Capítulo 9

 

Carlo estacionó el Mercedes en un espacio libre, en la avenida principal, apagando entonces el motor y soltando el cinturón de seguridad.

Aysha lo encaró con aire de indagación.

¿Por qué paraste aquí?

Inclinándose, él soltó el cinturón de seguridad de ella también.

Tú aún no cenaste, ¿recuerdas?

Una ola de náusea la dominó en el instante en que pensó en comer.

No tengo hambre.

Entonces vamos apenas a tomar un café.

Tengo derecho de decir algo al respecto, ¿ó pretendes llevarme adentro a la fuerza?

Perdiste kilo ó dos, has estado siempre pálida, y esas ojeras ya están queriendo volverse permanentes.

Y yo que pensé que estaba bien –dijo Aysha, con un suave tono de ironía.

Podemos comer aquí, ó puedo preparar algo cuando lleguemos a casa.

Eso significaba que Carlo entrara a la casa, se pusiera a gusto, la ayudara en la cocina y después... Ella no quería pensar en lo que acostumbraba pasar enseguida, cuando cenaban en casa. Ir para allá sería lo mismo que ignorar todo lo que la preocupaba.

Soltando un suspiro desanimado, abrió la puerta del coche. El dueño del restaurante los recibió muy bien, acomodándolos en una mesa central, próxima a la pista de baile. La música griega tocada en vivo era romántica, agradable y emotiva.

Carlo pidió café, pero ella se rehusó a beber. El café griego era deliciosamente fuerte, pero acababa con el estómago.

Té. Bien suave, por favor. Y no quiero nada para comer.

Aysha reviró los ojos cuando él pidió mosaka, uno de sus platos favoritos. Cuando el pedido fue servido, fue imposible rehusarse a la generosa oferta de que lo probara que Carlo le ofreció.

Estaba delicioso y, haciendo exactamente lo que él previera, Aysha tomó uno de los cubiertos extra y se sirvió un poco de la comida.

El pan fresco y con cáscara crocante era el acompañamiento ideal para el plato, así como el vino que les fue servido enseguida.

¿Estás mejor? –indagó él, cuando el mozo acabó de retirar los platos usados y colocar un nuevo cesto de pan delante de ellos.

No fue difícil sonreír en respuesta. El vino estaba ayudando a amortiguar la tensión que endurecía sus hombros.

Si.

¿Más té?

No, gracias.

¿Prefieres quedarte un poco más ó quieres irte?

Aysha lo miró con atención, pero no consiguió concluir nada a partir de su expresión, además de una especie de expectativa paciente. Había también una profundidad en su mirar que se mostraba indescifrable.

Lanzó entonces un vistazo a la pista, donde había algunas parejas bailando. Parte de ella quería la proximidad de su abrazo, de su calor. Con todo, había una parte de ella que estaba trastornada y lastimada. Las acusaciones de Nina aún hacían eco en su mente, aunque el vino la estuviese distanciando de la dura realidad de lo que oyera.

Todo aquello estaba pasando por causa de la boda. En aquel momento, lo último que quería era hablar de eso. En verdad, no quería decir ni oír nada, apenas sentir.

Me encanta la música de aquí. Es tan intensa, emocional...

¿Será que ella tenía la menor idea de cuan soñadora parecía al hablar? ¿Ó de cuanto demostraba de su fragilidad? Carlo sintió deseos de cerrar el puño y golpear la mesa. En verdad, le gustaría de ajustar cuentas con Nina, por causar tamaño dolor y tanto sufrimiento con sus maldades.

Más que nunca, deseaba llevar a Aysha a la cama y amarla hasta que las dudas desaparecieran. Pero era poco probable que tuviese tal oportunidad. Por lo menos, no aquella noche.

Era el momento de jugar a la espera. Al día siguiente, tendría todo lo que deseaba. No pretendía esperar ningún día más.

Inclinándose sobre la mesa, tomó la mano de ella en la suya y la llevó a los labios.

Fue un gesto sensual y cariñoso, que la hizo sentir un vértigo de placer. Mientras sus dedos eran besados, uno a uno, sintió que sus pezones quedaban entumecidos.

Baila conmigo.

El temblor en su cuerpo fue más intenso al oír la voz grave de Carlo sonar tan ronca, tan seductora. Oh, Dios, ¿qué pasaría si osase entregarse a aquellos brazos fuertes? ¿Qué vendría después? Permitir que fuesen a la cama no resolvería ningún problema. Peor, acabaría con su propia autoestima.

¿Bailar conmigo es algo tan grave así? –preguntó Carlo, viendo el titubeo en la expresión de ella.

Sé lo que pasa cuando lo hacemos.

Los ojos de él asumieron un brillo de excitación y deseo, mientras sus labios se curvaron en una sonrisa encantadora.

Puedes estar segura que el sentimiento es mutuo.

Feromonas.

Oh –murmuró Carlo, sonriendo de manera más amplia mientras se ponía de pie y la hacía levantar.

Los animales son capaces de reconocer esas substancias, segregadas por otros de la misma especie, como atractivos del celo –explicó Aysha, intentando pensar con claridad.

¿Crees que ese es nuestro caso?

Fue posible sentir su cuerpo aflojarse al entrar en contacto con el de él. La sensación de estar flotando fue aún más intensa cuando aquellos labios seductores rozaron su sien.

Hum-hum. Lo creo.

¿Sería siempre de aquella manera? ¿Una sonrisa, un roce, un beso y listo? ¿Sería suficiente? Afecto y satisfacción sexual, sin amor.

La mayoría de las mujeres se satisfacía con menos. Mucho menos.

Fue con un lamento que Aysha oyó al conjunto dejar de tocar para descansar, algunas canciones después. Fue casi doloroso salir de aquel mundo sólo de ellos, que siempre la seducía cuando estaban juntos.

Después de pagar la cuenta, Carlo la condujo al coche y la 1levó a casa. Al parar en la puerta de la mansión, ella llevó la mano al pestillo y se volvió para encararlo, diciendo:

No precisa que te mol...

La mirada que recibió de él la hizo interrumpirse de inmediato.

No discutas conmigo.

Diciendo eso, él salió del vehículo.

Dentro de la casa, cuando se miraron, el deseo entre ellos fue más que evidente. Era como si ambos estuviesen atrayéndose todo el tiempo. La sensualidad que flotaba en el aire era casi enloquecedora.

Todo lo que precisas hacer es decirme que me quede –murmuró Carlo, encarándola con intensidad.

La mirada de Aysha se volvió triste. Sería tan fácil. Bastaría extender la mano y dejarlo asumir el control. Por un momento, pensó hacerlo. Negarlo sería como negarse a si misma. Aún así, había mucho que decir y, en aquel momento, sería difícil conversar con claridad.

Lo sé.

Levantando la mano y acariciándole el rostro, él apenas dijo:

Ve a la cama, cara. Mañana será otro día.

Soltándola, Carlo giró y salió por la puerta. Segundos después el motor del Mercedes fue prendido y su sonido se alejó de a poco, hasta desaparecer.

Estaba sola. Pensó que sería persuadida a dejarlo quedarse y estaba decepcionada. ¡Aquello era incoherente! Si él hubiera insistido, se enojaría y no cedería. Aún así, en vez de sentirse aliviada con aquella partida pacífica, tenía la sensación de haber sido abandonada. Aquello era ridículo.

Accionando la alarma, fue a la suite, intentar enfriar la cabeza con un baño demorado.

 

¡Mamma! –protestó Aysha. – No preciso comprar más lingerie.

Pero que tontería, querida –declaró Teresa, en tono irreductible. – Nonna Benini mandó dinero con instrucciones específicas para que te compraras lingerie.

Después de pasar la noche en vela, todo lo que Aysha no quería era discutir con su madre. Entonces se volvió hacia la vitrina de la tienda e intentó sentirse conforme con la situación.

Está bien. Vamos a entrar.

Después de un largo tiempo, luego de comprar algunas piezas caras lo suficiente para sustentar una familia de clase media por una quincena, convenció a Teresa de acompañarla hasta una cafetería.

Vamos a hacer un intervalo de diez minutitos para tomar un capuchino, ¿está bien?

Excelente. Así podemos completar la lista –aprobó su madre.

Aysha concluyó que, si oyese la palabra "lista" una vez más, explotaría. Soltando un suspiro, hizo el pedido y la acompañó hasta la mesa. Fue preciso autocontrol para responder de manera educada.

No consigo pensar en más nada para adicionar.

Perfume, querida. Algo muy especial, para usar en el gran día.

Pero ya tengo mis preferidos en casa.

Sé eso. Y todos te caen bien, con certeza, pero en el día de la ceremonia deberías usar algo diferente. Sabes, algo para hacerte recordar el día más importante de tu vida.

Mamma...

Las madres sueñan con el casamiento de sus hijos desde el día del nacimiento. Principalmente si es una hija. Quiero que el tuyo sea perfecto, de todas las maneras posibles. Sé que tendrás una vida maravillosa con Carlo. El amor entre ustedes es lindo.

"Pero unilateral", pensó Aysha, en silencio. Al mismo tiempo en que deseaba algo más para si misma, como por ejemplo la certeza de que era amada, sabía que sería inútil "llegar al final del arco-iris".

Tu padre y yo tuvimos un casamiento simple por opción. Nuestros padres nos dieron dinero pero, en aquella época, estábamos invirtiendo todo en la empresa.

Lo sé –respondió, agarrándole las manos a su madre, con afecto. – Doy mucho valor a todo lo que ya has hecho y aún haces por mí.

Ya eran más de las once cuando pasaron por el arco. La lista de pendientes recibió un ítem más, el tan renombrado perfume, que se reveló como la compra de una línea entera de productos y cosméticos.

Aysha apenas siguió la corriente. Comió un poco de ensalada de pollo cuando pararon para almorzar, tomó dos analgésicos para el dolor de cabeza e intentó mostrar interés en el resumen de regalos de casamiento que Teresa insistió en listar, ya que los paquetes estaban llegando "como lluvia", según ella.

A las tres de la tarde su celular sonó y, al atender, fue imposible no reconocer la voz grave de Carlo del otro lado de la línea.

¿Tuviste un buen día?

El pulso de su corazón se aceleró.

Estamos casi acabando las tareas de hoy.

Estaré en tu casa a las siete.

Conciente del interés de su madre sobre lo que era dicho, Aysha se esforzó para ser más amable de lo que deseaba.

¿Debo preparar algo para cenar?

No. Comeremos fuera.

Ok. Ciao.

Colgando, colocó el aparato en su cartera.

Carlo –dedujo Teresa, recibiendo una sonrisa de confirmación. – Si, él es un buen hombre, ¿ves? Tienes mucha suerte.

Sólo había una respuesta aceptable en aquel momento.

Lo sé.

Ya eran casi las cinco cuando ambas se separaron, cada una partiendo en su coche. En medio del tráfico, Aysha tuvo cuidado de esperar salir del alcance visual de su madre para hacer el camino de regreso e ir a la casa, en vez de al apartamento. Si sus padres supiesen que los dos estaban viviendo separados, en la semana de la boda, sería un escándalo.

Al llegar a la casa, encontró todo demasiado quieto. Sintiéndose impulsada hacer algo que no fuese encargarse de los preparativos de la boda, fue hasta el cuarto, se colocó un biquini y descendió al patio otra vez, yendo a la piscina.

Después de muchas brazadas, sintió que estaba más tranquila, en control de sus propios nervios. Se quedó boyando por algún tiempo y entonces nadó de espaldas hasta el borde, saliendo del agua y retirando el exceso de agua del cabello con una toalla. La humedad restante ayudaría a mantenerla fresca.

Recostándose en una reposera acolchonada, se quedó admirando la espléndida vista del puerto mientras descansaba. Sus ojos fueron poniéndose pesados y el calor acogedor de la puesta de sol la hizo cabecear.

Fue en el borde de la piscina que Carlo la encontró una hora después, después de pasar algunos minutos de increíble preocupación buscándola por toda la inmensa casa.

El último lugar que pensó en mirar fue en la terraza. La sensación de alivio que tuvo fue aún mayor que el deseo de ir hasta allá y reprenderla por haberlo hecho pasar por tal agonía.

Deslizando la puerta en silencio, se quedó parando mirándola dormir. Hacía días que no la veía tan relajada. Era una pena precisar despertarla de aquel sueño profundo y tranquilo.

Una sonrisa le curvó los labios. Deseaba acercarse y acariciarla hasta hacerla despertar por completo, besándola y explorando cada centímetro de aquel cuerpo perfecto. Quería ver aquellos lindos ojos abriéndose delante de los suyos, expresando amor y cariño en el momento en que lo identificase.

El problema era que, del modo como estaban las cosas, la reacción que obtendría sería muy diferente de la que él tanto deseaba.