9. Rente un guarura

Asqueado por los mil peligros que acechan al ser mortal en el hervidero de alacranes en dos patas y de cucarachas metálicas que es la Ciudad de México, me dirigí a una agencia de seguridad privada para rentar un guarura. Uno no muy caro, no mentiroso, no transa, no maleado, no muy feo (por razones estéticas) y sin antecedentes penales.

Aparte de cuidarme de secuestradores y criminales profesionales y espontáneos, yo lo ocuparía en actividades menores como comprar periódicos, llamar taxis, esperar afuera de mi oficina, sentarse a una mesa de café mientras realizo entrevistas, acompañarme a cubrir accidentes en carreteras y robos en la ciudad; y, por qué no, para darme el lujo de dejarlo en la calle bajo los aguaceros de mayo mirándome con cara de perro agradecido a través de la ventana de un restaurante argentino.

El guaro (corto de guarura) me protegería de guaruras insolentes al servicio de capos del narcotráfico, empresarios, políticos, señoras, juniors y fresas; de guaruras armados que circulan en grandes camionetas o siguiendo carros de lujo pistola o escopeta en mano, sin respetar señalamientos ni agentes de tránsito, semáforos ni sentidos de calles. Mi guarura, para mostrar su prepotencia, se estacionaría en lugares prohibidos, banquetas peatonales y en doble fila, desdeñando peatones y toda autoridad, bloqueando el paso de vehículos, ancianos, mujeres preñadas y menores de edad, todo por defender mi ruta.

Yo debía conseguir un guarura rechoncho, espaldudo, con vaselina en el pelo corto, los brazos musculosos, mal encarado, cascarrabias, vestido de civil, que portara armas de fuego como quien carga palillos y transgrediera los derechos humanos, y que fuera temido por la gente por su modo de mirar.

Podría tener tipo militar o de convicto, como uno de esos que se plantan delante de un restaurante, un banco, una escuela o un salón de belleza esperando a su patrón. Y mientras esperan no hacen otra cosa que escupir, observar lascivamente a las mujeres y echarse albures (cuando se hallan entre colegas). Un guaro de los que los ciudadanos tienen pésima imagen, pero no se atreven a manifestar porque a la menor provocación o conflicto vial se tornan violentos y sacan las armas.

Al verlos agazapados en la parte trasera de un auto blindado, sin placas y con los vidrios polarizados, mirando altaneros a derecha e izquierda como escondidos detrás de la noche o como si fueran limpiando la calle con ojos de halcón, como si todo el mundo fuese alacrán en dos patas, el prójimo intimidado los tildaba de “bestias”, “patanes”, “abusivos”.

“Mire, Miguel, aunque las quejas de los ciudadanos nos llegan con frecuencia, rentar un guarura es una cuestión de estatus social. Todo hombre o mujer que se precie de ser algo en esta ciudad de los cláxones que mientan la madre, los cerrones que cuestan la vida, los asaltos a cuentahabientes y los secuestros exprés, que pueden durar una noche o una semana, debe tener un guarura”, el jefe de redacción de El Tiempo fue categórico.

“Y una persona que es un perdedor, un don nadie, un bulto desechable, un miembro de la tercera edad, que no lleva encima más que su credencial de elector, una tarjeta de crédito vencida, un papel firmado por un jefe gris, ¿qué es?”

“Mire, Miguel, en esta ciudad no se puede ir a un antro solo, ni se puede entrar a un centro comercial ni bajar a un estacionamiento sin riesgo de ser secuestrado o asaltado”, el jefe de redacción cortó con unas tijeras la punta de su habano. “Mire, Miguel, aquí se vive en riesgo constante de sufrir violación en el retrete de un cine o de un pasaje peatonal, aunque se sea viejo y feo como yo. Mire, Miguel, rente un guarura.”

¡SU SEGURIDAD ES PRIMERO!

“Veinte páginas de anuncios en la Sección Amarilla del Directorio Telefónico, tendré de dónde escoger.” Me senté delante de un abanico de avisos tanto alarmantes como convincentes redactados con palabras comenzando con mayúscula:

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Ciudad Bosque Real cuenta con una barda perimetral de más de 9 kilómetros y accesos de entrada y salida para la seguridad de todos sus habitantes. Un entorno en el que las familias vuelven a desarrollarse sanamente, donde los niños pueden salir a correr y jugar sin peligro. Ofrece sistemas de seguridad con tecnología de punta, con circuito cerrado de televisión las 24 horas del día, policía privada, aduanas de acceso y sensores infrarrojos.

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Sólo en México. ¿Necesita guarura kosher que lo acompañe los sábados por la tarde a la sinagoga? Contamos con el guarura idóneo para seguirlo a pie por la calle, mientras usted camina hacia el templo, trajeado y cubierto con la kipá, totalmente protegido contra asalto o secuestro. El servicio incluye Stratus blanco, con conductor, y asiento trasero para acomodar a dos guaruras armados. El auto seguirá al guarura que lo irá escoltando. Y lo traerá de vuelta de la sinagoga con seguridad.

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Y este otro: Francisco-Francisca. Guarura transvesty. Auténtico Dominatrix. Tensión extrema. Fantasías violentas. Feminizaciones excitantes. Cambios de rol. Domicilio o hotel. Ambos anuncios estaban en El Tiempo, Avisos de Ocasión. Bajo Masajes.

Para que el Hombre y la Mujer de Éxito Lleve una Existencia Segura en una Sociedad Paranoica, Tenemos Ángeles Armados para Defenderlo del Prójimo Psicópata. Lo Nuevo. Guaruras de Plástico Contra Maleantes de Carne y Hueso. Para el Ciudadano Ordinario que Corre Peligros Extraordinarios Alquile al Guaro de sus Sueños, mencionaba la Guía de Noche Libre.

“Vivan los guaruras que velan por nuestra seguridad interna y externa, vigilan nuestros sueños, protegen nuestras puertas y hasta realizan los deseos de ejecutivos reprimidos”, me dije. “Si bien como periodista que soy no tengo grandes cuentas bancarias y no me desplazo con tarjetas de crédito platino en la cartera, para realizar mis actividades profesionales sí necesito un escolta, un escudo humano, un esbirro y hasta un abrepuertas.”

“Mire, Miguel, usted vive en la ciudad donde andan libres los Cacos, los Chupacabras, los Mataviejitas, los Pedófilos, los Ejecuta-periodistas y otros asesinos seriales aún por clasificar”, aseveró el jefe de redacción, quien volvió a prender su habano.

“Los sicarios de los cárteles de la droga, los sicópatas pasionales, los taxistas asalta pasajeros, los policías que practican el secuestro exprés, los torturadores y los plagiarios que encadenan al prójimo al pie de una cama, no se fijan en mí”, protesté.

“Mire, Miguel, aunque usted pertenezca a la categoría de VIPs menores, por su oficio puede ser blanco de malhechores, de un político o de un empresario rencoroso. Los delincuentes novatos son los peores: se ponen nerviosos y disparan por nada.”

Rente un Guarura. A Plazos o al Contado. Un Escolta no es la Felicidad, pero es Mejor que un Perro. Es una Sombra Amiga que lo Acompañará en estos Tiempos Violentos. Vigilará los Pasos de su Mujer y sus Hijos, de Vecinos, Enemigos y Colegas, y hasta de Amigas Ocasionales. En Algunos Casos le Servirá hasta para Cuidarse de Sí Mismo. Todo Mientras Platica, Come, Duerme y Ama. Rente un Guarura.

Debajo del letrero colgado en la pared de una agencia de seguridad privada, el empleado de la ventanilla Servicios al Cliente, me señaló la puerta de salida:

“Usted no tiene el presupuesto para pagarse un guarura de calidad, si lo quiere gratuito solicítelo en la Procuraduría General de la Paranoia.”