Capítulo 8

 

Alexis dejó su bolso en la mesa de la habitación, que habían recogido y limpiado en su ausencia. Pensó que había sido un día muy largo y se puso a recordar todo lo que habían visto y hecho. En cierto modo, había pasado demasiado rápidamente.

La tranquilidad de la habitación contrastaba con el bullicio del bar. Se pasó una mano por el pelo y se giró a mirar a Logan, que había vuelto a quedarse en silencio.

—No pensé que me encontraría con alguien conocido en la otra punta del país —comentó en tono irónico.

Él se encogió de hombros y empezó a vaciarse los bolsillos, dejándolo todo en la mesita de noche.

—El mundo es un pañuelo. Supongo que, sobre todo, el mundo del teatro.

—Supongo que sí. No suelo encontrarme con nadie en Virginia, pero he estado tan ocupada con mi negocio durante los últimos años que ni siquiera he tenido tiempo de ir al teatro.

Logan asintió.

—Yo tampoco veo a las personas con las que trabajaba en Tennessee. Es posible que algunas hayan terminado aquí, en Seattle, ya que hay muchas empresas tecnológicas, aunque no estoy interesado en volver a conectar con ellas.

—A mí me ocurre lo mismo —le aseguró Alexis—. Isabella y yo no éramos amigas en realidad, solo conocidas. Estuvimos actuando juntas, pero no teníamos mucho en común.

—¿Y quién es la tal Paloma de la que ha hablado?

Ella se dejó caer a un lado de la cama para quitarse los zapatos.

—Paloma Villarreal es mi mejor amiga. Fuimos a Nueva York juntas. Ella se quedó allí, y le encanta. Tiene mucho talento, se gana bien la vida trabajando en un musical y ahora está considerando otras ofertas.

—Parece que la echas de menos.

—Es cierto —admitió Alexis—. Hablamos mucho, pero no es lo mismo que pasar tiempo juntas.

—Entonces, ¿vas a volver? —le preguntó él, sentándose al otro lado de la cama, dándole la espalda, para quitarse también los zapatos—. A Nueva York, quiero decir.

—¿De visita? Sí, es probable, aunque no sé cuándo tendré tiempo. ¿A vivir? No.

Alexis miró por encima de su hombro y lo vio quitándose el reloj, que dejó en la mesita de noche con el resto de sus cosas. Por un instante, se sorprendió de lo doméstica que le resultaba la escena. Estaba más acostumbrada a que Logan la abrazase y la tumbase en la cama nada más verla. Se preguntó si el exceso de confianza estaría generando, si no desdén, sí indiferencia. Siempre había sabido que la pasión no duraría eternamente, pero no había pensado que después de un día y medio juntos la cosa se enfriaría tan rápidamente.

Dejó las gafas en la mesita de noche, se puso en pie y fue hacia el armario para sacar su camisón. Todavía no había atravesado la habitación cuando Logan la hizo girar y la apretó contra su cuerpo, la besó apasionadamente y recorrió su piel con ambas manos. Y la pasión que Alexis había creído menguada, volvió a prender, haciendo que le ardiese todo el cuerpo. Cuando quiso darse cuenta estaba tumbada en la cama, con Logan encima.

Tenían aquella noche y el día siguiente, y después una última noche antes de volver a Virginia. Y ella iba a disfrutar de aquello mientras durase.

 

 

Se despertó poco a poco, a regañadientes. Estaba muy a gusto, acurrucada en aquella cama contra un hombro caliente. Mantuvo los ojos cerrados un poco más, luego se concentró en los sonidos… en la suave lluvia que golpeaba el cristal de la ventana, en los latidos de un corazón bajo su oreja. Movió la mano y tocó una piel tersa. Un brazo fuerte la envolvió y una pierna se enredó con las suyas. Tal vez, si mantenía los ojos cerrados, podría hacer que aquel momento perfecto durase un poco más.

Logan le dio un beso en la frente.

—¿Te estás haciendo la muerta?

Ella se acurrucó todavía más contra él.

—Umm. Solo estoy saboreando el momento.

—Pensé que querías ir de museos esta mañana.

—Ajá. Quizás más tarde.

Él cambió de postura.

—No me voy a quejar, porque estoy muy bien, pero si quieres seguir durmiendo, será mejor que te vayas a tu lado de la cama.

Ella subió la pierna un poco más sobre su cuerpo y lo acarició con ella.

—¿Qué decías?

—Nada.

Alexis cedió a lo inevitable y abrió los ojos. Al verlo a su lado, despeinado y con los ojos brillantes, con un poco de barba y una sonrisa de medio lado en los labios, pensó que merecía la pena hacer el esfuerzo de despertarse.

—¿Te han dicho alguna vez que eres un hombre muy guapo?

No era fácil conseguir que Logan se ruborizase, pero Alexis lo consiguió.

—La verdad es que no, pero… gracias.

Ella se echó a reír y levantó la cabeza para darle un beso en la barbilla.

—Eres muy guapo.

—De acuerdo, ya es suficiente.

Alexis sacó la lengua y le tocó la comisura de la boca con ella.

—Guapo.

Logan se echó a reír y se tumbó encima de ella.

—Esta mañana quieres pelea, ¿verdad?

Ella parpadeó con inocencia.

—¿Por decirte lo guapo que eres?

Él le mordió el labio inferior.

—Por intentar avergonzarme.

Alexis enterró una mano en el pelo, acercó los labios a los suyos y le dijo:

—Me gusta tomarte el pelo —admitió.

—Sí, ya me había dado cuenta —murmuró Logan después de darle un beso.

—Además, es la verdad.

Él gruñó y volvió a besarla para hacerla callar.

No salieron de la cama hasta mucho después. Logan le había confesado que no le habría importado pasarse el día entero allí, pero sí quería ducharse y afeitarse. Y comer. Alexis había aprovechado aquello último para volver a bromear acerca de su apetito.

Logan se afeitó mientras Alexis se duchaba, y mientras ella se secaba el pelo y se maquillaba, fue él quien se duchó. Compartían la cama y el baño con mucha naturalidad, teniendo en cuenta que era el primer fin de semana que pasaban juntos, pensó ella. No pudo evitar recordar que la noche anterior le había preocupado estar acostumbrándose demasiado el uno al otro. No estaba preparada para que se apagase la química que había entre ambos, cosa que ocurría siempre con el paso del tiempo, al menos, en su experiencia.

Lo vio salir del cuarto de baño vestido solo con unos vaqueros, con el pelo mojado y el pecho brillante, y tragó saliva. Por el momento todavía había magia. Se le seguía acelerando el corazón cuando lo veía así y no se imaginaba otra reacción.

Logan se puso una camiseta negra.

—Entonces… ¿vamos de museos?

Alexis miró por la ventana y descubrió que había dejado de llover y que el cielo ya no estaba tan oscuro. Según la predicción meteorológica de su teléfono móvil, no iba a llover más en todo el día e iba a hacer una temperatura agradable. Se alegró de que su último día en Seattle fuese a ser así. Tomó el bolso y la chaqueta y sonrió.

—Hoy salimos sin planes. Vamos a pasarlo bien.

—Estupendo —dijo él, poniéndose el reloj, metiéndose la cartera en el bolsillo trasero del pantalón y poniéndose también la chaqueta—. ¿Pero te importaría que empezásemos por desayunar?

Alexis se echó a reír.

—De acuerdo. Y yo intentaré no encontrarme con nadie conocido.

Logan abrió la puerta y le hizo un gesto para que saliese.

—Fue algo inesperado.

—Desde luego. Jamás habría imaginado que iba a encontrarme con alguien conocido en un bar.

Él se echó a reír y llamó el ascensor.

—Tampoco somos dos fugitivos escondiéndonos de la ley. Quiero decir, que aunque nos encontrásemos con alguien que nos conociese a los dos, tampoco sería una tragedia.

—No bromees con ese tema —le dijo ella, entrando en el ascensor—. Al menos Isabella no sabe quién eres, porque fui tan maleducada que ni siquiera os presenté. Así que no podrá contarle a nadie con quién me vio.

Logan se apoyó en la pared del ascensor y la miró con una ceja arqueada.

—No era una broma. Lo de que no sería una tragedia, quiero decir.

Tal vez Logan estuviese intentando quitarle importancia al encuentro, porque Alexis dudaba mucho de que lo que este quería decir fuese que también podían salir en público en Virginia. Alexis prefería no analizarlo en aquellos momentos, pero la idea le dio pánico. Las cosas podían complicarse mucho, pero como no quería estropear el último día que iban a pasar allí, intentó calmarse y decidió centrarse solo en el presente.

—¿Qué te apetece desayunar?

—Comida —dijo él, dejándola salir del ascensor.

Alexis se echó a reír y fue hacia la puerta del hotel con Logan pegado a sus talones.

 

 

—Qué barrio tan bonito.

Esa tarde, en Green Lake Park, Alexis miró a su alrededor. Era un lugar muy transitado por los lugareños, ya que el parque estaba lleno en aquella tarde de sábado. Había personas paseando, corriendo, montando en bicicleta y en monopatín, paseando al perro o al bebé. Había un carril para peatones y otro destinado a vehículos con ruedas. Había adolescentes sentados en el césped, charlando y escuchando música, y las ardillas iban y venían por los cientos de árboles que formaban parte del parque natural. En el agua había patos y ocas y a Alexis le pareció ver un águila calva al otro lado del lago.

—Si tuviese que mudarme a Seattle, creo que me gustaría vivir por aquí —comentó, mientras señalaba una casa que había en una colina que daba al parque—. Pasearía alrededor del lago todos los días, lloviese o hiciese sol.

Con las manos en los bolsillos, Logan la estudió con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Estás pensando en mudarte?

—No, me encanta Virginia, pero siempre me gusta imaginar cómo sería vivir en los lugares que visito.

Él siguió su mirada hacia las casas que había alrededor del parque.

—Yo solo he vivido en Tennessee y en Virginia. Supongo que no he tenido una vida muy emocionante, aunque ha sido una buena vida.

Una joven que intentaba controlar a un perro grande, pero que parecía ser solo un cachorro, se cruzó con ellos. El animal se acercó a oler a Logan y este se echó a reír y lo acarició.

—Eh, hola.

—Lo siento —dijo la joven—. Todavía está aprendiendo modales.

—No pasa nada —respondió Logan—. Bonito perro.

—Gracias. Lo tengo solo desde hace un par de semanas. Es un poco difícil.

El perro se había acercado a Alexis, que lo acarició también antes de que su dueña se lo llevase.

—En esta ciudad hay muchos perros —comentó Alexis—. ¿Crees que alguien tendrá gatos?

Logan se encogió de hombros.

—Es probable. Lo que ocurre es que no los sacan a pasear.

Como para llevarle la contraria, pasó por su lado un hombre mayor, vestido con ropa y zapatillas de deporte y que llevaba con una correa a un gato blanco y negro que trotaba a su lado.

Alexis y Logan se miraron y se echaron a reír. A Alexis le encantaba reír con él.

Acababan de decidir marcharse del parque e ir a tomar un café cuando oyeron un grito.

—¡Charlotte, para! ¡Vuelve aquí ahora mismo!

Alexis se giró y vio algo azul pasando por su lado, en dirección al agua. Antes de que le diese tiempo a procesar lo que había visto, Logan se lanzó hacia delante y agarró a la niña, que había estado a punto de tirarse al lago.

La niña lo golpeó.

—¡Quiero nadar! —gritó—. ¡Déjame!

Una mujer se acercó a ellos corriendo.

—Oh, Dios mío, ¡muchas gracias! Se ha bajado de la sillita y se ha escapado —les explicó, señalando una silla de paseo muy cara que había a unos metros de allí—. Desde que aprendió a desatarse, no consigo que esté sentada. Me he despistado un minuto y ha salido corriendo.

—¡Quiero nadar! —insistió la pequeña.

Logan se la dio a su madre.

—Pues debería buscar la manera de atarla mejor para que no se pueda escapar —le sugirió, con su habitual brusquedad.

La mujer suspiró.

—Es cierto. Además, tendré que explicarle que no se puede bañar cuando hace frío. Estoy segura de que lo entenderá.

Se llevó a su hija y la volvió a sentar en la sillita de paseo, mientras Charlotte no dejaba de protestar.

Alexis miró a Logan con los ojos muy abiertos.

—¡Le has salvado la vida!

—No lo creo. Como mucho, se habría mojado, pero estoy seguro de que alguien la habría sacado del agua.

—Pues a mí me parece que has estado increíble —le aseguró Alexis.

Logan se echó a reír.

—Vamos a tomarnos ese café.

—Invito yo.

De camino a la cafetería más cercana, Alexis se dio cuenta de que Logan cojeaba más de lo habitual. Esperó a estar sentados y con el café para preguntarle:

—¿Te has hecho daño en la pierna cuando has corrido a agarrar a la niña?

Él bajó la mano con la que, sin darse cuenta, se había estado masajeando la rodilla izquierda, y respondió:

—No. No es nada.

—Dijiste que te la habías roto haciendo deporte, ¿no?

Él le dio un buen sorbo a su café y Alexis tuvo la sensación de que no quería responderle.

—Sí, pero de eso hace mucho tiempo.

Luego, cambió de conversación.

—¿Qué más quieres hacer en nuestro último día en Seattle?

Ella tomó la taza de café con ambas manos y le sonrió.

—Me apetecería otra cena fuera, y después podríamos volver al hotel y tomarnos una botella de buen vino en el balcón. Después de eso… seguro que se nos ocurre algo más.

Creyó ver casi alivio en los ojos de Logan.

—¿Te he dicho alguna vez que me gusta cómo piensas? —le preguntó él.

—Y yo que pensaba que solo me querías por mi cuerpo.

Él sonrió.

—Por eso, también.

Contenta de haber conseguido que volviese a sonreír, Alexis se terminó el café rápidamente.

 

 

—¿Estás segura de que te van a caber todos esos regalos en las maletas? —bromeó Logan el domingo por la mañana, mientras Alexis recogía sus cosas.

—No he comprado tantas cosas —respondió ella mientras guardaba unas bolsas de té y envolvía una bonita taza de café con una bufanda.

Levantó la vista y vio a Logan sonriendo.

—Está bien, admito que me encanta comprar recuerdos. ¿No te quieres llevar nada para acordarte del viaje?

Él se tocó la sien con un dedo.

—Lo tengo todo aquí. No se me va a olvidar ni un minuto.

Alexis contuvo un suspiro. Había sido un fin de semana realmente mágico. Los días habían sido divertidos y las noches, deliciosas. A ella tampoco se le iba a olvidar, con o sin recuerdos.

Logan se miró el reloj.

—¿Lo tienes todo? Es casi la hora de marchar.

—¿Seguro que quieres que vayamos al aeropuerto juntos? Vas a tener que esperar más de tres horas hasta que salga tu vuelo.

El avión de Logan tenía la salida programada para casi dos horas después del de Alexis, pero este había dicho que podían ir al aeropuerto juntos. No le apetecía pasar ese tiempo paseando solo por la ciudad.

—No te preocupes. Tengo una novela en la maleta.

Alexis supuso que Logan era capaz de entretenerse solo. Era una de las personas más autosuficientes que conocía.

Ella miró a su alrededor, supuestamente, para asegurarse de que lo tenía todo, aunque en realidad lo hizo para despedirse en silencio. Después respiró hondo y se giró hacia Logan.

—De acuerdo, estoy lista.

En el aeropuerto de Sea-Tac no había demasiada gente aquel domingo por la mañana, así que no tardaron en pasar por el control. Como sabían que les sobraría tiempo, habían decidido desayunar allí. Mientras lo hacían, no hablaron de nada en particular, aunque Alexis sospechó que ambos estaban pensando en la vuelta a Virginia. Ella misma tenía que admitir que tenía sentimientos encontrados. Estaba deseando volver a su casa, con su gata y su trabajo, pero lo había pasado muy bien con Logan. Seattle era una ciudad interesante y no le importaría volver para conocerla mejor. Tampoco le importaría hacerlo con él.

Después de desayunar, entraron a una tienda de regalos y Alexis no pudo resistirse a comprar un bonito pañuelo de colores primaverales. Lo metió en su bolso y fingió no darse cuenta de que Logan estaba sonriendo de oreja a oreja. Luego compró una botella de agua por si le entraba sed durante el largo vuelo. También llevaba a mano la tablet y un libro. Eso mantendría su mente ocupada durante el trayecto, y así evitaría preocuparse acerca de si aquel fin de semana habría cambiado o no las cosas entre ambos.

—En realidad, no soy una adicta a las compras —le informó—. Cuando estoy en casa no gasto tanto. Es solo que me gustan las tiendas de regalos.

—Vaya, no me había dado cuenta.

Riendo, Alexis le dio un golpe en el brazo. Él se lo frotó y le recordó que el aeropuerto estaba repleto de cámaras de seguridad. Luego le puso aquel mismo brazo alrededor de los hombros y fueron a sentarse cerca de la puerta de embarque. Alexis no pudo evitar pensar que era probable que aquella fuese la última vez que se comportaban así en público y notó que se le encogía el estómago. Quiso achacarlo al sándwich de cangrejo que había tomado para desayunar.

—Entonces, ¿esta semana tienes mucho trabajo por delante? —le preguntó Logan.

—Mucho. Tendré que ponerme al día, un par de eventos, y varias bodas importantes a la vista. Una de ellas, en la posada, dentro de un par de semanas.

—¿Una boda sencilla y dulce? —preguntó Logan.

Ella esbozó una sonrisa.

—No será demasiado complicada. También quieren decoración relacionada con la primavera y tonos pastel. Será justo a la hora a la que se pone el sol, quieren muchas luces y velas, pero no han pedido nada más. Después, la cena y el baile serán en otro sitio.

Él asintió.

—Nos ocuparemos de todo.

Alexis alargó la mano y tomó la suya.

—Lo sé.

Él le apretó los dedos y, sin soltarse las manos, estuvieron sentados en silencio hasta que anunciaron el embarque del vuelo de Alexis. Logan se levantó con ella y la acompañó.

—Que tengas un buen vuelo —le dijo—. Te veré en casa dentro de un par de días.

Ella asintió y sonrió a pesar del nudo que tenía en la garganta.

—Buen viaje a ti también. Espero que no se retrase tu vuelo.

Logan puso una mano en su nuca y le dio un beso. ¿Sería su última demostración de cariño en público? ¿O el principio del fin? En cualquier caso, Alexis se sintió triste.

—Ya nos veremos —murmuró.

Él asintió y se dio la media vuelta, probablemente, para ir hacia su puerta de embarque. Alexis tragó saliva y embarcó.