Capítulo 7
Aysha despertó temprano, se colocó un traje de baño y pasó por la cocina para tomar un poco de jugo de naranja antes de ir a la piscina ejercitarse.
Después de quince minutos de nadar intensamente, salió del agua, se secó y volvió a la casa, dispuesta a arreglarse y tomar el desayuno.
Después de aquella noche prácticamente en vela, ya no se sentía dividida como la noche anterior. A la luz del día, le parecía mejor que Carlo y ella pasaran el fin de semana separados.
Manteniendo eso en mente, fue hasta el teléfono y digitó el número de él. Quien atendió fue la contestadota automática, lo que la llevó a colgar de inmediato. Tal vez él estuviese en la ducha ó, en el peor de los casos, podría estar de camino para allí. Llamó entonces a su celular, siendo atendida por el servicio de mensajes.
Maldición. Sería mucho menos complicado cancelar todo por teléfono que enfrentarlo personalmente.
Eran casi las siete cuando Carlo entró por la cocina, estrechando la mirada al verla vistiendo un jean desbotonado y una camiseta vieja.
No estás pronta.
No –respondió Aysha, en tono firme. – Creo que precisamos pasar el fin de semana separados.
La expresión de él transmitía una firmeza implacable.
Discrepo. Ve a cambiarte de ropa y arregla tu maleta. No tenemos mucho tiempo.
Dame un sólo motivo para que deba ir –exigió ella, irguiendo el mentón de un modo que siempre lo dejaba casi fuera de si, deseando besarla hasta transformar aquella furia en algo más placentero.
Podría darte infinidad, pero, de momento, estamos perdiendo un tiempo precioso.
Sin decir más nada, él se dirigió a la sala y subió la escalera de dos en dos escalones. Aysha lo siguió, observándolo entrar en su cuarto, abrir un armario, tomar una maleta de cuero y colocarla abierta sobre la cama. Entonces Carlo comenzó a meterse con su ropa, descartando algunas y colocando otras en la maleta, antes de abrir una de las gavetas y tomar un puñado de ropa interior sin darse el trabajo de escogerlas, colocándolas junto a las demás.
¿Qué piensas que estás haciendo?
Un par de zapatos de taco alto fue llevado a la maleta, después de un par de sandalias.
Pensé que era evidente.
El siguiente paso de la “investigación” ocurrió en el baño, donde él tomó varios ítems de higiene personal y maquillaje, arrojando todo en un necesaire, antes de colocarlo en un rincón de la gran maleta. Aún en su frenesí, Carlo encontró tiempo para lanzar una mirada en la dirección de ella, mirándola de arriba a abajo.
Tal vez te quieras cambiar.
La mirar de Aysha brillaba de indignación.
No quiero.
Él se dio de hombros, apretó la tapa de la maleta y la cerró con habilidad.
Bueno, entonces vamos.
¿No me oíste? Ya dije que no voy a ir a ningún lugar.
Carlo estaba demasiado calmado. Peligrosamente calmado.
Ya pasamos por esta escena antes.
¡Pero que infierno! –bramó Aysha, dejando la cautela de lado. – Vamos a pasar por esto otra vez, si así lo quieres.
No –dijo él, en tono definitivo.
Colocando la correa de la maleta sobre uno de sus hombros, pasó el brazo por la cintura de ella y la colocó encima del otro con tanta facilidad que la hizo soltar un ruido gutural de ultraje.
Vamos, mald... ¿Qué crees que estás haciendo ahora?
Raptándote.
Pero... ¿Por qué?
Carlo salió del cuarto y comenzó a descender el corto trayecto de la escalera.
Porque nos vamos a Gold Coast, conforme lo planeado.
Aysha se debatió y no consiguió soltarse. Frustrada, comenzó a golpearle la espalda.
¡Ponme en el piso!
Él ni siquiera alteró el ritmo con el que estaba caminando mientras era golpeado en toda la región de la espalda, limitándose a soltar un leve gemido en el momento de los impactos más fuertes.
¡Si no me colocas en el piso ahora mismo, voy a hacer que la policía te encarcele por intento de rapto, robo y cualquier otra cosa que yo consiga pensar!
Llegando al hall de entrada, Carlo la colocó en el piso, bien delante suyo.
No, no lo vas a hacer.
Él era más grande, mucho más fuerte y tenía una expresión decidida en el rostro, pero Aysha no se dejó intimidar.
¿Quieres apostar?
Cálmate, cara mía.
¡No soy "tu querida"!
Al ver los labios de él curvarse, ella golpeó con su índice en el pecho de él varias veces, marcando el ritmo de su voz:
¡No te atrevas a reírte de mí!
Tomándola de los hombros, Carlo la sostuvo con firmeza.
¿Qué quieres que haga? ¿Que te bese? ¿Ó que te ponga sobre mis rodillas y te golpeé en tu delicioso y blando trasero?
¿Blando? –se indignó ella. Sus nalgas hasta eran más curvilíneas que las de la mayoría de las mujeres, pero con toda aquella gimnasia, ¡estaban bien duritas!
Si continúas peleando conmigo...
¡Blando! ¡Por favor!
... me veré obligado a optar por hacer una cosa ú otra.
Trata de ponerme un dedo encima para agred...
Carlo fue demasiado ágil, haciéndola perder el sentido del significado de las palabras cuando sus labios se encontraron. Ni bien comenzó y el beso furioso se transformó en pura pasión.
Aysha no supo decir en que momento su sentimiento cambió, pero sus puños cerrados se aflojaron y, en el instante siguiente, estaba acariciándole la nuca con los dedos, encantada con cada instante perdido en el tiempo. Todos sus sentidos la traicionaron, haciéndola sentir que el mundo exterior desapareciera y que sólo restaban ellos en el universo.
Carlo fue diminuyendo la intensidad del beso de a poco y con gentileza, hasta interrumpir el contacto. Aún así, continuó acariciándole el rostro con los labios firmes e invitantes. Aquello la estaba dejando loca.
Cuando lo vio alejarse de una vez por todas, todo lo que Aysha consiguió hacer fue encararlo de manera directa, sintiéndose incapaz de decir cualquier cosa.
Excelente. Ahora que tengo tu total atención, óyeme: un fin de semana en Gold Coast será excelente para nosotros, pues estaremos lejos de toda esta locura, sin compromisos sociales ni presiones de todos lados.
"Y sin ninguna oportunidad de toparme con Nina", pensó ella, arqueando una ceja pero quedándose en silencio. Después de algunos segundos, Carlo presionó los labios y entonces habló, en una mezcla de incentivo y súplica:
Última llamada, Aysha. Vamos ó nos quedamos. Está en tus manos.
El momento de discutir había acabado.
Vamos –respondió ella con firmeza, encantada al oír la carcajada ronca y aliviada de Carlo.
Entraron en el avión diez minutos antes del despegue y aterrizaron en el aeropuerto de Coolangatta una hora después. Eran casi las diez de la mañana cuando se registraron en el hotel y, minutos después, estaban entrando en el cuarto. Era una suite lujosa y muy acogedora. La ventana que iba del piso al techo daba a un paisaje bello y tranquilo, ocupado en parte por el mar, en parte por la vegetación, por los chalets adyacentes y otros hoteles distantes. El imperceptible ruido de los coches, y de las personas parecía venir de muy lejos, como si ellos estuviesen en un lugar muy remoto.
Algunos minutos después, Carlo se unió a ella en la ventana, aproximándose por detrás y abrazándola por la espalda.
Cuanta paz –murmuró él, empujándola hacia si.
De verdad.
¿Y entonces? ¿Qué quieres hacer el día de hoy?
Lo mejor era salir pronto de aquel cuarto seductor e ir a algún lugar lleno de gente.
¿Un parque temático? –sugirió Aysha, reflexionando por un instante. – Ya sé. Dreamworld.
Él disimuló una sonrisa amarga.
Me encargaré de todo.
¿Sólo eso? ¿Sin oposición? ¿Sin obstáculos?
Podemos alquilar un auto e ir hasta las montañas. De allá hacemos uno de los muchos paseos –respondió Carlo, dándose de hombros con mucho encanto. – La elección es tuya.
¿Durante todo el día?
Por todo el fin de semana.
El tono de voz de él pareció tan solemne que Aysha pensó que lo vería hacer una veña militar.
Comienza a darme demasiado poder y eso puede empezar a afectarme –provocó ella, sintiéndose un poco más dueña de si.
Lo dudo.
Él la conocía muy bien. Tal vez demasiado bien.
Después de cenar, iremos al casino. Y pasaremos el día de mañana en el Movieworld.
Multitudes. Mucha gente. Eso la dejaría apenas con pocas horas que iban del comienzo de la madrugada hasta la salida del sol para estar en aquel cuarto maravilloso en la compañía de él, compartiendo la inmensa y atrayente cama redonda que había en el centro.
Poco después, vestidos como turistas, fueron al parque temático y participaron de todos los juegos y paseos que consiguieron. Cuando volvieron al hotel, al caer de la tarde, estaban más relajados. Pero apenas hasta el momento de tomar un baño y cambiarse.
Aysha precisó insistir para que utilizaran la ducha por separado, pues sabía lo que pasaba cuando entraban juntos al baño.
Después de cenar en el restaurante del hotel, tomaron un taxi y fueron al casino. Se quedaron allá hasta la una de la mañana y, cuando volvieron al cuarto del hotel, Aysha estaba tan cansada como aprehensiva. ¿Qué pasaría en aquella enorme cama? ¿Sería capaz de resistir?
Habiendo sido la primera en ducharse, después de convencerlo que aún no cambiara de idea, se acostó deprisa e intentó relajarse mientras Carlo se bañaba. Cuando lo oyó aproximarse, fingió estar dormida y mantuvo la respiración lenta y controlada. Fue posible escucharlo soltar un suspiro y acostarse también. De a poco, la respiración de él también se calmó.
¿Qué significaba no querer algo y, al mismo tiempo quedarse frustrada porque no pasar lo que no se deseaba? Esa era la cuestión que llenaba la mente de Aysha en aquel momento. El tamaño de la cama acababa con cualquier disculpa de tocarlo por accidente...
Buen día, dormilona. Despierta y levántate.
Al oír la voz grave de él en tono animado, abrió los ojos y se molestó con la luz fuerte que llenaba el ambiente. El aroma de café fresco llenó sus narinas. ¿Sería posible que ya fuese de mañana?
El desayuno ya está aquí –anunció Carlo. – Tienes unos cuarenta minutos para comer, tomar un baño y vestirte, ó perderemos el ómnibus del mejor paseo turístico que encontré para Movieworld.
¿Qué pasó con la noche? "¡Dormiste como una piedra, eso pasó!", respondió una voz que hacía eco en su mente. "¿No fue lo que pediste?"
El paseo fue divertido y emocionante. Pasaron un día genial uno en la compañía del otro y de algunas decenas más de turistas de su grupo, todos muy animados y simpáticos.
Ya era de noche cuando tomaron el vuelo de regreso en el aeropuerto de Coolangatta, llegando a Sydney después de las nueve de la noche. Carlo tomó su coche en el estacionamiento y se dirigieron a la ciudad.
Por un breve instante, Aysha se sintió tentada a optar por el apartamento, pero Carlo no le dio opción cuando comenzó a manejar rumbo a Clontarf.
Ella se dijo a si misma que no se sentía decepcionada cuando lo vio entrar, verificar si estaba todo en orden en la casa y reajustar la alarma. El beso de él fue una caricia breve, un roce suave y provocante que la dejó sedienta por más. Entonces él giró y volvió al auto.
Media hora después, y apenas algunos minutos luego de su llegada a la casa, Carlo atravesó el apartamento y fue hasta el teléfono. Digitó una secuencia de números y aguardó. Samuel Sloane, uno de esos abogados extremadamente eficientes y dueño de excelentes fama y reputación, atendió en el séptimo toque e hizo una mueca de disgusto al oír el tono amargo de su cliente, que resolviera llamarlo a aquella hora, en plena noche de domingo y en casa. El hombre oyó lo que Carlo tenía para decir, aconsejó y advirtió en cuanto a lo que le estaba siendo instruido, y no se sorprendió al ver su opinión ser ignorada.
No estoy llamando para saber que es incierto ó arriesgado sobre proteger mis inversiones y lucros. Ya te dije lo que quiero que hagas. Elabora el documento. Estaré en tu oficina antes de las cinco de la tarde, mañana. Ahora, ¿será que nos entendimos?
El deseo de golpear el teléfono en su soporte era tanto que Carlo pensó que no resistiría la tentación de expresar lo que sentía.
Aysha pasó la mañana arreglando los puntos finales de la decoración más suave que encomendara hacía varias semanas. Había un mensaje en su contestador automático avisando sobre la, cuando llegó del viaje.
Al mediodía, verificó lo que hizo y concluyó que estaba perfecto. El siguiente paso sería salir con Teresa otra vez, que llegaría en cualquier momento a buscarla.
Pasó las horas siguientes con el diseñador que estaba haciendo su vestido, concretó algunos detalles con la organizadora del casamiento y consiguió parar para descansar a la hora de la comida de la tarde.
No te olvidaste que tenemos una cena con Gianna y Luigi esta noche, ¿no? –indagó su madre. Un increíble deseo de gritar de desesperación brotó en Aysha. No tenía el menor deseo de interpretar la "noviecita enamorada cerca de casarse", mucho menos delante de la mirada crítica de los padres de Carlo.
Al entrar en la casa, oyó un recado de él en el contestador automático, avisando que pasaría a las seis a recogerla.
Por un momento, llegó a retirar el teléfono de su base para devolverle la llamada, cancelando la cena, pero entonces desistió. No había opción, excepto encarar la noche que estaba por venir.
El baño caliente en la bañera de hidromasaje no la ayudó a relajarse, pero cuando el sistema de alarma anunció que el portón delantero fue abierto por el control remoto de Carlo, ya estaba pronta. Además, abrió la puerta después de oírlo salir del coche, mientras él aún estaba a medio camino de la entrada.
Era preciso admitir que él era un hombre extremadamente atractivo. Fuerte, sensual y encantador. Cualquier traje que usaba le caía bien. Conociéndolo desde que tenía uso de razón, ¿que opción tenía, sino amarlo completamente?
¿Vamos yendo? –indagó Aysha, viéndolo estrechar la mirada.
Aún no.
Ella sintió un frío en el estómago.
No queremos llegar atrasados, ¿no?
Carlo estaba cerca. Demasiado cerca. De aquel modo era imposible mantener cualquier distancia mental, por mínima que fuese. Cuando aquella mano masculina le tocó el rostro, acariciándole una de sus mejillas, fue preciso contener el impulso de acercarse a él. Era como si estuviese siendo atraída por un poderoso imán.
Estás pálida.
Oh, ¿cómo era posible amarlo y odiarlo al mismo tiempo?
Tengo una jaqueca.
La expresión de él se volvió preocupada.
Voy a llamar y cancelar la cena.
Bien sabes que no tenemos esa opción –dijo Aysha, hallando difícil lidiar con la gentileza de él sin ceder.
¿Ya tomaste algún analgésico?
Si, ya.
Pobre piccola –murmuró él, curvándose para rozar con sus labios la frente de ella.
El cuerpo entero de Aysha se estremeció cuando los labios de él fueron dejando un trillo de besos suaves hasta encontrar los suyos. Se sintió entonces ser abrazada por aquellos brazos fuertes y sintió la boca invadida por la lengua de él, en una caricia seductora e insinuante. En aquel ritmo, luego no le restaría un sólo pensamiento racional.
Antes que fuese demasiado tarde, ella empujó el pecho de él con las manos e interrumpió el contacto. Los ojos de él parecían centellear de deseo.
Vamos a salir.
¿Realmente aquella era su voz? ¿Desde cuando aprendió a hablar con tanta sensualidad? Aún trémula, se soltó del abrazo de él y fue a buscar su cartera.
En el auto, se recostó en el asiento del pasajero y quedó con el rostro vuelto hacia la ventana, mirando el paisaje sin ver nada. No conversó y se sintió grata por el silencio de Carlo, que también duró hasta el momento en que estacionó el Mercedes detrás del coche de Teresa y Giuseppe.
Como siempre, la cena fue amenizada por mucha conversación en italiano y por los asuntos de siempre, como las críticas de las madres de ambos sobre la opción de Aysha de continuar trabajando después de la luna de miel y las preferencias de los futuros abuelos sobre tener nietitas ó nietitos.
Lo que sorprendió a ambas familias fue la opción de Aysha de esperar algunos años antes de tener hijos. Para su propia sorpresa, Carlo la apoyó de manera incondicional, alegando que esa decisión le competía sólo de ella, al mismo tiempo en que la comprometió a decir a las dos parejas de futuros abuelos que ambos querían tener muchos hijos, aunque demorasen en comenzar a tenerlos.
En medio de aquella ruidosa reunión familiar, la amenaza de jaqueca de horas antes acabó por establecerse de una vez, dejando a Aysha aún más abatida.
Para su suerte, Carlo percibió lo que estaba pasando y la llamó para irse un poco más temprano que de costumbre. En pocos minutos, estaban en el Mercedes, rumbo a la mansión.