PRIMAVERA

LA abertura de grandes boquetes por los cortadores de hielo suele causar que la laguna se deshiele antes, pues el agua, agitada por el viento, incluso con un tiempo frío, consume el hielo restante. Pero ese no fue el efecto sobre Walden aquel año, pues pronto se revistió de una gruesa vestidura que reemplazó a la anterior. Esta laguna no se deshiela tan pronto como las otras de las cercanías, tanto por su mayor profundidad como porque ninguna corriente la atraviesa y funde o consume el hielo. No he visto nunca que se haya resquebrajado el hielo en invierno, sin exceptuar el de 1852 a 1853, que puso tan duramente a prueba a las lagunas. Suele resquebrajarse a primeros de abril, una semana o diez días después que la laguna de Flint y Fair Haven, empezándose a fundir por el norte y en las partes más superficiales por donde empezó a helarse. Indica, mejor que ninguna otra laguna de los alrededores, el progreso absoluto de la estación, pues los cambios pasajeros de temperatura la afectan menos. Un frío severo de varios días de duración en marzo puede retrasar el deshielo de las otras lagunas, mientras que la temperatura de Walden aumenta casi sin interrupción. Un termómetro instalado en el centro de Walden el 6 de marzo de 1847 se mantuvo a cero grados, en el punto de congelación; cerca de la orilla marcó cero grados y medio. En el centro de la laguna de Flint, el mismo día, marcó 0,2°; a una docena de varas de la orilla, en aguas someras, bajo hielo de un pie de espesor, 2,7°. Esta diferencia de temperatura entre las aguas profundas y las someras de la última laguna, y el hecho de que en su mayor parte sea relativamente poco profunda, muestra que debía deshelarse mucho antes que Walden. El hielo de la parte más superficial era, al mismo tiempo, varias pulgadas más delgado que en el centro. En medio del invierno, el hielo en el centro de la laguna era más cálido y delgado. De igual modo, cualquiera que haya paseado por las orillas de una laguna en verano se habrá dado cuenta de que el agua es más cálida en la orilla, donde sólo tiene tres o cuatro pulgadas de profundidad, que a poca distancia, y en la superficie donde es más profunda, que cerca del fondo. En primavera, el sol no sólo ejerce su influencia mediante la temperatura más elevada del aire y de la tierra, sino que su calor traspasa el hielo de un pie o más de espesor y se refleja desde el fondo en las aguas someras, de modo que también calienta el agua y funde las partes inferiores del hielo y, al mismo tiempo que lo funde de una manera más directa por arriba, lo vuelve desigual y hace que las burbujas de aire que contiene se extiendan hacia arriba y hacia abajo hasta que lo agujerea como un panal y desaparece, de repente, con una fina lluvia de primavera. El hielo tiene sus trepas como la madera y cuando un témpano empieza a descomponerse y «formar celdas», es decir, a asumir la apariencia de un panal, cualquiera que sea su posición, las celdas de aire forman ángulos rectos con lo que era la superficie del agua. Si hay una roca o un tronco que sobresalen en la superficie, el hielo es mucho más delgado y, con frecuencia, se disuelve al reflejarse el calor, y me han contado que, en un experimento en Cambridge para congelar agua en un pequeño estanque de madera, aunque el aire frío circulaba por debajo y, de este modo, tenía acceso a las dos partes, el reflejo del sol desde el fondo contrarrestaba con creces esta ventaja. Cuando una lluvia cálida funde en medio del invierno la nieve helada de Walden y deja una capa dura, oscura o transparente en el centro, el reflejo del calor creará una banda de hielo blanco fundido, por espeso que sea, de una vara o más de anchura, cerca de las orillas. Como he dicho, las burbujas obran en el interior del hielo como espejos ustorios para fundir el hielo por debajo de la superficie.

Los fenómenos del año tienen lugar cada día en una laguna a una escala reducida. Cada mañana, por lo general, el agua somera se calienta más rápidamente que la profunda, aunque al cabo no se caliente mucho y al atardecer vuelva a enfriarse rápidamente hasta la mañana. El día es un resumen del año. La noche es el invierno, la mañana y la tarde la primavera y el otoño, y el mediodía el verano. Las grietas y estallidos del hielo indican un cambio de temperatura. Una agradable mañana, tras una fría noche, el 24 de febrero de 1850, habiendo ido a pasar el día a la laguna de Flint, me di cuenta con sorpresa de que, al golpear el hielo con la cabeza de mi hacha, resonó como un gong en muchas varas a la redonda, como si hubiera golpeado una piel muy tensa de tambor. La laguna empezó a estallar una hora antes del amanecer, cuando advirtió la influencia de los rayos del sol que se deslizaban sobre ella desde las colinas; se estiró y desperezó como un hombre que se despierta con un tumulto que aumentaba gradualmente y que se mantuvo durante tres o cuatro horas. Durmió una breve siesta al mediodía y volvió a estallar una vez más hacia la noche, al reducirse la influencia del sol. Con tiempo estable, una laguna dispara su fusil al atardecer con gran regularidad. Pero a mitad del día, llena de grietas y con el aire menos sutil, pierde por completo su resonancia y, probablemente, los peces y las ratas almizcleras no quedarían aturdidos por un golpe sobre el hielo. Los pescadores dicen que el «trueno en la laguna» espanta a los peces e impide que piquen. La laguna no retumba todas las tardes y no podría decir con seguridad cuándo hay que esperar que lo haga; pero, aunque yo no perciba diferencia alguna en el tiempo, la hay. ¿Quién podría esperar que algo tan grande y frío y espeso fuera tan sensible? Sin embargo, tiene una ley por la que retumba obedientemente cuando le toca con la misma regularidad con la que se abren los capullos en primavera. La tierra está viva y cubierta de papilas. La mayor de las lagunas es tan sensible a los cambios atmosféricos como el mercurio en el termómetro.

Un motivo para venir a vivir en los bosques fue tener tiempo y oportunidad para ver llegar la primavera. El hielo de la laguna empieza a formar celdas y mi tacón se hunde cuando paseo por él. Las brumas, las lluvias y los cálidos soles funden gradualmente la nieve; los días son sensiblemente más largos y compruebo que saldré del invierno sin traer más leña al cobertizo, pues ya no son necesarios los grandes fuegos. Estoy atento a las primeras señales de la primavera, para oír la nota casual de un pájaro recién llegado o el chirrido de la ardilla estriada, cuyas reservas estarán casi agotadas, o ver a la marmota aventurarse fuera de sus cuarteles de invierno. El 13 de marzo, habiendo oído ya al azulejo, al gorrión cantarín y al mirlo, el hielo aún tiene un pie de espesor. Aunque el tiempo se va haciendo más cálido, a simple vista el agua no lo descompone, ni se resquebraja y flota como en los ríos, sino que, aunque completamente fundido en media vara de anchura junto a la orilla, el centro sólo ha formado sus celdas, saturado de agua, de modo que podemos poner los pies en sus seis pulgadas de espesor; pero tal vez al día siguiente, tras una lluvia cálida seguida de bruma, haya desaparecido por completo con la bruma, esfumado. Un año atravesé la laguna sólo cinco días antes de que el hielo desapareciera del todo. En 1845, Walden se desheló por completo el 1 de abril; en 1846, el 25 de marzo; en 1847, el 8 de abril; en 1851, el 28 de marzo; en 1852, el 18 de abril; en 1853, el 23 de marzo; en 1854, hacia el 7 de abril.

Cualquier incidente relacionado con el resquebrajamiento del hielo en ríos y lagunas y el asentamiento del tiempo es particularmente interesante para nosotros, que vivimos en un clima de grandes extremos. Cuando llegan los días más calurosos, los que viven cerca del río oyen romperse el hielo por la noche con un grito estridente tan fuerte como el sonido de la artillería, como si sus cadenas de hielo se rompieran de un extremo a otro, y en pocos días lo ven desaparecer rápidamente. Así el caimán sale del lodo con temblores de tierra. Un anciano, atento observador de la naturaleza y que parece tan sabio en todo lo que a ella respecta como si la hubieran construido cuando él era un muchacho y hubiera ayudado a ponerle la quilla —alguien que ha alcanzado todo su desarrollo y que será difícil que adquiera más sabiduría natural, aunque viva hasta la edad de Matusalén—, me contó, y me sorprendió oírle expresar su asombro ante las operaciones de la naturaleza, pues pensaba que no había secretos entre ellos, que un día de primavera cogió su fusil y su bote y se dispuso a entretenerse cazando patos. Aún había hielo en los prados, pero había desaparecido del río, y descendió sin obstáculos desde Sudbury, donde vivía, hasta la laguna de Fair Haven, que, inesperadamente, encontró cubierta en su mayor parte de una firme capa de hielo. Era un día cálido y le sorprendió que quedara una cantidad tan grande de hielo. Al no ver ningún pato, escondió su bote en la parte septentrional o trasera de una isla de la laguna y luego se ocultó en los arbustos del sur para esperarlos. El hielo estaba fundido a tres o cuatro varas de la orilla y había una capa mansa y cálida de agua, de fondo lodoso, como les gusta a los patos, y pensó que sería probable que alguno quedara muy pronto a la vista. Tras esperar cerca de una hora oyó un sonido bajo y aparentemente lejano, aunque singularmente estridente e impresionante, distinto a todo lo que había oído antes, que iba aumentando e intensificándose gradualmente como si fuera a tener un final universal e inolvidable, un rugido y embestida sombríos, que le pareció de repente el sonido de una vasta bandada de aves que fuera a posarse allí y, preparando su arma, se levantó apresurado y excitado; pero, para sorpresa suya, descubrió que la masa de hielo se había desprendido mientras él estaba allí y se deslizaba hacia la orilla, y que el sonido que había oído lo había producido el borde al rozar con la orilla, al principio suavemente roída y desmoronada, pero al cabo elevando y esparciendo sus restos a lo largo de la isla a una altura considerable antes de detenerse.

Al final, los rayos del sol alcanzan el ángulo recto y los vientos cálidos alejan la niebla y la lluvia y funden los bancos de nieve, y el sol dispersa la niebla mientras sonríe a un paisaje variado de colorado y blanco asperjado con incienso, a través del cual el viajero sigue su camino de isla en isla, acariciado por la música de un millar de arroyos y arroyuelos resonantes, cuyas venas se llenan con la sangre del invierno que se llevan consigo.

Pocos fenómenos me han causado tanto placer como observar las formas que la arena caliente y la arcilla asumen al deslizarse por los costados de un profundo socavón del ferrocarril por donde yo pasaba de camino a la ciudad, un fenómeno no demasiado corriente a una escala tan grande, aunque la cantidad de bancos de buen material recientemente expuestos debe de haberse multiplicado desde que se inventó el ferrocarril. El material era arena en todos los grados de finura y de variados y ricos colores, por lo común mezclada con algo de arcilla. Cuando la escarcha desaparece en primavera, e incluso en un día de deshielo en invierno, la arena comienza a deslizarse por las laderas como lava, a veces irrumpiendo a través de la nieve y recubriéndola en lugares donde no se había visto arena antes. Innumerables y pequeñas corrientes se solapan y cruzan unas con otras y muestran una especie de producto híbrido, que obedece en parte la ley de las corrientes y en parte la de la vegetación. Mientras fluye adopta el aspecto de hojas o vides llenas de savia, que forman montones de hojas pulposas de un pie o más de profundidad y se parecen, al mirarlas, a los talos laciniados, lobulados e imbricados de algunos líquenes, o recuerda el coral, las garras del leopardo o las patas de los pájaros, o sesos, pulmones, intestinos y excrementos de todas clases. Es una vegetación verdaderamente grotesca, cuyas formas y color vemos imitados en bronce, una especie de follaje arquitectónico más antiguo y típico que el acanto, la achicoria, la hiedra, la vid o cualquier hoja vegetal, destinado, tal vez, en ciertas circunstancias, a convertirse en un rompecabezas para los futuros geólogos. El socavón entero me impresionó como si fuera una cueva con estalactitas expuestas a la luz. Los diversos matices de la arena son singularmente ricos y agradables y comprenden los distintos colores del hierro, pardo, gris, amarillento y rojizo. Cuando esa masa deslizante alcanza el sumidero al pie del banco, se esparce y allana como en hebras y las corrientes separadas pierden su forma semicilíndrica y gradualmente se allanan y ensanchan, y siguen corriendo mientras están húmedas hasta que forman una arena llana, aún hermosa y ricamente matizada, en la que se pueden observar las formas originales de la vegetación; hasta que, por fin, en el agua misma, se convierten en bancos, como los que se forman en la desembocadura de los ríos, y las formas vegetales se pierden en las estrías del fondo.

«La arena comienza a deslizarse por las laderas como lava…».

A veces, todo el banco, que tiene de veinte a cuarenta pies de alto, queda cubierto de una masa de ese follaje o resquicio arenoso, en un cuarto de milla a uno o ambos costados, producto de un día de primavera. Lo que hace inolvidable este follaje arenoso es su repentina irrupción en la existencia. Cuando veo en un costado el banco inerte —pues el sol obra primero en un costado— y en el otro ese follaje exuberante, creación de una hora, me siento desconcertado, como si, en cierto modo, estuviera en el laboratorio del artista que creó el mundo y me creó a mí o hubiera llegado al lugar donde aún está manos a la obra, ocupado en este banco, ejecutando sus nuevos diseños con un exceso de energía. Siento como si estuviera más cerca de las entrañas del globo, pues esta sobreabundancia arenosa es algo parecido a la masa foliácea de las entrañas de un cuerpo animal. Así descubrimos en la arena una anticipación de la hoja vegetal. No es extraño que la tierra se exprese exteriormente en forma de hojas si trabaja con esa idea en el interior. Los átomos han aprendido esa ley y están impregnados de ella. La hoja que cuelga ve aquí su prototipo. Internamente, sea en el globo o en el cuerpo animal, es un lóbulo espeso y húmedo, una palabra especialmente aplicable al hígado y a los pulmones y a los panículos de grasa (λείβω, labor, lapsus, fluir o deslizarse, un lapso; λοβός, globus, lóbulo, globo; también regazo, falda y muchas otras palabras); externamente una hoja delgada y seca, como si la h y la j hubieran presionado y secado la b. Las consonantes de lóbulo son lb, la suave masa de la b (sencilla, o B, doble) con una l líquida detrás de ella que la empuja hacia delante. En globo, glb, la gutural g añade al significado la capacidad de la garganta. Las plumas y las alas de los pájaros son hojas aún más secas y delgadas. Así también pasamos de la tosca larva de la tierra a la mariposa airosa y volandera. El mismo globo se trasciende y traslada a sí mismo continuamente y se convierte en alado en su órbita. Incluso el hielo empieza a formarse con delicadas hojas de cristal, como si se hubiera vertido en moldes que las frondas de plantas acuáticas hubieran forjado en el espejo del agua. El árbol entero no es más que una hoja y los ríos son hojas aún más vastas, cuya pulpa es la tierra intermedia, y pueblos y ciudades son la ova de insectos en sus remansos.

Cuando el sol se retira la arena cesa de fluir, pero, por la mañana, las corrientes reaparecen y se ramifican en una miríada. Tal vez veáis aquí cómo se forman los vasos sanguíneos. Si observáis atentamente, veréis que, en primer lugar, empuja hacia delante desde la masa cálida una corriente de arena suave semejante a una gota, como la yema de un dedo, que se abre camino hacia abajo lenta y ciegamente, hasta que, por fin, con más calor y humedad, conforme asciende el sol, la porción más fluida, en su esfuerzo por obedecer la ley que cumple incluso lo inerte, se separa y forma por sí misma un canal o arteria sinuosa en el que puede verse una pequeña corriente plateada que resplandece como el relámpago de una parte a otra de las hojas o ramas pulposas y que la arena engulle. Es asombroso lo rápida y perfectamente que la arena se organiza mientras fluye, empleando el mejor material que su masa le ofrece para formar los afilados bordes de su canal. Así son las fuentes de los ríos. Tal vez en la materia silícea que el agua deposita se encuentre el sistema óseo y en el suelo aún más refinado y en la materia orgánica la fibra carnal o el tejido celular. ¿Qué es el hombre sino una masa de arcilla cálida? La yema del dedo humano no es sino una gota congelada. Los dedos de manos y pies se extienden desde la masa caliente del cuerpo. ¿Quién sabe hasta dónde se extendería y fluiría el cuerpo humano bajo un cielo más favorable? ¿No es la mano una hoja de palma extendida con sus lóbulos y venas? Podríamos considerar la oreja, de un modo fantástico, como un liquen, umbilicaria, a un lado de la cabeza, con su lóbulo o gota. El labio —labium, de labor (¿?)— se regaza o cuelga de los lados de la boca cavernosa. La nariz es a simple vista una gota congelada o estalactita. La barbilla es una gota aún mayor, donde confluye la cara. Las mejillas son laderas que descienden desde las cejas hasta el valle de la cara, opuestas y separadas por los maxilares. Cada lóbulo redondeado de la hoja vegetal es también una gota espesa y perezosa, mayor o menor; los lóbulos son los dedos de la hoja y, cuantos más lóbulos tenga, en más direcciones tenderá a fluir y más calor u otras influencias favorables harán que fluya aún más lejos.

Parecía que esta ladera ilustraba el principio de todas las operaciones de la naturaleza. El creador de la tierra no hizo más que patentar una hoja. ¿Qué Champollion descifrará este jeroglífico para que nosotros podamos aportar una nueva hoja? Este fenómeno es más estimulante para mí que la abundancia y la fertilidad de las viñas. Es cierto que hay algo excrementicio en su carácter y que no hay fin para los montones de hígado y entrañas, como si el globo estuviera vuelto del lado equivocado, pero eso sugiere, al menos, que la naturaleza tiene entrañas y reitera que es la madre de la humanidad. Es la escarcha que se retira del suelo, es la primavera. Precede a la primavera verde y florida, como la mitología precede a la poesía regular. No conozco nada mejor para purgarnos de los tufos e indigestiones del invierno. Me convenzo de que la tierra aún está en pañales y estira sus dedos infantiles por todas partes. De las sienes peladas brotan rizos nuevos. No hay nada inorgánico. Esos montones foliáceos yacen a lo largo del banco como la escoria de un horno y muestran que la naturaleza está «al rojo vivo» en su interior. La tierra no es un mero fragmento de historia muerta, estrato sobre estrato como las hojas de un libro para ser estudiada sólo por geólogos y anticuarios, sino poesía viva como las hojas de un árbol, que preceden a las flores y al fruto; no una tierra fósil, sino una tierra viviente, respecto a cuya gran vida central toda la vida animal y vegetal es un mero parásito. Sus estertores harán que se agiten nuestros restos en sus tumbas. Podríais fundir vuestros metales y verterlos en los moldes más hermosos; nunca serían tan excitantes para mí como las formas que esta tierra fundida arroja, y no sólo ella, sino las instituciones que se fundan sobre ella, son plásticas como la arcilla en manos del alfarero.

No pasará mucho tiempo hasta que, no sólo en estos bancos, sino en cada colina y llanura y hondonada, la escarcha salga de la tierra como un cuadrúpedo durmiente de su madriguera y busque el mar con música o emigre a otros climas en nubes. El deshielo, con su delicada persuasión, es más poderoso que Thor con su martillo. El primero funde, el segundo rompe en pedazos.

Cuando la tierra estaba parcialmente despejada de nieve y algunos días cálidos habían secado su superficie, era agradable comparar las primeras señales tiernas de la niñez del año que entonces asomaban con la belleza majestuosa de la vegetación marchita que había resistido al invierno: las siemprevivas, las varas de oro, las jaras y las graciosas hierbas silvestres, más visibles e interesantes, con frecuencia, que en el mismo verano, como si su belleza no estuviera madura entonces; incluso la planta del algodón, la espadaña, el verbasco, la candelaria, el corazoncillo, la espirea y otras plantas de tallo duro, graneros inagotables que alimentan a los primeros pájaros, un velo discreto, al menos, para la viuda naturaleza[118]. Me atrae particularmente el tallo arqueado y agavillado del junco, que devuelve el verano a nuestros recuerdos de invierno y se encuentra entre las formas que el arte prefiere copiar y que, en el reino vegetal, tiene la misma relación que la astronomía con los tipos que ya se encuentran en la imaginación humana. Es un estilo antiguo, más viejo que el griego y el egipcio. Muchos fenómenos invernales sugieren una inexpresable ternura y frágil delicadeza. Estamos acostumbrados a oír hablar de este rey como si fuera un tirano rudo y violento, pero adorna las trenzas del verano con la gentileza de un amante.

Con la llegada de la primavera, las ardillas rojas llegaban hasta mi casa, dos a la vez, directamente a mis pies mientras estaba sentado leyendo o escribiendo y emitían los sonidos más deliciosamente jubilosos y gorjeantes y las piruetas vocales y los gorgoritos más raros que se hayan oído, y si yo pataleaba, entonces gorjeaban más alto, como si hubieran dejado atrás todo temor y respeto en sus locas travesuras y desafiaran a la humanidad a detenerlas. ¿No es así, ardilla, ardilla? Eran completamente sordas a mis argumentos, o no percibían su fuerza, y prorrumpían en una serie de invectivas irresistible.

¡El primer gorrión de la primavera! ¡El año empieza con una esperanza más joven que nunca! ¡Los tenues silbos plateados del azulejo, el gorrión y el mirlo sobre los campos casi desnudos y húmedos, como si los últimos copos del invierno tintinearan al caer! ¿Qué significan entonces las historias, las cronologías, las tradiciones y todas las revelaciones escritas? Los arroyos entonan sus cantos de alabanza a la primavera. El halcón de los marjales vuela sobre los prados en busca de la primera forma de vida viscosa que despierta. El sonido de la nieve que cae derretida se oye en todos los valles y el hielo se disuelve en las lagunas. La hierba ondea en las laderas como un fuego vernal —et primitus oritur herba imbribus primoribus evocata—, como si la tierra enviara un calor interior para saludar la vuelta del sol; no amarillo, sino verde, es el color de su llama; símbolo de la perpetua juventud, la brizna de hierba se extiende como un gran pañuelo verde por la cespedera hacia el verano, duramente castigada por la escarcha, pero de nuevo pujante, levantando su lanza del último heno del año con la vida nueva por debajo. Crece tan firmemente como el arroyo fluye en la tierra. Es casi idéntico a él, pues en los días crecientes de junio, cuando los arroyos se secan, las briznas de hierba son sus canales y, de año en año, los rebaños beben de esta perenne y verde corriente, de la que el segador toma oportunamente su provisión invernal. Así es como nuestra vida humana desciende hasta las raíces y eleva sus briznas verdes hacia la eternidad.

Walden se funde deprisa. Hay un canal de dos varas de ancho al norte y al oeste y aún más ancho al este. Un gran campo de hielo se ha separado de la masa principal. Oigo a un gorrión cantar en los arbustos de la orilla, olit, olit, olit, chip, chip, chip, che char, che wiss, wiss, wiss. También él está ayudando a romper el hielo. ¡Qué encantadoras son las grandes y onduladas curvas en el borde del hielo que, en cierto modo, responden a las de la orilla, aunque con mayor regularidad! El hielo es insólitamente duro, debido al severo aunque pasajero frío reciente, y hace aguas y forma vetas como el suelo de un palacio. Pero el viento sopla en vano hacia el este sobre su opaca superficie, mientras no llega a la superficie viva que se encuentra más allá. Es glorioso contemplar este pañuelo de agua brillando al sol, la cara desnuda de la laguna llena de alegría y juventud, como si proclamara el gozo de los peces en su interior y de las arenas en la orilla, un viso plateado como las escamas del leuciscus, como si fuera un solo pez en movimiento. Así es el contraste entre el invierno y la primavera. Walden estaba muerta y vuelve a vivir. Pero esta primavera el hielo se ha resquebrajado con más regularidad, como ya he dicho.

El cambio de la tormenta y el invierno al clima sereno y suave, de las horas oscuras y lentas a las brillantes y elásticas es una crisis memorable que todas las cosas proclaman. Parece instantáneo al final. De repente, una oleada de luz llenó mi casa, aunque anochecía y aún se cernían las nubes del invierno y los aleros goteaban con la cellisca. Miré por la ventana y, allí mismo, donde ayer había un frío hielo gris estaba ahora la laguna transparente, en calma y llena de esperanza como en una tarde de verano, reflejando el cielo de una tarde de verano en el fondo, aunque no fuera visible, como si tuviera comunicación con algún horizonte remoto. Oí en la distancia a un petirrojo, el primero que oía en muchos miles de años, pensé, cuyas notas no olvidaré nunca aunque pasen mil años más, la misma dulce y poderosa canción de siempre. ¡Oh el petirrojo vespertino al final de un día de verano de Nueva Inglaterra! ¡Si pudiera encontrar la rama donde se posa! Me refiero a él; me refiero a la rama. Él, al menos, no es el Turdus migratorius. Los pinos tea y los robles jóvenes que rodeaban mi casa, tanto tiempo languidecientes, recobraron de repente su aspecto y parecían más brillantes, más verdes, más erguidos y vivos, como si la lluvia los hubiera limpiado y restaurado de verdad. Sabía que ya no llovería. Podríais decir, mirando cualquier rama del bosque, incluso nuestro leñero, si el invierno ha pasado o no. Conforme oscurecía, me estremecía el graznido de los gansos que volaban bajo sobre los bosques, como viajeros cansados que llegaban tarde de los lagos del sur y se permitían quejarse a su antojo y consolarse mutuamente. De pie en mi puerta, pude oír el roce de sus alas cuando, al dirigirse hacia mi casa, descubrieron de improviso mi luz y con un sordo clamor se posaron en la laguna. Entré y cerré la puerta y pasé mi primera noche de primavera en los bosques.

Por la mañana observé a los gansos desde la puerta, a través de la niebla, mientras nadaban en medio de la laguna, a unas cincuenta varas, tan grandes y tumultuosos que Walden parecía una laguna artificial para su diversión. Pero cuando me acerqué a la orilla alzaron en seguida el vuelo con un gran batir de alas a una señal de su guía y, una vez puestos en formación, describieron algunos círculos sobre mi cabeza, unos veintinueve gansos, y partieron rumbo a Canadá, con un graznido regular del guía, con la confianza de desayunarse en estanques más fangosos. Una «bandada» de patos alzó el vuelo al mismo tiempo y emprendió viaje hacia el norte en la estela de sus más ruidosos primos.

Durante una semana oí el estrépito escudriñador de algún ganso solitario que daba vueltas en las mañanas brumosas, en busca de sus compañeros, que aún poblaba los bosques con el sonido de una vida mayor de lo que podían soportar. En abril, volvieron a verse las palomas volando con rapidez en pequeñas bandadas y, a su debida época, oí al vencejo chillar por encima de mi claro, aunque no parecía que hubiera tantos en la ciudad como para que quedara uno para mí, e imaginé que pertenecía a una peculiar raza antigua que moraba en el hueco de los árboles antes de que llegaran los hombres blancos. En casi todos los climas, la tortuga y la rana se encuentran entre los precursores y heraldos de esta estación, y los pájaros vuelan con trinos y plumajes resplandecientes, y las plantas brotan y florecen, y el viento sopla para corregir esta ligera oscilación de los polos y preservar el equilibrio de la naturaleza.

Como cada estación nos parece por turno la mejor, la llegada de la primavera es como la creación del cosmos en el caos y el establecimiento de la Edad de Oro.

Eurus ad Auroram Nabataeque regna recessit,

Persidaque et radiis iuga subdita matutinis.

[El Euro se retiró hacia la Aurora, a los reinos nabateos,

A Persia y a las cumbres que se extienden bajo los matinales rayos del sol].

El hombre había nacido. O el artífice de las cosas,

Origen de un mundo mejor, lo creó de un semen divino,

O la tierra, reciente y hacía poco separada del elevado

Éter, que retenía algunas semillas del cielo afín[119].

Una sencilla y suave lluvia presta a la hierba muchos más matices de verde. Así, nuestras perspectivas brillan con el influjo de mejores pensamientos. Seríamos benditos si viviéramos siempre en el presente y sacáramos ventaja de cualquier accidente que nos ocurriera, como la hierba, que acusa la influencia del más ligero rocío que cae sobre ella, y no pasáramos el tiempo tratando de reparar las oportunidades perdidas, a lo que llamamos cumplir con nuestro deber. Nos mostramos perezosos en invierno cuando ya es primavera. En una agradable mañana de primavera, todos los pecados del hombre quedan perdonados. Un día semejante es una tregua para el vicio. Mientras un sol como ese se mantenga firme para arder, el peor de los pecadores podrá regresar. A través de nuestra propia inocencia recobrada discernimos la inocencia de nuestros vecinos. Ayer pudisteis tener a vuestro vecino por ladrón, borracho, o sensual, y sentir lástima por él o despreciarlo y desesperar del mundo; pero el sol brilla y calienta esta primera mañana de primavera y recrea el mundo y os lo encontráis en una obra más serena y veis cómo sus agotadas y corrompidas venas se extienden con un goce tranquilo y bendicen el nuevo día, acusan la influencia de la primavera con la inocencia de la infancia y todos sus pecados son olvidados. No sólo hay a su alrededor una atmósfera de buena voluntad, sino incluso un aura de santidad que trata de expresarse, tal vez ciega e ineficazmente, como un instinto recién nacido, y durante una breve hora la ladera del sur no devuelve el eco de una broma vulgar. Veis hermosos e inocentes brotes a punto de estallar en las nudosas cortezas y lanzarse a la vida de otro año, tierna y reciente como la planta más joven. Incluso ella ha entrado en el gozo de su Señor. ¿Por qué el carcelero no abre las puertas de la prisión, por qué el juez no suspende el caso, por qué el predicador no despide a su congregación? Pues porque ninguno obedece la señal que Dios les da ni acepta el perdón que él ofrece a todos libremente.

«Cada día se produce una vuelta a la bondad con el tranquilo y benéfico hálito de la mañana y, a causa del respeto al amor y la virtud y del odio al vicio, nos acercamos a la naturaleza primitiva del hombre, como los retoños del bosque que había sido abatido. De manera parecida, el mal que hacemos en el intervalo de un día impide que las semillas de la virtud que empezaban a brotar se desarrollen y las destruye.

»Si se impide que las semillas de la virtud se desarrollen, entonces el benéfico hálito de la tarde no basta para preservarlas. En la medida en que el hálito de la tarde no basta para preservarlas, la naturaleza del hombre no se distingue de la del animal. Los hombres, al ver que la naturaleza del hombre se parece a la del animal, piensan que nunca han tenido la innata facultad de la razón. ¿Son esos los verdaderos y naturales sentimientos del hombre?»[120].

Primero se creó la edad de oro, que sin vengador

Ni ley abrazaba espontáneamente la fidelidad y la rectitud.

No había castigo ni temor, ni palabras amenazadoras

Grabadas en bronce, ni la multitud suplicante temía

Las palabras de su juez. Estaban a salvo sin vengador.

El pino abatido en la montaña aún no había bajado

Por las líquidas corrientes para ver un mundo ajeno

Y los mortales no conocían otras orillas que las suyas.

Era una primavera eterna y el plácido céfiro, con cálidas ráfagas,

Acariciaba las flores nacidas sin semilla[121].

El 29 de abril, mientras pescaba en la orilla del río cerca del puente de Nine-Acre-Corner, de pie sobre la hierba temblona y las raíces de sauce, donde acechan las ratas almizcleras, oí un sonido singularmente insistente, parecido al de los bastoncillos con los que los niños juegan con sus dedos, y, al mirar, vi a un halcón muy esbelto y gracioso, como un chotacabras, que alternativamente se elevaba como una ola y descendía una o dos varas, repetidamente, mostrando el dorso de sus alas, que resplandecían al sol como un pañuelo satinado o una perla en su concha. Esa visión me recordó la cetrería y toda la nobleza y poesía asociada a esa práctica. Me pareció que podría llamarse Merlín, pero no me preocupaba su nombre. Era el vuelo más etéreo que yo hubiera visto jamás. No revoloteaba como una mariposa, ni ascendía como los grandes halcones, sino que se complacía con orgullosa confianza en los campos del aire, remontándose una y otra vez con su extraño júbilo y repitiendo su caída libre y hermosa, volviendo como una cometa y recobrándose de su pronunciado descenso, como si nunca hubiera puesto los pies en terra firma. No parecía tener un compañero en todo el universo —se divertía solo— ni necesitar más que la mañana y el éter con el que jugaba. No era un solitario, sino que dejaba sola toda la tierra por debajo. ¿Dónde estaba la madre que lo empolló, sus parientes, su padre en los cielos? Inquilino del aire, parecía no tener otra relación con la tierra que la del huevo empollado durante un tiempo en la grieta de un risco, ¿o se construyó su nido natal en el ángulo de una nube, tejido con los adornos del arco iris y el cielo del crepúsculo y orlado con una suave bruma estival tomada de la tierra? Su éter ahora es una nube escarpada.

Además de esto tuve una ración de peces dorados y plateados y de brillante cobre, que parecían una sarta de joyas. Ah, me he adentrado por esos prados en la mañana de muchos días de primavera, pasando de un montículo a otro, de una raíz de sauce a otra, cuando río, valle y bosques salvajes estaban bañados de una luz tan pura y brillante que habría despertado a los muertos si hubieran estado soñando en sus tumbas, como algunos suponen. Allí no hace falta una prueba mayor de inmortalidad. Todas las cosas deben vivir a una luz semejante. Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón? Oh tumba, ¿dónde está tu victoria?

La vida de nuestra ciudad se estancaría si no fuera por los bosques inexplorados y los prados que la rodean. Necesitamos el tónico de lo salvaje, vagar de vez en cuando por los marjales donde acechan el avetoro y la gallineta y oír el estampido de la agachadiza, oler el susurro de la enea donde sólo construyen su nido los pájaros más salvajes y solitarios y el visón se arrastra con el pecho cerca de la tierra. Al mismo tiempo que nos tomamos en serio explorar y aprender todas las cosas, necesitamos que todas las cosas sean misteriosas y no hayan sido exploradas, que la tierra y el mar sean infinitamente salvajes, que no sean investigados ni sondeados por nosotros, porque son insondables. No podemos tener bastante de la naturaleza. Hemos de remozarnos con la vista de un vigor inagotable, de rasgos vastos y titánicos, la costa del mar con sus naufragios, la nube de tormenta y la lluvia que dura tres semanas y produce inundaciones. Necesitamos ver nuestros límites superados y cierta vida pastando libremente donde nosotros no llegaremos nunca. Nos regocijamos al observar al buitre alimentándose de la carroña que nos disgusta y descorazona mientras se procura salud y fuerza al comer. Había un caballo muerto en una hondonada junto al sendero que llevaba a mi casa que, a veces, me obligaba a salirme del camino, especialmente en las noches en que el aire era denso, pero la seguridad que me daba del fuerte apetito e inviolable salud de la naturaleza era una compensación. Me gusta ver que la naturaleza está tan llena de vida que permite que sean sacrificadas miríadas y tolera que sean presa de otras especies; que la existencia de los organismos más tiernos sea serenamente aplastada como una pulpa, renacuajos devorados por garzas, tortugas y sapos reventados en la carretera ¡y que, a veces, llueva carne y sangre! Ante el riesgo de accidente, hemos de aceptar que apenas tiene importancia. La impresión que deja en un sabio es la de la inocencia universal. El veneno no es venenoso ni hay heridas fatales. La compasión carece de fundamento. Habría de ser expeditiva. Sus ruegos no soportan ser estereotipados.

A principios de mayo, los robles, los nogales, los arces y otros árboles que pujaban entre los bosques de pino alrededor de la laguna impartían un brillo como el del amanecer al paisaje, especialmente en los días nublados, como si el sol atravesara las brumas y resplandeciera tenuemente en las laderas, aquí y allá. Al tercer o cuarto día de mayo vi un somormujo en la laguna y, durante la primera semana del mes, oí al chotacabras, a la malviz parda, al tordo, al papamoscas de los bosques, al pinzón y a otros pájaros. Mucho antes había oído al zorzal. El aguador había vuelto y miraba por mi puerta y por mi ventana para ver si mi casa era lo suficientemente cavernosa para él, sosteniéndose sobre sus alas susurrantes con las garras apretadas, como si estuviera colgado en el aire, mientras examinaba el terreno. El polen del pino tea, parecido al azufre, cubrió en seguida la laguna y las piedras y la madera podrida a lo largo de las orillas, de manera que podríais haber recogido un barril. Esa es la «lluvia de azufre» de la que hemos oído hablar. Incluso en el drama Sacontala de Calida leemos: «Los arroyos secos de color amarillo por el polvo dorado del loto». Así es como las estaciones se suceden hasta el verano, como alguien que camina sobre hierba cada vez más alta.

De este modo acabó mi primer año de vida en los bosques y el segundo año fue parecido. Abandoné Walden el 6 de septiembre de 1847.