CAPÍTULO 1
Buenas noches, cara. Vas a pasar la noche por allá mismo, ¿no?
Aysha asintió con sutileza, mucha sutileza. Siempre se sorprendía con la manera como su madre conseguía dar una orden bajo la forma de una sugerencia, y decirlo en tono de una pregunta educada.
Claro que pasaría la noche fuera de casa. Como si tuviese elección. Desde que tenía uso de razón, su vida siempre fue dirigida por otros. La mejor escuela privada, los cursos extracurriculares privados, las vacaciones en el exterior... todo. También había estudiado valet, equitación e idiomas. Oh, y hablaba italiano y francés fluidamente. Todo aprendido bajo la dirección ajena.
Aysha Benini era el producto de la educación de sus padres. Siempre a la moda, elegante y con estilo, ella era una especie de "prueba visual" de la riqueza y el estatus de la familia. Algo que precisaba ser ostentado a cualquier costa. Y hasta incluso su carrera como decoradora de interiores parecía agregar un toque de glamour a la imagen de la familia.
¿Querida?
Al oír la voz de su madre, Aysha atravesó la sala y la besó en el rostro.
Si, es probable que pase la noche por allá –respondió.
Teresa Benini arqueó una ceja con elegancia.
Tu padre y yo no vamos a quedarnos a esperarte.
Aysha asintió. Sabía muy bien lo que aquello quería decir. Con un suspiro, verificó el contenido de la carterita que llevaría, tomó las llaves del coche y se encaminó hacia la puerta.
Ciao. Nos veremos después -dijo a su madre, mientras abría la puerta.
Diviértete, cara.
¿Qué Teresa Benini consideraba divertirse?, Aysha se preguntó mientras caminaba hasta el auto. ¿Disfrutar de una cena magnífica en un restaurante chic, en compañía de Carlo Santangelo, y después tener una larga y ardiente noche de amor?
Aysha se sentó al volante de su Porsche Carrera negro. Entonces encendió el motor y arrancó, accionando el botón que abría el portón automático. Segundos después, estaba camino a la ciudad.
A cierta altura, un haz de luz alcanzó el solitario en el dedo anular de su mano derecha. Lindamente diseñado, y escandalosamente caro, el anillo de diamantes era el símbolo de la futura unión entre la hija de Giuseppe Benini y el hijo de Luigi Santangelo.
"Benini-Santangelo", pensó ella, con cierta amargura, mientras recorría las movidas calles de la ciudad. Dos inmigrantes, dueños de propiedades vecinas, en una ciudad al nordeste de Italia, habían viajado a Sydney al final de la adolescencia. Su padre y el padre de Carlo. Al llegar a la capital del nuevo país, ambos habían comenzado a trabajar en dos empleos todos los días de la semana y a ahorrar cada centavo que ganaban, hasta conseguir comenzar un negocio en el ramo del cimiento, cuando tenían veinte y pocos años.
A lo largo de los cuarenta años siguientes, Benini-Santangelo se convirtió en un nombre poderoso en la industria de Sydney, con una inmensa fábrica y un negocio billonario.
Cada uno de ellos se casara algún tiempo después y tuvo un único hijo. Cada una de las parejas vivía en mansiones suntuosas, tenía autos lujosos y había dado a sus hijos la mejor educación que el dinero podía comprar.
Las familias habían mantenido una relación estrecha a lo largo de los años. El vínculo entre ellas era casi tan intenso como la de una familia.
La New South Head Road llevaba a Rose Bay, y Aysha aprovechó para admirar el paisaje por un instante. A las seis y media de la tarde, con el sol del verano reflejándose ya pálidamente sobre él, el mar recordaba una inmensa joya azulada, envuelta por un cielo decorado por las primeras estrellas de la noche. Los altos edificios de la ciudad presentaban diferentes tipos de arquitectura, creando un espléndido marco de fundo para el Opera House y un bellísimo paisaje para Harbour Bridge.
El tráfico se fue tornando más intenso conforme Aysha se fue aproximando al centro de la ciudad. Por eso, ya eran casi las siete cuando entró en la curva que daba a la entrada del hotel y dejó el coche a los cuidados del ballet parking.
Ella podría, ó mejor dicho, debería haber permitido que Carlo la recogiese en su casa. Sería más práctico, más sensato. Entre tanto, aquella noche ella no se estaba sintiendo exactamente sensata.
Saludó a la recepcionista con una ligera inclinación de cabeza y se dirigió al hall. Estaba casi llegando a los sofás de espera cuando una familiar voz masculina le llegó a los oídos. Carlo.
Sólo de verlo, Aysha sintió su corazón dispararse. Al final de la casa de los treinta años, Carlo tenía un metro ochenta y dos, y un físico simplemente envidiable. Su guapo rostro recordaba una escultura detalladamente trabajada, con un mirar intenso y labios más que perfectos. El formato del mentón cuadrado era casi siempre amenizado por la sonrisa encantadora que esporádicamente curvaba sus labios, dejándolo con una apariencia peligrosamente atractiva. Los cabellos castaño oscuros tenían un corte impecable y los ojos negros parecían capaces de leer el alma de Aysha, siempre que ella se encontraba delante de ellos.
Aysha.
Él se inclinó y la besó levemente en los labios, antes de agarrarle las manos.
¡Dios, que guapo!, pensó Aysha, probablemente por milésima vez. Como si no bastase, aquel perfume masculino de esencia amaderada la dejaba excitada, siempre que él se aproximaba y la besaba de aquel modo. ¿Será que Carlo se sentía tan afectado por la presencia de ella como ella siempre que lo tenía por cerca?
Eso era poco probable, concluyó, acordándose del contexto en que ambos se habían conocido. Bianca había sido el primer amor de la vida de Carlo. Una linda joven con quien él se había casado diez años antes y que muriera en un terrible accidente de auto pocas semanas después del casamiento. Aysha había derramado lágrimas silenciosas en ese casamiento, y después llorara abiertamente en el funeral de Bianca.
En el intento de olvidar el sufrimiento, Carlo se dedicara completamente a su trabajo, lo que lo llevara a ser considerado en el mundo de los negocios como uno de los mejores estrategas del país.
Él ya había salido con muchas mujeres, aprovechando seleccionadamente lo que ellas tenían para ofrecer, pero sin pensar en encontrar una sustituta para Bianca.
Eso hasta el año anterior, cuando él pasara a prestarle más atención a Aysha y a demostrar el interés de estrechar la relación entre los dos.
La propuesta de casamiento la tomó por sorpresa, aunque Aysha estaba enamorada de él desde siempre. Pero su amor no era correspondido, y ella lo sabía. Su casamiento con Carlo serviría apenas para reforzar el poder del conglomerado Benini-Santangelo, dando inicio a una nueva generación de herederos en la familia.
¿Tienes hambre?
La voz de Carlo la trajo de vuelta a la realidad.
Famélica –respondió con una sonrisa, y con un súbito brillo de ánimo en la mirada.
Entonces, vamos a cenar.
Carlo pasó su brazo por la cintura de ella y la condujo hasta los elevadores.
El restaurante quedaba en la terraza del hotel y era cercado por vidrios, ofreciendo una bellísima vista de la ciudad y el puerto.
¿Tuviste un mal día? –le preguntó él, al salir del elevador, ya dentro del restaurante.
Aysha lo miró de soslayo. Nunca conseguía esconderle nada a Carlo.
Hum-hun –confirmó. – ¿Por dónde quieres que comiences? –contando con los dedos, prosiguió: – ¿Por un cliente enojado, un gerente de tienda más enojado aún, un tejido importado que fue rasgado por accidente, ó por el centésimo ajuste de mi vestido? Puedes escoger.
Signor Santangelo, signorina Benini. Sean bienvenidos.
El maître los saludó antes que Carlo pudiese responderle algo a ella. Sin preguntar, el hombre elegantemente vestido los condujo a la mesa de siempre.
El especialista en vinos apareció ni bien se acomodaron y, como Carlo, Aysha también eligió vino blanco.
Oh, y una copa de aguamelada, por favor –agregó ella, mientras observaba a Carlo recostarse en la silla y mirarla con atención.
¿Cómo está Teresa? –preguntó él, cuando el hombre se retiró.
Bueno, esa es mismo una cuestión importante, si es que existe realmente alguna –respondió ella, con cierta ironía. – ¿No podrías ser un poco más específico?
Te está enloqueciendo.
El comentario hizo que los labios de Aysha se curvaran en una sonrisa.
Creo que tienes razón –asintió ella.
¿Cuál es el problema esta vez?
El vestido de novia –Aysha respondió. – A la diseñadora no le gustan los pálpitos que mi madre insiste en ofrecer.
Mientras hablaba, la imagen del lindo vestido hecho en seda, tafetán y encaje surgió en su mente.
Entiendo.
No, no entiendes.
Ella se interrumpió mientras el vino era servido. Después de eso, Carlo fue el primero en hablar:
¿Qué es lo que no entiendo, cara? ¿Que Teresa, como la mayoría de las mamás italianas, quiere un casamiento perfecto para su hija? ¿La fiesta, los mozos, la comida, la bebida, la torta, la limusina, todo perfecto? Por eso, claro que el vestido también tiene que ser perfecto, según la opinión de ella.
Olvidaste mencionar las flores –ironizó Aysha. – El florista está cerca de tener una apoplejía. El proveedor del buffet ya está queriendo desistir porque dice que su tiramisu es una verdadera obra de arte y que, por eso, no puede ser cambiado por las recetas de la "vieja Italia", como quiere mi madre.
Carlo sonrió.
Teresa es una excelente cocinera.
Teresa era excelente en todo, y era justamente ese el problema. En consecuencia, quería que todos fuesen tan perfectos como ella.
El mozo se aproximó a la mesa y anotó los pedidos, antes de retirarse con discreción. Aysha tomó un trago de agua, entonces miró a Carlo.
¿Con qué seriedad tomarías en cuenta una propuesta de fuga?
¿Y por qué nos arriesgaríamos a llevar con nosotros la "maldición de Teresa", por no haber realizado el mayor evento social del año? –ironizó Carlo.
Aysha arqueó una perfecta ceja.
¿Por mi sanidad mental?
El mozo sirvió la sopa de entrada.
Faltan apenas dos semanas, cara –Carlo le recordó.
Aquello sería una verdadera eternidad, pensó Aysha. Esperaba conseguir sobrevivir.
Al probar la primera porción de sopa, cerró los ojos un instante, disfrutando del delicioso sabor. La temperatura era perfecta.
Tenemos un ensayo en la iglesia marcado para mañana de noche.
Aysha bajó el tenedor, sintiendo su apetito ser temporalmente afectado.
A las seis y media –confirmó, sin ganas. – Y después tendremos la cena ofrecida a todos.
Los padres, novios, damas de honor y sus parejas, las damitas y sus parejas y los padres de ellos. Sin duda, sería una cena agitada, pensó Aysha.
También tendría que prepararse para su té, dentro de dos días. En la lista había cincuenta invitadas, y Teresa quedó en proporcionar la diversión, masitas y champagne.
Aumentando aún más el estrés de Aysha, ella se había rehusado a dejar de trabajar tres meses antes del casamiento, como su madre sugiriera. Por lo menos había un lado positivo y ella no se desgastaba tanto con los detalles del casamiento mientras estaba con sus clientes. Pero el lado positivo era el tiempo extra que tenía para pasar en la bellísima mansión que Carlo había mandado construir para ellos, supervisando la instalación de alfombras, cortinas, muebles y la combinación de los colores y texturas. Lo peor, no obstante, era discutir con Teresa, pues era así que acostumbraba llamar a su madre cuando la opinión de ambas no coincidía, algo que pasaba con más frecuencia de lo que le gustaría.
¿Cuánto quieres por ellos?
Aysha miró a Carlo, notando su aire de diversión.
Por tus pensamientos –explicó él, al notar la expresión confusa en el rostro de ella.
Estaba pensando en la casa. La decoración está quedando preciosa.
¿Estás contenta con eso?
¿Cómo podría no estarlo?
Aunque se tratase de una casa para ser exhibida a la sociedad, Aysha pretendía hacer lo posible para transformarla en un hogar.
Poco después que terminaron de comer, el mozo apareció discretamente y sirvió el plato principal: pasta con mojo de frutos del mar. Mientras saboreaban la comida, Aysha no pudo dejar de notar una vez más la elegancia y sofisticación de Carlo. Él emanaba una especie de sensualidad primitiva que atraía a las mujeres como un imán. Los hombres envidiaban aquella combinación de rudeza atenuada con encanto irresistible. En la intimidad, sabían que la combinación era fatal.
Aysha conocía cada una de las cualidades de Carlo, y a veces se preguntaba si sería mujer suficiente para estar a la altura de ellas.
¿Quiere pedir el postre ahora, srta. Benini?
El evidente deseo de agradar demostrado por el joven mozo estaba siendo casi embarazoso. Aysha le sonrió con gentileza.
No, gracias. Sólo voy a querer un café.
Ganaste un fan –observó Carlo, cuando el muchacho se retiró.
Un brillo de diversión surgió en los ojos de ella.
¿Estás celoso?
Él arqueó una ceja.
¿Parezco estarlo?
A Aysha le gustaría mucho poder decir que si, pero no sería la verdad. Y tal vez por eso mismo haya sentido el deseo de continuar con la provocación.
Bueno, él es joven, tiene buena apariencia... –fingió considerar la posibilidad por un instante. – Es probable que sea un estudiante universitario trabajando de noche en un restaurante como este para conseguir pagar sus estudios. Eso indicaría que tiene potencial. ¿Será que aceptaría dejar todo esto por una "aventurita"?
La sonrisa de Carlo hizo que Aysha sintiera un escalofrío recorrer su cuerpo.
Creo que es la hora de llevarte a casa, eso si.
Vine en mi propio coche, ¿recuerdas?
¿Eso fue un intento de demostrar independencia ó una indicación que no pretendes compartir la cama conmigo esta noche?
Aysha no consiguió contener la sonrisa.
Teresa ya dejó claro que atender tus necesidades físicas debe ser mi prioridad.
¿Y tiene razón? –indagó él, en un tono provocante.
Ella cree que si –Aysha escapó por la tangente. La expresión de Carlo continuó impasible.
¿Cómo tú?
Aysha se acomodó en la silla. ¿Tendría Carlo idea de cuánto lo amaba? Esperaba que no, pues, con certeza, eso sería un detalle que la dejaría en desventaja.
Termina tu café –dijo él, cuando ella continuó en silencio. – Saldremos enseguida.
Él levantó la mano e hizo una señal discreta al mozo, que apareció con la cuenta poco después. Aysha estaba tensa, pero disfrazó eso muy bien. Aún así, Carlo estrechó su mirada.
¿Tenemos algo programado para el próximo fin de semana? –preguntó él.
Mi madre marcó compromisos para cada día hasta la boda –respondió ella.
Entonces haz que ella reorganice la agenda.
Aysha lo miró con interés.
¿Y si ella no acepta?
Dile que yo te di una sorpresa y que reservé dos pasajes para un fin de semana en Gold Coast.
¿Hiciste eso?
Él sonrió con encanto.
Haré una llamada ni bien lleguemos a mi apartamento.
Aysha también sonrió, sólo que de pura satisfacción.
Ah, mi caballero en el caballo blanco.
Él se puso de pie y le extendió la mano.
Podrás agradecerme después.
Ambos se encaminaron juntos al elevador, después de recibir un "buenas noches" del maître.
No demoraron mucho en llegar al apartamento de Carlo. Las cortinas estaban abiertas, revelando la bella vista del puerto a la noche. Más adelante, era posible ver los edificios del centro de la ciudad, recordando grandes torres de vidrio iluminadas por las luces de la noche.
De espaldas a Carlo, Aysha apenas oyó cuando él tomó el teléfono. Enseguida, hizo la reserva de avión y en el hotel de Gold Coast para el fin de semana.
Podríamos tranquilamente vivir aquí –dijo ella, aún admirando la vista.
Si, podríamos.
Carlo enlazó los brazos en torno de la cintura de ella, abrazándola por atrás. Aysha no pudo dejar de sentir un escalofrío de excitación ante aquella deliciosa proximidad. Aún más cuando los labios de Carlo rozaron la parte sensible detrás de su oreja.
Ella casi cerró los ojos, fingiendo que aquella demostración de cariño era mismo real. Que era amor y no deseo lo que Carlo sentía por ella.
Un gemido silencioso surgió y fue ahogado allí mismo, en su garganta, cuando los labios de él se deslizaron por su piel suave y él acarició la base de su cuello con la punta de su lengua.
Al mismo tiempo, una mano firme, pero cariñosa, cubrió su seno, mientras la otra se deslizó sobre su vientre. Aysha quería apresarlo, pedirle que la desnudase de una vez y la amase allí mismo, sobre la alfombra afelpada, pero no tuvo coraje. Todo en Carlo era muy controlado. Mismo en la cama él nunca perdía el control, al contrario que ella.
Había momentos en que sentía deseos de gritar que aunque aceptase a Bianca como parte de su pasado, ella era su futuro. Sólo que nunca decía eso abiertamente. Tal vez porque sintiera recelos de la respuesta de Carlo.
Lentamente, se volvió frente a él y enlazó los brazos alrededor de su cuello. Entonces levantó la cabeza y buscó los labios de él, dejándose llevar una vez más por la pasión.
Notando la urgencia en los gestos de ella, Carlo la tomó en brazos y la llevó al cuarto. Ni bien fue colocada en el piso, Aysha comenzó a abrirle la camisa con dedos ágiles. Por fin, lo ayudó a sacársela y la arrojó a un rincón del cuarto. No demoró mucho para que Carlo la desnudara completamente, antes de librarse de su propio calzoncillo.
Espera.
La voz de él salió ronca, cuando Aysha deslizó la mano por su abdomen firme y la fue descendiendo con osadía.
Entonces quieres jugar, ¿hum? –lo provocó ella, con un salvaje brillo de deseo en su mirar.