UNA VIDA SIN PRINCIPIOS

DAVID Henry Thoreau (que cambiaría su nombre por Henry David cuando empezara a escribir) nació el 12 de julio de 1817 en Concord, Massachusetts. Fue el tercer hijo de John y Cynthia (Dunbar) Thoreau y nieto de Jean Thoreau, un refugiado protestante francés que había llegado a Boston desde la isla de Jersey en 1773 y serviría como corsario en la guerra de la independencia. Su abuelo materno, Asa Dunbar, dejó la iglesia por problemas de salud para dedicarse al derecho. Su abuela materna, Mary Jones, había pertenecido al bando realista durante la revolución.

Entre 1818 y 1821 su familia se mudó a Chelmsford, donde su padre abrió una tienda de comestibles. Thoreau disfrutaba con el trineo y sufrió una serie de accidentes, como la amputación parcial del dedo pulgar al manejar un hacha. En 1821 fracasó el negocio y su padre se dedicó a la enseñanza en Boston. En 1822 vio Walden por vez primera, de visita con su abuela materna. Muchos años después lo recordaría así en Walden:

Cuando tenía cuatro años, por lo que recuerdo, me llevaron de Boston a esta, mi ciudad natal, a través de estos bosques y este campo, y a la laguna. Es una de las más antiguas escenas estampadas en mi memoria. Ahora, anoche, mi flauta ha despertado los ecos sobre la misma agua. Los pinos son aún más viejos que yo; si algunos han caído, he cocinado mi cena con sus tocones, y una nueva vegetación surge alrededor y tendrá un nuevo aspecto para otra mirada infantil. En este prado brota la misma verbena de la misma perenne raíz, e incluso he contribuido por fin a vestir el fabuloso paisaje de mis sueños infantiles; uno de los resultados de mi presencia e influencia se ve en las hojas de judías, los limbos de maíz y los tallos de patata («El campo de judías»).

Entre 1823 y 1827, de regreso a Concord, la familia se hizo cargo del negocio de fabricación de lápices de Charles Dunbar. Asistió a la escuela de Phoebe Wheeler y a la Escuela Central, donde aprendió de memoria pasajes de Shakespeare, la Biblia, El progreso del peregrino (que consideraría «el mejor sermón que se ha predicado de ese texto») y Samuel Johnson. Sus compañeros de escuela le apodaron «el juez» por su severa conducta. La incertidumbre financiera hizo que la familia se mudara en dos ocasiones. Por entonces empezó la exploración de los alrededores de la comarca. Su madre tomaría parte activa en las obras de caridad de la ciudad y en las incipientes reuniones abolicionistas. En 1828, Thoreau y su hermano John se matricularon en la Academia de Concord, fundada en 1822. Allí estudió francés, latín, griego, geografía, historia y ciencias. En 1829 asistió a conferencias de historia natural en el recién fundado Liceo de Concord.

En 1833, la familia pudo enviar a un hijo a la universidad y se consideró a David Henry el más apto. Sus hermanos John y Helen, así como sus tías, sufragaron junto a sus padres los gastos universitarios. En Harvard ampliaría sus conocimientos con italiano, francés, alemán y español y recibió clases de mineralogía, anatomía e historia natural. Un compañero le recordaría como «frío y poco impresionable»; sus resultados académicos no fueron sobresalientes. Pasaba mucho tiempo solo, leyendo y paseando.

Entre 1835 y 1836 Emerson se mudó a Concord. Thoreau solicitó permiso durante el invierno para dedicarse a la enseñanza en Canton, Massachusetts. Se alojó durante seis meses con Orestes Brownson y aprendió alemán con él. De estas semanas escribió después: «Fueron una época de mi vida, la mañana de un nuevo Lebenstag. Son para mí como un sueño, que vuelve de vez en cuando con su frescura original». En 1836 abandonó Harvard por un primer ataque de tuberculosis. En julio colaboró en el Concord Bridge Memorial y se unió al coro para entonar Concord Fight, el himno de Emerson en memoria de la primera batalla de la revolución. Durante seis semanas vivió a orillas de la laguna de Flint, en Lincoln, con su compañero de universidad Charles Stearns Wheeler. Visitó Nueva York con su padre para vender lápices.

En 1837, por recomendación de Emerson al rector Quincy, recibió una beca de Harvard. Se graduó el decimonoveno en una clase de cincuenta y participó en la conferencia inaugural sobre «The Commercial Spirit of Modern Times» (El espíritu comercial de la época moderna): «El curioso mundo en el que vivimos es más maravilloso que conveniente, más hermoso que útil, más digno de ser admirado que disfrutado y usado». En primavera sacó de la biblioteca de Harvard un ejemplar de Nature (Naturaleza, 1836), de Emerson, que marcaría un hito en su formación. Comenzó a enseñar en la Escuela Central, pero dimitió tras tener que azotar a seis alumnos contra su voluntad, por orden del director. Formó parte del grupo informal de trascendentalistas de Nueva Inglaterra, el «Hedge Club» (reunido en el estudio de Emerson durante las visitas de Frederic Henry Hedge desde Bangor, Maine), con Brownson, Margaret Fuller, George Ripley, Jones Very, Elizabeth Peabody, Bronson Alcott y Theodor Parker. El 22 de octubre, a instancias de Emerson, empezó a escribir su diario, que llegaría a contener casi dos millones de palabras. Trabajó para mejorar la calidad de los lápices, mezclando el polvo de grafito (que dañaría sus pulmones) y la arcilla bavaria. Walter Harding, biógrafo de Thoreau a quien debemos la mayor parte de las anécdotas de su vida, escribió de su familia: «No se avergonzaron de perseguir ningún método que les hiciera ganar un honrado dólar»[1]. Cambió el orden de sus nombres: de David Henry a Henry David.

En 1838 planeó viajar con su hermano John a Kentucky para buscar trabajo, pero John aceptó una oferta en Roxbury. Trató en vano de ejercer como profesor en Maine. En junio abrió una pequeña escuela privada en la casa paterna y en septiembre se hizo cargo de la Academia de Concord. Pronunció su primera conferencia («Society», Sociedad) el 11 de abril en el Liceo de Concord, del que sería secretario durante dos años.

En 1839 el aumento de matrícula permitió a John unirse a Thoreau en la Academia. Henry daba clases de latín, griego, francés y ciencias. Los estudiantes recordarían a John como «más humano», a Henry como «rígido». Nunca se azotó a nadie, pero imperaba allí una «disciplina militar». El programa de estudio valoraba el uso de la razón sobre la memoria, así como las excursiones campestres frente a los talleres. (Por sus zancadas al aire libre, se ganaría el apodo de «soldado Thoreau»). En julio conoció a Ellen Sewall, de la que él y su hermano se enamoraron infructuosamente. Años después escribiría en su diario: «La cuestión del sexo es de las más notables, ya que, aunque ocupa tanto los pensamientos de todos y nuestras vidas y caracteres se ven afectados por las consecuencias que surgen de esta fuente, sin embargo, la humanidad, por así decirlo, ha acordado guardar silencio al respecto». El 31 de agosto, John y Henry Thoreau partieron en un viaje de dos semanas por los ríos Concord y Merrimack en su bote Musketaquid. Emerson colaboró en la fundación de la revista The Dial (La esfera) —que se convertiría en el órgano de expresión de los trascendentalistas— y escribió: «Mi Henry Thoreau será un gran poeta para tal compañía, y uno de estos días para cualquiera».

En 1840 se matriculó en la academia Louisa May Alcott, admiradora de por vida de Thoreau. En el primer número de The Dial apareció el poema de Thoreau Sympathy (Simpatía) y el ensayo «Aulus Persius Flaccus», que luego incluiría en su primer libro, A Week on the Concord and Merrimack Rivers (Una semana en los ríos Concord y Merrimack)[2]. Thoreau publicaría poemas, traducciones y ensayos en los dieciséis números de la revista. Conoció a Ellery Channing, sobrino de William Ellery Channing, que se convertiría en íntimo amigo suyo y, en 1873, en su primer biógrafo:

En altura, [Thoreau] estaba en el promedio; en figura era delgado, con miembros más largos de lo normal, o de los que hacía más uso. Su cara, una vez vista, no podía olvidarse. Los rasgos estaban muy marcados: la nariz, aquilina o muy romana, como la de un retrato de César (como un pico, se decía); cejas grandes, salientes, sobre los ojos azules más profundamente fijos que podrían verse a cierta luz, y otras veces grises, ojos expresivos de todos los matices de sentimiento, pero nunca cansados o miopes; la frente no insólitamente alta o amplia, llena de concentrada energía o propósito; la boca con labios prominentes, fruncidos con sentido y pensamiento en silencio, y emisores, una vez abiertos, de una corriente de los dichos más variados e inusualmente instructivos. Su pelo era castaño oscuro, muy abundante, fino y flexible. Toda su figura tenía una seriedad activa, como si no tuviera un momento que perder. La mano apretada presagiaba un propósito. Al caminar, atajaba si era posible y, sentado en la sombra o junto al muro, parecía atisbar con mayor claridad la próxima actividad. Incluso en el bote tenía un aire cauteloso, transitorio, con la mirada en perspectiva, por si tal vez hubiera patos, o una tortuga rubia, o una nutria, o un gorrión[3].

En 1841 renunció a unirse a la comunidad de Brook Farm: «Preferiría mantener una habitación de soltero en el infierno que estar alojado en el paraíso». El 1 de abril cerró la academia por enfermedad de su hermano y se instaló durante dos años en casa de Emerson, donde ejerció de factótum y jardinero. Tomó en préstamo volúmenes de clásicos griegos y poesía inglesa de la biblioteca de Emerson y comenzó a leer la literatura oriental. Con el propósito de mantenerse a sí mismo, pensó en comprar una granja y en irse a vivir a la laguna de Flint: «Mis amigos me preguntan qué haré cuando llegue allí. ¿No estaré lo bastante ocupado contemplando el paso de las estaciones?». Los Flint, propietarios del terreno, le negaron el permiso para construir una cabaña.

El 1 de enero de 1842, a causa de una cortadura desafortunada, su hermano John contrajo el tétanos y pocos días después murió en sus brazos. Barzillai Frost, ministro de la Primera Iglesia Parroquial, pronunció un elogio que podría haber servido veinte años después en el funeral de Henry: «Por muy inciertas que fueran sus teorías sobre la religión, sus principios y sentimientos religiosos fueron siempre inamovibles. El sentimiento religioso se había despertado y lo manifestaba en sus gustos, sentimientos y conversación». A raíz de la muerte de John, Thoreau sufrió ataques psicosomáticos y estuvo deprimido varios meses. En verano conoció a Nathaniel Hawthorne, que se convirtió en su intermitente protector literario tras leer «Natural History of Massachusetts» (Historia natural de Massachusetts). Hawthorne le describió así: «Un joven en el que aún queda mucha naturaleza salvaje original. Es feo como un pecado, de gran nariz y extraña boca, y de modales toscos, algo rústicos, aunque corteses, correspondientes a su aspecto exterior. Se ha educado, según creo, en Cambridge, pero desde hace dos o tres años ha repudiado toda manera regular de ganarse la vida y parece inclinado a llevar una especie de vida india entre los hombres civilizados, una vida india en lo que respecta a la ausencia de todo esfuerzo sistemático por mantenerse». Vendió a Hawthorne su bote y le enseñó a remar. En invierno fue a patinar con Emerson y Hawthorne; la esposa de este, Sophie, le describió «trazando danzas ditirámbicas y saltos báquicos en el hielo, muy notables, pero, para mi gusto, feos».

En 1843 pronunció una conferencia sobre sir Walter Raleigh. En abril sustituyó a Emerson al frente de The Dial e incluyó su ensayo «Dark Ages» (Épocas oscuras), sobre historia antigua («Allí —escribiría— no está nuestro día»). En mayo viajó a Staten Island, donde daría clase a los hijos de William, el hermano de Emerson. Conoció a Horace Greeley, Henry James padre y William Tappan, el abolicionista. En un mitin cuáquero escuchó a Lucrecia Mott. Leyó a Ossian y a Francis Quarles en las bibliotecas neoyorquinas, pero la ciudad le decepcionó profundamente. Volvió al hogar paterno en diciembre. Publicó «Paradise (to be) Regained» [El paraíso (para ser) recuperado], con una crítica del utopismo tecnológico, en United States Magazine and Democratic Review.

En 1844 escribió un ensayo en defensa de Nathaniel P. Rogers, editor abolicionista que abogaba por la disolución de las sociedades antiesclavistas porque restringían la libertad individual. En este año perfeccionó la máquina de fabricar lápices. Durante un viaje al aire libre con Edward Howard, incendió por accidente trescientos acres de bosque en Concord. Conoció a Isaac Thomas Hecker, futuro fundador de los Padres Paulinos, que le propuso realizar una peregrinación «medieval» a Roma. Thoreau rehusó y se resistió a los esfuerzos de Hecker por convertirle al catolicismo. (Años después, Hecker hablaría del «orgullo, presunción e infidelidad» del autor de Walden). El 1 de agosto hizo sonar la campana del encuentro anual de la Sociedad Antiesclavista de Mujeres de Concord, en cuya fundación había participado su madre. En otoño ayudó a construir la nueva casa familiar en una pradera al sudoeste de Concord («la casa de Texas»).

En la primavera de 1845 comenzó a construir una cabaña en la parcela de Emerson junto a la laguna de Walden, a la que se trasladó el 4 de julio. Allí trabajó en el manuscrito sobre el viaje por los ríos Concord y Merrimack con su hermano John y en una conferencia sobre Carlyle que pronunció al año siguiente, de la que saldría su ensayo «Thomas Carlyle and His Works» (Thomas Carlyle y sus obras), donde diría que el oficio del escritor consiste en establecer una «comunicación central con sus lectores». Durante los veintiséis meses de estancia en Walden se mantuvo en contacto con sus amigos y familiares.

En 1846, en Walden, empezaría a escribir Walden. En julio fue arrestado y encarcelado por no pagar impuestos durante varios años como protesta por el papel del estado en la perpetuación de la esclavitud. Emerson lo desaprobó en su diario: «No os volváis locos contra el mundo. En la medida en que el estado os quiere bien, no le neguéis vuestros peniques». Alcott, que había sido arrestado en 1843, alabó su «digna falta de complicidad con el mandato del poder civil». El impuesto fue pagado, probablemente por su tía, y al día siguiente fue excarcelado contra su voluntad. A finales de agosto y principios de septiembre realizó una excursión a Maine en compañía de su primo George Thatcher.

En septiembre de 1847 abandonó Walden, tras acabar el manuscrito de A Week on the Concord and Merrimack Rivers y la primera versión de Walden. En octubre se trasladó a casa de Emerson para cuidar a su esposa Lydia y a sus hijos durante la estancia de aquel en Europa. En respuesta al cuestionario de la clase de Harvard, escribió: «He sido maestro de escuela, tutor privado, agrimensor, jardinero, granjero, pintor (de casas), carpintero, albañil, jornalero, lapicero, fabricante de papel de lija, escritor y, a veces, poetastro».

En 1848 pronunció su conferencia sobre «la relación del individuo con el Estado», publicada un año después con el título «Resistance to Civil Government» (Resistencia al gobierno civil) en Aesthetic Papers de Elizabeth Peabody, que a su muerte sería reeditada con el título, hoy célebre, de «Civil Disobedience» (Desobediencia civil). Comenzó a cartearse con el maestro de escuela Harrison Blake. En marzo de ese año le escribió:

Mi vida actual es un hecho en vista del cual no tengo ocasión de felicitarme, pero siento respeto por mi fe y aspiración. Por esta hablo. La posición de cualquier hombre es, de hecho, demasiado sencilla para ser descrita. No he prestado juramento alguno. No tengo designio alguno en la sociedad —o en la naturaleza— o en Dios. Soy simplemente lo que soy, o empiezo a serlo. Vivo en el presente. Sólo recuerdo el pasado y anticipo el futuro. Me gusta vivir, prefiero la reforma a sus modos. No hay historia de cómo lo malo se hizo mejor. Creo en algo y no hay más que eso. Sé que soy yo. Sé que otro es quien sabe más que yo, quien se interesa por mí, y que soy su criatura y, sin embargo, su pariente. Sé que la empresa vale la pena. Sé que las cosas marchan bien. No he oído malas noticias[4].

Entre julio y noviembre publicó «Ktaadn, and the Maine Woods» (Ktaadn y los bosques de Maine) en Union Magazine de John Sartain, con el apoyo de Horace Greeley, convertido en su agente literario. Ejerció como conferenciante en Nueva Inglaterra y fue satirizado por James Russell Lowell como mera sombra de Emerson. Revisó A Week e inició la segunda versión de Walden.

A Week apareció en 1849, sufragado por el propio Thoreau, con críticas diversas y escasas ventas. Siguió corrigiendo y revisando el texto. (En 1853 almacenaría la mayor parte de la edición en el ático familiar y anotaría en su diario: «Tengo ahora una biblioteca de casi novecientos volúmenes, de los que unos setecientos los he escrito yo»)[5]. En junio murió su hermana Helen y en otoño, con el beneficio del negocio de lápices, la familia se trasladó a una casa céntrica de Concord (la «casa amarilla»). Por entonces la amistad con Emerson se había enfriado. Emerson escribió: «A Thoreau le falta un poco de ambición; en lugar de ser el cabecilla de los ingenieros americanos, es el capitán del partido de las gayubas». A Thoreau le incomodó la acusación de ser un mero discípulo del cada vez más famoso Emerson y que este no hiciera nada por promocionar A Week[6]. En octubre realizó el primer viaje al cabo Cod con Ellery Channing.

Hacia 1850 su diario ya se había convertido en una obra literaria con peso propio. Sus lecturas sobre historia natural y los indios americanos dieron lugar a tres mil páginas de notas y citas en sus «libros indios» entre 1847 y 1861. En su ático de la «casa amarilla» recogió numerosas cabezas de flecha indias y especímenes de plantas secas. En junio hizo un segundo viaje al cabo Cod. En julio, Emerson le envió a Fire Island en busca de los restos mortales de Margaret Fuller y su familia, víctimas de un naufragio. Debido al saqueo, sólo halló algunos objetos insignificantes. De un esqueleto inidentificable en la playa escribiría en Cape Cod (Cabo Cod): «Reina sobre la orilla. Aquel cuerpo muerto la poseía como ninguno vivo podría hacerlo. Tenía un derecho a la arena vetado para cualquier gobernante vivo». En septiembre visitó Canadá con Ellery Channing; el viaje sería el argumento de «A Yankee in Canada» (Un yanqui en Canadá), que empezó a publicarse en 1853 en Putnam’s Monthly Magazine, hasta que Thoreau se opuso a la censura de sus «herejías» por parte del editor, George William Curtis.

En 1851, tras la aprobación de la Ley de Esclavos Fugitivos, anotó: «No creo que por ahora el Norte llegue a las manos con el Sur en esta cuestión». Se implicó cada vez más en el «ferrocarril subterráneo» que auspiciaba la huida de los esclavos hacia Canadá. En 1852 aparecieron extractos de Walden en Union Magazine y al año siguiente realizó su segundo viaje a Maine.

En 1854, el arresto del esclavo fugitivo Anthony Burns le incitó a escribir el ensayo «Slavery in Massachusetts» (Esclavitud en Massachusetts) y a leerlo en un encuentro organizado en Framingham por Lloyd Garrison el 4 de julio. Walden fue publicado el 9 de agosto, en una edición de dos mil ejemplares que puso fin a siete años de trabajo y siete amplias revisiones del texto. Las reseñas fueron dispares; la adversa de Boston Atlas decía: «No hay ni una sola página que muestre un signo de liberalidad, caridad, sentimiento amable, generosidad, en una palabra: corazón»; la entusiasta de Graham Magazine’s concluía: «A través de la audacia de su enérgica protesta, una mirada cuidadosa puede discernir los movimientos de un espíritu poderoso y logrado». En Inglaterra, George Eliot la reseñó así: «Tenemos una prueba de pura vida americana, animada por ese enérgico pero tranquilo espíritu de innovación, esa independencia de las fórmulas tanto práctica como teórica, peculiar de algunos de los más finos espíritus americanos». Thoreau, animado por el éxito, instó en vano a Ticknor y Fields a reeditar A Week. En sus conferencias, incluyó «Getting a Living» (Ganarse la vida), más tarde publicada como «Life Without Principle» (Vida sin principios).

En 1855 padeció una debilidad en las piernas que le duraría dos años. Putnam’s Monthly Magazine empezó a publicar los primeros capítulos de Cape Cod, aunque las siguientes entregas se suspendieron por desacuerdos con el editor. En julio hizo su tercera visita al cabo Cod en compañía de Channing[7]. Para corresponder a su hospitalidad en Concord, el autor inglés Thomas Cholmondeley regaló a Thoreau los cuarenta y cuatro volúmenes de una biblioteca de literatura oriental; como respuesta, Thoreau le envió los Ensayos de Emerson, Walden y Hojas de hierba de Whitman.

En octubre de 1856 visitó una comunidad utópica en Eagleswood, New Jersey y, en noviembre, a Alcott en Nueva York. Oyeron el sermón de Henry Ward Beecher en la iglesia de Plymouth; al día siguiente conocería a Walt Whitman, «al parecer, el mayor demócrata que el mundo ha conocido». A Thoreau le desalentó la sensualidad de su poesía, pero la calificó así: «Un gran poema primitivo, una nota de alarum o trompeta que resuena por todo el campo americano».

En 1857 conoció a John Brown, que comió en casa de Thoreau; escribió que «Brown tiene el coraje de enfrentarse a su país cuando este está equivocado». En junio hizo su último viaje al cabo Cod, solo (el único no descrito en Cape Cod). En julio viajó por Maine con Edward Hoar y el guía indio Joe Polis, y se dejó crecer la barba.

James Russell Lowell le solicitó su relato de los viajes de Maine de 1857 para Athlantic Monthly, Thoreau le envió «Chesuncook», del viaje de 1853. Cuando Lowell omitió una oración del texto («Un pino es tan inmortal como yo, y tal vez llegue hasta el cielo y aún se eleve allí sobre mí»), Thoreau le escribió: «No le pido a nadie que adopte mis opiniones, pero espero que, cuando me las pidan para imprimirlas, las impriman u obtengan mi consentimiento para su alteración u omisión». Exigió a Lowell que incluyera en la entrega de agosto el pasaje omitido, lo que aquel no hizo; retrasó, además, el pago debido al autor. En 1864, tras su muerte, aparecerían versiones revisadas de «Ktaadn» y «Chesuncook» y el viaje de 1857, junto con un apéndice, como The Maine Woods (Los bosques de Maine)[8].

En febrero de 1859 murió su padre y quedó como responsable de la familia. En mayo oyó a Brown, al que rindió tributo en «A Plea for Captain Brown» (Defensa del capitán Brown). Colaboró en el mitin de Concord el día de su ejecución y ayudó a escapar a los miembros fugitivos de su banda.

En 1860 leyó El origen de las especies de Darwin y lo defendió ante Emerson de los ataques de Agassiz. Recibió la visita de Dean Howells, que consideró a Thoreau «soñador» y «órfico» y se refirió al encuentro como una «derrota» de sus esperanzas. A Howells le disgustó que Thoreau, más interesado en el carácter de Brown que en sus acciones, se refiriera a él como un principio antes que como un hombre. Trató de proteger a F. B. Sanborn durante la investigación federal sobre el asalto a Harpers Ferry; escribió «The Last Days of John Brown» (Los últimos días de John Brown). Contrajo un resfriado que degeneró en bronquitis.

Thoreau en 1856. Daguerrotipo de B. W. Maxham.

En 1861, para recuperarse, viajó a Minnesota con su joven amigo Horace Mann, Jr. Recogieron especímenes botánicos y visitaron a los indios sioux, con los que simpatizó. En julio regresó cansado a Concord. Revisó por última vez A Week (publicado póstumamente en 1868) y dispuso con su hermana la edición póstuma de The Maine Woods, Cape Cod y otros escritos. Escribió a un amigo: «Sabes que lo respetable es dejar la propiedad a los amigos». En uno de sus últimos paseos, dijo a Channing que el arte del genio consistía en hacer mucho con poco. Su última visita a Walden fue en septiembre y la última entrada de su diario data del 3 de noviembre; tras referirse a las marcas dejadas por una lluvia pasada sobre un terraplén ferroviario, escribió: «Todo esto resulta perfectamente claro para una mirada atenta y, sin embargo, la mayoría no lo advierte».

En 1862, confinado en su casa, rehusaba dormir con opio y seguía recibiendo visitas. En abril vendió a Fields, su editor, el remanente de A Week, que este pondría en venta dos meses después. Cuando trataron de confortar su alma, replicó que una tormenta de nieve significaba para él más que Cristo; cuando su tía Louisa le pidió que hiciera las paces con Dios, le respondió: «No sabía que hubiéramos reñido, tía». Murió el 6 de mayo y sus últimas palabras inteligibles fueron «alce» e «indio», probablemente en referencia a las páginas de The Maine Woods que estaba corrigiendo. Fue enterrado en New Burying Ground, Concord, y luego trasladado al cementerio de Sleepy Hollow.

En unos versos que se conservan entre los poemas que escribió Thoreau, leemos:

Mi vida ha sido el poema que habría escrito,

Pero no podía vivirlo y pronunciarlo[9].

El escritor de Concord no reflejaba sino la persistente intención de aproximar los términos de su vida y su obra, que sería el noble objetivo del hombre de letras. ¿Qué podríamos saber de la vida de un hombre, sino lo que él mismo dice u otros dicen de ella? ¿Podemos estar seguros, por otro lado, de que la biografía de Thoreau no nos aparta del punto de vista adecuado para conocer la calidad de su obra?

«Poema», en los versos citados, no hace referencia a la prosa que Thoreau escribió durante la mayor parte de su vida y que ha dado lugar a uno de los diarios más ambiciosos de la literatura norteamericana. ¿A qué se refería, por tanto, con que no podía «vivirlo y pronunciarlo»? ¿No sería la escritura del diario la pronunciación más idónea de la vida de Thoreau? ¿No debería dirigirse el lector de Walden a sus páginas antes que a las de sus biógrafos?

«Poema» es el nombre del resultado del arte. La limitación del escritor, al reconocer que «no podía vivirlo y pronunciarlo», no es temporal ni intelectual, sino moral. Vivir un poema sería un reto tan delicado como pronunciar una vida. ¿Qué actos beneficiarán el sentido del poema? ¿Qué palabras resultarán exactas en el relato y la ponderación de la vida? La vida de Thoreau, con esta perspectiva, plantea aún más enigmas que su obra cuando aspiramos a que esta sea iluminada por aquella. No podemos sustraer la biografía, pero hay que tener en cuenta que el propio escritor no podía «vivir y pronunciar» el poema que habría escrito con ella.

Esta distancia entre los hechos y las palabras es una condición con la que debería leerse Walden, que es el libro donde ambos términos han sido deliberada y reservadamente aproximados. Al reunir «por conveniencia» en uno la experiencia de dos años, nadie podría creer que vaya a verse privado de lo esencial. El tiempo de la vida en Walden no es el mismo que en Walden. El segundo es producto del primero, sin que la subordinación implique una derogación. Por el contrario, como lectores, nuestro mundo, después de leer Walden, será el mundo de Walden: Thoreau nos ha urgido a ser cuidadosos con el tiempo de la vida, ya que ni siquiera él, que escribió hasta el final, «podía vivirlo y pronunciarlo».

Walden es el libro principal de Thoreau, autor de muchas otras páginas, porque supone el contraste más ostensible y logrado respecto a la imposibilidad de hacer coincidir la vida y el poema que el autor habría escrito. ¿Sería factible esta coincidencia en la prosa antes que en verso? El propósito del escritor era acotar una parcela de vida y cultivarla para saber qué podía extraer de ella. En el libro hay numerosos pasajes que se refieren al cómputo. Proponerse hablar de la vida de Thoreau no es tan fácil si advertimos que, en cierto modo, fue el cometido del propio Thoreau durante toda su vida.

La referida distancia entre los hechos y las palabras sería análoga a la que habría entre la vida y los principios según los cuales es vivida. La pregunta de qué ha de contarse, en el caso de un escritor, no podrá separase de la pregunta sobre cómo ha de contarse. Aplicada a la vida de las personas, en general, la pregunta se transforma en esta: ¿cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que ganarse la vida?

En la conferencia que Thoreau pronunció una vez con este título, y que luego publicaría como «Life Without Principle», hay un pasaje que merece ser destacado:

El más humilde espectador que vea una mina dirá que buscar oro es una especie de lotería; el oro obtenido así no es lo mismo que el sueldo del trabajo honrado. Pero, en la práctica, olvida lo que ha visto, porque sólo ha visto el hecho, no el principio, y entra allí en el negocio, es decir, compra un boleto en lo que resulta ser otra lotería donde el hecho no es tan obvio[10].

¿Al servicio de quién trabajamos? ¿De quién esperamos la recompensa por nuestro esfuerzo? ¿Habrá otra recompensa que el esfuerzo mismo? ¿Está obligado el hombre a ganarse la vida de cierta manera? ¿Qué idea del mundo está involucrada en el empeño de ganarse la vida de cierta manera? ¿No sería la idea equivocada de civilización la «vida sin principios» a la que se refería el autor? ¿No es esta «lotería» la contraposición más concluyente de las oportunidades que deberían ser aprovechadas?

La vida de Thoreau y, sobre todo, su propósito de consignar, hasta donde fuera posible, la literalidad de la experiencia, podría leerse como un aviso o un ejemplo de lo que enseñaba a sus conciudadanos (y, por extensión, a todos sus lectores). Si se vive la vida con principios, parece decir el autor, la diversidad de nuestra experiencia no se verá disminuida, sino que, por el contrario, tendremos algo que contar. Los principios de la vida serán el criterio de cómo debía ser vivida, así como los principios de un libro invitarán a cierto modo de escribir y, en consecuencia, de leer. ¿Acaso no podemos asistir a los acontecimientos de nuestra vida como espectadores? ¿No estamos lo bastante lejos de ella para saber si merece la pena de ser vivida? En el capítulo sobre la «Soledad» de Walden Thoreau escribiría:

Al pensar nos ponemos con sensatez a nuestro lado. Por un esfuerzo consciente del espíritu podemos permanecer a distancia de las acciones y sus consecuencias, y todas las cosas, buenas y malas, pasarán junto a nosotros como un torrente. No estamos implicados por completo en la naturaleza. Puedo ser el leño arrastrado por la corriente o Indra, que lo mira desde el cielo. Puede afectarme un espectáculo teatral, pero puede no afectarme un hecho real que parezca concernirme en mayor medida. Sólo me conozco a mí mismo como una entidad humana, la escena, por así decirlo, de pensamientos y afectos, y soy consciente de cierta duplicidad por la que permanezco tan lejos de mí mismo como de otro. Por intensa que sea mi experiencia, soy consciente de la presencia y de la crítica de una parte de mi ser, la cual, digámoslo así, no es parte de mí, sino un espectador que no comparte la experiencia, pero toma nota de ella, y que no es más yo que tú. Cuando acaba la obra, que acaso es la tragedia, de la vida, el espectador sigue su camino. En lo que le concierne, era una especie de ficción, un mero producto de la imaginación. Esta duplicidad nos convierte a veces, fácilmente, en pobres vecinos y amigos.

Según Thoreau, hay en la vida un margen suficiente para rectificar. La rectificación afectará, desde luego, a nuestra comprensión de la libertad, al hecho de que nos consideremos individuos y ciudadanos libres. La fundación de la república americana tenía que ver con esta garantía de libertad para todos sus habitantes, pero tal garantía habría resultado insuficiente, ya que la esclavitud estaba presente en su ciudad, en su estado, y era un espectáculo que se desarrollaba en presencia de un público «adormecido».

Los hechos de la historia nos engañan si no atendemos a sus principios. Un principio inequívoco sería, como saben los lectores de Walden, satisfacer las necesidades de la vida. Mantenerse vivo, sin embargo, resultaba más sencillo que «ganarse la vida». El modo en que nos proveemos de las cosas necesarias para vivir sería el primer criterio para valorar la vida. Ya ha sido estudiada la analogía que existiría entre cultivar un campo de judías y escribir Walden, y ello inducirá al lector a preguntarse por el sentido de lo que hace para ganarse la vida, para no pasar la vida y «dilapidarla», como escribe Thoreau en «Life Without Principle»:

Normalmente, si alguien quiere algo de mí, es sólo para saber cuántos acres mide su tierra —pues soy agrimensor— o, a lo sumo, para saber de qué noticias triviales me he enterado. Nunca pleitearán por mi carne, prefieren la cáscara.

Poco después, añade:

Respecto a mis propios negocios, los que me contratan ni siquiera quieren el tipo de agrimensura que yo podría hacer con la mayor satisfacción. Preferirían que hiciera mi trabajo burdamente y no demasiado bien, ay, no lo bastante bien. Cuando observo que hay diferentes maneras de medir, el que me emplea suele preguntar cuál le proporcionará más tierra, no cuál es la más correcta[11].

La honradez del trabajo sería, por tanto, doble: hay que ser honrado al aceptar un trabajo como medio de vida y hay que ser honrado al realizarlo. La sociedad para la que se trabaja se compone de los mismos elementos que el público para el que se escribe. Cómo ganarse la vida no es una pregunta esencialmente diversa de cómo escribir. Nadie se conforma con tener satisfechas las necesidades de la vida y, por ello, Thoreau quiso dar una explicación de los medios de vida, antes que de los fines, cuando en realidad era por estos —la «carne»— por los que se preocupaba.

Cualquier oficio, parecía decir el autor, podría ser bueno —para uno mismo y para los demás— si se desempeña de manera adecuada. Thoreau colaboró durante años en la fábrica de lápices que dirigía su padre y colaboró en la mejora de su producción. A lo largo de los años, combinaría este trabajo con el de la enseñanza, que también tendría su reflejo en las páginas de Walden:

He intentado mantener una escuela a conciencia, y descubrí que mis gastos estaban en proporción, o más bien fuera de proporción, con mis ingresos, porque estaba obligado a vestir y enseñar, por no hablar de pensar y creer, de manera adecuada, y perdía mi tiempo por añadidura. Como no enseñaba en beneficio de mis conciudadanos, sino sólo como medio de vida, resultó un fracaso («Economía»).

En otro pasaje afirma:

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme sólo a los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que la vida tenía que enseñar, y para no descubrir, cuando tuviera que morir, que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida, pues vivir es caro, ni quería practicar la resignación a menos que fuera completamente necesario («Dónde vivía y para qué»).

La falta de coincidencia entre el medio y el fin de la vida señalaría una disonancia o una herida en el espíritu del hombre. La primera cita debe leerse junto a la siguiente de «Life Without Principle»:

El propósito del trabajador debería ser, no ganarse la vida o conseguir «un buen empleo», sino llevar a cabo bien determinado trabajo; incluso en sentido pecuniario, sería económico para una ciudad pagar a sus trabajadores tan bien que no sintieran que trabajan por fines ínfimos, como la manutención, sino por fines científicos o aun morales[12].

Si no es posible llegar a un acuerdo con «la ciudad», entonces la vida con principios (o incluso la «desobediencia») deberá importar más que el hecho de ganarse la vida. Esta era la elección subyacente a la escritura de Walden. Thoreau no se propuso «ganarse la vida» en Walden y, a pesar de ello, el cómputo económico nunca resultaría deficitario. Lo que habría llevado a Thoreau a Walden sería su vocación como escritor, el oficio al que podía dedicar, sin temor a equivocarse o a equivocar a sus vecinos, la mayor parte de sus energías. En Walden, Thoreau tomó notas que después reuniría en varias conferencias, escribió su primer libro, A Week on the Concord and Merrimack Rivers, y acabó la primera redacción del manuscrito de Walden. Los demás oficios del escritor (enumerados en su célebre respuesta al secretario de Harvard) le permitirían cumplir con su trabajo; ninguna de aquellas ocupaciones debía ser tan absorbente como para privarle de la libertad con la que debía ponerse a escribir: «Si tuviera que vender mis mañanas y mis tardes a la sociedad, como hace la mayoría, estoy seguro de que no me quedaría nada por lo que vivir». En Walden hay un capítulo sobre la lectura, pero no hay ninguno sobre la escritura. El epígrafe con el que se daba entrada al lector de Walden (con la contestación a la Oda al abatimiento de Coleridge) indicaba el modo en que había de ser leída la obra, como si escucháramos al gallo de la mañana. La vida en los bosques fue, para Thoreau, la escritura. Sólo entonces pasaría a primer plano lo que tenía que decir.

«Despertar» era lo que debían hacer los hombres en América, donde se desplazaban en busca de nuevas tierras. Thoreau vivió en los años del Destino Manifiesto —del hado nacional— que induciría a la conquista del Oeste; las palabras que dedicó a los buscadores de oro en «Life Without Principle» eran bastante elocuentes. Las «excursiones» de Thoreau podrían considerarse experimentos en el mismo sentido y, desde luego, su traslado a Walden el 4 de julio de 1845 marcaba una referencia política para la lectura de la obra. Las advertencias de Thoreau en Walden evocarían la apelación a la independencia que debía afectar al carácter de sus lectores americanos.

En la primera mitad del siglo XIX, el propósito reformador de la religión que había guiado a la primera Gran Migración se había desvanecido y, al mismo tiempo que las esperanzas del puritanismo parecían haber quedado incumplidas, la religión dejaba de ser el centro de gravedad en la experiencia de los nuevos inmigrantes. La historia de la literatura norteamericana habría conservado, sin embargo, junto al testimonio del reproche o la resignación, el tono propio de la renovación de las promesas. Las jeremiadas (de las que aún puede percibirse un eco en Walden) serían el último esfuerzo audible de un espíritu que se resistía a desaparecer. Con todo, vueltas las expectativas hacia el Nuevo Mundo, los americanos habrían forjado su identidad política en torno a la escritura constitucional y al perfeccionamiento de sus instituciones democráticas. Aquel gesto de independencia puritana admitiría ser reinterpretado, sin ser agotado por completo, desde el punto de vista político. Por fin, la cuestión de las oportunidades pasaría a ser primordial en una tierra de acogida en que las diferencias étnicas o confesionales tendrían menos importancia que la vaga asunción de pertenencia a la gran familia de la civilización cristiana.

La historia de la literatura norteamericana, que podía contar la historia de la frustración de la piedad, podía incluir también la historia de la traición a las verdades evidentes por sí mismas. En los años de formación de Thoreau, la crisis seccional pondría de relieve la rivalidad no zanjada entre los principios de la Unión y la «peculiar institución» del Sur. La existencia de la esclavitud supondría, además, la complicidad del norte por el beneficio económico obtenido de ella y la disposición a establecer compromisos que no alimentaban la expectativa de la «extinción final» anhelada por Lincoln. En un breve intervalo, la civilización americana habría tenido que asumir el fracaso de su experimento religioso y político. ¿Qué tendría que decir el «scholar» al respecto? ¿Qué lugar habría de ocupar la literatura más allá de la religión y la política? ¿Se trataba de aislar su misión, de preservar un espacio —como la laguna de Walden— en que la escritura pudiera verse exenta de compromisos, o habría que considerar al escritor como la persona capaz de recoger el testigo de este progreso o peregrinación, ya fuera divino o secular?

En el estadio denominado «prefilosófico» de la cultura americana, Walden ocuparía una posición característica y representativa. La obra de Thoreau era la historia de un experimento original y, como tal, no tendría precedentes literarios. Era un libro único, además de ser, en cierto modo, el único libro de su autor. El estudio de la obra ha llevado a la conclusión de que presenta un notable paralelismo con los enunciados de los profetas bíblicos. Walden sería un modo de escribir, de ponerse a «disposición de las palabras», pero también era una Escritura. Thoreau se proponía refundar el estilo escriturario con la narración de su experiencia y, en consecuencia, adoptaba desde el principio un tono propio para responder a las preguntas de sus vecinos:

No impondría mis asuntos a la atención de los lectores si mis conciudadanos no hubieran hecho preguntas muy concretas sobre mi modo de vida, que algunos calificarían de impertinentes, aunque a mí no me lo parezcan en absoluto, sino, considerando las circunstancias, muy naturales y pertinentes («Economía»).

Tales preguntas se referían, no obstante, a los aspectos circunstanciales de su vida en los bosques. Dar cuenta de ellos exigía, pues, una explicación económica de sus condiciones de vida. El primer capítulo del libro, a la vista de quién había de ser su público, sería «Economía». La literatura no sólo debía traducir o domesticar la expresión del genio religioso del país, sino también el lenguaje de la economía política que lo había sustituido.

Los cálculos de Walden afectaban a la faceta privada del experimento, pero el autor no ocultaba cuál había de ser la proyección pública de sus convicciones:

Al final del primer verano, una tarde en que iba a la ciudad a recoger un zapato del remendón, fui arrestado y encarcelado porque, como he contado en otro lugar, no había pagado un impuesto o reconocido la autoridad del estado que compra y vende hombres, mujeres y niños como ganado a las puertas de su cámara del senado. Había venido a los bosques con otros propósitos («La ciudad»).

Podríamos advertir, con Thoreau, que no hay un lugar más público que la naturaleza. ¿No era la naturaleza misma, en realidad, el concepto sobre el que —más allá de lo ultramundano religioso y de lo inframundano político— aún podía reposar toda nuestra esperanza de mejora? ¿No es nuestra imperfecta integración en la naturaleza la condición óptima para procurar dar nuevos pasos en nuestra educación como lectores? ¿Qué entendía Thoreau por naturaleza?

El viaje por la naturaleza o su residencia en ella sirvieron de marco a los únicos libros publicados en vida del autor; sin embargo, Thoreau llevaría a cabo durante toda su vida excursiones en las que tomaría numerosas notas, que luego recompondría en forma de ensayos; literalmente, las excursiones se convirtieron en ensayos. A finales de agosto y principios de septiembre de 1846 realizó un viaje a Maine en compañía de su primo George Thatcher y, entre julio y agosto de 1848, apareció «Ktaadn, and the Maine Woods» en la revista Union Magazine. En octubre de 1849 realizó la primera visita al cabo Cod con su amigo Ellery Channing (y solo, en julio de 1857, haría la última). Sus libros póstumos, The Maine Woods y Cape Cod, recogieron los ensayos publicados por entregas (no sin dificultades editoriales) en las revistas de la época. No habría solución de continuidad entre su instrucción en la naturaleza y sus enseñanzas como escritor.

El trabajo de Thoreau fue intenso y constante; no sólo aprovechó sus excursiones como entomólogo y naturalista, recogiendo especímenes de plantas e insectos, sino que también consultó las obras disponibles en la biblioteca de Harvard sobre las regiones que había recorrido. Su comprensión de los temas naturales no pasaría inadvertida a sus conciudadanos. Pero, de nuevo, ese aprendizaje no sería un fin en sí mismo:

¿Qué píldora nos mantendrá en forma, serenos, contentos? No la de mi bisabuelo o el tuyo, sino las medicinas universales, vegetales, botánicas, de nuestra bisabuela naturaleza, con las que se ha mantenido siempre joven y ha sobrevivido a tantos viejos Parr de su época, con cuya marchita gordura ha nutrido su salud. Como panacea, en lugar de uno de esos viales curanderiles compuestos de una mezcla sacada del Aqueronte y el Mar Muerto, que traen esas largas y planas carretas como negras goletas hechas para transportar botellas, dejadme tomar un trago de aire matutino y sin diluir. ¡Aire matutino! Si los hombres no beben de él en el manantial del día, entonces tendremos que embotellarlo y venderlo en las tiendas, en beneficio de quienes han perdido su billete de suscripción para el tiempo matutino de este mundo («Soledad»).

El «aire matutino» de «nuestra bisabuela Naturaleza» nos devuelve al «manantial del día». ¿Cuál será, por tanto, el «manantial del día»? «La mañana, el momento más memorable del día, es la hora del despertar». ¿Y qué significará, según Thoreau, «afectar a la cualidad del día»? Es en este punto donde podríamos decir que la naturaleza guardaba silencio, o donde debíamos escuchar la «lengua paterna» del escritor. El límite de la historia natural debía ser trascendido, tal como indicaba Thoreau en una anotación de su diario tras el ofrecimiento que le hicieron para formar parte de la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia:

Sentí que me convertiría en el hazmerreír de la comunidad científica al describir o intentar describir aquella rama de la ciencia que me interesa específicamente, pues no cree en una ciencia que trata con la ley superior […] El hecho es que soy un místico, un trascendentalista y, por añadidura, un filósofo natural. Ahora pienso que debería haber dicho de una vez que era un trascendentalista. Ese habría sido el camino más corto para decirles que no entenderían mis explicaciones[13].

¿Entendemos, en realidad, las explicaciones de Thoreau? ¿Cuál es el alcance, en tal caso, de este entendimiento? ¿Qué repercusión tiene esta lectura? La trascendencia de Thoreau está en Walden. Thoreau trascendió Walden en Walden. Las circunstancias de la vida debían ser reconocidas, diría el autor, como sus ocasiones principales. Todo lector debería ser consciente, ante un gran libro, de haber perdido algo (como le había ocurrido a Thoreau con el perro, el caballo y la paloma). La lectura de este libro, como su escritura, debía servir para recuperar la fidelidad al momento presente. La «tranquila desesperación» de la mayoría sería un síntoma de que el hombre podía ser el esclavo, no el dueño de sus ocupaciones. Para mejorar la vida, sólo haría falta darse cuenta de dónde nos encontramos. El ejemplo del sentido de la soledad bastaría para ilustrarlo:

Nunca me he sentido solo o agobiado en absoluto por la sensación de soledad, salvo en una ocasión, pocas semanas después de venir a los bosques, cuando, durante una hora, dudé de si la cercana vecindad del hombre no era esencial para una vida serena y saludable. Estar solo resultaba algo desagradable. Pero al mismo tiempo era consciente de una ligera locura en mi humor y parecía prever mi recuperación. En medio de una suave lluvia, mientras prevalecían esos pensamientos, fui consciente de pronto de la dulce y beneficiosa compañía de la naturaleza y, en el repiqueteo mismo de las gotas y en toda imagen y sonido alrededor de mi casa, un infinito e inexplicable afecto, como una atmósfera que me mantuviera, volvió insignificantes las ventajas imaginadas de la vecindad humana y no he vuelto a pensar en ellas desde entonces («Soledad»).

Esta exigencia ha dado forma, sin duda, a las mejores páginas de Walden, hasta el punto de que lo que hemos llamado una vida con principios podría leerse en beneficio de los principios y en detrimento de la vida. El riesgo de esta dualidad habría de salvarse por medio de la escritura, sometida a su vez, en este libro, a un experimento aún no intentado por el autor. La cohesión de las partes y la unidad natural del resultado habrían hecho de Walden el libro característico de Thoreau, pero la calidad literaria de sus páginas habría impedido oír la voz del filósofo o del profesor de filosofía. Ambas acepciones estarían comprendidas en la denominación de «The American Scholar» (El escolar americano), acuñada por Emerson en la conferencia pronunciada el día de la graduación de Thoreau, y la diferencia no sería importante si no fuera porque la crítica no ha reparado en ella sino tardíamente.

Cuando Robert Louis Stevenson escribió su retrato de Thoreau, estableció una polaridad entre su carácter y sus opiniones que suscribía el defecto del carácter de Thoreau y la virtud de que pudiera ser corregido por sus opiniones. «Opinión», no obstante, era un concepto que quedaba por detrás del afán de conocimiento o la capacidad de asombro de Thoreau. Por el contrario, las aspiraciones del «scholar», claramente definidas en el segundo capítulo y en la conclusión de Walden, relegarían al olvido incluso las «deficiencias reales» de la vinculación social del autor y nos obligarían a explicar la «cordura» del «absorbente designio de mejoramiento» trazado por Thoreau. Con tal perspectiva, la paulatina «pérdida del humor» en las últimas obras de Thoreau denunciada erróneamente por Stevenson resultaría, en cambio, una ganancia en la comprensión de su vocación original como escritor (literario y filosófico), de modo que se volvería urgente responder a la pregunta de cómo empezar a leer Walden[14].

CÓMO EMPEZAR A LEER WALDEN

«Los libros —escribió Thoreau en Walden— deben ser leídos tan deliberada y reservadamente como fueron escritos». La deliberación y reserva con que Thoreau escribió Walden está hoy, tras la publicación del Diario y los sucesivos borradores del libro y el establecimiento definitivo del texto[15], fuera de toda duda, pero no siempre ha sido así, y, de hecho, su valor de lectura se ha resentido en ocasiones de una falta de deliberación y reserva antes de poder «considerar la estructura de Walden como un todo»[16] o de que pudiera afirmarse que se trataba de un libro «perfectamente acabado»[17]. Ha sido necesaria una cuidadosa revisión filológica y cultural de la escritura de Thoreau y de los trascendentalistas de Nueva Inglaterra[18] —las «visitas de invierno», la «compañía» del eremita en los bosques de Walden (el poeta Ellery Channing, el filósofo Bronson Alcott, Emerson…)— para volver a la situación original del verano de 1854, cuando Walden apareció por vez primera, al mismo tiempo que las bayas de los saúcos, como anotaría Thoreau en su diario con su peculiar forma de comparar los fenómenos culturales con los naturales[19]. ¿Cuál es, entonces, la estructura de Walden, considerada como un todo, y cómo se empieza a leer un libro perfectamente acabado? ¿Qué significa la exigencia de deliberación y reserva planteada por el escritor al lector? ¿Por qué habría que leer Walden?

Thoreau en 1861. Ambrotipo de E. S. Dunshee.

La exigencia en cuestión se encuentra, precisamente, en «Leer», el tercer capítulo de Walden, después de los capítulos dedicados a lo que Thoreau llama «Economía» y cuya interpretación constituye la vía de acceso y la sección más extensa del libro, y a explicar «Dónde vivía y para qué». Podríamos decir, en cierto modo, que la exigencia de leer con deliberación y reserva, a pesar de toda su importancia, no es urgente ni prioritaria: siendo «la economía de vivir […] sinónima de la filosofía» y habiendo afirmado Thoreau —o el escritor deliberado y reservado de Walden— que «sólo anhelamos realidad», si podemos resumir en ambas proposiciones los dos primeros capítulos, la lectura sería la tercera premisa (o exageración o provocación, como Thoreau decía a veces) del libro, después de la definición de la filosofía como una comunicación central con los lectores, opuesta a la «comunicación con los santos» que ha corrompido nuestra conducta, y de la seriedad con que «anhelamos» (el plural se refiere al escritor y al lector) la realidad. «Con un poco más de deliberación en la elección de sus ocupaciones —así empieza el capítulo sobre la lectura—, todos los hombres se volverían tal vez esencialmente estudiosos y observadores, ya que […] su naturaleza y destino les interesan por igual». La lectura es, pues, una ocupación o un ejercicio del libre pensamiento que contribuye a la dignidad de nuestra presencia en el mundo. (En el capítulo siguiente, «Sonidos», Thoreau reduciría, incluso, la importancia de la lectura de los libros, pero no de la lectura o deliberación en general: «Ningún método ni disciplina puede superar la necesidad de estar siempre alerta»; «¿serás sólo un lector, un estudiante o un visionario? Lee tu hado, mira lo que hay frente a ti y camina hacia el futuro». «Durante el primer verano —añadía Thoreau— no leí libros… Hice algo mejor»[20]. Y el capítulo siguiente está dedicado a la «Soledad» y a preparar, tras la visita del «propietario original» de Walden y de la «anciana dama» que le contarían el original de cada fábula para que él pudiera revisarlas y escribirlas, el significado de la «comunidad» en el capítulo posterior de las «Visitas», es decir, la estructura sucesiva de Walden como un todo a la vez literario y social).

El autor de Walden no podría exigir a sus lectores que leyeran de un modo determinado —que leyeran su hado o hicieran algo mejor o estuvieran siempre alerta— mientras no hubiera determinación en sus palabras o no dijera exactamente lo que quería decir con ellas. Lo que Thoreau quiso decir con filosofía y realidad, o con los sinónimos que oportunamente emplearía a lo largo del libro (la primavera de las primaveras, fe, experiencia, independencia, anticipación a la naturaleza, leyes superiores, soledad, comunidad, castidad, austeridad, el trabajo de la mañana, perder el mundo…), condiciona el significado y la exigencia de la lectura. Un libro acabado o que ha dado sus frutos y cuyo autor se sitúa a cierta distancia de su obra es un libro que responde a una necesidad logográfica, de acuerdo con la cual todo cuanto el escritor dice coincide necesariamente, sin errores ni omisiones inconscientes, con lo que el escritor quiere decir: «Alegremente diría todo lo que sé», dice Thoreau. Un libro acabado supone un escritor deliberado y reservado, cuyas faltas —la falta de la contradicción ilimitada que Emerson señalaría en Thoreau, sobre todo, y que era un rasgo común del estilo trascendentalista— serían, sin embargo, deliberadas y obedecerían a una reserva o discreción esenciales. «Mi deseo de conocimiento —diría Thoreau en ocasiones— es intermitente», «¿cómo podría recordar su ignorancia —preguntaría en Walden— quien ha de usar tanto su conocimiento?».

El conocimiento no podría, en efecto, corresponderse por completo con la realidad, puesto que el recuerdo de la ignorancia o, como escribe Thoreau al empezar Walden, la limitación debida a «la pobreza de mi experiencia», son indispensables en la disposición de ánimo original que debe resultar favorable a la filosofía y a la realidad: Walden y Walden se trascienden mutuamente sin llegar nunca a equipararse. Dada la premisa (una exageración o provocación para la mayoría de sus conciudadanos y no pocos de sus lectores, pero también un objeto de la curiosidad o el interés para todos) que establece que Thoreau vivió en Walden y escribió Walden para responder seriamente a un anhelo de realidad que tal vez no pudiera verse nunca satisfecho, pero que siempre sería preferible al abuso del conocimiento (como la conciencia de la escasez lo es a la abundancia inconsciente), la economía de la vida que es sinónima de la filosofía y el deseo de evitar la falsedad o el engaño convierten la escritura (y la estructura) de Walden en la respuesta a una necesidad de «construir aún más deliberadamente de lo que yo lo hice», una respuesta a todo cuanto resulta necesario para vivir, en comparación con lo cual la libertad de expresión —como el espejo del agua de la laguna— es un reflejo o una reflexión. La lectura es un reflejo o una reflexión de la escritura como la libertad de expresión lo es de la necesidad logográfica sin la que ningún gran libro habría sido concebido. El hábito de lectura de Thoreau, proyectado hacia sus lectores, reflejaría, entonces, un arte de escribir tan característico de una tradición literaria (puritana, trascendentalista, constitucional o americana, universal) como propio: cuando el autor de Walden explica cómo y con qué seriedad hay que leer los grandes libros, no sólo nos está enseñando a leer el suyo, sino que nos está diciendo cómo («dónde y para qué») lo escribió y mostrando los secretos de su oficio, divulgando las «doctrinas esotéricas» o «revisando la mitología». La lectura es un efecto de la verdadera educación liberal del individuo y de la comunidad, la prueba por excelencia de que se ha enseñado y aprendido algo y aumentado la experiencia sin abusar del conocimiento.

Con cualquier clima, a cualquier hora del día o de la noche, me he preocupado —escribe Thoreau en «Economía»— por mejorar la muesca del tiempo y señalarla en mi bastón; por permanecer en el cruce de dos eternidades, el pasado y el futuro, que es precisamente el momento presente, por conformarme con ello. Perdonaréis ciertas oscuridades, ya que hay más secretos en mi oficio que en el de la mayoría de los hombres, que no guardo voluntariamente, sino que son inseparables de su naturaleza. Alegremente diría todo lo que sé, sin pintar nunca en la puerta: «Prohibido el paso».

Thoreau se refiere a la transparencia de la escritura, a la posibilidad de franquear la entrada en el libro y no prohibir su lectura, cuando muestra los secretos de su oficio, los elementos inseparables de la escritura, las oscuridades que hay que perdonarle. Del mismo modo que, en la «Conclusión» de Walden, advierte —transcribiendo casi literalmente una entrada del diario y acusando la responsabilidad de la escritura— que no sabe cuáles son las razones para marcharse de los bosques de Walden (para entregar Walden a los lectores y devolver Walden al propietario original, como el hacha que tomó prestada para construir su casa y devolvió aún más afilada) y que, en cualquier caso, habrían de ser semejantes a las que le habían llevado allí (para escribir su libro), la lectura de Walden se convierte en la justificación de la obra de Thoreau; los escritos anteriores y posteriores, tanto los grandes libros como los ensayos menores en extensión o los poemas o el mismo diario, tienen una marcada tendencia al viaje y al desplazamiento que hace del reposo de Walden (aunque «el reposo nunca es completo») lo contrario de una metáfora: «Hemos construido un hado, un Atropos, que nunca se desvía» y que habría que leer. Para escribir sobre ese hado —la máquina de la sociedad— y darle nombre, Thoreau tenía que tomar distancia. Walden es un reflejo y una reflexión —tan profunda y pura como las aguas de la laguna— de toda la obra de Thoreau, la expresión más clara de su pensamiento y la trascendencia de su vida, contemplada a cierta distancia o con cierta independencia que Thoreau calificaría de accidental («Cuando por vez primera fijé mi residencia en los bosques, es decir, empecé a pasar tanto mis noches como mis días, lo que hice, por accidente, en el Día de la Independencia, el 4 de julio de 1845, mi casa no estaba acabada […]». Pero, si era accidental, ¿por qué recordarlo en el capítulo de lo necesario para la vida?). Incluso los escritos políticos más exagerados y provocativos de Thoreau (reunidos tras su muerte con el ambiguo nombre de Reform Papers, «ensayos reformistas», que se ha mantenido hasta hoy junto con la polémica que los inspiró sobre la existencia de «leyes superiores» a la Constitución)[21] encuentran en Walden su transformación definitiva: la libertad de expresión —escribió Thoreau— «que la causa contra la esclavitud concede a todo cuanto toca» recibiría en sus páginas la gracia de la necesidad[22]. La redacción final de Walden está llena de significado, pero se trata de un significado descubierto o aceptado gradualmente desde que, en 1837, Thoreau anotara, a instancias de su gran mentor Emerson, la primera línea de su Diario, hasta los intentos por sobrevivir literariamente fuera de Walden y después de publicar Walden[23].

Sería difícil exagerar las influencias que obran sobre Walden y que Walden ha ejercido, aunque habría que tener presente que la laguna que le da nombre «no tiene afluentes o aliviaderos conocidos». (Considerar su estructura como un todo o leerlo como un libro perfectamente acabado —describir su carácter ejemplar— requiere leer bien el capítulo sobre la «Soledad»: «El espeso bosque no está precisamente a nuestra puerta, ni la laguna, sino que contamos con lo que es claro, familiar y habitual, algo apropiado y, en cierto modo, cercado, y reclamado por la naturaleza», «queremos vivir más cerca […) de la fuente perenne de nuestra vida, de donde por experiencia sabemos que proviene», así como las contradicciones de la «Conclusión»: «Quiero sopesar, decidir, gravitar hacia lo que me atrae con más fuerza y derecho […] no suponer algo, sino tomar las cosas como son, viajar por el único sendero por el que puedo viajar y en el cual ningún poder se me resiste […] Hay un fondo sólido en cualquier parte», pero también: «No sabemos dónde estamos»). Si, en el conjunto de la obra de Thoreau, Walden es el «fondo duro y rocoso, que podemos llamar realidad», en el conjunto de lo que podríamos llamar civilización o cultura o educación o, como escribe Thoreau, «a través de París y Londres, de Nueva York, Boston y Concord, a través de la iglesia y el estado, a través de la filosofía, la poesía y la religión», ocupa un «claro» en el bosque, como solía decir Thoreau, una extensión de terreno cultivable, el campo mismo de la cultura. El capítulo sobre «El campo de judías» se convierte, con esta perspectiva, en una interpretación de la cultura o de la educación como algo, sin embargo, esencialmente inexplicable: «No sabía cuál era el significado de este pequeño trabajo hercúleo, tan digno y constante […] Pero ¿por qué debía cultivarlas? Sólo el cielo lo sabe …] ¿Qué aprenderé de las judías o ellas de mí?[…] Estas judías tienen resultados que no he cosechado». Walden es un clásico o un gran libro. Al tratar con los clásicos o los grandes libros, los lectores tratan con los términos de la verdad sustraída a la historia y, según Thoreau, se inmortalizan. La inmortalidad o intemporalidad literaria de la verdad expresada en los clásicos o los grandes libros requiere una lectura seria, tan seria como el anhelo de realidad y, en una ilimitada contradicción, tan alegre como la disposición de ánimo —la exageración o la provocación— con la que el escritor dice lo que sabe y cómo lo ha aprendido, aunque no por qué debía aprender o por qué debía ir a los bosques o volver a la civilización. La cultura —como Thoreau pondría de relieve en el capítulo sobre «La granja de Baker»—, es más misteriosa que la ignorancia.

En «Leer», Thoreau afirmaría que la lectura es, precisamente, el oficio de los «escolares», haciéndose eco de «The American Scholar», de Emerson. (En su discurso fúnebre —que, en cierto modo, no encontraría eco en la lectura de Thoreau hasta la recuperación filosófica del texto por Cavell—, Emerson diría que Thoreau «se complacía en los ecos y decía que eran las únicas voces amables que había oído»)[24]. Emerson había pronunciado su conferencia en la Universidad de Harvard en 1837, ante una audiencia entre la cual se encontraba según la leyenda un recién licenciado Thoreau, y había declarado la independencia intelectual de los Estados Unidos como una facultad para «leer bien»: «Para leer bien —había dicho Emerson— hay que ser un inventor», y el escolar entregado a la ética literaria que Emerson preconizaba debía seguir el camino adecuado de la lectura, confiando en sí mismo. El escolar «aprende que quien domina una ley en sus pensamientos íntimos es, en la misma proporción, el maestro de todos aquellos hombres cuya lengua habla y de aquellos a cuya lengua se ha traducido la suya». «Cuanto más hondo —añadía Emerson, casi en los términos proféticos del “trabajo con las manos” (el campo de judías, el trabajo de la mañana, la escritura) de Thoreau en Walden— excave el escolar en sus presentimientos más íntimos y secretos, para su sorpresa encontrará que son los más aceptables, públicos y universalmente verdaderos». Esta comunicación o identificación o emancipación que el lenguaje hace posible entre el escritor y el lector cobraba, para Emerson, el aspecto de una «revolución» o, con la palabra clave de su pensamiento, de una «domesticación» de la idea de cultura. Esta domesticación sería posible porque, por primera vez en la historia, existía «una nación de hombres». Todos los lectores de Emerson recibían su inspiración de la misma fuente[25].

Thoreau aprendería a escribir leyendo a Emerson. No bastaría con hablar la lengua de la nación de hombres para la que Emerson había escrito: Walden nacería de la convicción de que había que escribir, en correspondencia con la lectura de los grandes libros del pasado, los grandes libros del presente que albergaran una expresión reservada y selecta, demasiado significativa para que los oídos la oigan y que requeriría que volviéramos a nacer para hablarla, pero que podía ser leída. La revisión de la mitología que tiene lugar en Walden proviene de este renacimiento necesario y posible por medio de la lectura y la escritura. Una vez escrito Walden, Thoreau podía dejar «los bosques por una razón tan buena como la que me llevó allí». Renacido para hablar una lengua paterna y en posesión de la «lengua selecta de la literatura», Thoreau «tenía más vidas que vivir». El arte de escribir era, en efecto, el arte más cercano a la vida. Hay palabras y libros que se dirigen —escribe Thoreau— a nuestra condición y que, si pudiéramos entenderlos, «serían más saludables que la mañana o la primavera para nuestras vidas». En esos libros se basa la educación liberal. La última página del capítulo sobre la lectura es una página sobre la educación. En deuda con la educación trascendentalista dirigida a los jóvenes americanos, reformistas o conservadores, Thoreau propone una educación «poco común» (una «doctrina esotérica»). Las ciudades habrían de convertirse en las verdaderas escuelas y universidades, ocupar el lugar de la nobleza histórica. A este respecto, Walden es una utopía educativa escrita en la transición de los púlpitos puritanos a las universidades pragmatistas y su situación, cerca de Concord y de la civilización, se correspondería con un mundo que empezaba a ser profanado. «¿Por qué habría de ser —se preguntaría Thoreau— provinciana nuestra vida?». El último párrafo del capítulo sobre la lectura prestaba coherencia a Walden como un todo literario que empezaba a disgregarse socialmente:

Actuar colectivamente responde al espíritu de nuestras instituciones; confío en que, cuando nuestras circunstancias sean más florecientes, nuestros medios sean mayores que los del noble. Nueva Inglaterra puede contratar a todos los hombres sabios del mundo para que vengan y le enseñen, y alojarlos entre tanto, sin ser provinciana. Esa es la escuela poco común que necesitamos. En lugar de nobles, tengamos nobles ciudades de hombres. Si es necesario, omitamos un puente sobre el río, vayamos un poco más allá y tendamos al menos un arco sobre el más oscuro golfo de la ignorancia que nos rodea[26].

Había una razón tan buena para ir a los bosques, mientras las circunstancias no fueran tan florecientes, como para volver a la ciudad, no porque las circunstancias hubieran cambiado, sino porque el autor había recogido los frutos de la sinceridad, la verdad, la sencillez, la fe, la confianza, la inocencia (los «frutos salvajes» sobre los que escribiría hasta el final de su vida): Walden es una escuela singular, poco común, a la que cualquiera podría acceder si se atreviera a reconocer la fatalidad y accidentalidad de los grandes acontecimientos que jalonan la historia natural del hombre que trata de satisfacer lo necesario para vivir, como la independencia o la providencia. La obra de Thoreau empieza y acaba con un doble movimiento de trascendencia: uno, hacia el exterior de los límites de la ciudad, que Thoreau reflejaría en los escritos que preparaba para su publicación y accidentalmente publicaría; otro, hacia «la intimidad sin expresión de la vida» que encontraría, precisamente, su expresión en un diario cada vez más elaborado y complejo, del que irían saliendo las mejores páginas de Thoreau, trascendidas en Walden[27]. El camino hacia Walden que Thoreau empezó a recorrer en 1837 no era, en sí mismo, infranqueable. «Quería encontrar —anotaría en la primera página del Diario escrita en Walden— los hechos de la vida, los hechos vitales, los fenómenos o la realidad que los dioses quisieran mostrarnos, cara a cara; por esa razón vine aquí».

Thoreau dejó Walden para que pudiéramos leer Walden: ese era el camino hacia el futuro. Sin embargo, la escritura final de Walden y la inmensa serie de escritos que dejaría sin publicar a su muerte —los dos grandes libros elegiacos sobre los bosques de Maine y el cabo Cod, cuya estructura no podemos considerar como un todo ni podemos leer como si estuvieran perfectamente acabados—, así como las piezas polémicas sobre la figura del capitán Brown o los últimos y hermosísimos escritos sobre la naturaleza están teñidos de la preocupación por una creciente falta de significado de la ciudad a la que volvía. Esta falta de significado de América (Thoreau emplearía a menudo, como Lincoln, la metáfora bíblica de la casa dividida y la exigencia de acabar el trabajo emprendido)[28] duraría al menos hasta la Guerra Civil, a la que Thoreau no sobreviviría, y ensombrecería el legado de Thoreau para las generaciones de los supervivientes (hasta el punto de que su recuperación, como la de sus contemporáneos, hubo de ser concebida como un «renacimiento americano») y se ha cernido sobre la escritura de Thoreau y sobre su lectura de un modo casi ilimitadamente contradictorio: podría decirse, sin exageración ni provocación, que la sincera voluntad de recoger los testimonios de la extinción de los indios y la causa contra la esclavitud y la defensa de la naturaleza amenazada por la explotación industrial son apenas la superficie de un fenómeno que Thoreau ya había percibido en su juventud —entre las ilusiones del viaje por los ríos Concord y Merrimack, en compañía de su hermano, con las esperanzas intactas de convertirse en el escolar americano que Emerson había anunciado— al advertir que faltaba un trasfondo adecuado en la vida del hombre sobre la tierra, que ni el estado (que «no educa», como denunciaría en «Resistance to Civil Government») ni tal vez la misma naturaleza («Es difícil someter a la naturaleza, pero ha de ser sometida», escribió en Walden) podría proporcionar, y que obligaría a Thoreau a remontarse cada vez más en la peregrinación a las fuentes de la verdad. (La devoción de Thoreau por la literatura y la filosofía orientales nacía también de esa sensación: «Nuestro mundo moderno y su literatura parecen endebles y triviales; dudo, incluso, si no habría que referir esa filosofía a un estado anterior de la existencia», escribiría en el capítulo sobre «La laguna en invierno», justo antes de la llegada de la primavera a Walden y el capítulo sobre la «Primavera»).

Esa percepción es la que dictaría su sentencia de inconstitucionalidad de la Constitución americana, en comparación con las leyes superiores (o, en el terreno religioso de la lectura, juzgaría esencialmente ilegible la Biblia por comparación con un texto anterior y con el propio ejercicio del libre pensamiento en la lectura), y le llevaría a admirar en John Brown una figura heroica y lo suficientemente puritana como para avergonzar a los sucesores de quienes habían fundado una nación de hombres iguales y libres. Esa percepción, también, es la que le llevaría a considerar la democracia, antes de que se convirtiera en una palabra sagrada y en una concepción dogmática de la sociedad, un episodio irreversible del conocimiento político, pero en modo alguno la última mejora posible del gobierno. Sus palabras, al respecto, suenan como las de su modelo socrático: «He imaginado un estado más perfecto y glorioso, pero que no se ha visto aún en ninguna parte […]», con la diferencia, respecto a los antiguos, de que la antigüedad a la que Thoreau se refería y que buscaría en la profundidad de los bosques de Maine o en la desolada península del cabo Cod, donde una vez había empezado todo cuanto tenía que resultar significativo para América, no coincidía con la antigüedad de los clásicos[29] ni, probablemente, con una antigüedad meramente temporal o natural, sino que era una antigüedad (como podríamos llamarla, con la ilimitada contradicción de Thoreau) simultánea con el presente, a veces perceptible en la res privata de los hombres y manifiesta cuando los hombres actúan por principios o perciben y llevan a cabo lo justo. Thoreau quería trascender el fondo que había en cualquier parte. En cualquiera de los sentidos de la palabra —los que Emerson le había dado y los que Thoreau añadiría en Walden al decir que «el mismo globo se trasciende y traslada a sí mismo continuamente»—, Thoreau fue un trascendentalista[30].

«¿Por qué se descubrió América?». Thoreau respondería que América aún no había sido descubierta o lo había sido superficialmente o con la falsa creencia —como en el caso de la laguna de Walden— de que no tendría fondo. Pero lo tenía. A veces, Thoreau hablaría como americano («Nosotros, los americanos», dice en la «Conclusión» de Walden, o cuando escribe en «A Yankee in Canada»: «Un americano —alguien que haya hecho un uso moderado de sus oportunidades— se preocupa relativamente poco de esas cosas [i. e., de su condición nacional] y se encuentra al respecto ventajosamente más cerca de la condición primitiva y última del hombre», o con la ironía con la que se identifica con los Pilgrim Fathers en Cape Cod), especialmente cuando insistía («por accidente») en señalar la fecha de la Declaración de Independencia como el día en que empezó a vivir en Walden y cuando, el mismo año de publicar Walden, acusaría en esa efemérides a sus conciudadanos de permitir la esclavitud en Massachusetts en los términos de la imposibilidad de la lectura: «No he leído con profundidad los estatutos de esta comunidad. No es una lectura provechosa. No siempre dicen la verdad y no siempre quieren decir lo que dicen»[31]. Al terminar su discurso, Thoreau diría que «hemos gastado toda nuestra libertad heredada» y concluiría: «Caminé hacia una de nuestras lagunas […]».

La lectura de Walden es, sin embargo, la única posibilidad de volver a Walden para terminar una educación verdaderamente liberal cuyas etapas, como la sucesión de los árboles del bosque a los que Thoreau se referiría en uno de los últimos ensayos que escribió, habrían de culminar en una conservación del nuevo mundo. Esta conservación es esencial para dotar de un trasfondo adecuado a nuestras vidas. Thoreau alude a ella en la más importante de las revisiones de la mitología que llevaría a cabo en Walden:

En las largas tardes de invierno, cuando la nieve cae rauda y el viento aúlla en el bosque, me visita de vez en cuando un viejo colono y propietario original que, según se dice, excavó la laguna de Walden, la empedró y la cercó de pinares, alguien que me cuenta historias del tiempo pasado y la nueva eternidad […] y, aunque se cree que ha muerto, nadie podría mostrar dónde está enterrado. En mi vecindad vive también una anciana dama, invisible para la mayoría, en cuyo fragante jardín me encanta pasear, mientras recojo muestras y escucho sus fábulas, pues tiene un ingenio de fertilidad inigualada y su memoria se remonta más allá de la mitología y es capaz de contarme el original de cada fábula y el hecho en que se funda, pues los incidentes ocurrieron cuando era joven. Se trata de una dama rubicunda y fuerte, que disfruta de cualquier clima y estación y que probablemente sobrevivirá a todos sus hijos («Soledad»).

Y, hacia el final de su vida, entre los escritos que debían componer «Wild Fruits» (Frutos salvajes), propuso, en la última y más ilimitada de sus contradicciones, «conservar todo el bosque de Walden, con Walden en medio», como un área sin cultivar, un propósito que la moderna ecología de la cultura ha hecho suyo y que pertenece, sin embargo, a cada nuevo lector de Walden.