Capítulo 7
No tardaron en darse cuenta de que todo el mundo salía a la calle en Seattle cuando hacía un bonito día de primavera. Mientras los locales celebraban aquel respiro después del largo invierno, los turistas disfrutaban de las vistas.
Con Logan al lado, Alexis desempeñó contenta su papel de turista, haciendo fotografías y guardando la fila para comprar entradas para el monorraíl. Al llegar al final del trayecto, admiraron el impresionante paisaje.
Logan no se quejó cuando ella entró en varias tiendas de recuerdos, y pareció disfrutar de los museos de música y ciencia ficción. Luego, mientras Alexis exploraba otra tienda de regalos más, Logan se quedó charlando con el guardia de seguridad.
Después de comprar, ella comentó:
—Parecía una conversación muy seria.
Logan asintió.
—Estábamos hablando de cuál es el mejor sitio para ir a comer por aquí cerca.
—¿Y cuál es?
Él se echó a reír.
—Depende de lo que te apetezca. ¿Quieres que comamos marisco del Pacífico, o prefieres un restaurante tailandés, vietnamita, chino, japonés, etíope, griego, indio, coreano, mediterráneo…?
Alexis se echó a reír.
—Elige tú y sorpréndeme.
Tomaron el monorraíl para volver al centro de la ciudad y comieron en un restaurante vietnamita. Al igual que la noche anterior, que habían cenado en una conocida marisquería, Logan estudió la carta con tal concentración que a Alexis le entraron ganas de echarse a reír.
—Eres muy sibarita, ¿verdad? —le preguntó sonriendo—. No me había dado cuenta hasta ahora, ya que siempre compramos comida para llevar o preparamos algo en mi casa, pero ahora veo que tienes un paladar aventurero.
—Normalmente me conformo con comer cualquier cosa en casa, y no se me da bien la cocina. Bonnie dice que podría vivir con carne a la plancha y patatas cocidas en el microondas si ella no me invitase a cenar varias veces a la semana, y tal vez tenga razón. Por eso me gusta pedir platos diferentes cuando voy a un restaurante.
—La verdad es que nunca habíamos comido juntos en un restaurante.
Logan se encogió de hombros.
—Porque podíamos encontrarnos con alguien conocido.
—No era una crítica. Yo también prefería que nos quedásemos en casa.
Él asintió y miró a su alrededor. El restaurante estaba lleno, pero nadie los miraba.
—No obstante, es agradable poder comer juntos fuera.
—Sí.
Alexis le dio un sorbo a su té verde y después dejó la taza encima de la mesa.
—Cuando vivía en Nueva York cenaba mucho fuera. A mis amigos les gustaba probar restaurantes nuevos, así que lo hacíamos al menos una vez por semana. Desde que empecé con el negocio, y salvo que coma en algún evento, siempre preparo la comida deprisa y corriendo, y a menudo como al mismo tiempo que trabajo.
—Yo como en la cafetería un par de veces por semana, y Bonnie me invita a menudo, también quedo con amigos, a ver un partido y comer pizza y beber cerveza, el resto del tiempo, cocino yo. De vez en cuando, si abre un restaurante nuevo, me gusta ir a conocer la carta, ya sea solo o con amigos.
Alexis se preguntó con qué frecuencia esos amigos serían mujeres. Sabía que Logan no había salido con nadie desde que ellos habían empezado a verse, pero de eso hacía solo unos meses y dudaba que no hubiese estado con alguien antes. Logan tenía un apetito voraz, y no solo para la comida. Tal vez con aquellas otras mujeres no le habría preocupado que lo viesen porque no tenían ninguna relación con su trabajo.
—Me contaste que a tu padre le gustaba llevaros a restaurantes —le dijo, intentando dejar de pensar en Logan con otras mujeres—. Seguro que, con todo lo que ha viajado, ha debido de probar muchas comidas diferentes.
—Sí. Cuando éramos niños le encantaba contarnos las cosas raras que había probado para que nos diese asco: escorpiones, serpientes, órganos de animales. No obstante, lo que más le gusta es la cocina tradicional étnica. Últimamente habla mucho de los platos neozelandeses. Kinley me contó que la última vez que habló con él le dijo que estaba pensando en mudarse otra vez, tal vez a Bali.
—¿A Bali? Una decisión interesante.
Logan se encogió de hombros.
—Le gusta todo lo que es exótico.
—¿Has ido alguna vez a visitarlo a uno de esos exóticos países?
Alexis creyó saber la respuesta a aquella pregunta, no obstante, no pudo evitar hacérsela.
Tal y como había esperado, Logan negó con la cabeza.
—No. La única vez que he salido del país fue para ir a hacer senderismo a Canadá, fui con amigos, el primer verano después de empezar la universidad. Lo pasamos muy bien.
Quizás pensó que, con aquello, iba a desviar a Alexis de su anterior tema de conversación, pero ella seguía queriendo entender la relación que tenía con su padre.
—¿Tu padre nunca te ha invitado a visitarlo?
Alexis creyó oír un suave suspiro de resignación.
—Lo cierto es que no. Hasta el instituto, su excusa era siempre que yo era demasiado joven. Luego empecé a hacer deporte y no quería perderme los entrenamientos, sobre todo, cuando jugaba al béisbol en verano. Luego empecé la universidad y tampoco tenía tiempo. Cuando terminé de estudiar, monté mi propio negocio y tenía que ganarme la vida. Además, ayudaba al tío Leo siempre que podía. Lo cierto es que nunca ha sido el momento adecuado y ahora ya creo que es mejor dejar las cosas como están.
Ella pensó en el día que había conocido al padre de Logan. Había ido a la posada a reunirse con un posible cliente y Bonnie se lo había presentado. Robert Carmichael se parecía mucho a Logan, pero con más años, delgado, con la piel curtida por el sol, hosco, pero agradable al mismo tiempo.
Lo había visto hablar con sus hijas con cariño, pero, de algún modo, con demasiada jovialidad, como si en realidad no las conociese bien, pero no quisiese que nadie se diese cuenta. No lo había visto interactuar con Logan, así que no sabía cómo lo hacían.
Recordó que este le había dicho que, como había visto a su padre en Navidad, ya tenía para un año o dos, y pensó que era triste que tuviesen una relación tan distante. Aunque ella también había tenido una relación complicada con su padre, así que lo entendía.
—Yo seguí viendo a mi padre después de que se divorciase de mi madre, pero no puedo decir que tuviésemos mucha relación —le contó sin pensarlo—. En ocasiones he pensado que me veía más como un arma que utilizar contra mi madre que como a su hija.
Logan hizo una mueca.
—Vaya. Eso es muy duro.
De repente, Alexis se dio cuenta de lo que había dicho y se sintió sorprendida. Se echó a reír.
—Lo siento, pero creo que es la primera vez que lo digo en voz alta. Ha debido de ser el té verde, que se me ha subido a la cabeza.
Era un chiste malo y Logan no se molestó en sonreír.
—Supongo que fue un divorcio difícil.
—Mucho. Mi hermano y yo éramos pequeños y mis padres se pelearon por la custodia durante años. Nunca sabíamos con quién nos iba a tocar ir a vivir, pero mamá siempre conseguía la custodia y papá venía a vernos los fines de semana y en vacaciones. En la adolescencia, mi hermano empezó a pasar más tiempo con mi padre y yo me quedé con mamá. Así ambos parecían estar contentos. Yo lo quería y me dolió su pérdida, pero no puedo decir que estuviésemos unidos.
—¿A qué se dedica tu hermano?
—Trabaja de jefe de departamento en una tienda de artículos de deporte. Según tengo entendido, le gustaría dedicarse a la pesca de manera profesional.
Se limpió las comisuras de la boca con cuidado y luego sonrió a Logan de manera irónica.
—Ha sido mi manera de decirte que entiendo lo que es no tener una relación convencional con tu padre.
Logan asintió.
—Al menos, nosotros nos evitamos las peleas por la custodia. Siempre estuvo claro que íbamos a vivir con mi madre. Y esta jamás habló mal de él. Estuvo diciendo que lo quería hasta el día de su muerte, pero que no podía vivir a su manera, como un nómada, sobre todo, con tres niños pequeños. Mi madre siempre lo excusaba, decía que él había intentado ser un marido y padre responsable, pero que iba en contra de su naturaleza. Todo eso son tonterías, por supuesto. La verdad es que era demasiado egoísta para hacer el esfuerzo. Mamá se aseguraba de que hablásemos con él por teléfono de vez en cuando, de que le escribiésemos cartas y le mandásemos fotografías, y siempre lo recibió bien cuando venía a vernos. Si sentía amargura o resentimiento por cómo habían salido las cosas entre ambos, jamás lo demostró.
—Debió de ser una mujer especial.
—Sí, lo era —admitió Logan—. Mis hermanas y yo tuvimos una niñez estupenda. Nos quedamos en Tennessee porque era allí donde mi abuela decidió vivir cuando volvió a casarse, tras perder a su primer marido en un accidente industrial. Mamá quería estar cerca de su madre y de su padrastro cuando su propio matrimonio se rompió. La abuela le había vendido su parte de la posada a su hermano, el tío abuelo Leo, unos años antes, pero seguían teniendo muy buena relación y el tío Leo había sido muy importante para mi madre, y lo fue para nosotros. Así que la abuela y su marido nos consentían todo en Tennessee, y tío Leo y tía Helen nos mimaban todo lo que podían cuando íbamos a Virginia. No puedo decir que nos faltase nada, la verdad. Casi no nos acordábamos de cuando papá vivía en casa, así que tampoco lo echábamos de menos.
Ella creyó lo de que habían tenido una niñez feliz, la relación que tenía con sus hermanas era prueba de ello. No obstante, sospechó que no le había sido tan fácil como decía crecer sin un padre, aunque tanto él como sus hermanas se hubiesen acostumbrado a ello desde una edad temprana. Alexis pensó que había más cosas en su pasado que no le había contado, algo que había dejado cicatrices en su corazón y en su cuerpo. Logan tenía motivos para ser tan solitario y cínico, y no se los había contado, pero tal vez no fuese el momento.
—¿Qué te apetece hacer ahora? —le preguntó alegremente, sacando la guía turística—. Podríamos tomar un ferry e ir a la isla Bainbridge, donde hay varias galerías de arte, o ir a la playa de Alki en taxi y ver la réplica de la Estatua de la Libertad que tienen allí. También podemos ir a ver cómo atraviesan las esclusas los barcos.
—No me importaría ir a ver las esclusas —le dijo Logan—, salvo que tú quieras hacer otra cosa.
Ver barcos, montar en ferry, pasear por la calle, Alexis se dijo que le daba igual lo que hicieran, siempre y cuando lo hiciesen juntos, aunque tal vez fuese mejor dedicar el resto del tiempo intentando disfrutar, y no pensando en su pasado.
Le encantaba verla reír. Todo su rostro se iluminaba y los ojos grises como la plata le brillaban igual que el agua del mar. Alexis se rio bastante durante su paseo, demostrándole que había dejado atrás su seria conversación acerca de la ausencia de padres.
El sol del atardecer se asomaba entre las nubes y relucía en su pelo, que se había dejado suelto sobre los hombros. Aunque el aire era fresco y hacía falta llevar chaqueta, había muchas personas visitando las esclusas, alrededor de las vallas de seguridad que las rodeaban, viendo pasar los barcos, que en determinado lugar llegaban a estar muy cerca de los espectadores.
Logan se preguntó si las personas que iban en ellos se sentirían un poco como los animales del zoo, con tantos ojos mirándolos y tantas cámaras de fotos apuntándolos, aunque tal vez estuviesen acostumbrados, o demasiado ocupados para preocuparse por aquello. Varias personas los saludaron y ellos devolvieron el saludo.
Un hombre mayor que estaba cerca de ellos empezó a hablarle a Alexis de los diferentes tipos de salmón que podían verse en la zona dependiendo de la época del año.
—Debería volver a finales de verano o principios del otoño —le recomendó—. Es muy divertido verlos saltar.
Sin saber cómo, Alexis terminó sentada en un banco junto al hombre, inclinada sobre el teléfono móvil de este, viendo fotografías del lugar en otros momentos. Logan se quedó a un lado, observándolos, y se dio cuenta de que Alexis no estaba limitándose a ser educada. En realidad, le interesaba lo que el señor le estaba contando y estaba disfrutando con sus historias, mientras que el hombre estaba encantado de haber podido captar la atención de una mujer joven y atractiva.
Alexis tenía algo, una calidez que atraía a la gente. Tal vez quisiese proteger su corazón, pero era capaz de abrirse e interesarse por los demás. No era de extrañar que el negocio le estuviese yendo tan bien. Caía bien a los clientes y estos sentían que se esforzaba realmente en hacerlos felices. Y era la verdad. A pesar de los conflictos que había vivido en su niñez, se había convertido en una persona amable, generosa y extrovertida. Era una ironía que él, que había tenido una niñez feliz, sin problemas, prefiriese esconderse de los demás, e incluso apartarlos y cerrarse a ellos.
No obstante, algo los había unido. Y a pesar de que él había intentado convencerse de que era solo una atracción física, cada vez estaba más convencido de que había algo más. Estaba disfrutando mucho con ella en Seattle, incluso fuera de la habitación del hotel. Y no le había importado hablar de temas personales porque había querido que Alexis le hablase de sí misma. Eso no significaba que quisiese pasar el resto de las vacaciones hablando a corazón abierto de su pasado, pero aquella conversación no había estado mal. Tal vez porque la habían tenido allí, lejos de sus verdaderas vidas.
Un rato después dieron un paseo por la presa, se detuvieron a observar las gaviotas, las garzas y otras aves pescar, algunos peces que saltaban y el transitar de los barcos. Un león marino entretenía a los visitantes saltando al agua y buceando antes de volver a aparecer.
Alexis volvió a reír y el sonido hizo que a Logan se le encogiese el estómago. Ella lo miró y sacudió la cabeza.
—No sé por qué me resulta tan gracioso. También me habría gustado ver a los salmones de los que me ha hablado el señor Burroughs. Seguro que es muy divertido.
Logan puso un brazo alrededor de sus hombros.
—A mí me parece un humor muy negro.
Ella se giró hacia las puertas de salida.
—¿Por qué?
—Bueno, porque esos peces están empeñados en entrar en un lugar en el que después van a morir. Eso me recuerda a algunos de los novios que hemos tenido en la posada.
Alexis se rio de nuevo.
—Qué cosas se te ocurren.
Recorrieron un camino estrecho que llevaba a la primera puerta y se cruzaron con las personas que iban en dirección contraria, dos jóvenes con sendas bicicletas, varios turistas con las cámaras de fotos colgadas del cuello, una mujer empujando un cochecito de bebé y una pareja con dos perros. Alexis había comentado un rato antes que en Seattle había muchas personas con perros.
—A Ninja le encantaría esto —dijo en ese momento.
Logan miró hacia una colina llena de hierba que había cerca y se imaginó a su perro, corriendo libre por ella.
—Sí, pero no estoy seguro de que Seattle esté preparado para Ninja.
Alexis se echó a reír y entrelazó los dedos con los suyos. Al parecer, le gustaba darle la mano, tal vez porque allí podía hacerlo, y él no se iba a quejar.
Todavía no les apetecía volver al hotel, así que cenaron fuera, una pizza de cangrejo y alcachofas. Después, fueron a un bar con música en directo y consiguieron sentarse en una mesa. Allí se sentaron muy cerca para poder hablar sin levantar la voz, y a Logan también le pareció bien.
Alexis le sonrió, parecía cansada, pero contenta.
—He pasado un día estupendo. Ha sido muy divertido hacer de turista contigo.
Él le acarició la barbilla con el dorso de los dedos.
—Yo también lo he pasado bien.
—Otro día más y tendremos que volver al trabajo —añadió ella suspirando—. ¿Qué te gustaría hacer mañana?
Él se encogió de hombros.
—Escoge algo de tu guía. Estoy seguro de que me gustará.
Pasaba tanto tiempo mirando aquella guía que Logan estaba convencido de que se la sabía de memoria, su rápida respuesta se lo confirmó.
—Podríamos ir al museo de arte. Aunque también hay otros, como el de aviones. O a dar un paseo por la playa, si hace buen día. También están el lago y el zoo, o podríamos ir en ferry a la isla de Bainbridge… ¿O prefieres ir al Centro de Visitantes de Microsoft? Con lo que te gustan los ordenadores… a lo mejor te apetece venir a trabajar aquí.
Logan sabía que Alexis lo había dicho en tono de broma, pero negó con la cabeza.
—No quiero otro trabajo como informático, soy feliz con mi jardín.
Ella estudió su rostro con curiosidad.
—¿Cerraste la empresa de informática cuando reabristeis la posada? ¿Qué te hizo decidir que querías cambiar de trabajo?
—Salió así —contestó él—. Aunque mi negocio había cerrado un par de meses antes de la muerte del tío Leo. Resultó que mi socio no era de fiar…
—¿Te engañó?
—Digamos que consiguió hundir la empresa y luego se marchó, y yo me quedé con la duda de si cerrarla o asumir la enorme deuda y empezar de cero. Entonces mis hermanas y yo heredamos la posada y decidí ayudarlas a ponerla en marcha mientras pensaba en qué iba a hacer con mi vida. El caso es que me gusta dedicarme al mantenimiento de la posada y trabajar con ellas. Me parece importante saber que estoy manteniendo un lugar que ha estado en la familia de mi madre durante varias generaciones. Por otra parte, sigo trabajando como informático porque así utilizo mi formación y experiencia para algo. En definitiva, tengo lo mejor de ambos mundos.
Eso era todo lo que quería contarle de lo ocurrido con su examigo y socio.
—Así que prefiero que no hagamos nada relacionado con la informática mañana. Prefiero hacer de turista.
—En ese caso, iremos a ver museos —le dijo ella—. Y tal vez a pasear por algún parque, si el tiempo lo permite. Las fotografías del de Green Lake son muy bonitas.
—Lo que tú quieras.
Alexis se rio suavemente.
—Esta tarde estás muy agradable.
Él pensó en lo bien que había empezado el día, despertándose en la cama con ella, y se encogió de hombros.
—Como tú misma has dicho, ha sido un buen día.
Alexis le tocó cariñosamente el muslo izquierdo por debajo de la mesa, muy cerca de donde tenía las cicatrices. Nunca le había preguntado por ellas, se había conformado con su breve comentario de que se había hecho daño haciendo deporte en la universidad y siempre había respetado su intimidad. Aunque ese día le había hecho más preguntas personales de lo habitual, Logan sabía que no quería incomodarlo.
En realidad, él no le había mentido con respecto a las cicatrices, pero no se lo había contado todo. Le habían descubierto el tumor maligno de la pierna casi por casualidad, cuando se había roto la tibia jugando al rugby en la universidad. Por experiencia, sabía que cada persona reaccionaba de una manera cuando se enteraba de que había vencido al cáncer. Y no quería ver casi ninguna de las reacciones que ya había vivido con Alexis.
Para distraerse de aquellos pensamientos, y también porque quería hacerlo, se inclinó a darle un beso en los labios. Ella se agarró a su camisa y lo acercó más para prolongar el beso. Ninguno de los dos prestó atención a la gente que tenían alrededor, bebiendo, charlando y pasando por su lado sin mirarlos. A Logan no le podía importar menos.
Cuando se separó, Alexis estaba sonriendo y parecía tan despreocupada como él.
—¿Te has terminado ya eso? —le preguntó Logan con voz ronca, mirando su vaso—. ¿Volvemos al hotel?
—La verdad es que…
—¿Alexis? ¿Alexis Mosley? Oh, Dios mío. ¡No me lo puedo creer!
Al oír su nombre, Alexis se giró tan rápidamente que estuvo a punto de tirar el vaso de la mesa. Logan lo sujetó antes de levantar la vista.
Se trataba de una mujer alta y esbelta, a excepción de los enormes pechos, muy bronceada y muy rubia. Llevaba poca ropa, teniendo en cuenta el tiempo que hacía, y unos tacones demasiado altos para poder andar. Cuando se inclinó a darle un beso a Alexis, todas las joyas que llevaba puestas tintinearon.
—¡Isabella, que sorpresa! —respondió Alexis con fingida alegría—. Hacía siglos que no nos veíamos.
—Es verdad. ¿Cuánto hace? ¿Dos? ¿Tres años?
—Más bien tres, me parece. En casa de Brayden.
—Es cierto, qué locura de fiesta, ¿verdad? Yo creo que todavía tengo los codos morados.
Logan no entendió la conversación, pero Alexis se echó a reír, aunque aquella risa no se parecía en nada a la que él había estado oyendo durante todo el día.
—Sí, una locura. ¿Qué estás haciendo en Seattle?
—Estoy representando una obra en un teatro monísimo. Es una obra nueva, de un joven con un talento increíble. Terminamos los ensayos esta semana y estrenamos la que viene. ¿Vas a estar en la ciudad?
—Me temo que no. Lo siento muchísimo.
—Me acabas de romper el corazón.
«Y a mí me están entrando náuseas», pensó Logan, mordiéndose el interior de la boca y quedándose completamente inmóvil para no llamar la atención. Isabella lo había mirado de reojo solo un instante, al parecer, no le había parecido nadie importante.
—Veo a Paloma de vez en cuando —le dijo esta a Alexis—. Está empezando a hacerse un nombre. ¿Sigues en contacto con ella?
—Sí, hablamos de vez en cuando, aunque hace tiempo que no nos vemos.
—Está estupenda. Yo pienso que se ha hecho algo, pero no sé exactamente qué es. Está claro que ha encontrado un buen cirujano. Pregúntale la próxima vez que hables con ella. Ah, por cierto, Jerry preguntó por ti hace un par de semanas. Está preparando algunas cosas para el año que viene y le encantaría saber de ti. Vas a volver a la gran ciudad, ¿verdad?
Alexis murmuró algo inaudible, luego volvió a intercambiar unos sonoros besos con Isabella y esta se marchó.
Cuando volvieron a quedarse solos, Logan miró fijamente a Alexis y le preguntó:
—¿Quién era esa?
—Isabella Larkins. Nos conocimos en Nueva York. Siento no habértela presentado, pero he pensado…
—No me refería a ella —la interrumpió Logan—. Sino a ti. Nunca te había visto actuar así.
Alexis se ruborizó al oír aquel comentario y él se dio cuenta de que, como de costumbre, le había faltado un poco de tacto. No obstante, el comportamiento de Alexis le había parecido muy extraño.
—Esa era la Alexis de Nueva York —murmuró ella, mirándose las manos—. No sé si te habría gustado. En ocasiones, ni siquiera me gustaba a mí.
Él no podía imaginarse la posibilidad de que no le gustase Alexis, aunque prefería que lo matasen antes de relacionarse con alguien que trabajase en la farándula de Nueva York. Recordó que Alexis había dudado cuando su hermana Kinley le había preguntado si echaba de menos actuar, a pesar de que al final había contestado que no.
Era extraño pensar que, si ella no hubiese decidido que quería dejar de actuar, jamás se habrían conocido. Nunca habían hablado del motivo por el que había tomado aquella decisión, pero había muchas cosas de las que nunca habían hablado.