Capítulo 2

 

Alexis llegó a la posada Bride Mountain el jueves por la tarde, diez minutos antes de la hora a la que había quedado con sus clientes. Aparcó delante de la casa y se fijó en que había pocos coches más.

Era temporada baja en toda la zona, ya que había pasado la época de los deportes de invierno y todavía faltaban unas semanas para poder realizar actividades de exterior propias de la primavera y el verano. Sabía que Kinley tenía ideas para incrementar el negocio durante la temporada baja del año siguiente, y las habitaciones de la posada solían estar ocupadas durante la temporada baja, cosa que parecía satisfacer a los hermanos Carmichael.

La casa era muy bonita y estaba muy bien cuidada. Una pareja de mediana edad, muy abrigada, descansaba en las mecedoras del porche y bebía algo de unas grandes tazas mientras charlaba animadamente.

Durante los meses que llevaban trabajando juntas, Kinley y Bonnie, que se sentían muy orgullosas del establecimiento, le habían contado a Alexis muchas cosas acerca de la finca. El edificio había sido construido en los años treinta por su bisabuelo, que después se lo había dejado a Leo Finley, tío abuelo de Logan y sus hermanas, que lo había regentado con su querida esposa, Helen, hasta la muerte de esta. Posteriormente, Leo había cerrado la posada y había vivido solo en el apartamento que había en la parte baja durante dieciocho años. A su muerte, se la había dejado en herencia a sus tres sobrinos, que habían ido a visitarlo con frecuencia desde Tennesse y lo habían querido mucho. Los tres hermanos habían tardado casi un año en reformar la posada, y habían invertido todo su dinero en ello. El mes de noviembre anterior habían celebrado su segundo aniversario al frente del negocio y Alexis había asistido a la fiesta.

Entonces casi no había hablado con Logan. Este había participado en la fiesta casi a regañadientes, y Alexis sospechaba que sus hermanas lo habían obligado a estar allí. Alexis tampoco se había quedado mucho tiempo, pero le había gustado la recepción y se había marchado de ella con la seguridad de que, a pesar de que llevaba viendo a Logan en privado desde hacía un mes, nadie más en el establecimiento había sospechado de ellos. Cuatro meses después, su secreto seguía seguro. Ella no veía ninguna necesidad de hablar del tema con nadie, ni en esos momentos, ni cuando llegase a su inevitable final.

Solo había una persona que sabía de sus encuentros con Logan, su mejor amiga, Paloma Villarreal. A pesar de que vivían en Estados diferentes desde que Alexis se había mudado de Nueva York a Virginia, todavía compartían secretos durante sus largas conversaciones telefónicas. Paloma, que también tenía fobia al compromiso, comprendía que su amiga no quisiese involucrarse demasiado emocionalmente. No le hacía más preguntas de las necesarias y dejaba que fuese Alexis la que decidiese lo que le quería contar. Respetaban la intimidad de la otra, cualidad que Alexis valoraba mucho después de haber crecido con una madre a la que no se le había dado bien poner límites.

Su madre, que no sabía de la existencia de Logan, llevaba año y medio intentando emparejarla con médicos y abogados, advirtiéndole a Alexis que se estaba acercando peligrosamente a la treintena sin un marido a la vista. Por muchas veces que esta le pidiese a su madre que no se preocupase por su vida social, ella seguía intentándolo.

Alexis la adoraba y sabía que su intención era buena. Paula Healey quería mucho a sus hijos, tal vez demasiado, y solo quería lo mejor para ellos, aunque eso significase intentar meterse en sus asuntos si lo estimaba necesario. Era la típica madre que siempre estaba encima de sus hijos. Y Alexis intentaba recordar todo aquello cuando la volvía loca.

Un coche descapotable amarillo llegó al aparcamiento y se detuvo delante de ella. Se trataba de Paul Drennan, el marido de Bonnie, que bajó del coche y la miró sonriente. Más que un profesor de Matemáticas, parecía un duro vaquero, y Alexis imaginó, divertida, que debía de ser el origen de las fantasías de más de una adolescente.

—Hola.

—Hola, Alexis —la saludó, mirando a su alrededor—. ¿Has venido a ver a Kinley y a Bonnie?

—Estoy esperando a unos clientes que no deberían tardar en llegar, y luego tendremos una reunión con Kinley.

Él asintió.

—Debe de estar dentro. Bonnie está en el hospital con su hermano, pero no debería tardar.

A Alexis le dio un vuelco el corazón.

—¿En el hospital?

—Sí, Zach, un universitario que trabaja con Logan a tiempo parcial ha tenido que ser operado de apendicitis. Estaba trabajando aquí esta mañana cuando ha empezado a encontrarse mal. Logan lo ha llevado corriendo al hospital en el coche de Zach y se ha quedado con él mientras llegaba su familia, y Bonnie ha ido a recoger a Logan y a ver qué tal estaba el muchacho, que, por cierto, está bien. Me han llamado hace un rato para contármelo todo.

—Me alegro —intentó disimular Alexis—. Han debido de llevarse un buen susto.

No quería pensar en cómo había reaccionado al oír que Logan estaba en el hospital. Se recordó que su relación era algo informal y se dijo que, no obstante, era normal que se preocupase por el bienestar de un amigo. Seguía teniendo todo bajo control. No había de qué preocuparse.

—Ahí están mis clientes —comentó al ver llegar un coche oscuro.

—Supongo que Kinley estará esperándoos dentro. Qué vaya bien la reunión.

—Gracias.

Paul se dirigió hacia la parte trasera de la casa, donde estaba el apartamento que en esos momentos compartía con Bonnie.

Y Alexis se giró a saludar a Sharon Banfield y a su hija, Liberty, que iba a casarse y estaba interesada en conocer la posada.

Como de costumbre, Kinley recibió a las recién llegadas con entusiasmo y profesionalidad, les enseñó las instalaciones y les explicó los servicios que ofrecían tanto a los clientes como a sus invitados.

Después de dar un paseo por los jardines, donde Kinley les contó las flores que habría para principios de junio del año siguiente, que era cuando Liberty quería casarse, les enseñó los recién construidos vestidores y cuartos de baño que había en la parte trasera. Alexis sonrió al darse cuenta de lo orgullosa que estaba Kinley de las nuevas instalaciones. Sabía que Logan había trabajado mucho para complacer a sus hermanas.

Y hablando de Logan…

Todo el mundo clavó la vista en él cuando salió de la posada, vestido con unos vaqueros, botas, una camiseta y una chaqueta gris. Alexis se había hecho experta en ocultar la reacción de su cuerpo al verlo, y estaba segura de que nadie se había dado cuenta de que se le había acelerado el corazón.

Él saludó con un gesto de cabeza y dijo:

—Señoras.

Kinley le presentó a Liberty y a su madre y después añadió:

—Y, por supuesto, ya conoces a Alexis.

—Sí, claro. ¿Qué tal, Alexis?

—Muy bien, gracias. He oído que hoy habéis tenido un día movidito.

—Uno de mis hombres se ha puesto enfermo y hemos tenido que ir al hospital, pero se va a poner bien.

—Me alegro.

—Mi hermano supervisa la decoración exterior para las bodas —explicó Kinley a las clientas—. Junto con su equipo, decora el cenador y los jardines a gusto de los novios, coloca las sillas para los invitados, y realiza cualquier trabajo relacionado con las celebraciones al aire libre.

Liberty sonrió de oreja a oreja.

—Mi amiga Mandy celebró aquí su boda la primavera pasada y pidió una decoración de estilo italiano. Fue increíble.

Kinley y Logan asintieron.

—Fue una boda muy bonita —le contó Kinley a Alexis.

—Sí —añadió Sharon—. Es una pena que la novia se fuese a vivir a casa de su madre dos meses después.

Liberty hizo un ademán para restarle importancia al comentario de su madre.

—Problemas de adaptación —comentó—. Todavía está con Blake. Bueno, más o menos.

Alexis tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar a Logan, pero supo que ambos tenían la misma opinión acerca del tema.

—En cualquier caso —continuó Liberty—. Yo ya tengo alguna idea para mi boda…

El gemido de Logan fue casi inaudible, pero Kinley lo fulminó con la mirada antes de preguntarle a la novia:

—¿Y cuáles son esas ideas?

—Bueno, mi novio estudió en Baton Rouge, Louisiana, y todavía sigue apoyando a su equipo de fútbol, los New Orleans Saints.

Kinley asintió. Alexis tragó saliva.

—¡Carnaval! Podría haber collares, máscaras y serpentinas, luces de colores, globos y esas cosas. Tal vez podríamos poner unas cortinas verdes, amarillas y moradas en el cenador. Y, ¿sabes lo que sería genial? Repartir por el jardín esas cabezas enormes realizadas con papel maché. Y tal vez Steve y yo podríamos llegar en una carroza de carnaval, arrastrada por un tractor, o tirada por caballos o algo así.

En esa ocasión, Alexis no pudo evitar mirar a Logan, que le devolvió la mirada solo un instante, con el ceño fruncido, como advirtiéndole que esperaba que consiguiese controlar a su clienta antes de que esta empezase a pedir más cosas.

Antes de que a Alexis le diese tiempo a hablar, la madre de Liberty dejó escapar una carcajada y le dio una palmadita en el hombro.

—Relájate un poco, cariño. Te has dejado llevar por la emoción.

—Ambos temas, el del equipo de fútbol como el de carnaval, son factibles —respondió Kinley en tono amable—. Estoy segura de que Alexis puede ayudaros a encontrar ideas bonitas.

—Por supuesto —les aseguró esta—. No es la primera vez que organizo una fiesta de carnaval y, aunque esta será mi primera boda con ese tema, estoy segura de que podemos trabajar con él.

—Habrá que pensarlo un poco mejor —comentó Sharon—. Ayer mismo, Liberty estaba hablando de un ambiente estilo japonés. Lo hablaremos con su prometido y tomaremos una decisión.

—Por supuesto —respondió Alexis.

Sharon miró su reloj.

—Ahora, si nos disculpáis, tenemos que marcharnos. Vamos a cenar con los padres de Steve y tenemos que ir a cambiarnos. No hace falta que nos acompañéis al coche. Gracias por la visita, Kinley. Va a ser el lugar perfecto para la boda de mi hija, elija el tema que elija. Encantada de conocerte, Logan.

Madre e hija se marcharon y Logan esperó a que hubiesen desaparecido de su vista para poner los brazos en jarras y fulminar con la mirada a Kinley y a Alexis.

—¿Una carroza de carnaval? ¿Es una broma?

—La mayoría de las bodas que organizo son sencillas y elegantes, permiten disfrutar del entorno y solo requieren una armonía en los colores —replicó Alexis en tono frío.

Se preguntó cómo era posible que Logan siguiese atrayéndola cuando mostraba aquella actitud tan negativa.

—Y tú —le dijo este a su hermana—. ¿Por qué la has animado? Sé que quieres que tengamos trabajo, pero, sinceramente, Kinley, va a llegar el día en que prometas algo que no vamos a poder cumplir.

Kinley hizo un esfuerzo evidente por no responder a su hermano en el mismo tono.

—Estamos a tu disposición incluso con los clientes más creativos —le dijo a Alexis—. Y queremos trabajar contigo todo lo posible, ¿verdad, Logan?

Este se limitó a gruñir y Alexis se mordió el labio para no sonreír.

—Tengo que trabajar —dijo Logan—. Me alegro de verte, Alexis, como siempre.

—Igualmente —le respondió ella en tono educado, viéndolo marchar.

Kinley se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Lo siento. Al parecer, mi hermano vuelve a estar de mal humor.

—Ya me había dado cuenta —respondió ella, y luego añadió—: Yo también tengo un hermano, así que sé cómo son.

—¿Mayor o menor que tú?

—Menor.

—¿Tenéis buena relación?

—No particularmente.

Kinley no supo qué contestar a aquello, así que se limitó a asentir. Alexis cambió de tema y se puso a hablar de la pareja que estaba considerando renovar sus votos en la posada. Tenían que llegar pronto y Alexis estaba segura de que Kinley los convencería de que aquel era el sitio ideal.

Casi siempre que Alexis veía a Kinley hablaban de temas profesionales, aunque también habían comentado algún tema personal, sobre todo, en lo relativo a la historia de la posada. A lo largo de aquellas conversaciones, Alexis se había ido enterando de cómo había sido la familia de Logan. Se llevaba bien con sus hermanas, pero no eran amigas y Alexis guardaba siempre las distancias con ellas.

Y sospechaba que el motivo era Logan. Era difícil mantener una aventura secreta con él mientras trabajaba con sus hermanas, y sería todavía más complicado si compartía con ellas más cosas personales. Por no mencionar que, cuanto más se acercase a sus hermanas, más vinculada se sentiría a Logan, y también más incómoda cuando lo suyo se terminase.

Logan y ella habían acordado que, ocurriese lo que ocurriese entre ambos, siempre separarían el trabajo de lo personal. Era lo más sensato y racional.

Alexis cruzó los dedos mentalmente para que no se estropease todo, a pesar del esfuerzo de ambos en no implicarse demasiado emocionalmente, y se obligó a dejar de pensar en Logan y concentrarse en su trabajo.

 

 

Las piedras rodaron debajo de su bota mientras Alexis bajaba cuidadosamente una cuesta y tuvo que cambiar el peso de su cuerpo para mantener el equilibrio.

Logan, que iba delante de ella, con una mochila a la espalda, miró hacia atrás y le preguntó:

—¿Todo bien?

Ella se ajustó mejor las cintas de la mochila para sentirse más cómoda y le sonrió.

—Todo bien.

Él le tendió la mano y, a pesar de no necesitar ayuda, Alexis le dio la suya.

—¿Quieres que paremos a beber agua?

—En un rato. Hace un día perfecto para andar, ¿verdad?

—Sí, es un día muy agradable.

Para Alexis, aquel martes hacía un día mucho más que agradable. No había ni una sola nube en el cielo azul y el aire era fresco. Los árboles todavía estaban desnudos después del invierno, pero los primeros brotes de la primavera estaban empezando a aparecer. Entre las ramas, se vislumbraba el maravilloso valle de Catawba, que podrían admirar en cuanto llegasen al final del camino.

Habían pasado cinco días desde su último encuentro en la posada, y Logan y ella habían ido en coches separados hasta un sendero que estaba más o menos a cuarenta minutos de esta. Era la primera vez que hacían algo al aire libre juntos. Unos días antes, Alexis le había comentado a Logan que estaba pensando en tomarse un día libre para ir a andar, y él le había sugerido aquel paseo. Logan le había dicho que él también necesitaba algo de tiempo libre.

Corrían el riesgo de encontrarse con algún conocido, pero las probabilidades eran escasas. A pesar de que aquel era un sendero muy transitado, era un día entre semana y todavía hacía frío, así que casi todo el mundo estaba trabajando o en clase. De hecho, se habían encontrado con muy pocas personas, y ninguna conocida.

Cuando habían decidido hacer la excursión, Logan había comentado que tampoco sería una tragedia que los viese alguien. No tenían por qué mantener en secreto su amistad. Alexis no lo tenía tan claro, pero había decidido que le apetecía salir con él y en esos momentos prefirió olvidarse de todo lo demás y concentrarse en él y en el bonito día.

Pasaron por varios puentes de madera y por un par de zonas de acampada. Alexis tropezó con una raíz y volvió a mirar a Logan, que iba andando tranquilamente a pesar de ser un camino escarpado. Su leve cojera no parecía ser un impedimento, aunque era más evidente en aquel terreno irregular. Alexis no sabía si le dolería la pierna, pero no se lo preguntó. No quería herir su ego masculino sugiriendo que no estaba en plena forma, a pesar de que sí lo estaba.

Se detuvieron junto a un arroyo. Logan se apoyó en un árbol y sacó una botella de agua de la mochila. Iba vestido como de costumbre, con vaqueros y una camiseta, aunque en aquella ocasión se había puesto botas de montaña. Hacía un rato que se había quitado el cortavientos y lo había guardado.

Alexis se sentó en un montículo y buscó en su mochila. Se había puesto unos pantalones de montaña ligeros, una camiseta amarilla y una cazadora amarilla y blanca que llevaba remangada. No se la había quitado porque el viento le parecía frío. Sacó un pequeño paño de la mochila y se limpió las gafas mientras observaba cómo Logan se llevaba la botella de agua a los labios. Alexis sintió calor y se preguntó si habría subido la temperatura, o si era lo que le ocurría siempre que tenía a Logan cerca.

Volvió a ponerse las gafas y lo vio todavía mejor, y tuvo que hacer un esfuerzo por apartar la mirada. Buscó su propia botella de agua y le dio varios tragos para intentar recuperar la compostura. Cuando terminó, se dio cuenta de que Logan la estaba observando con una expresión que conocía muy bien, y que les habría llevado directamente a su dormitorio si hubiesen estado en su casa.

Logan se aclaró la garganta antes de hablar.

—Hacía mucho tiempo que no hacía este paseo. Solía hacerlo de niño, con mi tío Leo. Por aquel entonces, él tenía casi setenta años y, aun así, estaba en forma. Había oído que suele estar lleno de turistas, pero supongo que esta mañana no hay tantos.

—Me alegro, prefiero que tengamos el sendero para nosotros solos —admitió Alexis.

Dio otro sorbo de agua y luego tapó la botella y la volvió a guardar. Se puso en pie, se pasó las manos por los pantalones y preguntó:

—¿Preparado para continuar?

—Casi —respondió él, apartándose del árbol para abrazarla y besarla apasionadamente.

Cuando el beso terminó, Alexis tenía los brazos alrededor de su cuello y el cuerpo pegado al de él. Agradeció que el viento le acariciase el pelo y las mejillas, y que le refrescase el cuello. Echó la cabeza hacia atrás para mirarlo mejor.

—¿Y eso?

Logan se echó a reír.

—Digamos que necesitaba recargar las pilas.

Ella suspiró y miró a su alrededor.

—Es una pena que no podamos estar seguros de que estamos solos.

Él sonrió y bajó la mano por su espalda para acariciarle el trasero.

—No me tientes.

A Alexis le encantaba coquetear con él y que la mirase con deseo. Notó que lo deseaba todavía más y Logan debió de verlo en su expresión, porque apartó la mano y dio un paso atrás.

—Vamos a continuar.

Empezaron a caminar de nuevo, se encontraron con otra pareja, se saludaron educadamente y siguieron adelante.

Las vistas al final del sendero hicieron que mereciese la pena el esfuerzo. Detrás de una fila de imponentes monolitos de piedra, el camino culminaba con un claro rocoso y con vistas panorámicas de varios kilómetros. Allí, un grupo de jóvenes se hacía fotografías y una pareja de mediana edad observaba el paisaje a través de unos prismáticos.

Alexis había puesto su teléfono en silencio para que nada estropease la paz del entorno. Gretchen Holder, su secretaria, estaba atendiendo las llamadas en el despacho y le enviaría un mensaje si surgía algo importante. Alexis no pudo evitar utilizar la cámara del teléfono para hacerle a Logan un par de fotografías.

Las vistas eran preciosas, pero Alexis estaba más pendiente de Logan que del valle que se extendía a lo lejos. No obstante, Logan le señaló varios lugares y ella volvió a centrar su atención en el paisaje y levantó el teléfono para hacer otra fotografía.

Logan le hizo una fotografía con su teléfono.

—No sabía que eras de los que hacían fotografías con el teléfono —bromeó Alexis.

Él miró a su alrededor, eso era lo que estaba haciendo todo el mundo.

—Solo intento adaptarme al entorno.

Alexis se echó a reír, consciente de que Logan no tenía ningún interés en encajar con los demás.

—¿Os hago una fotografía juntos? —preguntó una mujer a sus espaldas.

Ellos se miraron un instante y después Logan respondió:

—Por supuesto, ¿por qué no?

Puso un brazo alrededor de los hombros de Alexis y le dio su teléfono a la mujer, que les pidió que sonriesen.

Una vez hecha la foto, Alexis le devolvió el favor a la mujer haciéndole una fotografía con su pareja.

—¿No queréis acercaros más al borde? —bromeó.

La mujer puso los ojos en blanco.

—¡No, gracias! Esos muchachos me estaban poniendo de los nervios —comentó, refiriéndose a los jóvenes que acababan de marcharse.

Unos minutos después, aquella pareja se alejó también y Alexis y Logan se quedaron a solas.

Alexis disfrutó de la brisa y del canto de los pájaros, respiró hondo y murmuró:

—Qué bonito.

Logan se acercó, le apartó un mechón de pelo que se le había soltado de la coleta y le acarició la mejilla.

—Estoy de acuerdo.

A Alexis se le aceleró el pulso, pero intentó mantener la serenidad del rostro.

—Necesitaba esto —dijo, guardándose el teléfono—. Pasar un día al aire libre, lejos del trabajo y las novias poco realistas.

Logan sacudió la cabeza.

—¿Cómo es posible que tengamos estos paisajes para inspirarnos, y que haya personas que quieran convertir nuestros jardines en un falso Japón, Jamaica o Italia?

Ella se echó a reír y sacudió la cabeza.

—Tal vez estén demasiado acostumbrados a este paisaje y por eso no lo valoran. Yo crecí en Roanoke, luego me fui a estudiar a Maryland y, después, a Nueva York. Solo hace año y medio que vivo aquí, así que para mí sigue siendo nuevo. Casi se me había olvidado lo bonito que es Virginia.

—Yo crecí en Tennessee —le recordó él—, donde también hay paisajes preciosos. No obstante, sigo valorando estos, por mucho que los vea.

Alexis pensó que no le extrañaba, pues Logan era de los hombres que apreciaban lo que tenía y no perdía el tiempo en desear nada más. Eso mismo era lo que parecía pensar de su relación.

Logan volvió a sacar la botella de agua y le dio un sorbo. Y después abrió una bolsa con frutos secos y se metió un puñado en la boca. Ella sacudió la cabeza, sonriendo, cuando Logan le ofreció. Sacó su botella y bebió también.

Después, no pudo resistirse a sentarse en el borde de la roca con los pies colgando. Logan se sentó a su lado con las piernas cruzadas, mientras seguía comiendo frutos secos.

—¿Estás segura de que no quieres? Casi no me ha dado tiempo a desayunar esta mañana.

Ella sonrió y le tendió la mano, cediendo a la tentación. Él le puso un puñado de frutos secos en la palma y Alexis los masticó mientras balanceaba los pies.

—Es una buena mezcla. ¿Sabe un poco a pimentón?

Él asintió.

—La prepara Bonnie, que sabe que me gusta el picante.

Lo dijo al tiempo que le guiñaba un ojo, y Alexis se echó a reír. ¿Cómo era posible que un sensual guiño consiguiese que se sintiese como una colegiala?

—¿Vas a tener que trabajar mucho esta tarde para recuperar el tiempo perdido por la mañana? —le preguntó.

Logan se rio.

—Le he dejado una lista de tareas a Curtis para esta mañana. Su cuñado, que está jubilado, nos está ayudando hasta que Zach pueda volver al trabajo. ¿Y tú? ¿Vas a tener que pagar caro este descanso?

—Tengo que hacer unas llamadas esta tarde, y una reunión con clientes a las seis, pero es un día inusualmente tranquilo. No obstante, para el resto de la semana tengo la agenda llena.

—¿Tienes algún evento importante el fin de semana?

—Una pequeña fiesta el sábado por la noche. Y antes, el viernes por la noche, tengo que ir a Roanoke para cenar con mi madre, mi padrastro y el último hombre con el que mi madre quiere que me case. No sé si es médico, abogado o fabricante de candelabros, pero apostaría por una de las tres cosas.

Logan frunció el ceño y bajó su botella de agua.

—¿Cómo has dicho?

Ella se rehízo la coleta antes de contestar:

—Mi madre lleva un año intentando casarme. Pone la excusa de que me estoy haciendo mayor y que no es bueno para el negocio que esté soltera. Digamos que es una mujer muy… exigente.

—¿Que te estás haciendo mayor? ¿En serio? ¿Qué edad tienes? ¿Treinta?

—Veintinueve.

Él asintió muy serio.

—Ves, todavía más joven.

—Mamá se casó, por primera vez, con veintidós años. Después se casó con mi padre, su segundo marido, con veinticinco. Tenía cuarenta y seis cuando se casó con Duncan Healey, mi padrastro, hace diez años.

—Y tu hermano ya se ha divorciado dos veces con veintisiete. ¿Y tu madre espera que sigas su camino?

Alexis se encogió de hombros.

—Supongo que, dado que no voy a ser una estrella de los musicales, que era lo que quería de niña, y lo que deseaba ella también, lo mejor que puedo darle es un yerno rico y próspero, del que pueda alardear.

Logan arqueó una ceja.

—¿No le parece suficiente que tengas tanto éxito con tu propio negocio? —le preguntó él.

—Mi madre ha tenido y ha sabido llevar con éxito una floristería en Roanoke durante veinticinco años —respondió ella en tono seco—. Para ella, tener un negocio no es nada del otro mundo, aunque sí le gusta que a mí me vayan bien las cosas. Alardea de haberme enseñado todo lo que sé. Y supongo que eso es justo, aunque no sea lo que mi madre había planeado para mí.

—No estoy de acuerdo. Has realizado un trabajo excelente con tu negocio, y me impresiona lo que lo has hecho crecer desde que se lo compraste a Lula Coopersmith.

Ningún otro cumplido le habría gustado más. Alexis sonrió de oreja a oreja.

—Gracias, Logan.

Todavía con el ceño un poco fruncido, este respondió:

—Es la realidad.

Y entonces, como si pensase que se habían puesto demasiado sentimentales, Logan añadió con brusquedad.

—Siempre y cuando no pretendas convertir la posada en el Taj Mahal o en el palacio de Buckingham, por supuesto.

—¿Vas a empezar otra vez con eso? —preguntó ella, intentando no sonreír—. No hagas que le diga a Kinley que no estás cooperando con un cliente.

Él se rio, algo poco habitual, y le tendió una mano.

—¿Me estás amenazando con causarme problemas con mi hermana?

En esa ocasión fue Alexis la que se echó a reír. Permitió que Logan la ayudase a ponerse en pie y luego lo abrazó por la cintura.

—Tengo armas de persuasión mucho más efectivas —le respondió con voz sensual, apretando el cuerpo contra el de él y mirándolo a los ojos.

Logan la miró con deseo y le dio un beso.

A Alexis le encantó que la besase allí, bajó la luz del sol, con el viento azotando su pelo, los pájaros cantando a su alrededor y el maravilloso paisaje delante de ellos. Le encantó tenerlo para ella sola, sin tener que preocuparse por que los viesen juntos, sintiendo que no tenía que controlar la atracción que sentía. Sin presión, ni expectativas, sin preguntas ni opiniones de nadie. Eran dos personas adultas a las que les gustaba estar juntas y que compartían una química explosiva.

Oyeron voces procedentes del sendero y se separaron muy a su pesar. Con un suspiro de resignación, Alexis se colocó la mochila a la espalda y vio llegar a un grupo de mujeres de mediana edad. Las saludaron y luego empezaron a desandar el camino en dirección a los coches.

Cuando llegaron a estos, Logan esperó a que Alexis hubiese abierto la puerta de su coche y le dijo:

—Te llamaré esta semana.

Ella asintió.

—Va a ser una semana frenética. No tengo que pasar por la posada hasta la semana que viene, para preparar la boda de los Kempshall el fin de semana. Estaré en casa todas las noches sobre las diez, si me quieres llamar.

—Te llamaré. Lo he pasado muy bien esta mañana.

Alexis le sonrió.

—Yo también.

—Que tengas buena semana. Ah, y no sé si desearte buena suerte para la cena con tu madre.

—A lo mejor me equivoco y solo estamos la familia.

Aunque, a juzgar por el tono de voz que había utilizado su madre para invitarla, podía esperar otra emboscada. Pensó que habría preferido cenar con Logan, que lo único que quería era pasarlo bien. ¿Qué más podía pedir?, se preguntó mientras volvía sola a casa.