1

Las alegres calendas del romano Marte[440] han llegado —éste fue el comienzo del año para nuestros antepasados— y los regalos, con solemnidad ritualizada, corren ahora libres por todos lados, por calles y casas de la ciudad. Decid, Piérides, con qué 5 regalo puede ser honrada Neera, tanto si es mía como si soy traicionado, querida en cualquier caso.

«Con poesía son seducidas las hermosas; con dinero, las avaras. Como los merece, que ella goce de mis nuevos versos.

Pero que una dorada envoltura cubra mi libro, blanco como la nieve, y que la piedra pómez suavice antes la cana pelusa de 10 sus bordes. Encabece la parte alta de la leve hoja una inscripción para que señale tu nombre y, además, píntense los bordes entre la primera y la última página: así, efectivamente, adornada, conviene enviar mi obra[441]».

15 En nombre de vosotras[442], inspiradoras de estos versos míos, de la sombra de Castalia y de las aguas de Pieria, os pido: id a su casa y obsequiadla con este libro, cuidado, tal como quedará. Que ningún color se le borre después. Ella me contará si 20 nuestro amor es recíproco, si el suyo es menor o si estoy desterrado de su corazón por completo.

Pero, ante todo, obsequiadle, como ella se merece, con un prolongado saludo y en tono sumiso decidle estas palabras: «Este modesto obsequio te lo envía tu amante en otro tiempo, ahora tu hermano, casta Neera, y te ruega que lo aceptes y te 25 jura que te quiere más que a sus propias entrañas, ya hayas de ser su mujer o su hermana; pero mejor su mujer. La esperanza de este hombre, a él, muerto, se la arrancará el agua de Dite[443] que hace palidecer».

2

El primero que robó su amiga al amante y su querido a una joven, fue de hierro. También fue duro quien pudo soportar un 5 dolor tan grande y vivir tras la pérdida de una esposa. Yo no soy fuerte en esto, ni esta resignación es propia de mi carácter. El dolor quebranta corazones esforzados. No me avergüenza decir la verdad, ni confesar el hastío nacido de una vida como la mía, que ha sufrido tantas desgracias.

Así pues, cuando me haya convertido en leve sombra y se 10 pose encima de mis blancos huesos la negra ceniza, venga ante mi pira, en desorden sus largos cabellos, y llore ante ella una Neera entristecida, pero venga acompañada por el dolor de su madre querida. Ésta que se entristezca por su yerno; aquélla, por su esposo.

Después de haber invocado a mis manes y a mi alma re15 ciente y tras haber lavado sus piadosas manos con agua, ceñidas con ropa negra, recogerán mis blancos huesos, la única parte que quedará de mi cuerpo. Empezarán por rociar lo recogido con vino de años. Luego, incluso, prepárense para derra20 marle blanca leche. Después de ello, para quitarle la humedad con paños de lino fino y colocarlo, una vez seco, en tumba de mármol. Derrámense allí los perfumes que envían la rica Panquea[444], los árabes orientales y la rica Asiria y derrámense allí 25 mismo lágrimas evocadoras de mi persona: tal funeral querría para mis despojos.

Pero que la triste causa de mi muerte dé a conocer una inscripción y grabe estos versos en lápida famosa: LÍGDAMO AQUÍ ESTÁ ENTERRADO. EL DOLOR Y EL AMOR POR NEERA, ESPOSA ARRANCADA 30 DE SU LADO, FUERON LA CAUSA DE SU MUERTE.

3

¿De qué me sirve haber llenado el cielo con promesas, Neera, y haber ofrecido suave incienso y muchas oraciones? No para salir del umbral de un palacio de mármol, famoso y desta5 cado por mi ilustre casa, ni para que mis bueyes labren muchas yugadas de terreno, ni para que la tierra generosa produzca grandes cosechas, sino para compartir contigo el contento de una vida dilatada y en tu regazo dejar descansar mi vejez, cuando, muerto, al haber transcurrido el tiempo de mi vida, 10 desnudo, esté obligado a viajar en la barca letea[445].

Pues ¿de qué me sirve un pesado montón de rico oro y que aren mis campos feraces mil bueyes? o ¿de qué me sirven una mansión sostenida con columnas frigias[446] o tuyas, Ténaro, o tu15 yas, Caristo, y, en su interior, parques que imiten bosques sagrados, artesonado de oro y pavimento de mármol? ¿Qué placer ofrecen la perla que se recoge en la costa eritrea[447], la lana teñida con púrpura de Sidón y, en fin, todo lo que el pueblo 20 admira? En ello reside la envidia. Sin cordura quiere el vulgo muchísimas cosas. Con riquezas no se reconfortan los pensamientos y los cuidados de la gente, pues Fortuna con su ley rige estos tiempos. Séame la pobreza contigo alegre, Neera, pero sin ti no quiero ningún regalo de reyes.

25 ¡Oh, día radiante, el que pueda devolverte a mí! ¡Oh, para mí tres y cuatro veces día feliz! Mas si todo lo que se promete por tu dulce retomo lo acogiera con oído hostil un dios no mío, 30 no me consolarían ni reinos, ni el aurífero río de Lidia[448], ni las riquezas que sustenta el mundo entero. Esto lo codicien otros. Pueda yo tranquilo con una condición de vida humilde gozar de mi querida esposa. Acude y escucha, hija de Saturno[449], mis tímidas súplicas. Atiéndelas tú también, Cipria[450], transportada en tu concha. Y si deniegan tu vuelta el destino y las siniestras 35 hermanas[451] que manejan los hilos de nuestras vidas y predicen nuestro futuro, llámeme a sus anchurosos ríos y a su negro pantano el pálido Orco[452], abundante en perezosas aguas.

4

Los dioses me otorguen cosas mejores y no me resulten ciertas las pesadillas que anoche me produjo un agitado sueño. Alejaos, fatuos, y apartad de mí aquella falsa visión. Renunciad a querer buscar credibilidad en nosotros.

Los dioses nos avisan de la verdad; mensajes ciertos de un 5 porvenir manifiestan las entrañas examinadas por los hombres de Etruria[453]. ¿Sueños vanos se divierten en la noche engañosa y logran que almas asustadizas tiemblen ante falsos terrores? ¿Y los presagios de la noche calman al linaje humano, propenso [a las preocupaciones[454]], con piadosa harina y chisporro10 teante sal? Con todo, de cualquier forma que sea, ya aquéllos quieran que se aconsejen avisos verdaderos, ya [pretendan[455]] que confiemos en sueños falaces, haga vanos Lucina[456] mis terrores nocturnos y consienta que un inocente haya tenido mie15 do sin motivo, si mi alma no es culpable de una acción vergonzosa, ni mi lengua ha herido impía a los grandes dioses.

Ya la Noche tras haber recorrido el cielo en su negra cuadriga había bañado sus ruedas en las azules aguas del río Océano y no me había adormecido el dios que consuela los corazo20 nes dolientes. El Sueño se ausenta de las casas inquietas. Al fin, cuando Febo miró desde Oriente, un tardío sopor cerró mis ojos que empezaban a languidecer. Entonces, me pareció que un joven, ceñidas sus sienes de casto laurel, ponía sus pies en 25 mi aposento. Nada humano más hermoso que él contempló ninguna época, ninguna familia de nuestros antepasados. Sus cabellos sin cortar flotaban sobre su cuello esbelto y rezumaba rocío sirio su cabellera de color de mirra. Su blancura era 30 como la que ofrece la Luna[457], hija de Latona; su color de púrpura en cuerpo de nieve, como cuando una doncella, conducida por primera vez ante su joven esposo, tiñe sus tiernas mejillas con rostro ruborizado y como cuando las muchachas entrelazan blancos lirios con amaranto y en otoño las pálidas 35 manzanas enrojecen. La orla de su manto parecía juguetear con sus talones, pues ésta era la vestimenta en su cuerpo resplandeciente. Obra de arte exquisito, brillando de concha y oro colgaba del lado izquierdo la armoniosa lira. No más llegar, 40 pulsándola con plectro de marfil entonó con melodiosa voz cantos de feliz augurio. Pero una vez que sus dedos y su voz hablaron, pronunció con dulce acento estas tristes palabras:

«Salve, amor de los dioses, pues al poeta casto según la tradición religiosa le favorecen Febo, Baco y las Piérides. Mas el hijo de Sémele[458], Baco, y las cultas hermanas no saben 45 anunciar qué traerá la hora siguiente. En cambio, a mí mi padre me otorgó la potestad de ver las leyes del destino y los acontecimientos del tiempo futuro. Por ello, lo que digo yo, profeta sin engaño, escúchalo, y de qué forma seré presentado 50 como dios del Cinto[459] por mis palabras veraces.

La que te es tan querida como no lo es una hija para su madre, como no lo es una joven bonita para su ardiente esposo, por la que importunas con tus promesas a las divinidades celestiales, la que no permite que transcurran días tranquilos para ti y, cuando el Sueño te ha cubierto con su oscuro manto, te en55 gaña tontamente con sus pesadillas nocturnas, la hermosa Neera, celebrada en tus versos, prefiere ser la amante de otro hombre y su alma sacrilega agita preocupaciones encontradas, no 60 quiere Neera como esposa disfrutar de una casta casa.

¡Ah, la hembra, raza cruel y nombre engañoso! ¡Ah, muera la que aprendió a faltar a su esposo! Pero podrá doblegarse: su condición es tornadiza. Tú sólo tiéndele tus brazos con muchos ruegos. Amor cruel te enseñó a arrostrar duros trabajos. Amor 65 cruel te enseñó a poder sufrir sus azotes.

Que yo un día apacenté las blancas terneras de Admeto[460] no es una leyenda inventada para una frívola broma. Entonces yo no podía gozar de la sonora cítara, ni acompañar al unísono 70 sus acordes con mi voz, sino que practicaba mi canto con brillante caramillo, yo, el hijo de Latona y de Júpiter. No sabes qué es amor si rehúsas soportar una dueña rigurosa y un fiero matrimonio.

75 Por ello, no dudes dirigirle tiernas quejas: se vencen duros corazones con blandos halagos. Pero si es que entonan oráculos verdaderos en mis sagrados templos, dile estas palabras en mi nombre: “Este matrimonio te lo ofrece el propio dios de 80 Delos; feliz con él deja de amar a otro hombre”».

Habló así, y el indolente sueño abandonó mi cuerpo. Ay, que no tenga que ver yo tan grandes males. Ni podría haber imaginado que tus deseos eran tan contrarios a los míos, ni que 85 en tu pecho habitaba tamaño crimen, pues no te engendraron[461] las aguas del vasto Océano, ni la Quimera vomitando llama de sus feroces fauces, ni el perro de lomo ceñido de un ejército de serpientes, que tiene tres lenguas y triple cabeza, ni Escila, de 90 cuerpo de virgen, rodeada de perros, no te llevó en su seno una leona salvaje, ni la tierra bárbara de Escitia, ni la espantosa Sirte, sino una casa distinguida, en donde no habita gente cruel, una madre, con mucho la más dulce de todas, y un padre más amable que ningún otro.

95 Estos ensueños crueles un dios los cambie a mejor y permita que, sin valor, los tibios notos se los lleven.

5

Os recrea el agua que mana de las fuentes etruscas, el agua que no debe visitarse en la canícula estival, ahora en cambio semejante a las aguas sagradas de Bayas, cuando la tierra se remoza en la primavera de púrpura[462]. Pero a mí Perséfone[463] me 5 anuncia una hora sombría. A un joven sin culpa no le perjudiques, diosa.

Yo no intenté, osado, divulgar los misterios de una diosa digna de alabanza, que no deben ser violados por ningún hombre, ni mi mano manchó copas con mortíferos brebajes, ni 10 majó venenos para nadie, ni acerqué a los templos fuegos sacrilegos, ni hechos inconfesables inquietan mi corazón, ni tramando querellas propias de una mente insensata blasfemé contra dioses contrarios.

Y las canas aún no han herido mis negros cabellos, ni se 15 me ha acercado con su torpe paso la encorvada vejez. Mi nacimiento lo vieron primeramente mis padres el año en que murieron los dos cónsules con igual destino[464]. ¿De qué sirve saquear la viña de uvas inmaduras y arrancar frutos recién 20 nacidos con aviesa mano?

Perdonadme, quienesquiera que habitéis las lívidas aguas y los crueles reinos del dios que obtuvo por suerte la tercera parte[465]. Pueda yo conocer un día los campos elisios, la barca de 25 Lete y los lagos cimerios[466], cuando mi rostro empalidezca por la rugosa vejez y cuente a los niños, anciano ya, historias de otros tiempos. ¡Y ojalá me asuste sin motivo por una fiebre vana! Pero desde hace quince días mi cuerpo desfallece.

En cambio, vosotros celebráis las divinidades del agua 30 etrusca y nadáis en sus dóciles aguas con flexibles brazos. Vivid felices y vivid recordándome, ya conserve mi vida, ya el destino quiera que haya dejado de existir. Mientras tanto, prometed a Dite negras ovejas y vasos de blanca leche mezclada con vino.

6

Deslumbrante Líber[467], preséntate; ojalá tú consideres la vid siempre objeto religioso; ojalá traigas tus sienes ceñidas de hiedra. Arranca tú mismo mi dolor con tu pátera medicinal. 5 Muchas veces con tus dádivas cayó vencido Amor. Querido niño, rebosen las copas de vino generoso y con mano hábil sírvenos falerno. Alejaos, terribles cuitas; alejaos, desgracias. Brille aquí Delio con sus niveos caballos de alas[468]. Vosotros, 10 dulces amigos, al menos, secundad mis propósitos; que nadie rehúse ser compañero, siendo yo el guía, o si alguien rechaza el suave combate del vino, que le engañe con secreto ardid su querida amante. Aquel dios[469] hace suaves los corazones, golpeó al arrogante y lo sometió al capricho de su dueña. Tigresas de Armenia y leonas amarillentas él amansó y a seres indoma15 bles les otorgó blandos corazones. Amor puede esto y aún cosas mayores. Pero reclamad los dones de Baco. ¿A quién de vosotros le gustan las copas vacías? Hay acuerdo en plan de igualdad y Líber no mira mal a aquellos que lo adoran y junto 20 con él al vino alegre. [No viene irritado en demasía ni en demasía severo]: quien teme el gran poder de un dios irritado, que beba. Con qué castigos puede amenazar a éstos, cómo y qué imponente fue lo atestigua la presa ensangrentada de la madre cadmea[470].

Pero aléjese de nosotros este miedo. Ella, si tengo alguna, 25 sienta lo que puede la cólera del dios herido. ¿Qué estoy pidiendo? Oh, loco. Los vientos y las aéreas nubes se lleven estas temerarias preces para desgarrarlas. Aunque no te quede ningún amor por mí, Neera, sé feliz y sea radiante tu destino. 30 En cambio, vuelva yo a los tiempos de una mesa sin cuidados. Ha llegado después de muchos un día sereno.

Ay de mí, es difícil imitar falsos contentos, es difícil fingir alegría con el pensamiento triste. No se aviene bien la risa en 35 un rostro que finge, a los atormentados no les suenan bien palabras de embriaguez. ¿De qué me quejo, desdichado? Marchaos, torpes cuitas. Odia el padre Leneo las palabras tristes.

Gnosia[471], un día lloraste los perjurios de la lengua de Te40 seo, dejada sola en mar desconocido. Así cantó en tu favor, hija de Minos, el culto Catulo, narrando la cruel acción de un hombre ingrato. A vosotros ahora yo os aconsejo: dichoso todo el que aprenda con el dolor de otro a poder precaver el suyo. 45 No os atrapen unos brazos colgados a vuestro cuello, ni os engañe una sórdida lengua con halagador [juramento[472]]. Aunque, engañosa, haya jurado por sus ojos, por su Juno y por su Venus, ninguna garantía habrá. De los perjurios de los amantes se 50 ríe Júpiter y ordena que los vientos se los lleven sin efecto.

Así, ¿por qué me quejo tantas veces de las palabras de una joven, embustera? Marchad de mi lado, por favor, expresiones serias. Cuánto desearía descansar contigo durante largas no55 ches y contigo pasar largos días. Pérfida y, sin razón, enemiga mía; pese a mis servicios, pérfida, pero aunque pérfida, querida sin embargo.

A la náyade ama Baco[473]. ¿Te detienes, remiso escanciador? El agua de la fuente Marcia suavice el vino añejo[474]. Yo, si ha 60 huido del banquete de nuestra mesa una niña tonta deseosa de un lecho desconocido, no suspiraré, inquieto, toda la noche. Tú, chico, ven: sirve vino sin impurezas, más fuerte. Ya desde hace tiempo, empapadas mis sienes de nardo sirio, hubiera debido rodear mis cabellos con guirnaldas.

7

Voy a cantarte, Mesala, aunque tu reconocido valor me asusta. Pese a que mis débiles fuerzas no puedan resistirlo, empezaré no obstante; y, si mis versos no estuvieran a la altura de tus merecidas alabanzas, sea yo el humilde historiador de hazañas tan grandes: nadie, excepto tú, podría insertar en tus 5 escritos tus hechos, de forma que no estén muy por encima de las palabras; a mí me basta haberlo intentado. No rechaces mi pequeño homenaje. También a Febo muy gratos dones le ofreció el cretense[475], y para Baco fue Ícaro[476] el anfitrión más agradable de todos, como lo atestiguan en un cielo limpio estos astros: 10 Erígone y la Canícula, para que no lo pusieran en duda las generaciones posteriores. Es más, incluso Alcides, dispuesto a subir al Olimpo como un dios, plantó de buen grado sus huellas en la morada de Molorco[477], un pequeño grano de sal aplacó a las divinidades; no siempre en su honor cae como víctima 15 un toro de cornamenta dorada. Sea grato también este modesto trabajo para que en lo sucesivo te pueda componer, recordándote, versos renovados.

Cante otro[478] la obra admirable del universo, qué clase de tierra se asentó en la inmensidad del aire, cómo se reunieron 20 en la redondez del globo el mar y el aire, libre, desde las tierras, de donde se quiere escapar y cómo a éste se le mezcla por doquier el éter ardiente, cómo todo queda aprisionado por el cielo suspendido sobre nosotros. Pero a todo lo que puedan 25 osar mis Camenas[479], ya puedan igualarte, ya puedan llegar más allá, lo que mi esperanza niega, ya más abajo (sin duda cantarán en tono menor) todo ello te lo dedicamos y no desmerezcan de un nombre tan grande mis escritos. Pues aunque te sobran los méritos de una antigua familia, tu gloria no ha 30 quedado satisfecha con la fama de tus mayores, y no tratas de averiguar lo que dice la inscripción grabada al pie de cada busto, sino que luchas por eclipsar los antiguos honores de tu estirpe. Tú mismo eres mayor honra para tus descendientes que tus antepasados lo han sido para ti. Pero tus hazañas no las abarcará una inscripción bajo tu nombre, sino que tú tendrás 35 gruesos volúmenes en verso eterno y acudirán de todos lados, ansiosos de conmemorar tus hazañas, escritores en verso y en prosa. Habrá disputa por quién será el mejor. Ojalá sea yo vencedor entre ellos, para que pueda inscribir mi nombre en hechos tan insignes.

Pues, ¿quién mayores cosas que tú realiza en el campamen40 to y en el foro? Sin embargo, tus méritos no son mayores o menores en un sitio o en otro, como cuando la balanza está en equilibrio bajo dos pesos iguales, tal cual, si alguna vez la oprime un peso desigual en uno y otro lado, oscila inestable, más baja de un platillo alternativamente; bien dispuesta, ni se inclina de este lado más, ni del otro se levanta.

45 Pues si rugiera la inestabilidad del pueblo opuesto entre sí, ningún otro sería capaz de calmarlo; si hay que aplacar el rigor del juez, con tus palabras podrá aplacarse. Dicen que ni Pilos, ni Ítaca engendraron tan excelsos a Néstor[480] y a Ulises[481], honra grande de su humilde ciudad, aunque aquél haya vivido ancia50 no, mientras Titán[482] recorría con su órbita tres siglos con sus momentos fértiles, y éste, osado, haya recorrido errante desconocidas ciudades, por donde la tierra está encerrada por las últimas olas del mar. Pues con armas hostiles rechazó las tropas de los cicones[483], ni el loto pudo apartarlo de las rutas empren55 didas, también retrocedió, el hijo de Neptuno, el habitante de la roca etnea, cegado su ojo, al que ya había vencido el vino maroneo. Condujo incluso los vientos eolios a través de un plácido Nereo. Se acercó a los salvajes lestrígones y a Antífa60 tes, a los que riega la famosa Artacia con sus heladas aguas. Sólo a él no enloquecieron los brebajes de la astuta Circe, aun siendo como era ella hija del Sol, mañosa con las hierbas, mañosa también en cambiar con su canto las formas primigenias. Se aproximó incluso a las sombrías ciudadelas de los cimerios, 65 en las que jamás se mostró el día con su radiante amanecer, ya discurriera Febo sobre las tierras, ya por debajo. Vio cómo, escondidos en el reino infernal de Plutón, los excelsos hijos de los dioses administraban justicia a las leves sombras y, en rápi70 da nave, cruzó las playas de las sirenas. Al nadar entre los confines de una doble muerte, ni le asustó el ataque de Escila de crueles fauces, mientras ésta se deslizaba salvaje entre las aguas rabiosas con los perros, ni lo devoró la violenta Caribdis, según su costumbre, ya se alzara a flote desde lo más pro75 fundo de las aguas, ya descubriera el fondo seco, a través de sus remolinos entreabiertos. No se pueden callar las profanadas praderas del sol errante, ni el amor y los fértiles campos de Calipso, la hija de Atlas, ni el fin de su desdichado vagar, la tierra feacia. Ya esto se haya identificado en nuestras tierras, ya la leyenda haya inventado un mundo nuevo a este peregri80 nar, sea su esfuerzo mayor con tal de que lo sea también tu elocuencia.

Ningún otro posee con más competencia que tú los recursos de la guerra, por dónde conviene trazar una trinchera segura para el campamento, de qué forma plantar matorrales frente al enemigo, qué lugar es mejor cerrar con una empalizada, en 85 dónde el suelo ofrece las dulces aguas de una fuente, de forma que sea cómodo su acceso a los tuyos y difícil al enemigo, cómo en constante ejercicio por la gloria puede cobrar vigor el soldado, quién lanzó mejor la pesada jabalina o la veloz saeta, o destruyó lo que le salía al paso con el flexible dardo, o quién 90 puede dominar con el freno corto un fogoso corcel y al lento dejarle las riendas sueltas, y, alternativamente, ya guste dirigirle en línea recta o hacerle volver en un espacio más estrecho en curvo giro, qué mano, derecha o izquierda, es la más apta 95 para defender con escudo, según venga de un lado u otro el duro ataque de la lanza, o quién es más apto para dar en el blanco señalado con la honda veloz. Al mismo tiempo, vengan ya los combates del osado Marte, prepárense los ejércitos para chocar con las enseñas enfrentadas; que no te falten dotes para 100 disponer el frente de batalla, según convenga que el ejército se ordene en columna cuadrada, para que la formación avance en línea recta con los frentes iguales, ya quieras determinar una acción por separado, un Marte doble, de forma que el soldado de la derecha se enfrente al de la izquierda y el de la izquierda al de la derecha y sea así una victoria doble de un doble choque.105

Pero no por méritos dudosos se deslizan mis versos: canto hechos experimentados en guerras. Séame testigo el fuerte soldado de la vencida Japidia[484], testigo también el panonio[485] en110 gañoso, disperso por doquier en los nevados Alpes, testigo, incluso el pobre nacido en los campos de Arupio[486], a quien si uno viera de qué forma no lo ha quebrantado la edad avanzada, se admiraría menos de los tres siglos de la fama del de Pilos, pues mientras el anciano cumple los años de una larga vida, cien fecundos años habrá renovado Titán. Él, sin embargo, se 115 atreve a saltar ligero sobre un rápido corcel y cabalga guiándole con fuertes riendas. Bajo tu mando Domador[487], que jamás había vuelto la espalda, sometió su libre cuello a la cadena romana.

Sin embargo, no quedarás satisfecho con esto: triunfos mayores que los alcanzados están próximos, según he averiguado 120 por señales verídicas, con las que no podría competir Melampo[488], el hijo de Amitaon, pues poco ha una toga refulgente de púrpura de Tiro te habías vestido al apuntar el día, portador de un año fértil, cuando más brillante sacó la cabeza el sol de las puras olas y los vientos en lucha refrenaron sus crueles soplos, 125 los ríos sinuosos recorrieron caminos no habituales. Es más, incluso el mar agitado se reprimió en un plácido oleaje, ningún ave se desliza por los aires, ni fiera salvaje busca su pasto en los espesos bosques, hasta se te ha otorgado un profundo silen130 cio a tus ruegos. Júpiter mismo, transportado por el vacío en su carro veloz, se presentó y dejó el Olimpo próximo al cielo y con oído atento se ofreció a tus oraciones y a todo asintió con cabeza veraz: colocado en los altares resplandeció más el fuego brillante sobre los montones de ofrendas.

Así, animándote el dios, empieza a aplicarte a grandes em135 presas: no sean tus triunfos los mismos que los de los demás. No te detendrá la Galia que te sale al paso con una guerra vecina, ni la osada Hispania de dilatadas tierras, ni el salvaje país ocupado por el colono tereo[489], ni por donde el Nilo se desliza o 140 el Coaspes[490], agua de reyes, o el rápido Gindes[491], locura de Ciro, o por donde se seca el agua [caristia] en las llanuras araceas[492], ni por donde Támiris[493] limitó sus reinos con el libre Araxes, ni por donde el que celebra impíos banquetes en crueles mesas, el padeo[494], vecino de Febo, tiene lejanas tierras y 145 por donde el Hebro y Tánais riegan a los getas y maginos[495]. ¿Por qué doy largas? Por donde Océano cierra el mundo con sus aguas, ningún país se te opondrá con las armas en la mano. Te aguarda el britano no vencido por el Marte romano y tam150 bién la otra parte del mundo de la que nos separa el sol. Pues está asentada en el aire esparcido en torno a la tierra y se divide en cinco zonas por el globo entero. Y dos de ellas están siempre desiertas por el frío de sus hielos. Allí la tierra se hace invisible por una densa tiniebla y, empezado el deshielo, nin155 guna corriente llega a deslizarse en un manantial naciente, sino que endurecida se congela en hielo y en nieve espesa, como que allí jamás Titán envió sus rayos. Pero la central ha estado siempre sometida al calor de Febo, sea que se desplace más 160 próximo a las tierras en el ciclo estival, sea que rápido se apresure a hacer correr los días invernales. Por consiguiente, la tierra no se remueve bajo la presión de la reja del arado, ni ofrecen su fruto los sembrados, ni pastos las tierras. Allí no cultiva sus campos ninguna divinidad, ni Baco, ni Ceres, ningunos se165 res vivos habitan estas zonas abrasadas. Está situada entre ella y los glaciales la zona fértil, que es la nuestra y la otra parte opuesta a este suelo nuestro, a las que, semejantes, la vecindad del cielo que las rodea de una y otra parte las modera, un clima neutraliza las fuerzas del otro. Por ello, plácido para nosotros 170 en sus estaciones, transcurre el año y por ello también aprendió a someter su cuello bajo el yugo el toro y flexible la vid a trepar hasta elevadas ramas. La cosecha anual de mieses maduras se siega y con hierro se labra la tierra; el mar se surca con bronce. Más aún, incluso se levantan ciudades rodeadas de 175 murallas. Así pues, cuando tus hazañas reclamen deslumbrantes entradas triunfales, sólo tú serás llamado grande en ambos mundos a la vez.

No me basto yo para pregonar tu inmensa gloria, ni aunque Febo en persona me dictara los versos. Tú tienes quien puede 180 afrontar esos grandes hechos, Valgio[496]: ningún otro más cercano del eterno Homero. No vive en descanso perezoso mi trabajo, aunque Fortuna, como ella suele, me acose hostil. En efecto, yo, aunque con grandes riquezas brillaba mi poderosa mansión, que había tenido amarillos surcos que, regularmente, 185 enriquecían las abundantes cosechas hasta el punto de hacer insuficientes los graneros y para quien las colinas hacían apacentar ganado en espesos rebaños, suficiente para el dueño y de sobra para el ladrón y para el lobo, ahora me quedo sólo con mi inquietud, pues se renueva mi angustia cuando el dolor, que no olvida, me recuerda los años vividos antes. Pero, aun190 que sucedan pruebas más duras y se me despoje de lo que me queda, mis Camenas no se cansarán de recordarte y no sólo se te otorgarán los honores de las Piérides: por ti hasta me atrevería a navegar por las impetuosas olas del mar, aunque con vientos contrarios se hinchen mares borrascosos; por ti incluso 195 me atrevería a enfrentarme solo a nutridos batallones o a lanzar mi débil cuerpo a las llamas del Etna. Todo lo que soy es tuyo. Si tú tuvieras por mí afecto, por pequeño que fuese, con tal de que existiera, para mí ni los reinos de Lidia, ni la fama del gran Gilipo[497] serían mejores, ni preferiría poder aventajar 200 los escritos meleteos[498]. Y si para ti un verso mío, completo o no, te resulta muy conocido o pasa por tus labios, no hay hados que determinen el fin de mi canto en tu honor. Es más, hasta cuando Un túmulo haya cubierto mis huesos, sea que un día 205 prematuro me traiga una muerte veloz, sea que me aguarde una larga vida en cambio, ya mi figura cambiada me transforme en caballo listo para recorrer áridos llanos, ya sea toro, orgullo del lento ganado, ya, pájaro, me transporte con alas por el puro aire, cuando quiera que una lejana época me recobre como ser 210 humano, a los versos empezados añadiré otras estrofas sobre ti.

8

Sulpicia se ha arreglado para ti, poderoso Marte, en tus calendas[499]. Para verla, si eres cuerdo, baja en persona desde el cielo. Te lo perdonará Venus. Pero tú, impetuoso, ten cuidado no sea que, mientras la admiras, se te caigan vergonzosamente las 5 armas[500]. De sus ojos, cuando quiere hacer arder a los dioses, enciende dos antorchas Amor cruel. A ella, cualquier cosa que haga, a dondequiera que mueva sus pasos, la arregla en secreto y le sigue el Decoro[501]. Si desata su pelo, le quedan bien los ca10 bellos sueltos; si lo recoge, con los cabellos recogidos es digna de veneración. Hace arder los corazones: ya quiera pasear con manto tirio, ya se acerque blanca con su vestido de nieve, los hace arder. Como en el Olimpo eterno el dichoso Vertumno[502] 15 tiene mil adornos, los mil los lleva con decoro. De todas las jóvenes es la única digna de que Tiro le ofrezca suaves lanas por dos veces empapadas en sus preciados tintes y de que posea todo lo que recoge en sus perfumados campos el rico árabe, cultivador de aromáticos sembrados, y todas las perlas que reúne 20 del mar Rojo el oscuro indio, próximo a las aguas de Oriente.

A ella, vosotras, Piérides, cantad en estas festivas calendas y tú, Febo, orgulloso de tu lira de concha. Esta solemne fecha ella la celebrará durante muchos años. Ninguna joven es más digna de vuestro coro.

9

No hagas daño a mi joven amigo, jabalí que habitas los feraces pastos del llano o las zonas apartadas del umbrío monte, no te pongas a aguzar tus fuertes colmillos para el combate. Que me lo guarde sano y salvo Amor custodio <***> Pero lo 5 aleja Delia[503] con su pasión por la caza. ¡Oh! ¡desaparezcan bosques y mueran los perros! ¿Qué locura, qué insensatez es esa de que tú, queriendo cercar con trampas las tupidas colinas, quieras marcar tus manos delicadas? ¿Qué provecho sacas en penetrar furtivamente en las madrigueras de los animales salvajes y en herir tus blancas piernas con las espinas de las 10 zarzas? Sin embargo, para poder pasear contigo, Cerinto, yo misma por las montañas llevaré las redes enrolladas, yo misma rastrearé las huellas del ciervo ligero y libraré al ágil perro de sus cadenas de hierro. Entonces a mí, entonces me gustarían 15 los bosques, si se me reprochara, vida mía, haber dormido contigo junto a las mismas redes. Entonces, aunque el jabalí llegue cerca de las trampas, se alejará sin herida, para no turbar los placeres de una Venus apasionada. Ahora sin mí no exista ninguna pasión, pero bajo la ley de Diana, casto joven, con casta 20 mano maneja las redes y cualquiera que se acerque furtivamente junto a mi amor, caiga entre fieras salvajes, víctima de sus dentelladas. Pero tú cédele a tu padre tu afición por la caza y corre veloz a mis brazos.

10

Preséntate aquí y quita los males de una tierna joven; preséntate aquí, Febo[504], orgulloso de tu cabellera sin cortar. Créeme, date prisa y no te arrepentirás ya, Febo, de haber aplicado 5 tus curativas manos a una mujer hermosa. Haz que la debilidad no se adueñe de sus pálidos miembros, ni la lividez marque su blanco cuerpo y todo el mal que sufre y todo lo que presentimos triste, lo arrastre al mar un río de rápidas aguas. Dios 10 puro, ven y trae contigo todos los perfumes y todos los ensalmos que alivian los cuerpos fatigados; no atormentes al joven que teme un destino fatal para su niña y hace innumerables promesas por su amante. A veces formula votos; a veces, al verla desmayarse, pronuncia frases violentas contra los eternos 15 dioses. Depón tu temor, Cerinto, el dios no daña a los amantes. Tú sólo ámala siempre: tu niña está a salvo. No hay que llorar. Será más conveniente recurrir a las lágrimas si ella alguna vez se muestra muy enfadada contigo. Pero ahora es toda tuya, para ti solo son sus puros pensamientos y en vano una caterva confiada de pretendientes la asedia.

Febo, muéstrate favorable. Un gran mérito se te reconocerá 20 por haber devuelto a la vida a dos personas al salvar una. Serás famoso y te mostrarás feliz cuando, contentos ambos, te pa25 guen lo prometido a porfía ante tus sagrados altares. Entonces te llamarán dichoso todos los piadosos dioses y desearán tus habilidades cada uno para sí.

11

El día que te entregó a mí, Cerinto, éste será para mí venerable, y entre los festivos siempre deberá ser considerado. Al nacer tú, las Parcas han profetizado a las jóvenes una esclavitud nueva y te regalaron reinos soberbios. Yo me inflamo más que las demás. Me gusta, Cerinto, quemarme, si acude a ti el 5 mismo fuego por mí. Sea recíproco nuestro amor. Te lo pido por ti, por los muy dulces hurtos amorosos, por tus ojos, por tu Genio[505]. Genio poderoso, recibe incienso con gusto y ayuda a mis promesas con tal de que él arda en deseos cuando piense 10 en mí. Pero si acaso ahora ya suspira por otros amores, entonces, por favor, dios puro, abandona un hogar infiel. Tú, Venus, no seas injusta: seamos tus esclavos los dos igualmente encadenados o suelta mi cadena. Pero mejor átanos a los dos con 15 tal fuerza que, en lo sucesivo, no pueda libramos tiempo alguno. Desea el joven lo mismo que yo, pero lo desea más en secreto, pues le da vergüenza decir esto a las claras. Pero tú, dios del cumpleaños[506], ya que como dios lo ves todo, di que sí: 20 ¿Qué importa si te lo pide en secreto o en público?

12

Juno natal[507], acepta los sagrados puñados de incienso, que te ofrece con tierna mano una joven diestra. Es toda tuya hoy, para ti se ha arreglado contentísima, para alzarse ante tu altar digna de verse. Ella, por cierto, te atribuye a ti los motivos de 5 su ornato: sin embargo, hay a quien quiere agradar en secreto. Pero tú, diosa pura, séle favorable y que nadie separe a los amantes. Es más, al joven, por favor, prepárale los mismos lazos. Así los unirás bien: él no es más digno de servir a ninguna 10 joven y ella no lo es de servir a ningún otro hombre. Que no pueda sorprenderles en su pasión portero en vela y mil recursos para el engaño les enseñe Amor. Asiente y acude radiante con tu manto de púrpura. Hágase para ti, diosa casta, por tres 15 veces una ofrenda de torta y por tres veces una de vino. Aconseja a su hija una madre solícita lo que debe escoger: ella, ya dueña de sí, pide otra cosa con su oculto pensamiento. Se quema como las rápidas llamas queman los altares. No querría estar cuerda, aunque pudiera. Sé agradable al joven. Cuando lle20 gue el próximo año, este mismo amor, ya consolidado, acuda a tus ofrendas.

13

Al fin ha llegado Amor, en forma tal que resulta más vergonzoso para mí haberlo ocultado que haberlo descubierto a alguien. Ganada por mis Camenas Citerea[508] lo trajo y lo depo5 sitó en mi regazo. Cumplió sus promesas Venus. Cuente mis dichas aquel de quien se diga que no ha tenido las suyas. Yo no querría confiar nada a unas tablillas selladas, para que nadie me lea antes que mi amado, pero me gusta haber cometido esta 10 falta, componer mi rostro por mi reputación me asquea: se correrá la voz de que, digna yo, he estado con un hombre digno.

14

Se presenta un odioso cumpleaños que habrá de transcurrir triste en el tedioso campo y sin Cerinto. ¿Qué hay más agradable que la ciudad? ¿Pueden ser adecuados a una joven una casa de campo y un río helado en la llanura aretina[509]?

Ya, Mesala, en exceso preocupado por mí, tranquilízate; 5 tus viajes con frecuencia son inoportunos, pariente mío. Apartada aquí dejo mi alma y mis sentidos, en tanto que no [permites[510]] que esté a mi gusto.

15

¿Sabes que, según el deseo de tu amada, el funesto viaje se ha anulado? Ya puedo estar en Roma en tu fiesta; celebremos todos nosotros el día del cumpleaños que casualmente te coge ahora de sorpresa.

16

Es agradable lo que ya te permites, muy seguro de mí, sin miedo a que yo, de repente, cometa alguna tontería. Sea para ti más importante la preocupación por la toga[511] y por una puta 5 bajo el peso de la cesta que Sulpicia, la hija de Servio. Están inquietos por mí aquéllos cuyo principal motivo de despecho es éste: no vaya yo a entregarme a un lecho desconocido.

17

¿Tienes, Cerinto, un piadoso amor por tu amiga, ya que ahora la fiebre atormenta mi cuerpo agotado? ¡Ah! Yo no desearía vencer esta cruel enfermedad de otro modo que si pien5 so que tú lo quieres también. Pero ¿de qué me serviría sanar de enfermedades si tú puedes soportar mis males con un corazón insensible?

18

No te sea yo, vida mía, ardiente pasión ya, como parece que lo fui hace unos pocos días. Si en mi entera juventud he cometido alguna tontería de la que confiese haberme arrepenti5 do más, es de que anoche te dejé solo, deseosa de no descubrir los ardores de mi pasión.

19

Ninguna mujer me echará de tu cama. Ésta es la primera condición del pacto con el que está ligado nuestro amor. Tú eres la única que me gustas. En la ciudad, excepto tú, ya no 5 hay ninguna chica bonita a mis ojos. ¡Y ojalá a mí solo pudieras parecer hermosa! No agradarías a los demás: así yo estaría seguro. No hay necesidad de provocar envidia, aléjese la vanagloria de la gente. Quien sabe, regocíjese en su callado pecho. Así podría yo vivir feliz en apartadas selvas, donde ningún 10 sendero haya sido hollado por pie de hombre alguno. Tú, el sosiego de mis cuidados, tú, hasta en la negra noche luz y, en los lugares solitarios, tú para mí el mundo entero. Aunque ahora desde el cielo se le envíe una amiga a Tibulo, se le enviará en vano y fracasará Venus. Te lo juro por el sagrado poder de tu 15 Juno, la única que es para mí grande, por delante de los otros dioses. ¿Qué hago, insensato de mí? Ay, ay, pierdo mis prendas. He jurado como un necio: era provechoso ese miedo tuyo. Ahora tú te envalentonarás; ahora tú me vas a hacer arder con más insolencia. Esta desgracia me la ha proporcionado para mi 20 desdicha mi lengua charlatana. Haré ya todo lo que quieras, siempre permaneceré tuyo, no huiré de la esclavitud de una dueña conocida, pero me sentaré encadenado ante los altares de la sagrada Venus: ella castiga a los injustos y protege a los suplicantes.

20

La murmuración anda diciendo que mi amante peca mucho, ahora yo querría ser sordo. Estas acusaciones no se han extendido sin dolor por mi parte. ¿Por qué me atormentas en mi desdicha, murmuración cruel? Cállate.