Capítulo 8
Me tiraste a los leones.
Siglo equivocado, cara –respondió Carlo, con seguridad. – Y tus tan difamados leones son, bien en el fondo, gatitos domésticos.
Teresa no acostumbra esconder las garras –comentó Aysha, en tono de constatación y no de crítica. – Hay ocasiones en que ser hija única es un fardo pesadísimo.
Sólo si tú permites que sea así.
La jaqueca pareció ponerse aún más fuerte, llevándola a cerrar los ojos.
¿Vas a comenzar a jugar al amante psicólogo?
Sólo estoy asumiendo mi papel de amigo.
Oh, aquella afirmación estaba llena de significado. Amigo. Era un lindo sentimiento afectivo, pero un sustituto pobre del amor verdadero, que hacía a un hombre matar y morir para sustentarlo.
Optando por quedar en silencio, Aysha no dijo más nada mientras el coche viajaba hacia Double Bay.
¿Cómo está la jaqueca?
Empeorando –murmuró ella, volviendo a cerrar los ojos cuando los faroles de otros coches la ofuscaron. Carlo no pronunció ninguna palabra más a lo largo de todo el recorrido hasta Clontarf, lo que fue un alivio para ella. Al abrir la puerta del auto, cuando pararon delante de la casa, giró para agradecer y despedirse, pero se quedó sin palabras al ver la expresión sombría de él.
Ni siquiera pienses en dispensarme –advirtió él.
No me digas: pretendes jugar al enfermero.
El silencio de él fue una elocuente confirmación de sus intenciones, entonces no le restó otra opción sino salir del vehículo e ir hacia la puerta de enfrente.
En pocos minutos, Carlo había encontrado el remedio para la jaqueca y se lo estaba entregando con un vaso de agua.
Toma esto.
Ella tragó los dos comprimidos y entonces le hizo una mueca de disgusto, diciendo con ironía:
Si, señor.
No seas impertinente –murmuró él, en tono gentil. Pero que maldición. Era más fácil lidiar con Carlo cuando él estaba nervioso. Toda aquella amabilidad era demasiado irresistible y la dejaba desarmada.
Aysha sabía que debería protestar cuando él se sentó a su lado y la empujó junto a si, sosteniéndola en su falda y acomodándola junto a su pecho. Pero la voz suave en su mente le murmuró: "¡Cierra los ojos y aprovecha!".
Y fue lo que hizo.
Demoraría unos diez minutos para que los comprimidos surtieran efecto, entonces podría levantarse, agradecer los cuidados y acompañarlo hasta la puerta, antes de ir a dormir.
Permitiéndose disfrutar de aquel momento de placer, acomodó la cabeza junto al hombro de él y apoyó el rostro junto a aquel pecho masculino. Los brazos fuertes de Carlo la presionaron con un poquito más de fuerza, acomodándola junto a él. El silencio en la casa era absoluto, por eso el sonido de los latidos del corazón de él era lo único que ella podía oír.
Ya estuvo acomodada de aquella forma muchas veces antes. Primero como una criatura, después como amiga y entonces como amante.
Los recuerdos pasaron por su mente como en un filme colorido. Una caída y las rodillas raspadas en la época de la escuela. La vez que consiguió una nota máxima en el valet, y también el día en que fue la primera colocada en el recital de piano. Pero nada se comparaba a la intimidad que habían compartido en aquellos tres últimos meses. Fue realmente mágico. Tan espectacular que no había equivalencia.
Fue posible sentir los labios de él rozando sus cabellos, y su propia respiración fue poniéndose más lenta y calmada. Cuando Aysha despertó, la luz del día estaba entrando por la ventana del cuarto.
El cuarto principal. Estaba acostada de un lado de la cama enorme. A su lado, el cobertor estaba bajo, como si alguien acabara de levantarse. Haciendo un pequeño chequeo, descubrió que estaba apenas con la ropa interior.
Entonces su memoria se aclaró y, pestañando lentamente, Aysha verificó que la jaqueca había pasado. En aquel momento, la puerta del cuarto se abrió y Carlo apareció en la entrada.
¿Ya estás despierta? ¿Cómo está la cabeza?
Te quedaste –murmuró ella, casi sin reconocer su propia voz, que parecía agitada e inestable.
Por los cabellos húmedos y el hecho de que la única cosa que le cubría el cuerpo fuera una toalla al rededor de la cintura, él parecía que acababa de salir del baño.
Digamos que te pusiste renuente a dejarme partir.
Oh, Dios. Ella encaró la almohada a su lado por un instante y entonces volvió a mirarlo. Sus labios se abrieron y volvieron a cerrarse. Habrían hecho... No. Claro que no. Si así fuera, ella se acordaría. ¿Ó no?
Antes de poder decir cualquier cosa, tuvo que controlarse para no soltar un gemido al verlo sacarse la toalla y caminar con tranquilidad, totalmente desnudo, hasta el lugar donde estaba su ropa. Vistiéndose con calma, no dijo nada, ni siquiera cuando irguió el rostro y la cachó admirándolo en silencio. Los labios de él se curvaron en una sonrisa y su mirar se tornó tierno. Demasiado tierno para alguien con quien ella quería estar enojaba.
¿Te importa si uso uno de tus cepillos de pelo?
Los labios de ella se separaron, pero ningún sonido salió de su garganta. Gesticulando en dirección al baño de la suite, ella pestañeó y apenas dijo:
Sírvete.
Siguiéndolo con la mirada, lo observó atravesar el cuarto y desaparecer por el pasaje. En el mismo instante, miró alrededor en busca de algo para cubrirse mientras iba hacia el closet. Cuando comenzó a levantarse, lo vio volviendo al cuarto y volvió deprisa debajo del cobertor.
Voy a bajar, hacer café y preparar el desayuno –dijo Carlo. – ¿Diez minutos?
Si. Gracias –contestó Aysha, intentando comprender la decepción que sintió al verlo cerrar la puerta detrás de si. ¿Qué esperaba? ¿Que fuese hasta la cama y la sedujera? ¿Que intentase besarla para después hacer el amor?
Por más que quisiera negarlo, una parte de ella deseaba aquello más que nada. Soltando un gemido de disgusto consigo misma, salió de la cama y fue a tomar un baño.
Diez minutos después, entró en la cocina y fue recibida por el delicioso aroma del café recién hecho. Carlo estaba colocando huevos en un plato donde ya había tostadas, prontas para recibir un poco de manteca fresca.
Hum... –murmuró ella, en tono apreciativo. – Eres muy bueno en eso.
¿En preparar el desayuno?
Entre otras cosas –concedió Aysha, feliz por estar ambos vestidos, pues asó era más fácil lidiar con él.
Oh.
Desviando su mirar, al verlo sonreír, caminó hasta la cafetera. Fuerte, sin leche y con dos pequeñas cucharadas de azúcar. Nada mejor que eso para comenzar el día, después de una jaqueca y de despertar semidesnuda en la cama de la cual Carlo acababa de levantarse. Y sin recordar nada.
¿Puedo servirte el tuyo?
Si, por favor –dijo él, colocando uno de los platos delante de ella. – Ahora, come.
Hey, me pusiste mucho.
Come –repitió Carlo, con firmeza.
Eres tan malvado como Teresa –reclamó ella. Llevando la mano al mentón de ella, él hizo que Aysha lo encarase.
No, no lo soy.
El beso que recibió en sus labios fue suave e increíblemente sensual. Cuando lo vio interrumpir el contacto y alejar el rostro, sintió una gran tristeza.
Preciso irme. No te olvides que tenemos que ir a la fiesta de Zachariah, esta noche. Te llamo durante el día, para informarte del horario.
Faltando apenas algunos días para la boda, la presión estaba comenzando a aumentar. Teresa parecía haber descubierto una mina de problemas de última hora para resolver. Tanto que, al final del día, Aysha estaba en duda si hacía uno ó dos días desde que se despidiera de Carlo después del desayuno.
La necesidad de sentirse segura aquella noche era esencial, entonces todos los recursos eran válidos. Uno de los puntos de apoyo sería su traje. Eligió un vestido negro, justo, de escote bajo y con finos breteles en los hombros, dejando buena parte de su torso al descubierto, realzando su bronceado. Optó por usar algunas joyas: una gargantilla de oro, delicadas caravanas en forma de gota con un único brillante en el centro y, para completar, un fino bracelete de oro, minado de pequeños diamantes. Los zapatos Stiletto, de taco alto, fueron el toque final en su visual de "vestida para matar".
Al mirarse en el espejo, después de aplicar el maquillaje, concluyó que estaba excelente. Si alguien reparase en sus ojeras, tendría varias disculpas. Al fin y al cabo, era la semana anterior a la boda, una novia tenía una avalancha de compromisos para cumplir.
El mensaje de Carlo en su contestador automático le avisó que saldrían a las siente y media. La fiesta sería en Palm Beach, que quedaba a casi ochenta quilómetros de Vaucluse. Una hora de viaje, si el tránsito era razonable.
Aysha daría todo para no tener que ir. La perspectiva de encontrarse e interactuar con sus muchos conocidos y colegas no era nada agradable, pues sonreír y parecer satisfecha no pasaba de un acto dispuesto para agradarlos solamente.
La alarma anunció la llegada de Carlo, que abrió el portón con su control remoto personal. En el mismo instante, su estómago se contrajo y pareció formar un nudo apretado. Intentando actuar antes que su sistema nervioso entrase en colapso, tomó la cartera que combinaba con los zapatos y descendió al hall, yendo hacia la puerta. Al abrirla, lo vio saliendo del cocho y volverse en su dirección, mirándola de arriba a abajo.
Con un enorme esfuerzo, trancando la cerradura y accionando la alarma al salir, caminó en dirección al vehículo, intentando no encararlo mientras él abría la puerta del Mercedes y la ayudaba a colocarse el cinturón de seguridad. En el instante siguiente, su puerta estaba cerrada y Carlo ya se acomodaba al volante, volviéndose de lado para encararla.
Sus miradas se sustentaron por más de un minuto, en silencio, sin movimientos, sin aliento. Oh, pero Aysha estaba respirando, ó sería imposible sentir el perfume seductor de aquella colonia masculina que perneaba sus narinas, trayendo recuerdos sensuales a su memoria.
¿Por qué los autos eran tan estrechos? Debería haber más distancia entre los asientos de adelante. Tal vez una divisoria. Sin ventanas. Si, eso sería mucho mejor. Conteniendo un suspiro, imaginó si él tenía la menor idea de cuanto esfuerzo le era necesario para permanecer con la expresión tranquila que estaba forjando.
Por suerte, Carlo quebró el silencio antes que sus ojos comenzar a llenarse de lágrimas.
¿Cómo estás?
Aquellas palabras eran apenas un saludo común, pero fueron capaces de hacerla estremecer por dentro, por dar la impresión de que a él le importaba de verdad.
Bien.
Aysha no pretendía dar ninguna respuesta que se aproximase a la verdad.
Entonces Carlo colocó el coche en movimiento, manejando con la firmeza de siempre, como si nada pudiese afectarlo. Volviéndose hacia la ventana para distraerse con el paisaje, Aysha no pudo ver el modo como él tensionó los músculos del cuerpo, frunciendo el ceño por un instante. La mente de ella se ocupaba de otras cosas. ¿Nina aparecería? Sólo le restaba rezar para que no, pero era una posibilidad. Además, era algo muy probable, considerando que la boda estaba muy próxima, lo que llevaría a la mujer a agarrarse a cualquier oportunidad que tuviese.
Al intentar imaginar qué tipo de esquema teatral la morena tendría en mente para provocarla en caso se encontrasen, Aysha quedó aún más desanimada. Tanto que las pocas palabras que estaba intercambiando con Carlo a lo largo del camino se transformaron en un pesado silencio, roto apenas por su propia voz, algunos quilómetros después.
¿De verdad crees que es imprescindible aparecer allá esta noche?
Él la miró a los ojos por un instante.
¿Estás preocupada con la presencia de Nina? Eso no es necesario. No le daré oportunidad ninguna a ella para que haga algo desagradable.
Claro. ¿Entonces te crees capaz de controlarla? –indagó Aysha, con ironía.
Encarándola con aire serio, Carlo se giró hacia la calle otra vez, diciendo:
Velo por ti misma cuando lleguemos.
Oh, puedes estar seguro que será eso lo que haré.
Pensándolo bien, hasta aquella noche podría traer algo interesante.
Llegaron al lugar de la fiesta en un horario apropiado. Por el número de coches parados en la puerta, Aysha imaginó que debería haber por lo menos unos treinta invitados, pero avistó unos cincuenta cuando entraron en la casa, acompañados por el anfitrión.
Después de desfilar al lado de Carlo, por entre los invitados, distribuyendo sonrisas como si fuese la persona más feliz del mundo, ella percibió que estaba con hambre y dejó escapar un comentario.
¿No cenaste? –indagó Carlo, frunciendo el ceño.
Adivinaste –murmuró ella en tono irónico, pero ofreciendo una sonrisa teatral.
Deberías haberme avisado cuando fui a buscarte.
¿Por qué?
Los dedos de él le tocaron la mejilla.
Podríamos haber parado por el camino para comer.
El roce de Carlo llegó a la base de su nuca, haciéndola sentirse toda erizada de placer.
Por favor, no...
¿Estoy interrumpiendo alguna peleíta?
Ni bien oyó aquella voz, Aysha la reconoció de inmediato. Antes de girar, trató de conjurar una sonrisa bien delineada.
Nina.
La morena examinó con avidez la expresión de Aysha, entonces se volvió para el objeto de su obsesión, colocando la mano sobre la manga del traje de Carlo.
¿Problemas en el paraíso, caro?
¿Qué te hizo pensar que debería haber? –dijo él. Su tono parecía superficialmente gentil, pero dejaba clara una frialdad impar, combinada con la mirada amenazante que él lanzó en dirección de ella mientras alejaba su mano de su brazo con mucha firmeza.
La expresión de falsa decepción de Nina pareció haber sido elaborada para ser provocante y sensual.
Lenguaje corporal, querido.
¿En serio? –la sonrisa en los labios de él era visiblemente irónica. – En ese caso, te sugeriría que te esforzaras más, pues tu percepción en esa área no está nada bien.
Al oír aquello, Aysha sintió deseos de aplaudir. Si no fuese por estar involucrada emocionalmente, sería hasta divertido ver aquella batalla desarrollarse.
Bien sabes que eso no es verdad –contraatacó Nina.
Conozco apenas tu reputación. No tengo el menor conocimiento por experiencia propia –aseguró Carlo, con determinación pungente y en tono de severa constatación.
Era como si su voz contuviera una clara amenaza a cualquiera que osase contrariarlo.
Oh, querido, ¿en serio? ¿Tu memoria anda tan mal?
Ya frecuentamos los mismos lugares y nos sentamos a la misma mesa algunas veces. Eso es todo.
Nina lanzó un mirar breve y superficial en dirección a Aysha.
Si es así que lo prefieres –dijo ella con dulce ironía, soltando una risita malvada y balanceando la cabeza negativamente. – La cuestión es simple: ¿tu noviecita lo creerá?
Aysha pudo vislumbrar la sonrisa vengativa y la maldad en el mirar de la morena durante el breve instante en que se encararon, antes que Nina volviera a dirigirse a Carlo.
Ciao, queridos. Tengan una vidita feliz.
Al decir eso, la morena giró y se alejó caminando como si estuviese en un desfile, moviendo el cuerpo con ensayada sensualidad mientras se dirigía al otro lado del salón.
Creo que preciso un poco de aire fresco –murmuró Aysha, decidida a tomar también otra copa de champagne, para intentar aliviar la tensión que se acumulara en su cuerpo.
Los dedos fuertes de Carlo se cerraron alrededor de su muñeca.
Vamos juntos.
Preferiría ir sola.
¿Y dar esa satisfacción a Nina? –indagó él, ya en movimiento rumbo al jardín iluminado, que había más allá de la terraza.
Puedes estar seguro que lo último en que quiero pensar es en Nina obteniendo algún tipo de satisfacción.
El apretón de él sobre su muñeca se volvió un poco más intenso, haciéndola dejar de caminar y encararlo. Estaban en un punto aislado en el cual, a pesar de la buena iluminación, no había más nadie. Las voces de los otros invitados parecían distantes y ahogadas por la vegetación que los cercaba.
Nunca te mentí, cara mía –dijo él, sustentándole la mirada con intensidad inigualable.
Hay una primera vez para todo.
Carlo quedó en silencio algunos segundos.
Me rehúso a aceptar que los planes malvados de Nina destruyan nuestra relación.
La mortal suavidad en el tono de voz de él debería haberle advertido de no retrucar, pero Aysha estaba más allá de la capacidad de controlar racionalmente sus impulsos.
¿Relación? No vamos a eludir sobre que nuestra unión es otra cosa a no ser un acuerdo comercial de beneficios mutuos –declaró ella, sorprendiéndose a si misma con la facilidad con que dijo aquello. – Una sociedad sellada por un casamiento, para garantizar la continuidad de un imperio financiero para la próxima generación de la familia.
Mientras esbozaba una triste sonrisa sarcástica, ella se vio sorprendida por la imprevisible reacción de Carlo, que rápidamente la levantó con uno de sus brazos y la colocó por encima del hombro.
Aysha protestó, ultrajada, golpeándolo en la espalda con los puños cerrados.
¿Qué piensas que estás haciendo conmigo? ¡¿De nuevo?!
Voy a llevarte a casa.
¡Ponme en el piso!
Permaneciendo en silencio, él ni se dio el trabajo de gemir cuando era golpeado en la espalda, soltándola apenas cuando llegaron al coche.
¡Br... bruto! –acusó Aysha, viéndolo abrir la puerta sin soltarle uno de los brazos.
Entra en el auto.
¡No te atrevas a darme órdenes!
Conteniendo el impulso de maldecir, Carlo la tomó de los hombros y la empujó contra él, cubriendo los labios de ella con los suyos con una presión punitiva, ignorando los intentos de ella de quebrar el contacto.
Después de resistir y de intentar rechazarlo algunos segundos, Aysha soltó un gemido cuando una de las manos de él la tomó de la nuca y la otra la presionó en medio de la espalda. Cuando sintió la lengua de él invadir su boca, se puso furiosa con su propio cuerpo traidor, que comenzó a cooperar con aquella provocación sensual.
Las manos que lo agredían quedaron paralizadas y, poco después, comenzaron a acariciarlo. Sus labios se suavizaron y su cuerpo se amoldó al de él, haciéndola olvidarse de como estaba enojada momentos antes.
Al sentir el cuerpo de él estremecerse por entero, percibió cuan excitado estaba Carlo, lo que la dejó en el mismo estado.
Era como si estuviese ahogándose en un lago de sensualidad y seducción, sin la menor oportunidad de ser salvada de aquella sensación de placer. Sus labios parecían latir contra los de él. Su cuerpo entero clamaba por ser tocado.
Conforme él alejó el rostro y fue quebrando el contacto, Aysha tuvo la sensación de estar siendo succionada por un remolino. Incapaz de pensar, acabó rindiéndose y entrando al coche, antes que volviera a recostarse en él y abrazarlo, lo que sería aún más humillante.
Observando el paisaje con un mirar vago, intentó no volverse hacia Carlo cuando él ocupó el asiento del conductor y colocó el vehículo en movimiento.
No conversaron sobre nada camino a Clontarf. Cuando Carlo hacía alguna pregunta, sus respuestas eran cortas. La imagen de Nina surgía como un espectro en su mente, así como las palabras que la morena dijera y que hacían eco repetidamente en su cabeza.