me pasé los días siguientes con un pañuelo al cuello. Como era muy aficionada a ponérmelos, nadie se extrañó. Y si mi madre lo percibió no me dijo ni una palabra. Desconozco si por pudor propio o porque no se atrevió a decírmelo, claro que entonces se consideraba de muy mal gusto y estaba muy mal visto, ya que los chupetones eran un sinónimo de «chica fácil» o cosas peores.
—Tomaros las cosas con más calma. ¿Y desde cuando estás con él? —le pregunté más tranquila.
—Desde antes. Quiero decir que desde hoy.
—¿Eh? Oh, Dios —dije abriendo la puerta y saliendo a toda prisa.
—Pero qué… —la escuché murmurar.
¿Desde hoy? ¿Se reconciliaron y ya se habrían ido a la cama sin más? Prefería no saberlo. ¿Otra vez con Álvaro? Pero ¿por qué? ¿Cómo se lo tomaría Lidia ahora? ¿Más problemas?
Sergio estaba poniendo en marcha el lavavajillas después de colocar las copas dentro.
—Adivina —dije con desgana.
Me miró.
—¿Qué pasa?
Suspiré.
—Tu querido sobrino y me encantadora hija se han reconciliado —afirmé.
Sonrió.
—Perfecto. Siempre dije que hacían una bonita pareja.
—Sergio… hablo en serio.
—Yo también.
Me abrazó y me besó. Hundió su lengua en mi boca haciéndome temblar de gusto.
—Vamos… —le susurré al oído.
Nada más cerrar la puerta de la habitación empecé a desabrocharle la camisa.
—Hum… ya veo que tienes prisa.
—Me muero por seducirte.
Sonrió.
—Soy todo tuyo, cariño.
Creo que mi necesidad repentina de deseo sexual se debió a que ansiaba olvidarme de todo, de los problemas, de mis hijos, de mi ex… y de mi misma. Solo quería perderme en Sergio, que como siempre me supo complacer hasta el delirio. Nos quedamos dormidos jadeantes y llenos de sudor, pero satisfechos.